TEXTOS ANTIMPERIALISTAS DE

JOSÉ MARTÍ

...continuación 9...

Selección, presentación y comentarios
Fina García Marruz

     En todo este texto, de capital importancia, hace preguntas que no son para olvidarlas:

¿Y han de poner sus negocios los pueblos de América en manos de su único enemigo, o de ganarle tiempo, y poblarse, y unirse, y merecer definitivamente el crédito y respeto de naciones […]? // ¿A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el resto del mundo? ¿Por qué han de pelear sobre las repúblicas de América sus batallas con Europa, y ensayar en pueblos libres su sistema de colonización?[181]

     Bajo “la aparente mansedumbre de la convocatoria”, señala en estas crónicas el planteamiento desembozado de “la era del predo­minio de los Estados Unidos sobre los pueblos de la América”. “El Sun de Nueva York, lo dijo ayer: ‘El que no quiera que lo aplaste el Juggernaut, súbase en su carro’”. A que Martí riposta: “Mejor será cerrarle al carro el camino”.[182]

Para eso es el genio: para vencer la fuerza con la habilidad. Al carro se subieron los tejanos, y con el incendio a la espalda, como zorros rabiosos, o con los muertos de la casa a la grupa, tuvieron que salir, descalzos y hambrientos, de su tierra de Texas.[183]

     Después de detenerse en las distintas posiciones asumidas por los delegados en este decisivo debate sobre el arbitraje concluye:

¡Conque Chile se niega, y México se va de lado, y Centro América alza la cabeza, y la Argentina lleva la voz de rebelión! ¡Conque los periódicos arremeten contra Blaine, desnudan el proyecto, prueban que vence en él “la familia del sur”, celebran “la amplia diplomacia y sereno juicio” de los miembros latinos de la conferencia, y reconocen, “por la voz del Herald que el mérito de la conferencia ha sido suyo, y la habilidad, y el triunfo![184]

     Y a su vez, la reacción de la delegación del Norte, que no podía admitir sentirse burlada por “esa gente del sur”, y que aconsejaba: “¡Por arte, o por intimidación, hay que sacar los tratados de arbitraje; o se viene encima la silba, y Harrison se regocijará del escarnio de Blaine, y la candidatura de Blaine se viene abajo […]”. Zegarra,[185] el delegado del Perú, votará el arbitraje solo “si se vota el proyecto contra la conquista”. “Entre los delegados”, dice Martí, “se susurra que es mucha la cólera de Blaine”, que ya insinúa, en “conferencias privadas”, y pronto a salir “de sus modos blandos”, que los Estados Uni­dos podrían imponer el arbitraje por la fuerza, llegado el caso. “Los del norte, ávidos, se consultan. Los del sur ¡desde la cuna se han consultado!”[186]

     Alerta en estas crónicas sobre el creciente interés que se había desatado en la prensa por los países de América, y todo “lo de Nica­ragua, y Costa Rica, y de la Unión de Centroamérica”. Veía con desagrado Washington, según el Times, “la entrada de Nicaragua en unión alguna”. Con escalofrío debió haber leído Martí la final pre­gunta del Sun, “en un artículo odioso”: “¿En qué dirección se ha de mover nuestra bandera? […] ¿sobre el norte, o sobre el sur, o sobre alguna de las Antillas?”[187]

     La exigencia del gobierno de Washington de dominar la penín­sula estratégica de San Nicolás, en Haití, la petición “a mano armada” de la bahía de Samaná en Santo Domingo; los arreglos con Núñez, presidente de Colombia, para que le vendiese los derechos sobre el Canal de Panamá;[188] el encargo hecho a Douglass de lograr que se inclinase Santo Domingo al protectorado,[189] pero, sobre todo, las negociaciones de Palmer en Madrid acerca de la compra de Cuba,[190] pusieron a Martí en ese estado “de angustia”, de náuseas mortales, de que habla en sus cartas a Mercado y a Quesada, y en el prólogo a los Versos sencillos. Después de los agitados debates que en torno al Zollverein y sobre todo al arbitraje tuvieron lugar en el seno de la Conferencia, es que pudo serenarse, al comprobar “la cautela y el brío de nuestros pueblos”. Estas crónicas recogen el tránsito entre “aquel invierno de angustia” de que habla en este prólogo y la con­firmación de su fe en el destino de nuestros pueblos de América.

JM “Nuestra América. Conferencia Internacional Americana”, OC, t. 6, p. 33-116.

