TEXTO DE LA DEFENSA DE LOS ESTUDIANTES
PRIMER CONSEJO DE GUERRA
Triste, lamentable y esencialmente repugnante es el acto que me concede la honra de comparecer y elevar mi humilde voz ante este respetable Tribunal, reunido por primera vez en esta Fidelísima Antilla, por la fuerza, por la violencia y por el frenesí de un puñado de revoltosos (pues ni aun de fanáticos puede conceptuárseles), que hollando la equidad y la justicia, y pisoteando el principio de autoridad, abusando de la fuerza quieren sobreponerse a la sana razón, a la Ley.
Nunca, jamás en mi vida, podré conformarme con la petición de un caballero Fiscal que ha sido impulsado, impelido a condenar involuntariamente, sin convicción, sin prueba alguna, sin hechos, sin el más leve indicio sobre el ilusorio delito, que únicamente de voz pública se ha propalado. Doloroso y altamente sensible me es, que los que se llaman Voluntarios de La Habana hayan resuelto ayer y hoy dar su mano a los sediciosos de la Comuna de París, pues pretenden irreflexivamente convertirse en asesinos, y lo conseguirán, si el Tribunal a quien suplico e imploro no obra con la justicia, la equidad y la imparcialidad de que está revestido. Si es necesario que nuestros compatriotas, nuestros hermanos bajo el pseudónimo de “Voluntarios”, nos inmolen, será una gloria, una corona por parte nuestra para la nación española, seamos inmolados, sacrificados, pero débiles, injustos, asesinos, ¡jamás! De lo contrario será un borrón que no habrá mano hábil que lo haga desaparecer. Mi obligación como español, mi sagrado deber como defensor, mi honra como caballero, y mi pundonor como Oficial es proteger y amparar al inocente, y los son mis cuarenta y cinco defendidos; defender a esos niños, que apenas han sido de la pubertad y entrado en esa edad juvenil en que no hay odios, no hay venganzas, no hay pasiones, pues es una edad en que como las pobres e inocentes mariposas revolotean de flor en flor aspirando su esencia, su aroma y su perfume, viviendo solo de quiméricas ilusiones. ¿Qué van ustedes a esperar de un niño? ¿Puede llamárseles, juzgárseles como a hombres a los catorce, diez y seis o diez y ochos años, poco más o menos? No; pero en la inadmisible suposición de que se les juzgue como a hombres, ¿dónde está la acusación? ¿dónde consta el delito que se les acrimina y supone?
Sres: Desde la apertura del sumario he presenciado, he oído la lectura del parte, declaraciones y cargos verbales hechos, y, o yo soy muy ignorante, o nada, nada absolutamente encuentro de culpabilidad. Antes de entrar en esta sala había oído infinitos rumores sobre que los alumnos o estudiantes de medicina habían cometido desacatos y sacrilegios en el Cementerio; pero en honor de la verdad, nada aparece en las diligencias sumarias. ¿Dónde consta el delito, ese desacato sacrílego? Creo y estoy firmemente convencido de que solo germina en la imaginación obtusa que fermenta en la embriaguez de un pequeño número de sediciosos.
Sres. Ante todo somos honrados militares, somos caballeros; el honor es nuestro lema, nuestro orgullo, nuestra divisa; y con España siempre honra, siempre nobleza, siempre hidalguía: El militar pundonoroso muere en su puesto; pues bien, que nos asesinen, mas los hombres de orden, de sociedad, las naciones nos dedicarán un opúsculo, una inmortal memoria. —He dicho. Cárcel de la Habana, 27 de Noviembre de 1871. Capitán graduado, Federico R. Capdevila.
La Revolución de Cuba, Nueva York, 10 de febrero de 1872, p. 3, cols. 1 y 2.
Tomado de Luis F. LeRoy y Gálvez: A cien años del 71: El fusilamiento de los estudiantes, La Habana, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, 1971, pp. 124-126. (Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, Santiago de Cuba, 1890, pp. 51-52).