Y la fragancia, en la resonante soledad azul, de un tiroteo, con ese lindo diálogo ejemplar de Hispanoamérica, que ya, en el momento de producirse, parece legendario:

A las once, redondo tiroteo. Tiro graneado, que retumba; contra tiros velados y secos. Como a nuestros mismos pies es el combate: entran, pesadas, tres balas, que dan en los troncos. “¡Qué bonito es un tiroteo de lejos!” dice el muchachón agraciado de San Antonio,—un niño. “Más bonito es de cerca”, dice el viejo.[29]

     Y el retrato neto, con fino y ponderado elogio, de un jefe negro:

Victoriano Garzón, el negro juicioso de bigote y perilla, y ojos fogosos, me cuenta, humilde y ferviente, desde su hamaca, su asalto triunfante a Ramón de las Yaguas: su palabra es revuelta e intensa, su alma bondadosa, y su autoridad natural: mima, con verdad, a sus ayudantes blancos, a Mariano Sánchez[30] y a Rafael Portuondo; y si yerran en un punto de disciplina, les levanta el yerro. De carnes seco, dulce de sonrisa: la camisa azul, y negro el pantalón: cuida, uno a uno, de sus soldados.[31]

     Y la flor de la generosa hospitalidad de amplio gesto (con rápidos lienzos esbozados, y el ojo siempre agudo para la pena oculta):

El ingenio nos ve como de fiesta: a criados y trabajadores se les ve el gozo y la admiración: el amo, anciano colorado y de patillas, de jipijapa y pie pequeño, trae vermouth, tabacos, ron, malvasía. “Maten tres, cinco, diez, catorce gallinas”. De seno abierto y chancleta viene una mujer a ofrecernos aguardiente verde, de yerbas: otra trae ron puro.[32]

“Aquí tienen a mi señora”, dice el marido fiel, y con orgullo: y allí está, en su túnico morado, pie sin medias en la pantufla de flores, la linda andaluza, subida a un poyo, pilando el café. En casco tiene alzado el cabello por detrás, y de allí le cuelga en cauda: se le ve sonrisa y pena.[33]

     Y el retrato formidable de otro héroe negro, que en su elogio casi alcanza talla homérica. (¡Y qué categóricos, absolutos, legendarios, suenan también los nombres en su prosa: Victoriano Garzón, Casiano Leyva! Diríase que, después de él, ya no hay nombres ni hombres así):

Veo venir, a caballo, a paso sereno bajo la lluvia, a un magnífico hombre, negro de color con gran sombrero de ala vuelta, que se queda oyendo, atrás del grupo, y con la cabeza por sobre él[.]—Es Casiano Leyva, vecino de Rosalío, práctico por Guamo, entre los tumbadores el primero, con su hacha potente: y al descubrirse, le veo el noble rostro, frente alta y fugitiva, combada al medio, ojos mansos y firmes, de gran cuenca; entre pómulos anchos; nariz pura; y hacia la barba aguda la pera canosa: es heroica la caja del cuerpo, subida en las piernas delgadas: una bala, en la pierna: él lleva permiso, de dar carne al vecindario—,para que no maten demasiada res. Habla suavemente, y cuanto hace tiene inteligencia y majestad.[34]

     (La imagen del negro épico, como la de las ofrendas de la tierra —que tiene su origen en los presentes de los indios a Colón—, aparece ya en el Espejo de paciencia. Casiano Leyva es de la estirpe del heroico Salvador. La figura máxima de este linaje, desde luego, es Antonio Maceo).

