MANIFESTACIÓN DE LA REVOLUCIÓN DE CUBA[1]

Eugenio María de Hostos

Para quien acaba de declarar en Chile que “no es revolución de pasiones sino de ideas, intereses y responsabilidades” la que llama hacia la mayor de las Antillas la atención de todo el mundo, nada más placentero que comentar y explicar el recién llegado Manifiesto de los jefes civil y militar del movimiento.

     Nada más placentero, no porque el contexto de ese notable documento venga a validar declaraciones que sólo tienen transitoria importancia industrial, sino, porque la paridad de ideas, propósitos y sentimientos entre los que, de cerca o de lejos, hemos crecido madurándolas, es una prueba documental de la unidad de pensamiento que mueve a los que estamos interesados en dar nuevos instrumentos nacionales a la civilización del Nuevo Mundo.

     “En la guerra que se ha reanudado en Cuba no ve la revolución las causas del júbilo que pudiera embargar al heroísmo irreflexivo, sino las responsabilidades que deben preocupar a los fundadores de pueblos”.

I      

     Como de antiguo estaba convenido entre todos los que vieron en el Pacto del Zanjón la ignominia de los sobornados, antes que la del sobornador, los sucesores de esta revolución la consideran continuación de la anterior.

     De ese modo, reanudándose el lazo que en 1868-78 unió en Cuba a todos los antillanos, y en la idea de la independencia a todos los cubanos, que un tiempo lo vieron desligados por muy diferentes propósitos nacionales; de ese modo a la vez enérgico, sencillo, exacto y expresivo, se protesta ante la historia de la irresponsabilidad de los que tomaron parte en aquel pacto, y se restablece la continuidad de los hechos revolucionarios que aquel triste pacto de conciencias sordas violentó, interrumpió y rompió.

     “La revolución de independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra”.

     Así establece el Manifiesto la correspondencia entre aquel y este hecho, entre el primero de los movimientos genuinamente independizadores de la Isla y el movimiento tranquilo y concienzudamente separatista que hoy continúa el de 1868-78.

II

     En seguida, como quienes pesan, ponderan y conocen la responsabilidad que Cuba arrastra al responder con la nueva revolución a los vejámenes que en ella y Puerto Rico sufren el derecho, la dignidad humana y la justicia, los firmantes del Manifiesto declaran que la guerra no tiene por impulso el odio, ni por móvil la venganza, ni por objeto la expulsión de los españoles.

La guerra no es la tentativa caprichosa […] sino el producto disciplinado de la resolución de hombres enteros que en el reposo de la experiencia se han decidido a encarar otra vez los peligros que conocen […]. La guerra no es contra el español, que, en el seguro de sus hijos y en el acatamiento a la patria que se ganen, podrá gozar respetado, y aun amado, de la libertad que solo arrollará a los que le salgan, imprevisores, al camino.

     Buscando en la lucha armada la redención de la patria, compelida de nuevo por sus opresores, a ese duro extremo, la revolución declara ante la patria “su limpieza de todo odio,—su indulgencia fraternal para con los cubanos tímidos o equivocados, su radical respeto al decoro del hombre […]—y su terminante voluntad de respetar, y hacer que se respete, al español neutral y honrado, en la guerra y después de ella”.

III

     Cuba no tiene por qué temer al período de ensayos y tanteos que ha prolongado el restablecimiento de la vida social y perturbado el establecimiento de la verdadera República en los pueblos que de un impulso salvaron, en el continente latinoamericano, el abismo de sociedad colonial a nacional.

     En primer lugar, Cuba entró con el siglo en el goce de una vida tanto más amplia, racional y nueva, cuanto que la debió a condiciones físicas, a venturosas fatalidades geográficas, a la vecindad del pueblo más libre en su desarrollo, y a las relaciones forzosas de sus hijos con los hijos de la sociedad más pujante, más impulsiva y más lejana de inmigraciones enervantes. En segundo lugar, Cuba vuelve a la revolución definitiva, después de una revolución educadora, preparadora y experimental.

