TEXTOS ANTIMPERIALISTAS DE
JOSÉ MARTÍ
...continuación 6...
CARTA A SERAFÍN BELLO
La escribe con motivo de la huelga obrera a la que fueron en este año los tabaqueros del Cayo y la división a que dio lugar entre los radicales, influidos por los anarquistas, y los nacionalistas, como Poyo, que, desde las columnas de El Yara hacían un llamado a la unión. Martí se refiere al “fin necesario” de esta huelga. “Lo social está ya en lo político en nuestra tierra […]”.[109] Aunque reiteradamente ha advertido que nada serían los cambios políticos si no implicaran profundos cambios sociales, no creyó que estos cambios debían ser el primer objetivo sino el resultado de la tarea más inmediata y urgente de la previa liberación del país del dominio español. En sus discursos conmemorativos del 10 de Octubre[110] siempre señalará como el hecho más importante y diferenciador de nuestra Revolución (en comparación con la norteamericana) el haber empezado por declarar libres a los esclavos, o sea, el haber hecho partir de una sola raíz la liberación política y la liberación de la esclavitud. Por ello, en esta carta, con oportunidad de la innecesaria división de la clase obrera, recuerda que “en nuestra tierra”, lo social estaba ya en lo político:
Se cede en lo justo y lo injusto cae solo. Es todo el secreto de esas luchas que parecen terribles y solo lo son mientras no entran en ellas, de un lado y de otro, los hombres cordiales. La huelga sería más de lamentar si fuese, como me dice que es, resultado del maltrato y desdén más que de la injusticia de la paga. Estas cosas de paga son de relación y localidad, y solo se pueden ver sobre el terreno, aunque por lo que V. me dice y leo, la razón está, como suele, del lado de los débiles.[111]
Toda la carta es una declaración de principios que deja clara su posición en favor siempre de los trabajadores (“El corazón se me va a un trabajador, como a un hermano”), su modo de zanjar la cuestión racial (“El hombre de color tiene derecho a ser tratado por sus cualidades de hombre, sin referencia alguna a su color”). Proclama una “igualdad rigurosa” para todos (“Ni me ocurre que se pueda pensar de otra manera. Pero se piensa”). Pero a su vez advierte la inconveniencia de plantear a destiempo un problema que lo es solo “de relación y localidad”, desprendiéndolo del bien mayor del que depende: la independencia de la patria… De ese modo “se retarda el bien de los hombres,—y por torpeza e injusticia, el de nuestra patria”.[112]
La torpeza sería tácita referencia a “la huelga” que “ha de terminar, no sin enseñanzas”. La “injusticia”, a aquellos que “por tener cuenta gorda en el banco”, se creen “como corona entre los demás hombres”. Cree que la terminación de la huelga sería de provecho para los obreros, “aun cuando la pierdan”:[113] lo que no se podía retardar era la unión en bien de la patria. Después, “lo injusto” caería.
Aunque la carta parece plantear dos temas inconexos: este de la huelga y el que abordará enseguida, el de la Conferencia Internacional, los dos asuntos están en íntima conexión. El desvío de los problemas nacionales favorecía la asociación de los obreros cubanos con los estadounidenses y el crecimiento de la idea de anexión que se aprovechaba de esta desvinculación del problema político, de este rechazo de la idea misma de patria. La insistencia de Martí en que la Revolución no sería un mero “cambio de formas”[114] en provecho de ninguna casta privilegiada, era una “forma” de dar respuesta a estos temores, sin duda legitimados por las repúblicas ya liberadas de América, que habían dejado en el mismo desamparo a la mayoría humilde y trabajadora a que debían mayormente su triunfo. Pero esta prédica la hará siempre en nombre del bien fundamental y primero de la patria, que es como llamará a su periódico. Al hacer crisis, esta división de la clase obrera justamente en el momento del peligro que representaba no solo para Cuba sino para toda la América la Conferencia Internacional de Washington, Martí siente que tiene que dedicar todas sus energías a la vigilancia, exposición, denuncia, de los propósitos secretos de la Conferencia. La Comisión Ejecutiva,[115] de que era Presidente, había ya establecido, desde 1887, como punto central de su Programa, el combatir la idea de anexión de la Isla a los Estados Unidos. Pero ahora se trata de algo más grave: de la política imperial que soñaba con “apoderarse de Cuba”,[116] que intentaría negociar incluso su compra con el gobierno de España. Lo de la huelga de veras era cosa “de localidad” al lado de lo que llamará siempre “el peligro mayor”, [117] y de una inoportunidad evidente. De aquí que deje a un lado este asunto, y aún el de la campaña ya emprendida, y aclare a Bello:
¿Por qué no le he escrito? ¿Por qué no he empezado la campaña activa? […] Tiene métodos muy sutiles la ambición poderosa, y sería preciso que estuviera Vd. aquí, y aún estando no lo vería acaso bien, para entender cuánto estrago hace, hasta en los más fieles, la esperanza funesta, y arteramente secundada por los mismos nuestros, por interés o fanatismo, de que a Cuba le ha de venir algún bien de un Congreso de naciones americanas[118] donde, por grande e increíble desventura, son tal vez más las que se disponen a ayudar al gobierno de los E. Unidos a apoderarse de Cuba, que las que comprendan que les va su tranquilidad, y acaso lo real de su independencia, en consentir que se quede la llave de la otra América en estas manos extrañas.[119]