     Nos sobrecoge, como algo sagrado, el contacto de Martí en sus últimos días con la arcilla y el agua de su tierra, (la tierra, por vez primera entre nosotros, del espíritu). Su fruición es filial, profunda, misteriosa:

La lluvia de la noche, el fango, el baño en el Contramaestre: la caricia del agua que corre: la seda del agua.[35]

     A Rosalío, el vecino de Leyva, lo queremos como a David, de las islas Turcas, porque en la última página del Diario, dos días antes de morir, escribe Martí: “Rosalío, en su arrenquín, con el fango a la rodilla, me trae, en su jaba, de casa, el almuerzo cariñoso: ‘por Ud. doy mi vida’”.[36]

     El primer texto que conocemos de Martí, la carta a su madre cuando tenía nueve años (fechada en Hanábana, octubre, 23 de 1862), habla de un río crecido, el Sabanilla.[37] La última página de su Diario (mayo 17 de 1895) termina también con un río crecido: “Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre,—y me trae Valentín[38] un jarro hervido en dulce, con hojas de higo”.[39]

     El contacto directo con nuestra naturaleza, monte adentro y en la madurez de su mirada y su palabra, religa a Martí de un golpe con tradiciones poéticas cubanas que hasta entonces no lo habían tocado por modo apreciable. Y de un golpe también las lleva a su mayor belleza y sentido. Así ocurre con la enumeración arbórea y el rumor, que desde las primeras Lecciones venimos persiguiendo.

     Los árboles, tan ingenua e infatigablemente trabajados por nuestra poesía anterior, los coge ya en su categoría, en su ser completo. He aquí —¡ah, ciegos precursores anhelantes: Pobeda,[40] Iturrondo,[41] Cucalambé […]!—, al fin satisfactoriamente asumido y nombrado, no como simple paisaje, sino como fondo natural absoluto del destino, el bosque cubano:

De suave reverencia se hincha el pecho, y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cru­zamos, por cerca de una seiba, y, luego del saludo a una familia mambí, muy gozo­sa de vernos, entramos al bosque claro, de sol dulce, de arbolado ligero, de hoja acuosa. Como por sobre alfombra van los caballos, de lo mucho del césped. Arriba el curujeyal da al cielo azul, o la palma nueva, o el dagame, que da la flor más fina, amada de la abeja, o la guásima, o la jatía. Todo es festón y hojeo, y por entre los claros, a la derecha, se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso. Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes: el cajueirán,[42] “el palo más fuerte de Cuba”, el grueso júcaro, el almacigo, de piel de seda, la jagua de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cas­cara de curtir, el jubabán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa, “vuelven raso al tabaco”, la caoba, de corteza brusca, la quiebrahacha de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de las raíces (el caimitillo y el cupey y la picapica) y la yamagua, que estanca la sangre.[43]

     Y al bosque nocturno, a la fiesta y delicia y misterio del rumor, (ya anotado por Colón, según vimos),[44] se dedica la página más poemática del último Diario, su fragmento de más libre poesía:

La noche bella no deja dormir. Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea,[45] y su coro le responde; aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá,[46] la palma corta y espinuda; vuelan despacio en tor­no las animitas; entre los ruidos estridentes, oigo la música de la selva,[47]compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima: es la minada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas?[48]

     Este Diario significa el primer contacto inmediato del espíritu, en el trance supremo del sacrificio, con nuestra naturaleza y nuestros hombres. Pero una cosa es lo que Martí gana para todos en el preciso testimonio de sus incorporaciones, y otra lo que su mirada transparenta como realidad distinta de él. Detrás de sus palabras y su fervor, palpita el hecho cubano a secas (no ya el hecho martiano), con tanta fuerza y legitimidad, que desde ese trasfondo nos llegan nuevos rasgos para enriquecer la caracterización que venimos intentado.

