La cárcel estaba al final de la calle Prado, donde todavía hoy la calle se llama Cárcel. Ahí estaban todos prisioneros. Se produce entonces la necesidad de seleccionar de aquel grupo, hicieron la práctica de escoger al azar y tomaron a ocho de los que estaban allí reunidos, sin la certeza de que habían estado o no en los actos del cementerio que se les atribuía.

     Uno de ellos, demasiado joven, que estaba en el nivel más bajo de la edad para el ingreso en la Educación Superior, ni siquiera había estado en La Habana ese día. Estaba en su ciudad natal, en Matanzas.[6]

     Resultado: Se nombra un tribunal y comienza el juicio. Y en el tribunal tiene que nombrarse un abogado defensor de oficio y como era un Tribunal Militar, se escogió a un capitán del Ejército, no de los voluntarios, para la defensa de los estudiantes.

     Aquel capitán se llamaba Federico Capdevila Miñano, eterna gratitud del estudiantado cubano y de Cuba a aquel español que durante el juicio defendió a los estudiantes valientemente, y como había otros capitanes de voluntarios que estaban representando a la Fiscalía y al gobierno, terminan con ese juicio porque este no conducía necesariamente a la pena máxima que ningún código establecía ni siquiera para este delito.

     Resultado: Un segundo juicio con otros oficiales voluntarios y hay, además, dos generales españoles de artillería, que se oponen al juicio, y esos dos generales, Clavijo[7] y Venene,[8] por haber protestado en nombre de las leyes militares son encarcelados por los voluntarios, que prácticamente han dado un golpe de estado en la capital y han asumido el poder.

     Capdevila ha sido separado. Finalmente, ese tribunal determina que los ocho debían ser ejecutados el día 27, en horas de la mañana. Desde el balcón del Palacio de los Capitanes Generales, hoy Museo de la Ciudad, un voluntario leyó la sentencia,[9] mientras que aquí, en el Parque de la Fraternidad, que era el Campo de Marte, se reunían más de diez mil hombres armados que reclamaban participar en el acto en el que iban a hacer justicia o a tomar venganza de los que habían profanado la tumba de Gonzalo Castañón.

     De esa manera, el 27 de noviembre de 1871 fueron llevados a la explanada de la Punta. Pero ahí no se fusilaba porque no existían condiciones para poderlo hacer, allí se ajusticiaba con el garrote a los malhechores y a quienes cometían delitos políticos, como un acto de humillación. Una silla —los jóvenes no saben qué era un garrote— en que se colocaba al cuello una presilla metálica, otra pieza aquí y uno detrás daba vueltas provocando la ruptura inmediata de la vértebra: muerte inmediata.

     Pero como no podían hacer un agarrotamiento para ocho, deciden que, enfrente, donde había unos depósitos de los ingenieros militares, entre las ventanas del depósito podían ser colocados de dos en dos los que iban a ser ejecutados. De esa manera, de dos en dos, fueron ejecutados aquella tarde.[10]

     Cuando eso estaba ocurriendo y las manifestaciones estaban produciéndose, aquí, en el hotel Inglaterra, donde nos encontramos y donde por largos años el hotel ha conservado el recuerdo de esos acontecimientos[11] —están aquí su director y sus trabajadores—, un español nacido en las Islas Canarias —por eso la presencia aquí de la Sociedad Canaria y los descendientes de los canarios, que se enorgullecen de llevar el nombre de Leonor Pérez Cabrera, la madre de José Martí, nacida en las Islas Canarias—, un oficial joven que se encontraba aquí, como era su costumbre, llamado Nicolás Estévanez Murphy,[12] se entera que se ha consumado el juicio y se va a producir la ejecución.

     Según se dice, aquí en el portal y en presencia de varios amigos, protagoniza una escena de protesta, que se identifica en los militares con el acto de romper la espada, lo cual significa un acto de insubordinación y de rebeldía contra una injusticia. En realidad, Estévanez comentó después que él no supo lo que había hecho, que, encolerizado por aquel acto brutal, había protestado.

     Los empleados del hotel, para evitar que fuese víctima también de lo que estaba ocurriendo, lo llevaron rápidamente al interior para calmarlo. Mientras, se escuchaban las detonaciones y las descargas de las ejecuciones. Cuando terminó el espectáculo y se calmaron las pasiones, los cuerpos fueron llevados en un carro y tirados fuera del cementerio en una fosa común, porque como criminales y profanadores no tenían derecho a un sepulcro cristiano. Tales fueron los acontecimientos.

     Poco tiempo después, los demás estudiantes que estaban presos fueron indultados. Algunos de los que, como Fermín Valdés-Domínguez, amigo de Martí —habían estudiado juntos muy cerca de aquí en el Colegio de Rafael María de Mendive y solían pasear por esta famosa Acera del Louvre— son llevados fuera de Cuba en medio de medidas de protección porque se planeaba una venganza contra los sobrevivientes.

     Fermín escribió un libro formidable, elogiado por Martí,[13] que se llamó El 27 de noviembre de 1871,[14] en el cual relata los acontecimientos. Pero lo más interesante, deteniéndonos un poco, es que la noche antes o la tarde antes de la ejecución, el jefe del pelotón de fusilamiento,[15] que era un voluntario del quinto batallón, decide ir a ver a los estudiantes para conocerlos y saber en qué estado de ánimo, de arrepentimiento, se encontraban los jóvenes. Y según le narra a su hermano, que era un ministro en España y un hombre importante y de la cultura, se los encontró sublimados por la idea de la muerte. Le entregaron para sus familias cartas, y se despojaron de relojes, anillos y de todo lo que tenían como para dar un recuerdo a sus padres.