  • “El Congreso de Washington”(I), La Nación, Buenos Aires, 8 de noviembre de 1889, OC, 6, pp. 33-40.
  • “El Congreso de Washington”(II), La Nación, Buenos Aires, 14 de noviembre de 1889, OC, t. 6, pp. 41-45.
  • “El proyecto del Zollverein”, El Partido Liberal, México, 3 de diciembre de 1889, Otras crónicas de Nueva York, investigación, introducción e índice de cartas de Ernesto Mejía Sánchez, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1983, pp. 126-128.
  • “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias”(I), La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1889, OC, t. 6, pp. 46-54.
  • “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias”(II), La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889, OC, t. 6, pp. 54-63.
  • “La Conferencia Americana”, La Nación, Buenos Aires, 24 de enero de 1890, OC, t. 6, pp. 63-70.
  • “La política internacional de los Estados Unidos”, La Nación, Buenos Aires, 20 de marzo de 1890, OC, t. 6, pp. 73-75.
  • “El ferrocarril interamericano y la Conferencia Panamericana”, El Partido Liberal, México, 13 de marzo de 1890, OC, t. 6, pp. 76-78.
  • “La Conferencia de Washington”(I), La Nación, Buenos Aires, 9 de mayo de 1890, OC, t. 6, pp. 78-84.
  • “La Conferencia de Washington”(II), La Nación, Buenos Aires, 31 de mayo de 1890, OC, t. 6, pp. 84-101.
  • “Congreso de Washington”,La Nación, Buenos Aires, 15 de junio de 1890, OC, t. 6, pp. 101-106.
  • “Los delegados argentinos en Nueva York”,La Nación, Buenos Aires, 19 de junio de 1890, OC, t. 6, pp. 106-111.
  • “Los asuntos hispanoamericanos en Washington”, La Nación, Buenos Aires, 31 de agosto de 1890, OC, t. 6, pp. 111-116. 

DIEZ CARTAS DIRIGIDAS A GONZALO DE QUESADA

     Giran en torno a la Conferencia, que había abierto sus sesiones el 2 de octubre, mes en que comienza, y llega hasta abril, en que estalla el gran debate en torno al arbitraje. A Quesada lo habían nombrado secretario del doctor Roque Sáenz Peña, delegado de la Argentina a la Conferencia, a la que también asistía José Ignacio Rodríguez como intérprete y como secretario de la Comisión de Derecho Internacional. Rodríguez, viejo anexionista, había sido maestro del Colegio El Salvador, y Martí recordaba algunas mues­tras de solicitud y afecto, que le había dado cuando él era niño, por lo que habla de él con mesura y respeto.[191] Le parece bien que Que­sada “esté en amistad con un hombre a quien quiero tanto como José Ignacio Rodríguez”, de “juicio claro y hermosura de alma”, pero no deja de advertirle: “Tiene en los yankees más fe que yo: pero ¿por esto lo he de que­rer menos?”[192]

     Mal le pagó ese afecto el viejo José Ignacio que, en su libro sobre el origen y desenvolvimiento de la idea de anexión en Cuba, emitió acerca de él una opinión que no revela ciertamente ni “juicio claro” ni clarividencia alguna.[193]

     En su segunda carta (de octubre 29), ya se le empieza a nublar el buen ánimo:

Por lo pequeño de la letra verá Vd. que el alma anda hoy muy triste, y acaso la causa mayor sea, más que el cielo oscuro o la falta de salud, el pesar de ver como por el interés acceden los hombres a falsear la verdad, y a comprometer, so capa de defenderlos, los problemas más sagrados. De estas náuseas quisiera yo que no sufriese Vd. nunca, porque son más crueles que las otras.[194]

     Lo pone en guardia acerca de que “con el pretexto de amistad, se le acerquen personas interesadas que quieran valerse de la posición de confianza de que goza, cerca de una delegación importante […]” Oscila entre el respeto que le ha hecho guardarse “ni de frente ni de soslayo”, de influirle directamente sus propias ideas “sobre estas cosas delicadas del Congreso, y sobre los hombres que de dentro o de fuera intervienen en él” y la necesidad de alertarlo, —confiando en su discreción y en la seguridad de obrar con un desinterés vigilante en bien de toda nuestra América— sobre algunas esenciales cuestiones: “no me ha de tener a mal que lo ponga en guardia sobre estas acechanzas sutiles […]”[195]

