UN ARTÍCULO DESCONOCIDO DE MARTÍ

En la colección de la Revista Universal de México, donada por Gonzalo de Quesada y Miranda[1] a la Biblioteca Nacional, encontramos, en el número del 9 de marzo de 1875, en la sección Variedades, un artículo titulado “De París”,[2] no incluido en ninguna de las ediciones que se han hecho de sus Obras completas, y que es, sin lugar a dudas, una auténtica crónica, la primera[3] que publicó la Revista, de Martí. En el número del 7 de marzo habían ya aparecido versos suyos,[4] los que dedicara a la muerte de su hermana Ana, ocurrida el 6 de enero de ese mismo año. Martí había llegado a Veracruz el 8 de febrero de 1875. En México se reúne con sus padres[5] y hermanas[6] y entra enseguida en contacto con escritores y amigos que facilitaron su acceso a la Revista, en cuyo Consejo de Redacción su nombre no tardó en aparecer. Allí publicó, con su firma o sus iniciales, pero más constantemente con el significativo seudónimo de Orestes, artículos y poesías, boletines parlamentarios y de noticias en general, y su traducción de Mes fils[7] de Víctor Hugo.

     Tres cosas llaman la atención en esta crónica, a más, desde luego, de ella misma: el hecho de tratarse de las impresiones de un viajero recién llegado de París, ciudad visitada por Martí a fines de 1874 en compañía de Valdés Domínguez, de quien se despidió en el Havre precisamente para embarcar, vía Southampton y Nueva York, a México:[8] la encendida admiración que refleja hacia Víctor Hugo, y el seudónimo con que firma, Anáhuac, que sería, como se sabe, utilizado posteriormente por él en la Guerra Chiquita.[9]

     No son necesarias estas coincidencias para atribuirle el artículo. Basta leer sus primeros párrafos para reconocer enseguida su estilo inconfundible la gallardía de sus arranques, su invencible desdén por todo lo falso y amor a la natural belleza, ese alto diapasón moral y ardiente fe en el hombre que lo lleva a desdeñar toda linde, a ver con “enojo” que algo pueda morir, y a afirmar, una vez más, la más alta y traspasadora esperanza. Esta que llama “crónica rara” lo es, sin duda, si se tiene en cuenta el tono distinto y mucho menos personal de sus restantes artículos y boletines para la Revista. Aunque afirma, altivo, que no puede excusarse de amar más una reflexión que una noticia, es evidente que a la larga tuvo que aceptar las usuales exigencias periodísticas y frenar ese soberbio ímpetu primero que no teme iniciarse con esta declaración insólita: “¿sin la esperanza de llegar a ser Dios, consentiría yo en ser todavía hombre?” ¡Y que “yo” este, valiente, abarcador, traspasado, de Martí, que siente, más que el pudor de cubrirse, el más raro aún de dar tan solo lo sumo y lo desnudo, la autenticidad última! El vanidoso lo exhibe, el elegante lo rehúye: el poeta, el héroe, lo ofrecen, para que coman de él todos los hombres.

     Ya están ahí, en la temprana crónica, chispazos del más genuino Martí, lastimado y creyente, que confiesa, con arrobadora ingenuidad, que cree absolutamente en la bondad de los hombres. Por sobre los lacerantes recuerdos del presidio político, sobre la secundaria evidencia de los hechos, lo vemos plantar en firme la sentencia fundadora: “El mal no es verdad”. Ya está ahí su fe no solo en los inmortales brillantes sino en los “inmortales oscuros”. Es el observador sagaz a quien no deslumbra sino la virtud, pero con esa rara conjunción del moralista y el esteta, sabe también descubrir la falla del molde arquitectónico en apariencia poderoso, describiendo el teatro de la Ópera de París en la antítesis de estos dos simples rasgos: “un coloso afeminado”. Ya están ahí sus giros peculiares (“ese pueblo de arena y de onda”), su peculiar adjetivación (“los colores húmedos” de Millet), su constante preferir la acción noble y salvadora al seductor hechizo de la belleza impura.