     Aquellos diez años de pugna para los que combatieron, de pulimento para los que emigraron, de ejercicio directo de los recursos del derecho para los que organizaron una Cuba libre dentro de una Cuba esclava; aquellos diez años de observación y estudio, de intuiciones y revelaciones para la población errante que llevó a los cubanos a todos los campos de experimentación política y social, desde los Estados Unidos hasta Santo Domingo, desde Venezuela hasta la Argentina, desde Colombia a Chile, desde el Brasil a Méjico, desde el Canadá a Colombia, desde Fernando Poo a España, desde Haití a Francia, Inglaterra, Suiza, Alemania; aquellos diez años de omnímoda adaptación a los modos más diversos de la civilización, a las intuiciones más contradictorias del derecho, a los dispares recursos del roce social, ni dentro ni fuera de Cuba fueron años interrumpidos para la nueva nación que germinaba.

     Así pueden en tanta confianza en ella, solicitarla los promotores del nuevo alzamiento a que entre segura de sí misma en él.

     “Éntre Cuba”, le dicen, en la guerra con la plena seguridad […] de la competencia de sus hijos para obtener el triunfo por la energía de la revolución pensadora y magnánima”; entre segura, “de la capacidad de los cubanos, […] para salvar la patria”; y para salvar también la República y el derecho, el orden y la libertad.

IV

    Contestando a los que conceptúan primordial obstáculo para la organización de una sociedad sui juris la diferencia de razas de una misma población y el antijurídico precedente de la esclavitud, en parte de ella, los organizadores de la revolución arrostran el problema.

    “Cubanos hay ya en Cuba, de uno y otro color, olvidados para siempre […] del odio en que los pudo dividir la esclavitud”.

     Es también la parte en que tan generosamente se muestra la indignación contra la injusticia: “La revolución, con su carga de mártires, y de guerreros subordinados y generosos, desmiente indignada, como desmiente la larga prueba de la emigración y de la tregua en la isla”, que la raza negra sea una amenaza.

     “En sus hombros anduvo segura la república a que no atentó jamás”.

     Después de hacer inteligente y política justicia al cubano de color, que efectivamente fue un auxiliar consecuente de la revolución en los campos de batalla y en los experimentos de la expatriación, el Manifiesto aborda el tema por excelencia en una evocación, se dirige por igual a todos los habitantes del país.

     Entre ellos, por su número, por su natural influencia en el bien y el mal, por sus raíces naturales e individuales, porque son padres de hijos cubanos, porque son esposos de mujeres cubanas, porque son factores del trabajo cubano, porque muchos de ellos son amantísimos de Cuba, los españoles son los que más renuentes se han mostrado siempre a constituir con los cubanos una patria cubana.

     Era indispensable razonar con ellos, y el Manifiesto lo hace en términos que hoy honran a Cuba ante la humanidad viviente, como conducta igualmente generosa honra ante la historia a las que, en hora más temprana buscaron el concurso de los hijos de España en obra de redención de las colonias españolas en América.

     “En los habitantes españoles de Cuba, en vez de la deshonrosa ira de la primer guerra, espera hallar la revolución, que ni lisonjea ni teme, tan afectuosa neutralidad o tan veraz ayuda, que por ellas vendrán a ser la guerra más breve, sus desastres menores, y más fácil y amiga la paz en que han de vivir juntos padres e hijos”.

     A tanto llega la gloriosa confianza de la revolución en la conciencia humana, que no teme pensar ni decir: “Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos”.

     Aquí tiene el Manifiesto algunas expresiones tan radicalmente sinceras, ingenuas y sencillas, que no es posible leerlas sin fe en los que con tan piadosas amonestaciones se preparan y exhortan al combate:

No nos maltraten, y no se les maltratará. Respeten, y se les respetará. Al acero responda el acero, y la amistad a la amistad. En el pecho antillano no hay odio; y el cubano saluda en la muerte al español a quien la crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su casa y su terruño para venir a asesinar en pechos de hombre la libertad que él mismo ansía. Más que saludarlo en la muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida; y la república será tranquilo hogar para cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad y bienes que no han de hallar aún por largo tiempo en la lentitud, desidia, y vicios políticos de la tierra propia. Este es el corazón de Cuba, y así será la guerra. ¿Qué enemigos españoles tendrá verdaderamente la revolución?