     Martí le informa que se había llegado a enviar a La Discusión, de La Habana, firmado con sus iniciales, un artículo a favor de la anexión, en que la daban por prometida por Blaine para confundir la opinión del país acerca de los tratados de los revolucionarios cubanos con los Estados Unidos. Y ya adelanta este juicio sobre la Con­ferencia: “Creo, en redondo, peligroso para nuestra América o por lo menos inútil, el Congreso Internacional”.[196]

     Le ve la única ventaja en compelerlos a reconocer que Cuba debía ser independiente, aunque:

nunca hubiera pensado yo en sentar el precedente de poner a debate nuestra fortuna, en un cuerpo donde, por su influjo de pueblo mayor, y por el aire del país, han de tener los Estados Unidos parte principal […][197]

     Entiende que sería inevitable que se presentase al Congreso el caso de Cuba, y la cuestión era “presentarlo de modo más útil. Para mí no lo es ninguno que no le garantice a Cuba su absoluta indepen­dencia”. Lo que habría de obtenerse del Congreso era una recomen­dación “que llevase aparejado el reconocimiento de nuestro derecho a la independencia”,

saber cuál es la posición de este vecino codicioso, que confesamente nos desea, antes de lanzarnos a una guerra que parece inevitable, y pudiera ser inútil, por la determinación callada del vecino de oponerse a ella otra vez, como medio de dejar la Isla en estado de traerla más tarde a sus manos, ya que sin un crimen político, a que solo con la intriga se atrevería, no podría echarse sobre ella cuando viviera ya ordenada y libre.[198]

     Cuenta que “en el Congreso no nos han de faltar amigos”, “por simpatía o por piedad”. Cuenta con hacer una exposición en que “cupiesen todas las opiniones, en José Ignacio pensé, como pensé en Ponce y en cuantos con diferencia de métodos, quieren de veras a su país, para que acudiesen al Congreso con sus firmas, en una solicitud que el Congreso no podía dejar de recibir […] por la moderación y habilidad de la súplica”. Aun piensa obtener del Con­greso que en la nueva guerra que se aproximaba no fuesen a ser los Estados Unidos aliados de España, aunque teniendo, como tenía, la anexión de la Isla tantos seguidores, no esperaba mucho, ni de estos, ni de los Estados Unidos, que no darían su voto a nada que contrariase sus intereses.[199]

En esto me llega su carta de Vd. De los móviles de José Ignacio Rodríguez no hay que hablar. Ama a su patria con tanto fervor como el que más, […] pero en estas cosas de Cuba y el Norte va guiado de la fe, para mí imposible, en que la nación que por geografía, estrategia, hacienda y política—necesita de nosotros, nos saque con sus manos de las del gobierno español, y luego nos dé, para conservarla, una libertad que no supimos adquirir […][200]

     Porque: “una vez en Cuba los Estados Unidos ¿quién los saca de ella?” La fe de Rodríguez “es generosa”, pero “no la puedo compar­tir”. Insinúa que “los capitalistas y políticos de la costa” “han ido penetrando sutilmente hasta hallar en Rodríguez un auxiliar desinteresado y valioso”.[201]

     Le duele ver a “personas como Rodríguez”, equivocado, pero al que cree de buena fe, al lado de anexionistas confesos, como Manuel Moreno o Juan Bellido de Luna,[202] autor de un folleto en defensa de la anexión, publicado un año antes en Nueva York.

     En la tercera carta (de noviembre 12 de 1889), de franco conte­nido antianexionista y antimperialista, expresa: “Cambiar de dueño, no es ser libre”.[203]

     No quiere parecer intruso, a un tiempo que desea convencer de su error a Rodríguez, como a los delegados que ya acogían los rumo­res acerca de la posibilidad y conveniencia de la anexión. (“Para todo hay ciegos, y cada empleo tiene en el mundo su hombre”). Le han llegado ya, por varios conductos de Washington, “que en el Congreso se intenta tratar, en el interés norteamericano, el asunto de Cuba”.[204]

     En la cuarta (del 16 de noviembre de 1889) se vuelve ya contra “los vendidos” y “venales”, a los que podía echárselos atrás “de un bufido del honor”, y se fija en los elementos con que contaba en la América Latina para esta lucha.[205] De aquí nace su proyecto de hacer un periódico para la defensa de sus ideas. No había recursos econó­micos, pero: “¿Cómo dejar sin defensa a aquella a quien no defiende nadie, y están tantos dispuestos a vender?”[206] En la quinta carta (de noviembre de este año)[207] insiste en la idea del periódico, y se duele de su “fortuna escasa”. Reafirma su fe en la “prudencia y decoro” de nuestros pueblos.[208] En la sexta (también de noviembre)[209] elogia el discurso de Sáenz Peña, la crónica de Quesada, y la actitud del dele­gado de Bolivia: “qué verdad es que ya están echados los cimientos de lo que yo llamo América nueva!”[210]

