TEXTOS ANTIMPERIALISTAS DE
JOSÉ MARTÍ
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MADRE AMÉRICA
No había pasado un mes de su discurso sobre Heredia,[130] pronuncia de nuevo, ante los delegados de la Conferencia Internacional Americana, en este importantísimo año de 1889[131] en que se radicaliza al máximo su pensamiento antimperialista, su magno discurso “Madre América”, en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York. No se trata, sin embargo, de un discurso “literario” no obstante su perfecta estructura formal y su levantado tono poético ni de una mera reconstrucción histórica de los orígenes de las dos colonizaciones del Norte y el Sur, o sea, la inglesa y la española. Aunque no podría llamársele un texto antimperialista, por no ser ese su contenido expreso, sí hay en este discurso, como en el de Heredia, como fondo de su carácter poético y americanista una motivación política que se relaciona muy estrechamente con su campaña contra la anexión y que aprovecha esta visita de los delegados hispanoamericanos para resaltar los orígenes y caracteres diversos de estas dos civilizaciones, avivar la conciencia de la unidad de nuestra América y exhortar a su fidelidad y su servicio. La estructura paralela de las frases en que analiza una y otra colonización y revela su contraste, se mantiene hasta el final del discurso, en que al fin su propósito rector asoma y se evidencia:
No vivimos, no, como siervos futuros ni como aldeanos deslumbrados, sino con la determinación y la capacidad de contribuir a que se la estime por sus méritos, y se la respete por sus sacrificios; porque las mismas guerras que de pura ignorancia le echan en cara los que no la conocen, son el timbre de honor de nuestros pueblos […] ¡Donde no se olvida, y donde no hay muerte, llevamos a nuestra América, como luz y como hostia; y ni el interés corruptor, ni ciertas modas nuevas de fanatismo, podrán arrancárnosla de allí! Enseñemos el alma como es a estos mensajeros ilustres que han venido de nuestros pueblos, para que vean que la tenemos honrada y leal, y que la admiración justa y el estudio útil y sincero de lo ajeno, el estudio sin cristales de présbita ni de miope, no nos debilita el amor ardiente, salvador y santo de lo propio.[132]
JM: “Madre América”, discurso en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, 19 de diciembre de 1889, OC, t. 6, pp. 133-140.
ARTÍCULOS SOBRE LA CONFERENCIA INTERNACIONAL
AMERICANA DE WASHINGTON, DE 1889
Se conocen dos que aparecieron en El Partido Liberal, de México, uno incluido en este tomo de las Obras completas[133] y otro dado a conocer por Ernesto Mejía Sánchez en Nuevas cartas de Nueva York (México, Siglo XXI, 1980, pp. 125-127. La segunda edición, con el título de Otras crónicas de Nueva York, fue publicada en La Habana por el Centro de Estudios Martianos y la Editorial de Ciencias Sociales, 1983, pp. 126-128).[134] Pero la serie más importante y completa es la que publicó La Nación, de Buenos Aires del 8 de noviembre de 1889 al 31 de agosto de 1890. Se trataba de la primera maniobra estadounidense para lograr el predominio económico sobre la América Latina. Los objetivos reales del Congreso, convocado por el secretario de Estado, Blaine, eran principalmente dos: uno de carácter político, el arbitraje permanente y compulsorio de los Estados Unidos en las cuestiones interamericanas; y otro de carácter comercial: el Zollverein o Unión aduanera, “que en Alemania”, escribe Martí, “era tendencia justa por ser toda de unos mismos padres, mientras que en América no cabe, por estar poblada por dos naciones que pueden visitarse como amigos, y tratarse sin pelear”.[135] A estos dos objetivos se opuso la delegación argentina. El delegado Sáenz Peña, quien la llamó “ensueño utópico”,[136] señalando “la puerilidad de pretender que los pueblos a cuyos frutos cierra las puertas se obliguen a comprarle caro lo que les ofrecen barato los pueblos que les abren las puertas de par en par”,[137] y el delegado también argentino Quintana,[138] que descubrió los fines de predominio encubiertos detrás del arbitraje permanente propuesto por los Estados Unidos y proponiendo otro proyecto de arbitraje, ejemplar y equitativo. Con el Zollverein se proponían volcar en nuestra América sus productos sin pago de derechos excluyendo el comercio libre con Europa y el resto del mundo, que nos vendían más barato, sin exigir como los norteamericanos sumisión política.