     Es conveniente recordar que muchos de esos jóvenes eran hijos de notables españoles; ahí en la esquina, estaba el comercio más importante de esta zona, que lo tenía el padre de uno de los jóvenes que iba a ser ejecutado: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba.

     Lo curioso es que el padre de Alonso, que era voluntario, había comprado los fusiles nuevos para el batallón que iba a fusilar a su propio hijo.

     Llenos de odio y representando casi una lucha entre clases o castas, los voluntarios —en su mayoría muchos de ellos analfabetos— gente, como dijo Martí, “de España lo más bajo y lóbrego”;[16] uno de ellos fue a la reja donde estaban prisioneros y le dijo al joven y elegante Alonso: “Alonso, Alonsito, ni los millones de tu padre te salvarán”, con lo cual queda claro que se había convertido en una tragedia de gran magnitud.

     El padre de Alonso Álvarez apeló a su poder. Él y su esposa hicieron lo imposible, lo indecible. Escribió una dramática carta al rey de España, Amadeo I, clamando justicia contra el crimen que se había cometido,[17] porque ya rondaba la noticia de que en el cementerio el panteón tenía unas rajaduras en el cristal, pero que eran viejas, y que nadie había profanado de verdad esa tumba.

     Entonces surgió el escándalo gigantesco, que conmovió a la sociedad cubana.

     El ejecutor de la sentencia, el teniente López de Ayala, le escribe a su hermano diciendo: “No murieron víctimas de su crimen. Murieron víctimas de sus alucinaciones políticas, lo cual crea en nosotros una duda”.[18]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[6] Carlos Verdugo y Martínez (1854-1871). Regresó a La Habana el 25, pocas horas antes de la detención.

[7] General Rafael Clavijo, subinspector de ingenieros y de voluntarios.

[8] General de artillería Antonio Venene, segundo cabo interino.

[9] El capitán de voluntarios José Gener y Batet, integrante del segundo Consejo de guerra.

[10] Los estudiantes fusilados el 27 de noviembre de 1871, en la explanada de La Punta, en La Habana, se nombraban: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba (1855-1871), José de Marcos y Medina (1851-1871), Juan Pascual Rodríguez y Pérez (1850-1871), Anacleto Bermúdez y Piñera (1851-1871), Ángel Laborde y Perera (1853-1871), Eladio González y Toledo (1851-1871), Carlos Verdugo y Martínez (1854-1871) y Carlos de la Torre y Madrigal (1851-1871).

[11] Imagen de la tarja.

[12] Emilio Roig de Leuchsenring: “Nicolás Estévanez, repúblico español” (conferencia en la Casa de la Cultura de La Habana, 26 de noviembre de 1939”, Nosotros, La Habana, enero de 1940) y “Homenaje anual al preclaro republicano español Nicolás Estévanez” (Veinte años de actividades del Historiador de la Ciudad, La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, 1955); y “El homenaje a Don Nicolás Estévanez”, ob. cit.

[13] JM: “El 27 de noviembre de 1871. Fermín V. Domínguez”, El Economista Americano, Nueva York, agosto de 1887, OCEC, t. 26, pp. 144-145.

[14] Fermín Valdés-Domínguez escribió dos libros fundamentales…

[15] Ramón López de Ayala y Herrera. Véase “Personajes nobles y figuras viles del 27 de noviembre de 1871”, ob. cit.

[16] “En el crimen del 27 de noviembre de 1871—el día sangriento en que una turba rifó la vida y gozó la muerte de los ocho estudiantes de la Universidad de la Habana, por la falsa culpa de haber atentado al cadáver de un hombre de odio cuyo propio hijo declaró luego intacto el cadáver de su padre,—tuvo su expresión culminante la ira del español bajo y logrero contra el criollo que le pone en peligro el usufructo privilegiado de la tierra donde vive en gozo y consideración que no conoció jamás en su aldea miserable o en su ciudad roída y pobretona. Esa alma cuajó, y todo ese aborrecimiento, en el asesinato de los estudiantes. Por eso es tristemente famoso: porque en él, a la claridad de los tiempos modernos, se expresó el alma rencorosa y cruel de España en América”. (JM: “El 27 de noviembre”, Patria, Nueva York, 28 de noviembre de 1893, no. 88, p. 1; OC, t. 2, p. 449).

[17] “Carta súplica de Álvarez de la Campa (padre) al rey Amadeo”, en Luis F. Le Roy y Gálvez: A cien años del 71: El fusilamiento de los estudiantes, La Habana, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, 1971, pp. 408-413.

[18] En la carta de Ramón López de Ayala a su hermano Adelardo del 28 de noviembre de 1871 no hemos encontrado esta expresión. Tampoco se encuentra en el fragmento de la carta que el primero dirige al senador y periodista español Francisco Díaz Quintero, publicada en La Iberia, Madrid, el 26 de octubre de 1872, que aparece en el libro de Le Roy y Gálvez antes citado, pp. 401-403. Sin embargo, en la versión de los hechos debida a Justo Zaragoza, historiador español integrista, que fue Secretario del Gobierno político de La Habana y oficial de Voluntarios, aparece escrito que la sentencia de muerte los ocho estudiantes la sufrieron con entereza, “más responsables de su

alucinación política que criminales en épocas tranquilas, y víctimas más bien del infortunio que tan peligrosas circunstancias les había presentado como obstáculo en la carrera de su vida”. (A cien años del 71: El fusilamiento de los estudiantes, ob. cit., p. 423. El énfasis es del E. del sitio web).