DE BARTOLOMÉ MITRE VEDIA

Buenos Aires, 26 de septiembre de 1882

Sr. José Martí

Nueva York
Muy señor mío:

Por indicación del Sr. administrador de La Nación y satisfaciendo a la vez un deseo propio, habíame propuesto hablar a Ud. con alguna extensión del asunto “Correspondencia de los Estados Unidos”, pero acaba de sorprenderme la noticia de que el vapor anticipa esta vez un día su salida, y apenas tengo tiempo, en consecuencia, para dirigirle estas breves líneas, que no tardaré en ampliar en la forma que lo tenía pensado.[1]

     La necesidad de un corresponsal competente en ese país era sentida por nosotros desde hace mucho tiempo, pero escollábamos en la dificultad de encontrar “the right man in the right place”.[2] Hoy creemos haberlo hallado en Ud., halagándonos la esperanza de que su primera carta[3] será el punto de partida de relaciones recíprocamente gratas y recíprocamente convenientes.

     Dicha carta —la primera de Ud. a que he hecho referencia— ha sido leída en este país y los inmediatos con marcado interés, mereciendo los honores de la reproducción en numerosos periódicos, algunos de los cuales le han dedicado, —y a su autor por consiguiente—, muy favorables conceptos. Digo a Ud. esto para demostrarle que puede Ud. contar en estas regiones con un público lector que sabe hacer plena justicia al talento y la preparación literaria; honrando, en sus producciones, el que se distingue, como Ud., por esas brillantes dotes.

     La supresión de una parte de su primera carta, al darle a la publicidad, ha respondido a la necesidad de conservar al diario la consecuencia de sus ideas, en lo relativo a ciertos puntos y detalles de la organización política y social y de la marcha de ese país. Sin desconocer el fondo de verdad de sus apreciaciones y la sinceridad de su origen, hemos juzgado que su esencia, extremadamente radical en la forma, y absoluta en las conclusiones, se apartaba algún tanto de la línea de conducta que a nuestro modo de ver, consultando opiniones anteriormente comprendidas, al par que las conveniencias de empresa, debía adoptarse desde el principio en el nuevo e importante servicio de correspondencia que inaugurábamos.

     La parte suprimida de su carta, encerrando verdades innegables, podía inducir en el error de creer que se abría una campaña de denunciación contra los Estados Unidos como cuerpo político, como entidad social, como centro económico, con prescindencia de las grandes lecciones que da diariamente a la humanidad esa inmensa agrupación de hombres, tan poderosamente dotados, como el medio en que se agitan, para todas las aplicaciones de la inteligencia, del trabajo y de las levantadas aspiraciones. Y tal no era en su idea. De otras secciones de su misma carta, como de trabajos suyos anteriores, se desprende —y no podía ser de otro modo— que sabe Ud. hacer, y hace completa justicia a lo que hay de grande, de noble y de hermoso en ese país, estimulando en lo que valen las enseñanzas que, en medio de todos los defectos, ofrece al mundo en los detalles y el conjunto de su portentoso desarrollo.

     Suele sucedernos a los que escribimos para el público que de pronto nos encontramos con que nuestra pluma ha trazado un cuadro que, aunque ajustado a la verdad hasta en lo más insignificante de sus líneas, y relativamente completo en sus detalles, no da, sin embargo, idea acabada de la realidad del conjunto, o es susceptible de darla equivocada, tal vez por falta de lienzo, posiblemente por escasez de tiempo, acaso porque creado en un medio determinante alegre y luminoso o en extremo brumoso y triste nos sale todo luz o todo sombra, cuando debiera ser la combinación armónica de sombras y de luces que es el rasgo característico de todo en el mundo y en la vida, ya se trate de hombres o de cosas, de tiempo o de hechos, de colectividades o de individualidades.

     Su carta habría sido todo sombras, si se hubiese publicado como vino, y habría corrido el riesgo innecesario publicándola íntegra, de hacer suponer la existencia de un ánimo prevenido y mal prevenido, cuando no se trataba más que de un efecto de circunstancias dichas bajo la influencia de una sucesión de hechos ingratos, desarrollada en un período de tiempo abrazado por su carta.