Martí se refirió al “certero plan de arbitraje”[139] de Sáenz Peña y fue siguiendo las vicisitudes y posiciones de los distintos delegados americanos, que terminaron con una final derrota de la proposición norteamericana. En la importante adición al proyecto de arbitraje, elaborada por la Comisión formada por los delegados de la Argentina, Chile, Venezuela, Brasil, Bolivia, Colombia y Guatemala, se acordaba eliminar el derecho de conquista del derecho público americano, por considerar injustificables los actos de violencia y despojo, y nulas las cesiones territoriales hechas bajo amenaza de guerra o presión, proposición que contó con la oposición visible de Trescott (vocero de Blaine) y Henderson,[140] demócrata contrario a Blaine, pero que también pretendía un tribunal permanente norteamericano, con omisión de la cláusula que redimía del arbitraje obligatorio los casos de independencia, y la exclusión de árbitros que no fuesen de América.
Martí hizo un gran elogio del discurso de Quintana:
Fulminaba y contendía. No era lo que decía ataque, sino respuesta; ni verba, sino sentido; ni fanfarronada perniciosa, sino indispensable altivez. El que muestra rodillas flacas, ya está en tierra. […] No es cuestión de razas, sino de independencia o servidumbre. Ni pueblos fuertes rubios, para su beneficio y moral, sobre los pueblos meritorios y capaces de América; ni pueblos fuertes trigueños, para su poder injusto, sobre las naciones afligidas de la América del sur.[141]
El arbitraje propuesto no era “un pacto de abdicación, de vasallaje, ni de sometimiento”, las naciones americanas “conservarán la dirección exclusiva de su destino político con absoluta prescindencia de las demás”.[142]
“Ni tribunales permanentes”, dijo Quintana, “ni arbitraje compulsorio”,[143] concluye. Encomia su negativa a firmar tratado alguno sin consulta y aprobación de su gobierno, sino darle el carácter de meras “recomendaciones”[144] (y no como quería Trescott, carácter de ley, “con sellos vistosos” y “pergamino”),[145] y de limitar su duración a veinte años. El tratado debía ser ratificado, de verificarse, por las naciones que lo aprobasen, señalando el modo de adherirse a él de las que solicitasen hacerlo.
En sus artículos Martí recogió la opinión de la prensa sobre la derrota del plan norteamericano, llamado “triunfo de la diplomacia americana” por el Tribune (que era blainista) y por el Evening Post “victoria patente y completa del pensamiento hispanoamericano sobre arbitraje, marcadamente opuesto al pensamiento de los Estados Unidos”.[146] Quintana mantuvo en su discurso que: “Ante el derecho internacional americano no existen en América naciones grandes ni pequeñas: todas son igualmente soberanas e independientes: todas son igualmente dignas de consideración y de respeto”.[147] De respetar este espíritu, Argentina firmaría; de lo contrario, no. Los enconados debates en torno al proyecto, los contrastados intereses que al principio de la Conferencia se pusieron de manifiesto entre las mismas naciones americanas, fueron dando paso a un creciente sentimiento de unión entre nuestros países que acabó por dar al traste con el tratado:
¡Sale, pues, más pobre que todos los demás, el proyecto a que se quería dar más pompa y énfasis! En vez de la alcaidía continental del senador Fry, el autor de la convocatoria de la conferencia, que pidió tutor perpetuo para los pueblos de sesos calientes del Sur, la conferencia aprueba un proyecto de los pueblos del Sur contra toda alcaidía y tutela; que mira en su casa propia cara a cara: y el proyecto no lleva la firma de los pueblos que la secretaría de estado llamó a junta de amigos magnos, teniéndolos por cabeceras de América.[148]
Señala Martí la hipocresía de Blaine al elogiar a Quintana y pronunciar frases que parecían “arranque de amor fraterno” y eran solo “promesa[s] disimulada[s]”.[149]
Ya se preparaba la última sesión. Observa el desengaño de algunos delegados al comprobar que la Conferencia había sido un “ardid electoral”[150] de Blaine. Consigna la conciencia que adquirieron los delegados de Centroamérica acerca de la necesidad de marchar unidos, y los distintos brindis de los hispanoamericanos, sobre todo de Quintana, quien afirmó: ¡Nada más que un pueblo somos todos nosotros en América!,[151] así como el brindis que él mismo hizo, aunque aún vivía “sin patria”.[152] Inquietud acerca de si Argentina ganaría el proyecto contra la conquista, como había ganado al combatir el Zollverein o Unión aduanera. Toda la América Latina se sumaba al proyecto contra la conquista, salvo Chile. “En nuestra América no puede haber Caínes”, comenta Martí. “¡Nuestra América es una!”.[153] Oposición de los Estados Unidos a firmar este proyecto. (“¿Por qué los Estados Unidos son los únicos que no aceptan?”). Entrevista de Blaine con la Comisión que hizo el proyecto, que primero aceptó (después que Quintana lo tranquilizó diciéndole que no se intentaba con él “poner en tela de juicio los derechos de los Estados Unidos sobre la tierra que le quitaron a México” o “los que les pudieran caber en lo futuro, por la ocupación violenta del Canadá”)[154] y después de su entrevista con Henderson finalmente rechazó. Proposición de Blaine: no condenar “la conquista para siempre, sino por el mismo término por que se ha acordado el arbitraje”, o sea, “por veinte años”. Razonamiento impecable de Quintana y resistencia a darle solo una duración de veinte años a la inhumana conquista. Concesión final de ese límite, siempre que se conservase “la cláusula del arbitraje en los casos de renuncias territoriales forzosas”,[155] amparo, a su juicio, el más seguro contra la conquista. Votación final. Martí concluye el artículo: “¿Por qué era un pueblo de nuestra América, de nuestra familia de pueblos, el único que salió de la Conferencia con la cabeza baja?”[156]
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[130]“Heredia”, ob. cit., pp. 165-176.