Lo que quiere ver surgir del Cayo no es una disensión, así fuese por motivos fundados, sino “una admirable protesta”:
Que de allí nazca, porque de allí tiene derecho a nacer. Pero con propósito y pensamiento que no se queden allí. Es preciso que Cuba sepa quiénes y para qué, quieren aquí la anexión. De Cuba, en la desesperación, la anhelan los que guían:—no la juventud, no la población mayor.[120]
Expresa “la soledad” en que se ve para emprender esa campaña, “porque cual más cual menos espera lo que abomino”. Y añade: “lo he de impedir, he de implorar, estoy implorando, pongo al servicio de mi patria en el silencio todo el crédito que he podido irle dando en esas tierras hermanas a mi nombre. Con dos o tres leales haré cuanto pueda”. Advierte que “la corriente es mucha, y nunca han estado tan al converger los anexionistas ciegos de la Isla, y los anexionistas yankees”. De ello “solo esperan a nuestra tierra las desdichas y el éxodo de Texas”. Con dolor señala lo que significaría este “predominio norteamericano […] en el continente”: “Para mí, sería morir. Y para nuestra patria”.[121]
JM: “Carta a Serafín Bello”, New York, 16 de noviembre de 1889, EJM, t. II, pp. 158-161.
HEREDIA
Se refiere Martí al deseo del poeta de que las repúblicas libres de América ayudasen a liberar a Cuba, continuando “la carrera en que habían paseado el estandarte del sol San Martín y Bolívar” y a la intromisión de los Estados Unidos para evitarlo:
Y ya ponía Bolívar el pie en el estribo, cuando un hombre que hablaba inglés, y que venía del Norte con papeles de gobierno, le asió el caballo de la brida, y le habló así: “¡Yo soy libre, tú eres libre; pero ese pueblo que ha de ser mío porque lo quiero para mí, no puede ser libre!” Y al ver Heredia criminal a la libertad, y ambiciosa como la tiranía, se cubrió el rostro con la capa de tempestad, y comenzó a morir.[122]
Martí aprovecha la invitación que se había hecho a los delegados de los pueblos de América a la Conferencia Internacional de Washington a admirar el portento de “la catarata formidable” para canalizar, a través de la admiración al cantor del Niágara —lugar en que se habían conciliado en 1886 los anexionistas para aunar sus propósitos de expansión por el Continente— los sentimientos de la unidad de nuestros pueblos, y el fervor por quien había despertado en su “alma, como en la de los cubanos todos, la pasión inextinguible por la libertad”:[123]
Allí, convidados a admirar la majestad del portento, y a meditar en su fragor, llegaron, no hace un mes, los enviados que mandan los pueblos de América a juntarse, en el invierno, para tratar del mundo americano;[124] y al oír retumbar la catarata formidable, “¡Heredia!” dijo, poniéndose en pie, el hijo de Montevideo; “¡Heredia!” dijo, descubriéndose la cabeza, el de Nicaragua; “¡Heredia!”, dijo, recordando su infancia gloriosa, el de Venezuela; “¡Heredia!”… decían, como indignos de sí y de él, los cubanos de aquella compañía; “¡Heredia!”, dijo la América entera; y lo saludaron con sus cascos de piedra las estatuas de los emperadores mexicanos, con sus volcanes Centro América, con sus palmeros el Brasil, con el mar de sus pampas la Argentina, el araucano distante con sus lanzas.[125]
Pide al poeta que les dé a todos virtud suficiente para defender la libertad, o “perecer en uno de los cataclismos que tu amabas”[126] de no ser dignos de él.
A esta negativa del gobierno de los Estados Unidos de ayudar a la liberación de Cuba[127] se refiere también en su artículo “Un héroe americano”, publicado en La Nación de Buenos Aires, el 13 de mayo de 1888, en que recuerda las “razones de conveniencia” que opusieron a la liberación de las Antillas los que ahora rendían honras militares al héroe, al ser trasladado su cadáver a Venezuela[128] y en “Páez”, publicado en El Porvenir de Nueva York el 11 de junio de 1890:
¿Podrá un cubano, a quien estos recuerdos estremecen, olvidar que, cuando tras dieciséis años de pelea, descansaba por fin la lanza de Páez en el Palacio de la Presidencia de Venezuela, a una voz de Bolívar saltó sobre la cuja, dispuesta a cruzar el mar con el batallón de “Junín”, “que va magnífico”, para caer en un puerto cubano, dar libres a los negros y coronar así su gloria de redentores con una hazaña que impidieron la sublevación de Bustamante en el Perú, adonde Junín tuvo que volver a marchas prontas, y la protesta del Gobierno de Washington, que “no deseaba cambio alguno en la condición ni en la posición política de Cuba?”[129]
JM: “Heredia”, discurso en Hardman Hall, Nueva York, 30 de noviembre de 1889 (El Avisador Hispanoamericano, suplemento al no. 176, Nueva York, 3 de diciembre de 1889), OC, t. 5, pp. 165-176.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[109]JM: “Carta a Serafín Bello”, New York, 16 de noviembre de 1889, EJM, t. II, p. 158.