     En medio de una naturaleza que no es nunca desmesurada, que tiene siempre la medida manual del hombre, que es puro destello y rumor, “festón y hojeo”, y vetas cambiantes del aire, los hombres comunes, oscuros, que nos pinta Martí (a veces de un solo trazo), están, rigurosamente hablando, a la intemperie. Sentimos que nada los abriga, que ningún escudo (llámese catolicismo, nacionalismo o simple regionalismo) los protege. Solo el misterio del calor humano les da un poco de sombra. Pero en sus relaciones, aún estrechadas por la tensión del peligro y la comunidad del ideal patriótico, percibimos un peculiar despego. El modo mismo de querer, de ser cariñoso, es en el fondo como cálida o suavemente huraño, como provisional, como despegado. El cubano es más tierno que el español, pero no tiene apego último. Esta contradicción es típica de su carácter. Puede ser cariñoso hasta el mimo, pero no se hunde ni enraíza en ese cariño; de pronto se desprende, sale, salta, va a otra cosa. Así en el Diario hallamos la ternura viril, la fineza natural en el trato, la devoción estremecida, la hospitalidad hermosa del cubano, pero sentimos también su fondo de despego ardiente (porque no se trata de frialdad o indiferencia), el rescoldo siempre vivo de su soledad ontológica. No una soledad individual, de la que seamos conscientes (pues este es rasgo universal del hombre), sino una soledad inconsciente, histórica, casi diríamos nacional, en la cual se reside. Porque el cubano, en cuanto a tal, no se asienta en ningún dogma ni echa raíces en sus propias costumbres ni se aposenta profunda y realmente, como el español o el mexicano, en su ser de cubano. Claro que, al no hacerlo, por eso mismo, toca la peculiaridad de su ser. En el momento del último Diario de Martí, por otra parte, hay dos fuerzas cohesivas tremendas que actúan sobre esos hombres que él nos pinta o nos transluce: el ideal de la patria libre y la presencia del propio Martí. Añádanse los trabajos comunes, el peligro que están corriendo juntos. El Diario está lleno de ojos que centellean, de gestos de fina y pudorosa reverencia, de cortesías recias y veladas. Pero en el machetazo que degüella a la jutía, está la intemperie cruda, destemplada y sin amparo de lo cubano.[49]  Si de Heredia a Zenea vimos su revelación como lejanía, ya aquí se nos abalanza como hiriente inmediatez. Y sabemos que cuando aquellos ideales pierdan su vigencia y este hombre maravilloso desaparezca, habrá que vivir a pulso, irguiéndose sobre la nada suave y creciente de los días.

Tomado de Cintio Vitier: “Séptima lección. El arribo a la plenitud del espíritu. La integración poética de Martí”, Lo cubano en la poesía (1958), en Lo cubano en la poesía. Edición definitiva, prólogo de Abel Prieto, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1998, pp. 196-202.[50]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[29] Ibíd., p. 78.

[30] Mariano Gumersindo Sánchez Vaillant (1862-1897)

[31] Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., pp. 81-82.

[32] Ibíd., p. 88.

[33] Ibíd., pp. 103-104.

[34] Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., pp. 105-106.

[35] Ibíd., p. 106.

[36] Ibíd., p. 107. (Las cursivas son de CV).

[37] JM: “Carta a doña Leonor Pérez Cabrera”, Hanábana, 23 de octubre de 1862, OCEC, t. 1, p. 15.

[38] Se refiere, sin duda, al Valentín español, quien se incorporó con la tropa de Ruenes y que se ocupaba de cocinar. Ya, el 19 de abril, había mencionado que “el español que se le ha puesto a Gómez de asistente, se afana en la cocina”.

[39] Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., p. 108.

[40] Francisco Pobeda y Armenteros (1796-1881). “[Sus] descripciones son las más genuinas que en verso hemos tenido de la vida del guajiro. Le agradecemos hoy a Pobeda su absoluta fidelidad a la experiencia inmediata, muy superior en su honradez a las estilizaciones insuficientes y falseadoras que se pondrán de moda más tarde, persistiendo sus tópicos hasta nuestros días. Pero a mi juicio lo mejor de Pobeda está en sus enumeraciones interminables de palos del monte. Hemos visto la cornucopia frutal indiana y el inventario agreste con toque romántico. Aquí es la pura y lisa nómina arbórea lo que irrumpe. Evidentemente Pobeda se sentía orgulloso de su excepcional conocimiento, no letrado sino directo, de los palos cubanos, así como de su virtuosismo de versificador para hacerlos rimar insaciablemente, con ligera adjetivación o sin ninguna, llevando a su ápice y delirio, en lo forestal, la dirección enumerativa iniciada por Balboa”. (CV: “[Francisco Pobeda]”, “Quinta lección: El empeño nativista. Los romances cubanos. El siboneísmo. El Cucalambé”, Lo cubano en la poesía (1958), en Lo cubano en la poesía. Edición definitiva, prólogo de Abel E. Prieto, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1998, pp. 109-110).

