DE RICARDO RODRÍGUEZ OTERO

     Señor D. José Martí
     Nueva York.

     Mi distinguido compatriota y amigo:

No una vez, sino varias, he tenido el placer de saborear, no de leer, su carta del 10 del corriente que se dignó usted dirigirme, y colocar en sitio preferente de El Avisador Cubano de Nueva York, y el de meditar a la postre sobre las grandes enseñanzas que le sugieren las vicisitudes del presente y las esperanzas del porvenir de nuestra patria común, y apenas si paré la atención, solicitada no tanto por la nobleza, aunque errónea de sus apreciaciones, como por el modo grandilocuente y característico de su hermosísimo lenguaje, en el motivo más aparente que real que le sirvió de fundamento para la concepción, ya que para su publicidad se echa de ver claramente que fue pretexto la frase de mi obrita en que me permití, haciendo historia y sin flaqueza alguna de memoria, pintarle identificado con el general sentir de Cuba, y por arranque libre y espontáneo del corazón, solidario en la razón y el modo de aspirar de nuestro pueblo en este momento de su rudo e inquieto batallar por su definitiva vida política.

     Pretexto, porque, no otra cosa debo pensar cuando comparo mi recuerdo y su rectificación.

     Aquel se reasumió en la frase “cualquiera que sea mi pasado yo acataré sin reserva la solución que España dé a los problemas de Cuba, con tal que satisfaga a la mayoría de los cubanos”.

     De la rectificación puede servir ventajosamente como resumen uno de sus más hermosos pensamientos: “Lo que sí acataré yo toda mi vida es la voluntad manifiesta de mi tierra, aun cuando sea contraria a la mía, no la voluntad española”. El pensamiento, la idea es la misma, su alcance también; hasta la expresión material: se parece como entre sí dos gotas de agua. Existe, hasta en los mismos vocablos de que ambos nos servimos, notoria semejanza o valor sinonímico. Lo que no existe, ni hubiera podido existir en igual grado, en la frase de mi obrita que copio, ni en toda ella, es la belleza del estilo, la precisión en el pensamiento y la sobriedad en la forma que le distingue a usted.

     Y no sin cierto despecho reproduzco el pensamiento que usted reivindica como suyo y el que yo le atribuyo, el uno bien cerca del otro, exponiéndome de cierto a que se note la desemejanza que apunto y que no me fue permitido evitar.

     No es mi propósito tampoco tomar pretexto de esta carta, contestación a que venía obligado por la suya, que me honra y por sus grandes merecimientos a mis ojos y los mayores y distintos que usted tiene a los de la emigración, para examinar la solución separatista, como específico el malestar de Cuba. No tiene usted confianza por lo visto en el ideal que tantas almas generosas arrastró en el pasado y que a usted le priva del calor de su tierra, cuando la crea extemporánea y confiesa a su pesar que todo movimiento aislado de la opinión cubana en ese sentido (nunca tendrá mayor alcance a no concurrir con sus desmanes la voluntad manifiesta del Poder) comprometería su presente su porvenir sin recoger más que cruentos sacrificios.

     Conociendo usted mi humilde modo de pensar, que no tiene en esa círculo el eco, ni en este la trascendencia y la autoridad que por amor a Cuba yo quisiera que tuviera, es de todo punto inútil y oficioso que evoque los fundamentos y consideraciones en que apoyé, en la entrevista que tuvimos, la marcada prevención con que vi siempre y veo todavía cuanto tienda a lanzar por derroteros de perdición —que blanquean los huesos de mil héroes— la nueva generación cubana, que para reparar el pasado, no tiene a mi juicio otros caminos que, reivindicar por propio y natural derecho, a virtud de energía y pacífica propaganda, las condiciones en la ley y su consiguiente modo de ser en su ejercicio; que hagan de nuestro país un pueblo culto y libre y le permitan acomodarse, a su sabor y a su manera, a las exigencias de la vida moderna; de la que vienen con injusticia notoria y por odiosas prevenciones, desde la cuna sistemáticamente excluido.

     Si nuestro común aspirar se redujera a mejorar lo existente; si nuestro batallar se redujera a obtener el reconocimiento entero y sin reservas de nuestros derechos y los de la dignidad del país por los medios que indico, no cabría discrepancia alguna en nuestro modo de discutir sobre los asuntos de Cuba.

     Pero si usted no acaricia, tampoco le asusta, por lo visto, que venga la Independencia de Cuba como resultado final de la labor política de sus hijos, a que concurriría usted de buena gana con su inteligencia y valiosa cooperación; y aquí me proponía llegar para decirle que, pienso de idéntica manera al día en que estreché ahí su mano entre las mías.

     Si no estoy en el número de los que le merecen piedad, he de merecerle, seguro de que no empañó nunca la vanidad su grandísimo talento, mira con indulgencia y no con indignación que le diga, que la anexión tan maltratada por usted, es solución por muchos conceptos preferible a la Independencia de Cuba, y agregue por mi cuenta y riesgo, y sin necesidad de que compartan mis presentimientos la mayoría de nuestros compatriotas, que esa ha de ser, y no otra alguna, la solución del porvenir, si llega el día para España de su liquidación colonial en América.

     Razones de lugar y de tiempo, que a usted no se le han de escapar, me impiden entrar de lleno en el examen de esta solución y en el de sus ventajosos resultados. Tales, que anticipadamente pudiéramos restarlos sin temeridad de la solución que tiene usted por mejor, aun cuando los elementos constitutivos de nuestro pueblo fueran más homogéneos y menos malos.

     Hemos de convenir, sí, en una cosa; si no pensamos de igual manera, tenemos en cambio un terreno que pisar ambos sin abdicaciones; el que nos ofrece nuestro amor a Cuba y nuestra formal condenación del régimen político actual de nuestra patria.

     Le besa la mano con cariño,

 Ricardo Rodríguez Otero

[El Avisador Cubano, New York, 27 de junio de 1888].

 Tomado de Destinatario José Martí, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual; preámbulo de Eusebio Leal Spengler, La Habana, Ediciones Abril, 2005, pp. 219-221.