[110]JM: “Discursos en conmemoración del 10 de Octubre de 1868”, Masonic Temple, Nueva York, 10 de octubre de 1887 y 1888, OCEC, t. 27, pp. 13-25 y OC, t. 4, pp. 229-232; y Hardman Hall, Nueva York, 10 de octubre de 1889, 1890 y 1891, OC, t. 4, pp. 235-244, 247-255 y 257-266, respectivamente.
[111]“Carta a Serafín Bello”, ob. cit., pp. 158-159.
[112]Ibíd., p. 159.
[113]Ídem.
[114]“El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu”. (Nuestra América. Edición crítica, ob. cit., 2006, p. 43).
[115]Comisión Ejecutiva de 1887.
[116]“Carta a Serafín Bello”, ob. cit., p. 160.
[117]“Y aún hay otro peligro mayor, mayor tal vez que todos los demás peligros. En Cuba ha habido siempre un grupo importante de hombres cautelosos, bastante soberbios para abominar la dominación española, pero bastante tímidos para no exponer su bienestar personal en combatirla. Esta clase de hombres, ayudados por todos los que quisieran gozar de los beneficios de la libertad sin pagarlos en su sangriento precio, favorecen vehementemente la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Todos los tímidos, todos los irresolutos, todos los observadores ligeros, todos los apegados a la riqueza, sienten tentaciones marcadas de apoyar esta solución, que creen poco costosa y fácil. Así halagan su conciencia de patriotas, y su miedo de serlo verdaderamente. Pero como esa es la naturaleza humana, no hemos de ver con desdén estoico sus tentaciones, sino de atajarlas. [“Carta al general Máximo Gómez”, ob. cit., p. 328. (Las cursivas son del E. del sitio web)].
“El desdén del vecino formidable que no la conoce es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre, y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele, y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad”. (Nuestra América. Edición crítica, ob. cit., p. 49. (Las cursivas son del E. del sitio web)].
[118]Conferencia Internacional Americana.
[119]“Carta a Serafín Bello”, ob. cit., p. 160.
[120]Ídem, p. 160.
[121]Ibíd., pp. 160-161.
[122]JM: “Heredia”, discurso en Hardman Hall, Nueva York, 30 de noviembre de 1889 (El Avisador Hispanoamericano, suplemento al no. 176, Nueva York, 3 de diciembre de 1889), OC, t. 5, p. 171.
[123]Ibíd., pp. 175 y 165, respectivamente.
[124]Se refiere a la Conferencia Internacional Americana.
[125]“Heredia”, ob. cit., pp. 175-176.
[126]Ibíd., p. 176.
[127]“Y si hasta en la desaparición de sus restos, que no se pueden hallar, simbolizase la desaparición posible y futura de su patria, entonces ¡oh Niágara inmortal! falta una estrofa, todavía útil, a tus soberbios versos. ¡Pídele ¡oh Niágara! al que da y quita, que sean libres y justos todos los pueblos de la tierra; que no emplee pueblo alguno el poder obtenido por la libertad, en arrebatarla a los que se han mostrado dignos de ella; que si un pueblo osa poner la mano sobre otro, no lo ayuden al robo, sin que te salgas, oh Niágara, de los bordes, los hermanos del pueblo desamparado!” (Ibíd., p. 175).
[128]OCEC, t. 28, p. 124.
[129]“¿Podrá un cubano, a quien estos recuerdos estremecen, olvidar que, cuando tras dieciséis años de pelea, descansaba por fin la lanza de Páez en el Palacio de la Presidencia de Venezuela, a una voz de Bolívar saltó sobre la cuja, dispuesta a cruzar el mar con el batallón de ‘Junín’, ‘que va magnífico’, para caer en un puerto cubano, dar libres a los negros y coronar así su gloria de redentores con una hazaña que impidieron la sublevación de Bustamante en el Perú, adonde Junín tuvo que volver a marchas prontas, y la protesta del Gobierno de Washington, que ‘no deseaba cambio alguno en la condición ni en la posición política de Cuba?’ Bolívar sí lo deseaba, que, solicitado por los cubanos de México y ayudado por los mexicanos, quiso a la vez dar empleo feliz al ejército ocioso y sacar de la servidumbre, para seguridad y adelanto de la América, ¡a la isla que parece salir, en nombre de ella, a contar su hermosura y brindar sus asilos al viajero cansado de la mar! Páez sí lo deseaba, que al oír, ya cano y viejo, renovarse la lucha de América en la isla, ¡volvió a pedir su caballo y su lanza!” (JM: “Páez”, El Porvenir, Nueva York, 11 de junio de 1890, OC, t. 8, p. 221).