MARTÍ Y EL 27 DE NOVIEMBRE
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En el artículo del año de la vindicación de la memoria de los mártires, 1887, Martí hará una rápida “mancha” (en el sentido pictórico del término), muy superior a la alegoría del juvenil poema, en la que va envuelta una relativa explicación de los sucesos y en cuyos trazos brilla el don de síntesis que empezaba a madurar en su prosa:
Por la ola de sangre se vieron impelidos los mismos que para ganarse el favor de la opinión la levantaron: ¿quién sabe dónde va el odio una vez que se le desata? Se llenó nuestra Habana de turbas engañadas y coléricas: temblaron ante ellas los que hubieran podido desarmar la furia con mostrar a sus jefes el ataúd: todavía se estremecen de pavor los que recuerdan las cárceles cercadas, el palacio sitiado, los caballos de los pacificadores muertos a bayonetazos, los toques de corneta, anunciando en el lúgubre silencio, las gallardas cabezas que caían: hoy solo quedan de aquel drama tremendo unas hebillas de plata, una corbata de seda envuelta a un hueso, y ocho cráneos despedazados por las balas.[24]
Volviendo al poema inicial, la aludida alegoría de “una legión de hienas”,[25] que allí representa a los Voluntarios homicidas, termina con una coherente maldición. Utilizando entonces un recurso de la poesía romántica —el recurso de poner en boca de alguna aparición las más íntimas intenciones del poeta—, Martí finge que ve las sombras de los estudiantes muertos y que ellas, sorprendentemente, no piden venganza sino perdón:
Campa! Bermúdez! Álvarez!…¡Son ellos,
Pálido el rostro, plácido el semblante;
Horadadas las mismas vestiduras
Por los feroces dientes de la hiena!
¡Ellos los que detienen mi justicia!
¡Ellos los que perdonan a la fiera!—
¡Déjame ¡oh gloria! que a mi vida arranque
Cuanto del mundo mísero recibe!
Deja que vaya al mundo generoso,
Donde la vida del perdón se vive![26]
El poeta, aunque seducido por el “bienhechor consuelo” y la “espléndida luz”[27] que la aparición de los mártires trae consigo, aunque fascinado con sus palabras sobrenaturales y sus extáticos y piadosos gestos (“Ellos me dicen / Que mi furor colérico suspenda, / Y me enseñan sus pechos traspasados, / Y sus heridas con amor bendicen, / Y sus cuerpos estrechan abrazados”), se atreve a preguntar incrédulo: “¿Perdón para el / impío?”, es decir: ¿Perdón para el que no lo tuvo ni lo conoce? Pero las sombras son categóricas, y ahora a coro le gritan, le ordenan el perdón. “Y en un mundo de ser se precipitan!”[28] ¿Qué significa esto? Por lo pronto el joven poeta solo sabe que ha salido de la prisión del odio y de su atmósfera asfixiante, envenenada, matadora; y que ahora el juramento de fidelidad, entrega y redención, puede empuñarse limpio como una espada sin mácula. Con los años irá volteando este problema por todos sus lados, hasta llegar a la más completa solución que del mismo conoce la ética revolucionaría.
Ya en el artículo de 1887 sobre la gestión vindicadora de Fermín, escribe: “Los grandes crímenes son útiles, porque demuestran hasta dónde puede llegar la nobleza necesaria para perdonarlos”.[29] De hecho Fermín, no solo mantuvo en todo este proceso la conducta ejemplar del “vindicador sin ira”, sino que aportó, junto a la implacable denuncia de la infamia, datos contrastantes y enriquecedores, como el episodio de la acogida que los marinos de la fragata española Zaragoza, surta en el puerto de La Habana, dieron a los estudiantes sobrevivientes, indultados de presidio y allí protegidos hasta la llegada del vapor correo, que los llevaría a España:
Ese día [dice Fermín] memorable para todos, nos ofrecieron los marinos un fraternal almuerzo. Aquel banquete fue la primera protesta de los hombres dignos a la que asistimos: colocado cada uno de nosotros al lado de un marino, para demostrar la unión que entre todos y nosotros querían ellos que existiera, y para significar, al mismo tiempo, cuán injustos entendían que habían sido nuestros sufrimientos, pasamos algunas horas cuyo recuerdo me llena de alegría. Nuestros brindis encerraban muchas lágrimas que contestaban los marinos con protestas honrosas, con frases de consuelo, que recuerdo siempre cuando tengo que juzgar a los hombres que, con su maldad o con su cobardía, cavaron la fosa que había de recibir los cuerpos mutilados de mis compañeros y rieron en las canteras cuando la vara del brigada golpeaba, sin compasión, nuestras espaldas.[30]
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[24] JM: “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, La Lucha, La Habana, 9 de abril de 1887, OCEC, t. 25, p. 240.
[25] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 60.
[26] Ibíd., p. 62.
[27] Ibíd., p. 61.
[28] Ibíd., p. 62.
[29] “Desde New York. Fermín Valdés Domínguez”, ob. cit., p. 240.
[30] El 27 de noviembre de 1871, ob. cit., p.