[131]Véase Bernardo Callejas: “1889 en José Martí: hacia un nuevo Ayacucho”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1981, no. 4, pp. 106-145.
[132]“Madre América”, ob. cit., p. 140.
[133]JM: “El ferrocarril interamericano y la Conferencia Panamericana”, El Partido Liberal, México, 13 de marzo de 1890, OC, t. 6, pp. 76-78.
[134]JM: “El proyecto del Zollverein”, El Partido Liberal, México, 3 de diciembre de 1889, Otras crónicas de Nueva York, investigación, introducción e índice de cartas de Ernesto Mejía Sánchez, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1983, pp. 126-128.
[135]“[…] en Alemania era tendencia justa por ser toda de unos mismos padres, mientras que en América no cabe, por estar poblada por dos naciones que pueden visitarse como amigos, y tratarse sin pelear, pero no echar por un camino, porque una quiere ponerse sobre el mundo, mientras que la otra le quiere abrir los brazos”. (JM: “La Conferencia de Washington”, La Nación, Buenos Aires, 9 de mayo de 1890, OC, t. 6, p. 83).
[136]Ibíd., p. 82.
[137]Ibíd., p. 83.
[138]Manuel Quintana, delegado de la República Argentina a la Conferencia Internacional Americana.
[139]JM: “La política internacional de los Estados Unidos”, La Nación, Buenos Aires, 20 de marzo de 1890, OC, t. 6, p. 74.
[140]John B. Henderson.
[141]JM: “La Conferencia de Washington”, La Nación, Buenos Aires, 31 de mayo de 1890, OC, t. 6, p. 91.
[142]Ídem.
[143]Ibíd., pp. 88-89.
[144]Ibíd., p. 98.
[145]Ibíd., p. 99.
[146]Ibíd., p. 90.
[147]Ibíd., p. 91.
[148] Ibíd., pp. 100-101.
[149]Ibíd., p. 101.
[150]JM: “Congreso de Washington”, La Nación, Buenos Aires, 15 de junio de 1890, OC, t. 6, p. 101.
[151]Ibíd., p. 102.
[152]“Un americano, sin patria, hijo infeliz de una tierra que no ha sabido aun inspirar compasión a las repúblicas de que es centinela natural, y parte indispensable, veía, acaso con lágrimas, aquel arrebato de nobleza. Las repúblicas, compadecidas se volvieron al rincón del hombre infeliz, y brindaron por el americano sin patria. Lo que tomaron unos a piedad y otros a profecía”. (Ídem).
[153]Ídem.
La unidad política de nuestra América es tema recurrente en la prédica martiana:
“Soy de Hidalgo la voz; soy la mirada
Ardiente de Bolívar: soy el rayo
De la eterna justicia, en que abrasada
América renace,
Desde las fuentes en que el Bravo nace
Hasta el desierto bosque paraguayo!”
(JM: Patria y libertad. (Drama indio), [versión mecanografiada], Guatemala, 1877, OCEC, t. 5, p. 121. Hay otro fragmento con ligeras variantes en la p. 145).
“Y llegada la hora de los brindis, que otros diarios más venturosos que La América reseñan, adivinábase, ¡qué más pudiera decirse, ni es necesario decir! que del Bravo al Plata no hay más que un solo pueblo”. (“El centenario de Bolívar en Nueva York”, La América, agosto de 1883, OCEC, t. 18, p. 123).
“Pueblo, y no pueblos, decimos de intento, por no parecernos que hay más que uno del Bravo a la Patagonia. Una ha de ser, pues que lo es, América, aun cuando no quisiera serlo: y los hermanos que pelean, juntos al cabo en una colosal nación espiritual, se amarán luego”. (“Libros de hispanoamericanos, y ligeras consideraciones”, La América, Nueva York, julio de 1884, OCEC, t. 19, p. 286).
“Nuestra patria es una, empieza en el Río Grande, y va a parar en los montes fangosos de la Patagonia”. (“Carta de Nueva York”, La República, Tegucigalpa, 1886, OCEC, t. 24, p. 183).
[154]“Congreso de Washington”, ob. cit., p. 103.
[155]Ibíd., pp. 104-105.
[156]Ibíd., p. 106.