El 14 de enero de 1887, Fermín Valdés-Domínguez asistió a la exhumación de Gonzalo Castañón y le pidió a su hijo Fernando, llegado de España para llevarse de vuelta los restos mortales de su padre, que le diera un testimonio escrito, declarando que, según se advertía a simple vista, no se observaban señales de violencia ni en cristal ni en la lápida que cubría el nicho que guardaba los restos. El joven Castañón accedió a su petición, en unas breves líneas al pie de una carta que le dirigió Valdés-Domínguez, quien también se sirvió de las cartas de los periodistas José Triay y Francisco A. Conte y el testimonio de Mariano Rodríguez Armenteros, entonces capellán del cementerio, los que aseveraban que el nicho sepulcral estaba intacto y siempre lo había estado, aun en los momentos en que se formuló la terrible y calumniosa acusación. Todo esto él lo publicó en diversos números del periódico habanero La Lucha, entre el 19 de enero y el 3 de febrero de 1887, y lo reprodujo en todas las ediciones de su libro El 27 de noviembre de 1887. [Luis F. Le Roy y Gálvez: A cien años del 71: El fusilamiento de los estudiantes, La Habana, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, 1971, p. 21; y “El 27 de Noviembre cien años después”, Centenario del fusilamiento de los estudiantes de Medicina, La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, Serie histórica no. 24, 1973, pp. 4-5.
(N. del E. del sitio web)].