Me parece que es fundamental precisar los orígenes y contenidos del pensamiento martiano para estudiar su posterior evolución. Últimamente he visto, a veces, la tendencia a buscar esos orígenes y contenidos en otros lugares del Planeta cuando en realidad lo que buscó Martí fue la profundización, ampliación, perfeccionamiento y precisión de su pensamiento para hacer más sólida y viable, cultural y científicamente, la “idea cubana”. Todo lo que pensó e hizo, lo que asumió y desechó, fue para eso: el surgimiento, como “vigorosa brotación”, de la sociedad cubana nueva, moderna, justa y libre, cuyo fundamento era la construcción del sólido paradigma creado por Luz y Varela. Sin estas precisio­nes no se puede entender a Martí. Mucho de lo que está en su obra, de un modo u otro, está, en germen o en brotación, en los Padres de los Padres Fundadores. Es lamentable el poco conocimiento que se tiene de estos últimos. Pero si Martí pudo cultivar, crear la cultura de la liberación, es porque el terreno estaba desbrozado y abonado. Inútil hubiese sido su esfuerzo si la “idea cuba­na” no hubiese sido inculcada en miles de niños; él fue la expresión esperada y deseada del sentimiento cubano de llegar a ser.

     Lo trascendente en los estudios varelianos es que su propuesta filosófica no es solo una propuesta de pensamiento abstracto; es una propuesta avalada por una idea teórica y filosófica. El padre Agustín Caballero, maestro de Varela, había dado una herencia. Esta era el nombre de su libro que, a su vez, era mucho más que un nombre, era una definición, un paradigma y la entrada del pensamiento moderno en la reflexión cubana: Filosofía electiva. En esa precisa frase está el secreto de la filosofía y del pensamiento cubanos del siglo XIX y, sin lugar a dudas, es la herencia que recibe el siglo XX. Filosofía electiva; pensamiento electivo. Pero volviendo a las cosas que nos pasan, ¿casuales?, tal como se cam­bió el sentido de la frase de Luz, se cambió el nombre de la filosofía del padre Caballero. A mediados del siglo XIX, la corriente opuesta a la filosofía vareliano-­lucista, la denominó, con un nuevo contenido, Filosofía ecléctica. Habría que espe­rar un siglo para que un estudioso español, Genaro Artiles,[29] el traductor del latín al español del libro del padre Agustín, aclarase su verdadero nombre. El asunto era muy serio y profundo.

     Cuando se le cambia el nombre al libro del padre Agustín, 1841 estaba en su momento más candente, lo conocido en nuestra historia como la Polémica filosófica,[30] librada, por una parte, por Luz y Caballero y, por otra, por los jóvenes cousinianos, partidarios del francés Víctor Cousin.[31] Estos jóvenes, cau­tivados por el denominado “nuevo pensamiento francés”, impugnaban los prin­cipios de la Ilustración del siglo XVIII y todo lo que se derivaba, en lo político, social, religioso y científico, de Ilustración en Cuba. Por cierto, este fue el primer intento por deslegitimar a la modernidad como pensamiento constructivo. El signo de la “nueva” corriente era anular las posibilidades de un pensamiento propio, restaurar a las “autoridades”, establecer una teología espiritualista, fronterizar el pensamiento y romantizar el sentimiento. No se definían como eclécticos ingenuamente; le estaban dando una connotación específica al con­cepto (se dice que la ingenuidad en política es un pecado; en el pensamiento puede ser un crimen).

     En realidad, el concepto ecléctico tenía dos sentidos totalmente distintos: uno, el que le dio la Ilustración en el siglo XVIII, que esta acuñado en la Enciclopedia francesa por Voltaire, en la cual el concepto de ecléctico significa la libertad de elegir, y la libertad de elegir es, precisamente, no aceptar ningún dogma o auto­ridad filosófica por el hecho de serlo sino someterlo todo a la crítica tanto de la razón como de la experiencia. Como el objetivo es la búsqueda de la verdad, el filósofo no puede ser arbitrario; para no quedar en el campo de los supuestos o de las opiniones, necesita un método que trace los rumbos de las ciencias, físicas o sociales, un instrumento perfeccionable que permita recorrer el camino de conocimiento. Elegir es la libertad para buscar la verdad y esta es, también, su límite. En esta concepción, ecléctico y electivo tienen el mismo significado.

