Don Mariano Martí Navarro (1815-1887)
“[…] amo yo a mi padre […] porque cuidó de esta vida que produjo, porque la enderezó por buen camino, porque dio alimento a mi inteligencia, honradez a mi conducta y afectos a mi corazón”.[1] José Martí
“¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quien pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?”[2] José Martí
Padre de José Martí. Nació en Valencia, España, el 31 de octubre de 1815 y recibió por nombre Mariano de Todos los Santos Martí y Navarro. Era hijo de Vicente Martí y Manuela Navarro. Algunos historiadores le han atribuido el oficio de sastre y cordelero, heredado de su padre; sin embargo, su letra, ortografía y fluidez eran óptimas para su tiempo y denotan una educación superior a la media. Ingresó en el Cuerpo de Artillería, en Valencia, en la década de los cuarenta, y en 1850 pasó a La Habana, con el grado de sargento primero, al ser trasladada a la capital de la colonia la compañía de que formaba parte. Participó en la lucha contra la expedición de Narciso López, en la que se distinguió y fue gratificado. Establecido en la capital, contrajo matrimonio con Leonor Pérez Cabrera, el 7 de febrero de 1852. Mariano Martí ocupó en Cuba los puestos de sargento de artillería, celador de barrio, capitán de partido y reconocedor de buques, aunque sufrió pobreza por carecer de empleo durante largas temporadas. Viajó con su familia, por motivos de salud, a España (1857-1859); también a Honduras Británica, a donde llevó consigo a su hijo (1863).
Mientras fue juez pedáneo de la Hanábana (abril de 1862 a enero de 1863), en la Ciénaga de Zapata, al sur de la actual provincia de Matanzas, don Mariano tuvo al hijo a su lado, quien le sirvió de amanuense.[3] De entonces son los primeros escritos que se conservan de puño y letra de José Martí. Al ser condenado a presidio, se inicia una nueva etapa de las relaciones entre el padre —“de temperamento duro como una roca y de un interior perfumado como una flor”[4]— y el hijo, en el camino inexorable de la Patria. Es conocida la narración del encuentro de don Mariano con su hijo encadenado, a cuyas piernas —llagadas por los grilletes— se abrazó llorando.[5] Según Ezequiel Martínez Estrada, es “el homenaje más emocionante que Martí ha dejado a la memoria respetable de su padre”,[6] en quien “no solo reconoce al padre sino al hombre verdadero en su verdadera grandeza”.[7] Después de esto, renuncia al cargo que entonces ocupaba —celador del barrio Cruz Verde, en Guanabacoa— y comienza a hacer gestiones a favor del hijo.
De las canteras, el joven presidiario es trasladado, primero a la cigarrería del penal, después a Isla de Pinos, como deportado, y finalmente a España. Con José Martí deportado, y sin trabajo permanente, don Mariano logra, pese a la persecución que pesa sobre él y su familia, mantenerse en La Habana hasta que las perspectivas de juntarse nuevamente con el hijo lo hacen emprender un viaje a México, en unión de la familia, en junio de 1874. Allí se encuentran en enero del siguiente año, aunque con la pena por el deceso, días antes, de su hija Mariana Matilde, Ana. Don Mariano había llegado a México sin dinero, todo lo había dado por su hijo; allí conoce a Manuel Mercado, por cuyo intermedio obtiene un contrato de suministros para el ejército mexicano, y él y toda su familia confeccionan arreos y mochilas, lo cual les ayuda a salir de la penuria y les permite poner casa propia y abandonar los altos de la casa de Mercado, quien había prohijado a todos. En marzo de 1877, regresó a La Habana en compañía de Amelia, Carmen, Leonor y los hijos de esta última, Alfredo y Oscar. (Antes lo habían hecho doña Leonor y Antonia).
