Francisco de Frías y Jacott; Conde de Pozos Dulces (1809-1877)

Nació en La Habana el 24 de septiembre y murió en París el 25 de octubre.[1] Cursó estudios en Estados Unidos entre los 10 y los 17 años de edad. Regresó a Cuba en 1826 tras la muerte de su padre. Años más tarde viajó a París para estudiar ciencias fisicoquímicas. Cursó además estudios de agricultura aplicada y geología.

     De regreso a La Habana, en 1844, ocupó los cargos de consejero de la Junta de Fomento y de inspector del Instituto de Investigaciones Químicas. Fue elegido socio de número de la Sociedad Económica de Amigos del País. Complicado en la Conspiración de Vuelta Abajo en 1852, fue encarcelado y condenado a confinamiento en la Península. Volvió a Francia y a Estados Unidos, en este último país se vinculó a la Junta Cubana Revolucionaria. Disuelta la Junta regresó a París y comenzó sus correspondencias en El Correo de la Tarde (1857 -1858); publicó artículos en El Porvenir del Carmelo y trabajó como corresponsal del Liceo de La Habana.

     En 1858, su trabajo “¿Descansa sobre las bases científicas la opinión de que la destrucción del reino animal lleva consigo la del vegetal, y viceversa?”, ganó medalla de oro en los Juegos Florales del Liceo y le valió el título de socio de mérito. Luego de su regreso a Cuba en 1861 dirigió El Siglo (1863), y llevó a cabo desde sus páginas una importante campaña para lograr reformas sociales, económicas y políticas para el país, que culminó con la creación de la Junta de Información. Elegido para formar parte de ella se trasladó a España; volvió a Cuba después del fracaso de la misma. Al estallar la Guerra de los Diez Años marchó a París, desde donde colaboró con numerosos periódicos latinoamericanos. Fue autor de una extensa obra de carácter científico.

[Tomado de OCEC, t. 5, p. 334. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web)].


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] “Parece ser que en París, en el pequeño cementerio de Montmartre, ‘hay una sepultura sobre la que nunca el recuerdo coloca una flor y que lleva como única leyenda el nombre de Conde de Pozos Dulces’. Sin duda una injusticia. Pero como andamos cada día más al pairo con las injusticias, nada tiene de particular que un verdadero prócer de la historia cubana duerma su sueño, bajo una fría lápida, esperando el sagrado instante del retorno […]. Los precursores corren casi siempre esta triste suerte y como el Conde de Pozos Dulces vivió por los años de la semilla, cuando aún la conciencia no andaba por la mayoría de edad de su verdadero ímpetu revolucionario, este hombre impar yace olvidado, en espera de que Cuba le haga justicia por gran Señor sin tacha, sin personales ambiciones”. (Luis Amado Blanco: “Pozos Dulces”, Información, La Habana, 26 de julio de 1952, en Juzgar a primera vista, prólogo de Gustavo Pita Céspedes, La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2003, p. 107).