A SOR JUANA, EN SU CELDA Y PRIVADA DE LECTURAS,

MIRANDO JUGAR A UNAS NIÑAS EL TROMPO

y como duraba el impulso ya
impreso e indiferente de su causa,
pues distante la mano de la
niña que era la causa motiva,
bailaba el trompillo.

1

La mano por la frente pensativa
dulcemente reposa, distraída en el daño
que, lisonja o maldad, le hacen a su vida
las sombras discutiendo desengaños.

Docta la luz que en su mansión convida
la proporción del ave, el suceder extraño
de la pompa luciente al mal tamaño
de la muerte, si niega nueva vida.

Juegan las niñas. Sus rostros, aledaños
a la pausada luz, mira. Y en el cielo subsiste
el giro distraído que la mano causara.

Y en la severa mesa del color de sus años
están los libros mudos. Se serena lo triste
en los astros lejanos de la noche callada.

2

Mira el trompo. Sus círculos desgana
olvidado de sí y ensimismado.
Así los astros en Dios, así olvidados
del tacto de Su mano, cada vez más lejana.

La breve pompa de la rosa vana
o el viento, en alusiones delicado,
le muestra en lo que torna lo esperado:
si de nieve, la verde edad lozana.

Qué extraño este vivir compadeciendo
vida que es muerte, muerte que es la vida.
En la mudanza oye cómo Su aliento crece.

Lo sabe antes del cuerpo y su medida,
no en lo que permanece siempre huyendo,
sino entre lo que, huyendo, permanece.

Fina García Marruz

Tomado de Las miradas perdidas (1951), Obra poética, prólogo de Enrique Saínz, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2008, 2 t., t. 1, pp. 34-35.