En 1880, Martí escribe a su hermana Amelia: —“Tú no sabes, Amelia mía, toda la veneración y respeto ternísimo que merece nuestro padre. Allí donde lo vez, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria. Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca. Piensa en lo que te digo. No se paren en detalles, hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar”.[8] El 28 de febrero de 1883, vuelve a insistirle: “Papá es, sencillamente, un hombre admirable. Fue honrado, cuando ya nadie lo es. Y ha llevado la honradez en la médula, como lleva el perfume una flor, y la dureza una roca. Ha sido más que honrado: ha sido casto”.[9]
Entre 1883-1884, residió temporalmente en Nueva York donde estuvo bajo el cuidado de su hijo, que le comentó a Manuel Mercado, en carta de 30 de agosto de 1883: “Papá alegra mi vida, de verlo sano de alma, y puro, y al fin en reposo”.[10] Poco antes de fallecer don Mariano, Martí le escribe a su “hermano querido”: “Desde el primero de año a acá esta es la primera carta que escribo. No sé cómo salir de mi tristeza. Papá está ya tan malo que esperan que viva poco. ¡Y yo, que no he tenido tiempo de pagarle mi deuda, vivo! No puede V. imaginar cómo he aprendido en la vida a venerar y amar al noble anciano, a quien no amé bastante mientras no supe entenderlo.[11] Cuanto tengo de bueno, trae su raíz de él. Me agobia ver que muere sin que yo pueda servirlo y honrarlo”.[12] “De él heredo sin duda este poder de resurrección moral, que me permite sacar limpios el pensamiento y el carácter de este mar de agonías”.[13]
Don Mariano falleció en La Habana, el 2 de febrero de 1887, posiblemente en la casa de su yerno José M. García Hernández, esposo de su hija Amelia. Tras el fallecimiento de su “pobre padre, el menos penetrante de todos” y “el que más justicia ha hecho a mi corazón”,[14] Martí confiesa a Fermín Valdés-Domínguez: “Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él. Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que conocí bajo su humilde exterior toda la entereza y hermosura de su alma. Mis penas, que parecían no poder ser ya mayores, lo están siendo, puesto que nunca podré, como quería, amarlo y ostentarlo de manera que todos lo viesen, y le premiaran en los últimos años de su vida, aquella enérgica y soberbia virtud que yo mismo no supe estimar hasta que la mía fue puesta a prueba. Mi dolor, Fermín, es verdadero y grande”.[15]
Se conserva solo una carta de don Mariano dirigida a su hijo, fechada en La Habana el 10 de julio de 1884, pocos días después de su regreso de Nueva York. De las que pudo haberle escrito Martí no se conoce ninguna, aunque en la obra poética de Martí destacan algunos poemas o fragmentos de ellos dedicados a enaltecer la memoria de su padre. Véanse, al respecto, “Viejo de la barba blanca”, “[Mi padre era español]” y el poema XLI, de Versos sencillos.
[Tomado de OCEC, t. 1, pp. 281-282. (Nota biográfica modificada por el E. del sitio web)].[16]

Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] JM: “A la Colonia”, Revista Universal, México, 19 de junio de 1875, OCEC, t. 1, p. 274.
[2] JM: “Carta a doña Leonor Pérez Cabrera”, [A bordo del vapor Mascotte] 15 de mayo de 1894, EJM, t. IV, p. 138.
[3] Juan Iduate: “Don Mariano Martí y Navarro, capitán juez pedáneo de la Hanábana”, Santiago, Santiago de Cuba, junio de 1982.
[4] Ezequiel Martínez Estrada: Familia de Martí, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, Cuadernos de la Casa de las Américas, 1962, p. 23.
