MARTÍ Y EL 27 DE NOVIEMBRE
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Un espíritu dominado por el rencor hubiese ocultado o deformado estos y otros hechos que tendían a levantar puentes sobre el abismo abierto entre cubanos y españoles. Con razón asevera Martí en su artículo de 1887, subrayando aquellos rasgos de la empresa y la conducta de Fermín que iban a insertarse dentro del ideario de la guerra sin odio,[31] consagrado finalmente en el Manifiesto de Montecristi y en la Circular de guerra del 28 de abril de 1895: “Grande ha sido en Valdés-Domínguez la lealtad a los muertos—¡que tienen pocos amigos!—; grande su arrojo; grande la fuerza que su prueba añade a nuestros derechos olvidados. Pero lo más grande en él, a semejanza de su pueblo, donde no encuentra raíz el odio, es ese acento inefable de perdón que embellece su digna tristeza. ¡Perdón es la palabra, y aquí se trata solo de merecerlo!”[32]
Vemos cómo el mandato de las sombras del poema juvenil se trueca, no solo en norma superior de una eticidad que ennoblece el combate, sino también en tesis política y social de gran hondura y audacia. En el Manifiesto de Montecristi Martí llegará a decir —poniendo de relieve el fondo social, no meramente político, de la revolución—: “Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos”.[33] No se trataba, pues, en su concepción, de una guerra de cubanos contra españoles, y nada más, sino de una guerra de oprimidos contra opresores, y en la primera categoría entraba la mejor parte de los españoles trabajadores de la Isla y el grueso de los “quintos” de la tropa enemiga. En el artículo que ahora comentamos prosigue: “Ya quiere bálsamos esta tierra triste donde los vencedores cuentan tantas heridas como los vencidos: ya se siente en el aire el tácito acuerdo de los que aprendieron a odiarse en la opresión para estimarse después por sus virtudes comunes en la guerra: ya asoma acaso la hora de marchar juntos a la conquista de toda la justicia”.[34]
Este deseo grandioso no era meramente romántico. De hecho, con esta actitud Martí logró en Tampa, en julio de 1892, que cientos de obreros españoles desfilaran sumándose a la causa cubana. “Se acercan los tiempos extraordinarios”, diría entonces, refiriéndose a aquella “ocasión solemnísima, de las pocas que sacuden hasta la raíz el alma humana”.[35] No olvidemos que en el proceso factual de la guerra faltaron su persona y su palabra geniales. Volviendo ahora a sus textos, en el discurso de 1891 sobre el 27 de Noviembre, hará Martí una de sus más altas declaraciones de principio sobre el tema que nos ocupa, declaración inscrita para siempre, como la estrella en el triángulo rojo de la bandera, en la eticidad revolucionaria cubana: “¡Ni es de cubanos, ni lo será jamás, meterse en la sangre hasta la cintura, y avivar con un haz de niños muertos, los crímenes del mundo: ni es de cubanos vivir, como el chacal en la jaula, dándole vueltas al odio!”[36]
La liberación del odio era precisamente la liberación de la colonia. A la reacción fatal había que oponer la respuesta libre.[37] El tributo a los mártires del 27 de Noviembre no podía moverse en los planos inferiores en que se movieron sus verdugos: “No es de nuestro corazón cubano” —reitera Martí— “ni de nuestro respeto, ni de la dignidad de nuestro concepto de la patria, que solo excluye la opresión y el crimen, recrudecer la memoria harto vehemente del espantable asesinato; ni convidar, con palabra baja e imprevisora, a la venganza y el odio: ¡triste patria sería la que tuviese el odio por sostén […!]”[38]
Atención ahora. Llegamos a la solución exhaustiva del problema planteado por primera vez, con lenguaje romántico, en los agónicos versos de 1872. Estamos en 1894, en el discurso de homenaje a Fermín, en vísperas de la nueva guerra. Dice Martí, en efecto: “¡triste patria sería la que tuviese el odio por sostén […!]”, pero en seguida añade: “tan triste por lo menos como la que se arrastra en el olvido indecoroso de las ofensas, y convive alegre, sin más enmienda que una censura escurridiza y senil, con los tiranos que la estrujan, los soberbios que prefieren la dominación extraña al reparto de la justicia entre los propios,—y los cobardes, que son los verdaderos responsables de la tiranía!”[39]
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[31] Véanse, al respecto, los capítulos “La fuerza divisora del odio: consecuencias históricas”, “Amor y fundación” y “La guerra sin odios”, El amor como energía revolucionaria en José Martí, ob. cit.
[32] “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., p. 242.
[33] Manifiesto de Montecristi, ob. cit., p. 12.
[34] “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., p. 242.
[35] JM: “Carta a Gonzalo de Quesada y Aróstegui”, Ocala, Fla. [22] julio 1892, EJM, t. III, pp. 155-156.
[36] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 284.
[37] Lo que Martí descubre […], es que el odio es una reacción y el amor, esencialmente, un acto o, más bien, el acto creador mismo. Es así, que su negativa a ceder aún al odio legítimo que el crimen inspira, procede de la búsqueda de un centro libre desde el cual pueda emerger una fuerza de creación de más vasto alcance. Pues el odio que sentimos ante nuestro enemigo está ‘determinado’ por él: es el agresor el que lo provoca y el que, al obligarnos a salir de nuestro terreno para entrar en el suyo, ha obtenido ya una parcial victoria. Nuestra respuesta es del todo legítima, pero derivada, y por ello carece de la fuerza de una energía primigenia […].
De lo que se trata, entonces, no es de evitar el odio para dejar las cosas como están, sino de evitarlo para poder erradicar lo que lo motiva con una fuerza que le es superior. Se trata de no permitir que se nos arranque de esa raíz de libertad que nos constituye, desde la cual podrá brotar nuestra acción con energía radial, es decir, no derivada, no debilitada por el sello que en ella ha impreso nuestro agresor, y con el que ha querido ‘fatalmente’ determinarnos. No se puede combatir por la libertad, si no partimos de ella”. (Fina García-Marruz: “De ‘Abdala’ a El presidio político”, El amor como energía revolucionaria en José Martí, ob. cit., pp. 71-72).
[38] “Discurso en honor de Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., pp. 321-322.
[39] Ibíd., p. 322.