¿Será el ejército, republicano en mucha parte, que ha aprendido a respetar nuestro valor, como nosotros respetamos el suyo, y más sienten impulsos a veces de unírsenos que de combatirnos? ¿Serán los quintos, educados ya en las ideas de humanidad, contrarias a derramar sangre de sus semejantes en provecho de un cetro inútil o una patria codiciosa, los quintos segados en la flor de su juventud para venir a defender, contra un pueblo que los acogería alegre como ciudadanos libres, un trono mal sujeto, sobre la nación vendida por sus guías, con la complicidad de sus privilegios y sus logros? ¿Será la masa, hoy humana y culta, de artesanos y dependientes, a quienes, so pretexto de patria, arrastró ayer a la ferocidad y al crimen el interés de los españoles acaudalados que hoy, con lo más de sus fortunas salvas en España, muestran menos celo que aquel con que ensangrentaron la tierra de su riqueza cuando los sorprendió en ella la guerra con toda su fortuna? ¿O serán los fundadores de familias y de industrias cubanas, fatigados ya del fraude de España y de su desgobierno, y como el cubano vejados y oprimidos, los que, ingratos e imprudentes, sin miramiento por la paz de sus casas y la conservación de una riqueza que el régimen de España amenaza más que la revolución, se revuelvan contra la tierra que de tristes rústicos los ha hecho esposos felices, y dueños de una prole capaz de morir sin odio por asegurar al padre sangriento un suelo libre al fin de la discordia permanente entre el criollo y el peninsular, donde la honrada fortuna pueda mantenerse sin cohecho y desarrollarse sin zozobra, y el hijo no vea entre el beso de sus labios y la mano de su padre la sombra aborrecida del opresor?

V

     Expositores de un propósito fundado en doctrina, Martí y Gómez conocen cuánto la guerra tiene de disociador, mas también cuánto tiene de organizador, saben de ella cuanto es desolación, mas también cuánto es redención, y por qué es redención en Cuba. A exponer desde esos dos puntos de vista la lucha, consagran la última porción, no la menos importante, del Manifiesto.

     Entienden que la guerra de independencia tiene por objeto dar “una patria más a la libertad del pensamiento, la equidad de las costumbres, y la paz del trabajo”.

     Justamente poseídos de la grandeza de la causa a que buscan prosélitos, dicen:

La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aun vacilante del mundo. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo: ¡apenas podría creerse que con semejantes mártires, y tal porvenir, hubiera cubanos que atasen a Cuba a la monarquía podrida y aldeana de España, y a su miseria inerte y viciosa!—

VI

     Así, pues, veo en la altura de pensamiento y de conciencia en que siempre estuvo la revolución de Cuba para cuantos han sabido que es ella y que necesidad tiene de ella la civilización del mundo, el Manifiesto no podía decir más.

     Tal vez haya dicho demasiado. ¡Quién sabe si no es demasiado noble documento para el corazón de las gentes…!

     Fechado en Montecristi, capital del distrito marítimo de su nombre en la República Dominicana, fue pensado y redactado en las cercanías de aquella ciudad, en una estancia que Máximo Gómez había logrado tener en aquellos campos.

     La Ley, Santiago de Chile, a. II, n. 314, domingo 16 de junio de 1895.

                                                                                    Eugenio María de Hostos

* Este escrito de Hostos no figura en sus Obras completas, publicadas en el año 1939, ni en ningún otro libro que recoja parcialmente sus trabajos.

Tomado del Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1992, no. 15, pp. 296-301.


Notas:

[1] El gran patriota puertorriqueño Eugenio María de Hostos es una de las figuras descollantes de aquel puñado de hombres que durante las últimas décadas del siglo pasado comprendiera tempranamente la significación de la unidad antillana para el propio desarrollo y la independencia de esas islas y para el futuro de América. Enrolado desde 1869 en las filas militantes de los luchadores por la independencia de Cuba, Hostos siguió siempre de cerca los asuntos de la mayor de las Antillas y fue un permanente divulgador de la Guerra de Independencia desde Chile, donde residía entonces dedicado a la enseñanza. Los dos artículos que damos a conocer fueron publicados en la capital austral en 1895. Ellos revelan su atención al pensamiento martiano al comentar para sus lectores el Manifiesto de Montecristi y la carta a Federico Henríquez y Carvajal fechada el mismo día, 25 de marzo de 1895. Ambos textos se han tomado del libro Martí y Hostos, publicado por ese gran antillano que es el profesor puertorriqueño José Ferrer Canales (San Juan, Puerto Rico, Instituto de Estudios Hostosianos, Universidad de Puerto Rico y Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1990). (Pedro Pablo Rodríguez: “Nota”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1992, no. 15, p. 295).