[5] “Detalle repugnante, detalle que yo también sufrí, sobre el que yo, sin embargo, caminé, sobre el que mi padre desconsolado lloró. ¡Y qué día tan amargo aquel en que logró verme, y yo procuraba ocultarle las grietas de mi cuerpo, y él colocarme unas almohadillas de mi madre para evitar el roce de los grillos, y vio al fin, un día después de haberme visto paseando en los salones de la cárcel, aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de materia y fango, sobre que me hacían apoyar el cuerpo, y correr, y correr! ¡Día amarguísimo aquel! Prendido a aquella masa informe, me miraba con espanto, envolvía a hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin, estrechando febrilmente la pierna triturada rompió a llorar! Sus lágrimas caían sobre mis llagas; yo luchaba por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su voz, y en esto sonó la hora del trabajo, y un brazo rudo me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo hacia el montón de cajones que nos esperaba ya para seis horas. ¡Día amarguísimo aquel! Y yo todavía no sé odiar”. (JM: El presidio político en Cuba, Madrid, 1871, OCEC, t. 1, p. 77).
[6] “El homenaje más emocionante que Martí ha dejado a la memoria respetable de su padre, está en las páginas de su panfleto El presidio político en Cuba. Por primera vez en la historia del idioma castellano se escribe con sangre y no con tinta. Sin olvidar a Larra. Cualesquiera sean las deficiencias estilísticas, de construcción, de expresión y de vocabulario de El presidio, es una acusación, vibrante de apasionado amor a la justicia, de repudio al despotismo, de compasión por los desdichados y de condena de la crueldad. En esa obrita primeriza permanecen en la misma incandescencia con que se las escribió algunas páginas que no han recogido las antologías, pero que son de las más hermosas y patéticas de las letras hispanoamericanas. Por ejemplo: la escena en que el padre, arrodillado ante el mártir inocente, le cura la pierna lacerada y mezcla sus lágrimas con la sangre. No hay en la literatura universal, puedo aseverarlo con entera convicción, ni siquiera en la Hécuba, de Eurípides sino una escena que pueda comparársele: la del rey Lear arrodillado ante Cordelia, pidiéndole perdón en su extravío. ¿Se puede leer esta media página sin sentir estrangulada y encendida de indignación el alma?”. (Familia de Martí, ob. cit., p. 27).
[7] Ezequiel Martínez Estrada: Martí revolucionario, prólogo de Roberto Fernández Retamar, La Habana, Casa de las Américas, 1967, t. I., p. 72.
[8] JM: “Carta a Amelia Martí Pérez”, [Nueva York, 1880], OCEC, t. 6, p. 228.
[9] JM: “Carta a Amelia Martí Pérez”, [Nueva York] 28 de febrero [de 1883], OCEC, t. 17, p. 364.
[10] JM: “Carta a Manuel Mercado”, Nueva York, 30 de agosto de 1883, OCEC, t. 17, p. 367.
[11] En un proyecto de libro titulado “Los momentos supremos: (de mi vida, de La Vida de un Hombre: lo poco que se recuerda, como picos de montaña, de la vida: las horas que cuentan)”, Martí destaca, entre otros episodios de su vida personal, “el beso de papá, al salir para Guatemala, en el vapor,—al volver a México, en casa de Borrell”. (OC, t. 18, p. 288). (N. del E. del sitio web).
[12] JM: “Carta a Manuel Mercado”, [Nueva York, 8 de enero de 1887], OCEC, t. 25, p. 355.
[13] JM: “Carta a Manuel Mercado”, [Nueva York, 16 enero de 1887], OCEC, t. 25, p. 358.
[14] JM: “Carta a Manuel Mercado”, Guatemala, 30 de marzo [de 1878], OCEC, t. 5, p. 288.
[15] JM: “Carta a Fermín Valdés-Domínguez”, Nueva York, 28 de febrero de 1887, OCEC, t. 25, p. 364.
[16] Bibliografía:
- Emilio Roig de Leuchsenring: “El amor filial en Martí”, Social, La Habana, marzo de 1929.
- Emilio Roig de Leuchsenring: “El padre de Martí”, Carteles, La Habana, 14 de junio de 1953.
- Ángel Augier: “El resplandor filial de Martí”, Ellas, La Habana, enero de 1957.
- Ezequiel Martínez Estrada: Familia de Martí, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, Cuadernos de la Casa de las Américas, 1962, 21-28.
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