     En la séptima (del 13 de diciembre), pide ayuda a Quesada para levantar el periódico que hubiera sido una especie de antecedente de Patria y en cuya necesidad ya desde el 87 piensa.[211] Usa hasta la expresión de su editorial “Nuestras ideas”:

Aquí como he sembrado mucho a tiempo, no están nuestras ideas solas. Ni en el Cayo, ni en Tampa. En Cuba ¿quién sabe si logramos levantar un partido anti-anexionista? En la Conferencia, medito sin cesar. La forma solo me detiene. Me es valiosísimo lo que V. me dice. En 1as manos de todos no podemos poner nuestro pensamiento, porque sería lo mismo que entregarlo al enemigo, que tiene tantos lomos a sus pies. ¿Y en qué manos generosas se podrá poner?[212]

     Quesada lo ponía a su vez al tanto, por su posición de secretario, y su conocimiento directo de lo que se conversaba, o rumoraba, de muchas entretelas de la Conferencia: “De las conversaciones, Vd. que conoce y compara, puede juzgar la de más peso”.

     Guarda “bajo tres llaves” los informes que le manda, por hallarse él en Nueva York.

De nada privado se puede usar en público jamás. Pero vale para darnos valor para adelantar juicios, que se sabe están confirmados por los hechos de que no se usa. Dígame de esto cuanto yo mismo en Washington habría de saber naturalmente.[213]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[181]“Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias”, ob. cit., pp. 56 y 57, respectivamente.

[182]Ibíd., pp. 53 y 54, respectivamente.

[183]Ibíd., p. 54.

[184]“La Conferencia de Washington”, ob. cit., pp. 96-97.

[185]Félix C. Coronel Zegarra y Castro.

[186]“La Conferencia de Washington”, ob. cit., p. 97.

[187]JM: “La Conferencia Americana”, La Nación, Buenos Aires, 24 de enero de 1890, OCEC, t. 6, p. 65.

[188]“El Congreso de Washington”, ob. cit., pp. 33 y 34, respectivamente.

[189]Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias”, ob. cit., p.  58.

[190]“[…] ¿Quién medita siquiera en el proyecto ya público de la compra de Cuba, donde no se ha secado todavía la sangre que el vecino astuto vio derramar, por la misma carta de principios con que se rebeló él contra sus dueños, sin tender un manojo de hilas, sin tender los brazos?”(JM: “Inauguración. Cómo entra y cómo sale un presidente en los Estados Unidos”, La Nación, Buenos Aires, 16 de abril de 1889, OCEC, t. 31, p. 130).

“De mí, no le diría más que quejumbres, sobre todo ahora que estoy fuera de mí, porque lo que desde años vengo temiendo y anunciando se viene encima, que es la política conquistadora de los Estados Unidos, que ya anuncian oficialmente por boca de Blaine y Harrison su deseo de tratar de mano alta a todos nuestros países, como dependencias naturales de este, y de comprar Cuba. Para morir se necesita más de lo que parece; porque yo estoy muerto desde hace mucho tiempo, y vivo, pero si de una sola noticia se pudiera morir, yo hubiera muerto de esta. Me consuelo con mi curapenas de siempre, que es el único que cura las penas reales, y las imaginarias, y lo deja a uno respetable ante los demás, y ante sí propio, el trabajo”. (JM: “Carta a Enrique Estrázulas”, [Nueva York] 15 de febrero [de 1889], OCEC, t. 31, pp. 226-227).