[41] CV: “[Francisco Iturrondo]”, “Segunda lección. Condiciones estéticas en que se inicia nuestra poesía. El marco bucólico y la visión arcádica. Ganancias de la silva descriptiva”, Lo cubano en la poesía. Edición definitiva, ob. cit., pp. 57-62.

[42] Entiéndase “caguairán”.

[43] Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., p. 97.

[44] Lo cubano en la poesía. Edición definitiva, ob. cit., pp. 29-33.

[45] Al parecer, localismo o neologismo martiano referido a una falsa creencia: al supues­to sonido producido por los lagartijos, los cuales, según los especialistas, son incapaces de emitirlos.

[46] Se refiere al pajuá.

[47] “Este pasaje de encantamiento y suspensión como extratemporal, análogo a algunos compases característicos de los últimos Cuartetos de Beethoven, nos recuerda que la música para Martí no fue solo vivencia, alimento y opinión, sino también sustancia de su propio estilo. Musical en alto gra­do, tanto como pictórica, fue la palabra de Martí. Sonidos y colores, según las pautas de impresionistas y simbolistas, en él se correspondían naturalmente […]. Pero no es la sinestesia, por su lado anímico-sonoro, lo fundamental en la musicalidad del estilo martiano, sino los elementos rítmico-melódicos. […] Tenemos así a Martí, que frecuentísimamente apoyaba su prosa en octosílabos y endecasílabos, tan sobria y lucidamente conceptual, como irreprimible músico de la palabra”. (CV: “Música y razón”, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1972, no. 4, pp. 374-375).

[48] Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., p. 71.

[49] “La intemperie insular, con su fiel fonetismo indígena” (Lo cubano en la poesía, ob. cit., p. 43), que alguna vez Cintio Vitier designa como “la radical intemperie cubana” (“El ‘son de la loma’”, Obras 11. Estudios y ensayos, prólogo de Enrique Saínz, La Habana, Editorial de Letras Cubanas, 2014, p. 298), aparece señalada también por Gabriela Mistral, Fina García-Marruz y María Zambrano referido a Martí:

  • “No se merecía Martí, criatura de intemperie, por veraz y fuerte, una época de palabra falsa y de perifollos verbales”. [Gabriela Mistral: “Los Versos sencillos de José Martí” (1938), La palabra viva de José Martí, selección, prólogo y notas de Carmen Suárez León, La Habana, Editorial Pablo de la Torriente, 2007, p. 34. (La cursiva es del E. del sitio web)].
  • “[…] ¿Cómo explicar la presencia en su expresión de ese ‘imponderable’ de lo cubano, que hace que diferenciemos al punto las páginas que escribe sobre Juárez o Bolívar de las que dedica a Gómez, por ejemplo, o al campo nuestro en las páginas del Diario? Estas últimas diríamos que son más blancas, más siluetadas, tienen esa ‘lisura’ tan cubana —acaso posterior a la intimidad penumbrosa de lo criollo—, ese modo de aparecer las cosas en la luz como si no tuvieran nada detrás, en una especie de pobre, dura, rugosa intemperie”. [Fina García-Marruz: “José Martí” (Revista Lyceum, La Habana, mayo de 1952), Ensayos, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2003. (La cursiva es del E. del sitio web)].
  • “‘La lluvia pura, sufrida en silencio’… es el mismo Martí quien la sufre y la ha elegido como el elemento de su ser. La intemperie. El trabajo incesante de los hombres ha sido desde siempre el hacerse una casa y una casa es también la Cultura, las Leyes, la Historia… y hasta el Arte. Pero ha habido hombres que han querido vivir a la intemperie, para sentir hasta calarles los huesos esa lluvia incesante que siempre cae, sin protección, sin albergue. La lluvia pura del destino aceptado como algo celeste. Soportar la inclemencia que viene del cielo, de lo que está sobre nuestras cabezas… Es la forma de ser habitante del Planeta, de vivir un destino humano sobre la Tierra. Y esto para dejar una Casa hecha para los otros, para todos”. [María Zambrano: “Martí, camino de su muerte” (1953), Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2004, no. 27, p. 218. (Las cursivas son del E. del sitio web)].
  • “Martí vio muy bien la poesía de las conversaciones fugaces que se oyen, las que después llamara Joyce ‘epifanías’ de lo cotidiano. Luego las volveremos a hallar en los últimos Diarios, el misterio de la palabra humana, el cuento que alguien hace junto a la intemperie resonante, hallazgo de su poesía”. (Fina García-Marruz: “La prosa poemática en Martí” (1964), Temas martianos. Primera serie, La Habana, Colección Cubana, Biblioteca Nacional José Martí, 1969, p. 234; Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2011, p. 279).
  • “Estas cartas últimas, sin duda las más bellas, que escribió Martí, a su ‘Gonzalo, Benjamín, hermanos queridos’, a Estrada y a Mercado, a Carmen y María, están todas henchidas de luz cubana: el sol da sobre el papel o la luz de la vela cariñosa: cariño e intemperie. Allí están al fin los hombres enteros, los iguales, la guerrilla baracoana de Félix Ruenes con el saludo entrañable: ‘¡Ah hermanos!’” [Fina García-Marruz: “Las cartas de Martí” (1968), Temas martianos. Primera serie, ob. cit., p. 424. (La cursiva es del E. del sitio web)].