     El concepto ecléctico, según el contenido que le inocula Victor Cousin, tiene otro sentido. Su origen se remonta al siglo XVII, al pensamiento preilustrado. Es el valor de las autoridades para lograr la conciliación, dentro de triadas hegelianas; en lo teórico, de la teología y de la filosofía; en lo social de las clases y estamentos sociales; en lo político, de la monarquía parlamentaria liberal-conservadora y la religión, de la Razón absoluta, con la Idea absoluta y, esta, con Dios. Cousin es la ponderación del espiritualismo que dará, como resultado literario, el roman­ticismo; es la subordinación de la Razón al sentimiento.

     Electivo es, por tanto, el pensamiento de nuestros primeros filósofos y científicos, de Caballero, de Varela y de Luz. John Locke[32] decía que el pensamiento electivo era la libertad del hombre de saber escoger para ejercer la libertad de crear. El otro, el ecléctico de Cousin y de los románticos espiritualistas, es el de la composición de las autoridades, de lo ya dicho. En la versión de Victor Cousin el eclecticismo es también la negación del papel preponderante que se le había dado al análisis racional, empírico y experimental. De ese método analítico había surgido la propuesta teórica y el método analítico y experimental para crear una escuela cubana de ciencia y conciencia cubanas. Luz la definiría como “todas las escuelas y ninguna escuela, he ahí la escuela”. La intencionalidad de estos Padres de los Padres Fundadores la expresó Roberto Agramonte[33] en estos términos “crear una sophia cubana que fuera tan sophia como lo fue la griega para los griegos”.

     Félix Varela plantea el tema sobre qué es lo cubano en términos y conteni­dos de su época intelectual. Un siglo después volvió a salir el tópico y hoy parece recurrente. A veces se presenta simplemente como emoción, senti­miento, no como racionalidad; es decir, lo no racional. Si no es racional sería un absurdo depender de un proyecto emotivo y sentimental de sociedad. Hace más de ciento setenta años, un reputado escritor de Cuba, Félix Tanco,[34] puso en duda los fundamentos del patriotismo cubano. Entonces expresó estas ideas: en Cuba no es posible el patriotismo, porque en Cuba el patriotis­mo es un patriotismo de casabe y plátano frito; el amor al Mayabeque y al Almendares no es patriotismo, es simplemente un ridículo sentimiento de gente inculta. El patriotismo ante todo es una abstracción como la que tenía Lord Byron, y eso requiere un cultivo del espíritu, no es sencillamente esa relación, digamos, con la naturaleza. Es, además, la comprensión racional de quienes constituyen la Patria.

     Estas ideas de Tanco expresan la esencia de la posición que está cuestionan­do la existencia de un patriotismo real cuando él conoce el esfuerzo intelectual por darle un fundamento racional y teórico a la idea cubana, base de un patrio­tismo propio. En la concepción de los Padres de los Padres Fundadores ese patriotismo real solo puede lograrse en el ejercicio del magisterio consciente, científico y responsable. Esto se resume en la frase de Luz antes citada de: “tengamos el magisterio y Cuba será nuestra”. Es la idea que está en el discurso de Varela para su ingreso en la Sociedad Económica de Amigos del País.[35] La misma idea vemos en el Instituto Cubano de Luz:[36] donde se gana o se pierde la batalla de una Cuba cubana, como la que quería Saco, es en la educación. No en la educación secundaria o universitaria, sino en la primaria, en el niño. Luz y Varela fueron primero educadores de niños. La misma percepción tenía Martí respecto a la educación del niño; es en la educación del niño donde se forma la conciencia; lo que no se forma allí no se forma jamás. Si queremos una Cuba, tiene que haber una Cuba desde el magisterio. Y por eso Luz, en su Instituto Cubano, pone en práctica el proyecto de una educación hecha para niños de este país. Todos ellos, desde los tiempos de José Agustín y Caballero, Varela, Del Monte, Luz, Mendive hasta Martí, tienen como primario el tema de la educación.

     La educación es punto de partida, pero dentro de la misma está el proble­ma ético y moral. Entendíanse en la época por ética aquella que deriva de los principios filosóficos; y morales, aquello que deriva de las ideas religiosas. Es decir, esta ética moral o esta moral ética requerían también una formulación y un trabajo que no solo era de la escuela. De ahí las sentencias de Varela, de ahí las Cartas a Elpidio;[37] de ahí también los Aforismos[38] de Luz y de ahí los Versos sencillos de Martí. Todos ellos quieren transmitir una ética, un modo de ser y de actuar, una ética y una moral inseparables en una sociedad que se quiere hacer diferente, culta, elevada.