     Lo dicho bastará para explicar el pensamiento y la intención que han presidido a la referencia de su primera carta en la forma de que se impondrá Ud. por el número de La Nación que se adjunta, y abrigamos todos aquí la seguridad de que hará Ud. a intención y pensamiento de la debida justicia, conservándonos su buena voluntad y la valiosa cooperación que de su privilegiada inteligencia esperamos.

     Y que esa reforma no lo induzca a Ud. en el error de creer que aspiramos a ver desaparecer por completo de sus cartas la censura y la crítica, la exposición de lo malo y de lo perjudicial. Muy al contrario. Lejos de desear poner trabas a su espíritu en ese sentido, queremos que lo deje en completa libertad, haciéndonos conocer lo bueno como lo malo en el orden político como en el moral, en el social como en el económico, pero cuidando siempre que ni remotamente pueda atribuirse a efecto la intención, lo que debe ser únicamente el resultado de los hechos. Las absolutas, en puntos controvertibles, no pueden ser la regla, sino la excepción en ciertos escritos que se avienen mal con la propaganda como objeto exclusivo de su producción, y que destinados a la colectividad por quienes tienen para con estas especiales obligaciones, necesitan consultar hasta cierto punto sus inclinaciones, sin por eso esclavizarse a sus caprichos o dejarse llevar por sus debilidades.

     No vaya Ud. tampoco a tomar esta carta como la pretenciosa lección que aspira a dar un escritor a otro. Habla a Ud. un joven que tiene probablemente mucho más que aprender de Ud. que Ud. de él, pero que tratándose de una mercancía, y perdone Ud. la brutalidad de la palabra, en obsequio a la exactitud, que va a buscar favorable colaboración en el mercado que sirve de base a sus operaciones, trata, como es su deber y su derecho, ponerse de acuerdo con sus agentes y corresponsales en el exterior acerca de los medios más convenientes para dar a aquella todo el valor de que es susceptible.

     Ud., con su clara inteligencia, me comprenderá fácilmente, llenando los vacíos que el correr apresurado de la pluma, ha dejado seguramente en estas líneas, y me creerá cuando le digo que se le abre a Ud. aquí un vasto campo de honrosa y benéfica acción, dependiendo de Ud. únicamente el que sea él rico en halagüeños resultados. La Nación, con su circulación más grande que la de cualquier diario hispanoamericano, con la respetabilidad de que goza y con la compañía que le ofrece en sus columnas, es el medio más poderoso que pudiera Ud. encontrar para hacerse conocer en América, sirviendo a los intereses de esta, al par que los suyos propios. Me halaga la esperanza de que así lo comprenderá Ud., y será este un motivo más de que nuestras relaciones, tan cordiales ya por mi parte, sean duraderas, con lo que será el público el que más gane.

     Debo terminar, y lo hago ofreciéndole mi más franca amistad, y la expresión del alto aprecio en que los primeros trabajos suyos que he conocido, y las noticias recibidas de nuestro común amigo Carranza, me han hecho tenerle.

De Ud. Atento su seguro amigo

B. Mitre y Vedia

Mi dirección
B. Mitre y Vedia
Director de La Nación
San Martín 208, Buenos Aires

[Papeles de Martí. (Archivo de Gonzalo de Quesada). Recopilación, introducción, notas y apéndice por Gonzalo de Quesada y Miranda, La Habana, Imprenta El Siglo XX, 1933-1935; t. III (Miscelánea, 1935), pp. 83-85. Cotejada con el manuscrito original que se atesora en la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado].

Tomado de Destinatario José Martí, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual; preámbulo de Eusebio Leal Spengler, La Habana, Ediciones Abril, 2005, pp. 137-140.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] No se conserva ninguna otra correspondencia de Mitre dirigida a Martí. (N. del E. del sitio web).

[2] Frase en inglés que puede traducirse como “El hombre indicado para el puesto”.

[3] Se trata de la crónica “Muerte de Guiteau”. Está fechada el 15 de julio de 1882, y fue publicada en La Nación, el 13 de septiembre de ese año. Véase en OCEC, t. 17, pp. 11-22. (N. del E. del sitio web).