“[…] tengo el espíritu como mortal, por las serias noticias que ya salen a luz sobre el modo peligroso y altanero con que este país se propone tratar a los nuestros,—por los planes que veo que tienden, en lo privado y en lo público, para adelantar injustamente su poder en los pueblos españoles de América,—y por la declaración, ya casi oficial, de que intentan proponer a España la compra de Cuba. Cuando no se muere de ciertos dolores, o de este, la vida debe ser cosa de mucha fuerza. Ni sé yo, si sucediera, cómo podría quedar con vida. No hablo así por el arrebato de la sorpresa, porque esto lo he visto venir; sino por el pesar de verlo probable, y con menos obstáculos de lo que parece. De otras penas, me he levantado. Pero de esta, no sé cómo. […] Porque lo doloroso es que veo de todas partes la agresión, y de ninguna la resistencia. Y aun me sorprende tener noticia de la amistad íntima de los mismos encargados de velar por nuestras tierras, con algunos de los más enérgicos en propagar, y en costear la propagación, de las doctrinas que les son contrarias! La acometida va a ser muy vigorosa. Y no veo la defensa. Ni entre mis mismos cubanos la veo, y aun son ellos los que, llevados de un amor ciego a la libertad, se prestan a servir de instrumentos a los que solo saben desdeñarlos. Yo me sonrío en todas mis tristezas; pero en esta, no sabré sonreír”. (JM: “Carta a Manuel Mercado”, [Nueva York] 19 de febrero [de 1889], OCEC, pp. 229-230).

Véase, además, el texto Cuba y los Estados Unidos, El Avisador Hispanoamericano, Publishing Co., New York, 1889, OCEC, t. 31, pp. 207-219.

[191]“Espero, pues, que pueda sin mucho trabajo hacerme recoger, aunque sea como préstamo, los discursos que le pido,—y que crea que no por escribirle poco, lo quiero menos, ni recuerdo con tibieza las horas de ánimo y ternura que le debió en la niñez / su / José Martí”.  (JM: “Carta a José Ignacio Rodríguez”, [Nueva York] 28 de mayo [de 1890], EJM, t. II, p. 202).

En carta a Gonzalo de Quesada, Martí le recomienda: “Dígale a José Ignacio que, entren y salgan congresos, yo soy siempre para él el niño amoroso y agradecido a quien llevaba de paseo al Calabazar”. (Nueva York, abril de 1892, EJM, t. III, p. 81).

[192]JM: “Carta a Gonzalo de Quesada”, Nueva York, 17 de octubre de 1889, EJM, t. II, pp. 132-133.

[193]José Ignacio Rodríguez: Estudio histórico sobre el origen, desenvolvimiento y manifestaciones prácticas de la idea de la anexión de la isla de Cuba a los Estados Unidos de América, La Habana, La Propaganda Literaria, 1900, pp. 264-294.

[194]JM: “Carta a Gonzalo de Quesada”, Nueva York, 29 de octubre de 1889, EJM, t. II,  p. 141.

[195]., pp. 141-142.

[196]Ibíd., pp. 142-143.

[197]Ibíd., p. 143.

[198]Ibíd., pp. 143-144.

[199]Ibíd., p. 144.

[200]Ídem.

[201]Ibíd., p. 145.

[202]Ídem.

[203]“Carta a Gonzalo de Quesada”, Nueva York, 17 de octubre de 1889, ob. cit., p. 154.

[204]Ibíd., p. 155.

[205]“Son algunos los vendidos y muchos los venales; pero de un bufido del honor puede echarse atrás a los que, por hábitos de rebaño, o el apetito de las lentejas, se salen de las filas en cuanto oyen el látigo que los convoca, o ven el plato puesto. El interés de lo que queda de honra en la América Latina,—el respeto que impone un pueblo decoroso—la obligación en que esta tierra está de no declararse aún ante el mundo pueblo conquistador—lo poco que queda aquí de republicanismo sano—y la posibilidad de obtener nuestra independencia antes de que le sea permitido a este pueblo por los nuestros extenderse sobre sus cercanías, y regirlos a todos:—he ahí nuestros aliados, y con ellos emprendo la lucha”. (JM: “Carta a Gonzalo de Quesada”, Nueva York, 16 de noviembre de 1889, EJM, t. II, p. 156).

[206]Ibíd., p. 157.

[207]Luis García Pascual la fecha en diciembre de 1889. (N. del E. del sitio web).

[208]JM: “Carta a Gonzalo de Quesada”, [Nueva York, diciembre de 1889], EJM, t. II, p. 166.

[209]Luis García Pascual la considera escrita el 27 [de marzo de 1890]. (N. del E. del sitio web).

[210]JM: “Carta a Gonzalo de Quesada”, [Nueva York] miércoles 27 [de marzo de 1890], EJM, t. II, pp. 190-191.

[211]Véase JM: “Carta a José Dolores Poyo”, New York, 29 de noviembre de 1887, OCEC, t. 27, pp. 198-199.

[212]JM: “Carta a Gonzalo de Quesada”, Nueva York, 13 de diciembre 1889, EJM, t. II, p. 167.

[213]Ibíd., pp. 168-169.