     De interés más secundario, aunque de todos modos revelador, es la declaración, hecha por el propio Martí en esta crónica, de haber conocido en París a Víctor Hugo, hecho del que, creemos, no había prueba concluyente, y la confirmación, que ella nos da, de que su idea de la analogía, tal como siempre creímos, fue muchos años anterior a la lectura del filósofo norteamericano Emerson. Ya en 1875, y quizás como eco de sus lecturas krausistas,[10] lo vemos afirmar que “El universo es la analogía”, que será una de las “ideas madres” de los Versos sencillos. No se puede pedir más a una primera crónica. Ya están ahí encerradas esas verdades supremas que, con serlo, como él decía, caben en el ala de un colibrí:[11] Que “nada muere”. Que, aún oscura, queda la acción heroica. Y que la “poesía es emanación”.

F. G. M.

Tomado del Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1970, no. 2, pp. 111-113.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Véase Nydia Sarabia: “En el centenario de un gran martiano”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2000, no. 23, pp. 271-273.

[2] JM: “Variedades. De París”, Revista Universal, México, 9 de marzo de 1875, Anuario Martiano, La Habana, Consejo Nacional de Cultura, Departamento Colección Cubana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1970, no. 2, pp. 115-119; OCEC, t. 3, pp. 19-23.

[3] El más antiguo artículo hasta ahora conocido de Martí en la Revista Universal, “Variedades. De París”, apareció el 7 de marzo de 1875. Pero en la sección “Ecos de todas partes”, del mismo número, con el título de “Colaboración”, hay una nota donde se presenta “un joven cubano que tiene parte como colaborador desde hace algunos días en la Revista”. Esta información permitió identificar la crónica “Cartas de París” —firmada por El corresponsal, con la fecha supuesta de 28 de enero, y publicada en la Revista el 2 de marzo—, como escrita por Martí. Este trabajo presenta rasgos característicos de su estilo y expone ideas que, casi con las mismas palabras, desarrolló en otras ocasiones. Era frecuente en la época que escritores bien informados acerca de la política interna de un país extranjero, realizaran corresponsalías supuestamente escritas desde allí, con el fin de aumentar el prestigio de las publicaciones. Esta crónica, que aparece como enviada desde París, no había sido incluida en ninguna edición de sus Obras completas. (OCEC, t. 3, p. 15).

[4] JM: “[Mis padres duermen]” (México, 28 de febrero de 1875), Revista Universal, México, 7 de marzo de 1875, OCEC, t. 15, pp. 65-68.

[5] Don Mariano Martí Navarro y Doña Leonor Pérez Cabrera.

[6] Leonor Petrona, María del Carmen, Rita Amelia y Antonia Bruna Martí Pérez.

[7] Víctor Hugo: Mis hijos, edición especial de la Revista Universal, traducción de José Martí, México, 1875, OCEC, t. 20, pp. 15-32.

[8] De acuerdo con Luis García Pascual, aunque Fermín Valdés-Domínguez afirmó que él hizo el viaje a París en compañía de Martí, en la segunda quincena de diciembre de 1874, es un hecho que no está comprobado documentalmente y varios estudiosos de la vida y obra del Maestro dudan de ello. (“Martí y los hermanos Valdés-Domínguez. Aclarando distorsiones”, El Caimán Barbudo, La Habana, enero-febrero de 2007, p. 5). Ibrahim Hidalgo Paz en su exhaustiva Cronología tampoco da cuenta del mismo. (José Martí. Cronología 1853-1895, 4ta edic., La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2018). En relación con algunas incongruencias, inexactitudes y contradicciones en los diversos escritos de Valdés-Domínguez puede consultarse a Luis F. Leroy y Gálvez: “Martí, Valdés-Domínguez y el 27 de noviembre de 1871” (conferencia en la Fragua Martiana, 27 de noviembre de 1969), Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1970, no. 2, pp. 449-477.

[9] El 18 de marzo de 1879 se celebró una asamblea secreta en el pueblo de Regla para fundar el Club Central Revolucionario Cubano. Allí fue elegido Ignacio Zarragoitía Trelles como presidente y José Martí, vicepresidente; ambos firmaron el acta constitutiva con los seudónimos Cromwell y Anáhuac, respectivamente.

[10] Véase Krausismo.

[11] “Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual, y la grandeza patria”. (JM: “Maestros ambulantes”, La América, Nueva York, mayo de 1884, OCEC, t. 19, p. 184).