Otros textos relacionados:

  • Fina García-Marruz: “Los tres diarios”, en “José Martí” (Revista Lyceum, La Habana, mayo de 1952), El orden del homenaje, Madrid, Ediciones Huso y La Isla Infinita, 2018, pp. 207-222.
  • Cintio Vitier: “Diarios” (capítulo X), Vida y Obra del Apóstol José Martí, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2004, pp. 225-240.
  • Carmen Ochando Aymerich: “El último silencio. (En torno a la Literatura de campaña)”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1995, no. 18, pp. 67-81.
  • Claude Bochet-Huré: “Las últimas notas de viaje de Martí. (Algunas observaciones sobre el estilo)”, Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional José Martí, 1969, no. 1, pp. 9-32.
  • Denia García Ronda: “Diario de campaña de José Martí, pensamiento y forma”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, mayo-agosto de 1987, no. 2, pp. 155-175. (José Martí. Valoración múltiple, La Habana, Casa de las Américas, 2007, t. 2, pp. 621-642).
  • Pedro Pablo Rodríguez: “El mambí”, De todas partes, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2012, pp. 139-143.
  • Mayra Beatriz Martínez: “En torno a las centelleantes páginas”, Convivencias de El Viajero. Nuestra América desde los márgenes, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2011, pp. 241-269.
  • Mayra Beatriz Martínez: “Las historias que glosan la Historia”, Diarios de campaña. Edición anotada, investigación y apéndices de Mayra Beatriz Martínez, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2014, pp. 158-186.
  • Mayra Beatriz Martínez: “Martí en sus Diarios…: las voces que lo acompañan”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2015, no. 38, pp. 87-102.
  • Francisco López Sacha: “Prólogo al Diario de Campaña” (texto revisado y corregido por Nuria Gregori), La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994.
  • Froilán Escobar: “Lo cubano busca su secreto y guarda su misterio”, Diarios de Campaña. Edición crítica, presentación y notas de Mayra Beatriz Martínez y Froilán Escobar, La Habana, Casa Editora Abril, 1996.
  • Joel James Figarola: Aproximación al diario de campaña de José Martí, Santiago de Cuba, Ed. Uvero, 1980.
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  • Samuel Feijóo: “Martí encuentra su paisaje”, Bohemia, La Habana, 31 de enero de 1954.
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  • Guillermo Cabrera Infante: “Prólogo a José Martí. Diarios”, España, Galaxia Gutenberg S.A., 1997.
  • Leah Bonnín: “El último silencio, Diarios de campaña de José Martí”, Revista Iberoamericana de Cultura Otro Lunes, Madrid, enero de 2012, a. 6, no. 21.
  • Mónica María del Valle Idárraga: “El negro haitiano y el vudú en el Diario de Montecristi a Cabo Haitiano de José Martí”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2020, no. 43, 94-114.