     El otro aspecto que era imprescindible en este proyecto era el de la forma­ción estética. No se trataba solo de la ética. Actualmente el llamado postmodernismo ha creado la contraposición ética-estética. Pero esos pensadores cubanos no veían esa contraposición; sin ética no eran posibles los proyectos sociales y sin estéticas tampoco. Es el cultivo del buen gusto. Acuérdense de ese Varela que tocaba el violín magistralmente y de la sensibilidad exquisita que se encuentra en sus cartas y en sus escritos.

     La complejidad de la sociedad cubana de los tiempos de los Padres de los Padres Fundadores requería una transformación que podía desarrollarse o des­de la creación del Estado independiente para que surgiese dentro de él la nación aún no forjada o, por el contrario, la creación de la nación para que surgiese de ella el Estado independiente. Para ilustrar esta idea pondré dos ejemplos, que son los casos de la independencia de Suramérica y el de la independencia de Cuba. ¿Cuál fue la gran diferencia entre la propuesta de Bolívar y la propuesta de Varela? No es que ninguno de los dos estuviese en contraposición con el otro, sino que tuvieron dos modos de ver el problema. Para Bolívar fue crear el Estado para que, dentro del Estado independiente naciera la nación, y para que naciera la nación tenía que haber conciencia de esa nación. Para Varela fue exac­tamente al revés: para llegar al Estado independiente había que llegar a tener conciencia no tanto de la nación como de la patria, de la comunidad humana que representaba lo que después en definitiva seríamos los cubanos; y esa conciencia era la que llevaba a la creación del Estado independiente.

     Por eso, cuando hablamos del 68, pienso que hay que decir, más que la Guerra de los Diez Años, la Revolución del 68, porque significó una ruptura, para recordar una frase de un filósofo francés, Althusser,[39] “una ruptura epistemológica, una ruptura de conocimiento”. Esta ruptura permitió realmen­te crear un nuevo modo de plantearse la nación, porque significaba también un proyecto de sociedad nueva. No solo fue un proyecto contra el poder colonial, fue también contra la sociedad colonial en aras de una sociedad libre, de hom­bres libres; pero también una sociedad donde la igualdad, por lo menos jurídi­ca, fuera un hecho.

     Y es justamente en este pensar la nación donde se necesitó ese método de pensamiento que es la filosofía electiva y dentro de la filosofía electiva, una filosofía libre, libre para pensar. Como decía Varela, “que tengas en cuenta todas las escuelas sin adherirte con pertinacia a ninguna”;[40] o sea, conocer, porque desde la ignorancia no se crea nada, conocerlo todo y elegir de todo lo que realmente era posible para Cuba y lo que sobre todo permitiría un método cubano, esa “sofía cubana” de la que hablaba Agramonte. Y si todo esto tenía un sentido hacia dónde dirigirse, yo diría que el pensamiento rector del pensamiento cubano Varela-Martí es el concepto de patria, no es el concepto de nación. Hay varias razones para ello. Nación es España.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[29] Jenaro Artiles Rodríguez (1897-1976).

[30] La polémica filosófica cubana (1838-1840), ob. cit.

[31] Victor Cousin (1792-1867).

[32]  John Locke (1632-1704).

[33] Roberto Agramonte Pichardo (1904-1995).

[34] Félix Tanco Bosmeniel (1796-1871).

[35] Félix Varela: “Demostración de la influencia de la ideología en la sociedad, y medios de rectificar este ramo”, discurso leído por el presbítero D. Félix Varela, catedrático de filosofía en el Real Seminario de San Carlos, en la primera junta de la Sociedad Patriótica de La Habana, a que asistió después de su admisión en dicho cuerpo, 20 de febrero de 1817, Obras, ob. cit., vol. I, pp. 86-94.

[36] José de la Luz y Caballero: Informe sobre Escuela Náutica, diciembre 11 de 1833, Obras, ensayo introductorio, compilación y notas de Alicia Conde Rodríguez, Biblioteca de Clásicos Cubanos, La Habana, Ediciones Imagen contemporánea, 2001, 5 vol., vol. II (Escritos educativos, presentación de Alicia Conde Rodríguez), pp. 152-255.

[37] Félix Varela: “Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad”, 2 tt., t. I, Impiedad (1835) y t. II, Superstición (1838), Obras, ob. cit., vol. III, pp. 1-103 y 105-212, respectivamente.

[38] Aforismos (1-664), ob. cit., pp. 67-291.

[39] Louis Althusser (1918-1990).

[40] “Lo que la Filosofía ecléctica pretende es tomar de todos cuanto la razón y la experiencia aconsejan como norma, sin adscribirse pertinazmente a ninguno”. (Félix Varela: “Varias proposiciones para el ejercicio de los bisoños, escritas originalmente en latín” (1812), Obras, ob. cit., vol. I, p. 3).