MARTÍ Y EL 27 DE NOVIEMBRE

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     No era Martí, sin embargo, hombre para quedarse en la impotencia de la ira y el dolor. Naturaleza esencialmente activa, creadora, transformadora siempre de los datos primarios de la realidad; naturaleza, en suma, esencialmente revolucionaria, él mismo dice en su poema: “¡Cuando se llora como yo, se jura!”[16] Despojados de toda autocomplacencia, de todo estancamiento, el dolor y la ira se le convierten pronto en un acto. Por eso afirma en su primera prosa sobre el 27 de Noviembre —clavada por él, Fermín y Pedro de la Torre, “como fantasmas justiciadores”,[17] en la madrugada madrileña del primer aniversario—: “hay un límite al llanto sobre la sepultura de los muertos, y es el amor infinito a la Patria y a la Gloria, que se jura sobre sus cuerpos, y que no teme, ni se abate, ni se debilita jamás—porque los cuerpos de los mártires son el altar más hermoso de la honra”,[18] palabras recogidas también en la defensa del Moncada.[19] “Y yo juré!”, dice Martí “Fue tal mi juramento, / Que si el fervor patriótico muriera, / Si Dios puede morir, nuevo surgiera / Al soplo arrebatado de su aliento!”[20] Diez años atrás, en el Hanábana, ante el cuerpo de un esclavo ahorcado de un seibo, según lo testifica el poema XXX de Versos sencillos, había jurado “lavar con su vida el crimen!”.[21] De este modo jura, primero, ante el esclavo, y después, ante la flor generosa y tronchada que trasciende a su clase, lo que equivalía a jurar ante los dos componentes fundamentales de la guerra cubana.

     Pasa después el joven Martí, en su estremecida imprecación de 1872, a evocar las fuerzas del mal desatadas en la noche infausta. Será la única vez que lo haga en esta forma. Él mismo dirá más tarde: “La palabra viril no se complace en descripciones espantosas”.[22] Por otra parte, nada puede rivalizar en este aspecto con el testimonio de Fermín en su denuncia, cuando nos pone así el espanto ante los ojos, con la siniestra elocuencia de los hechos vividos:

Pesada ya por el Consejo la cantidad de carne que podía bastar al hambre de la fiera, el Presidente, los vocales y los jefes y capitanes de Voluntarios que lo componían salieron fuera de la cárcel donde los esperaba, ansiosa, la multitud. Tocó atención entonces un corneta de órdenes, y súbito silencio acogió el clamor. Pero de repente, la gritería se hizo atronadora, las voces de ¡muera el Consejo! Se mezclaron a las que pedían nuestras vidas, y el tumulto duró hasta que un toque igual al anterior se hizo oír, y nuevo silencio, silencio horrible, le siguió. Alguien debía hablar. ¡Alguien ofrecía una cabeza más! Pero estruendo más horrible, si cabe, sucedió al intervalo segundo: los gritos de ¡muera el Consejo! tuvieron más insistencia y no cesaron hasta que otro toque fijó más su atención. Callaron un momento para gritar con más fuerza. El corneta tocó siete veces, y el vocerío atronador sucedía al momentáneo silencio. Y el corneta tocó la vez octava, y entonces todos gritaron: ¡Viva el Consejo! El estruendo se aumentaba con los vivas. Y era que se había ofrecido la octava cabeza. Era que ya tenía bastante para un día la sed de sangre de los amotinados. Era que ya se había llegado al máximum horrible de la sentencia. Los criminales deben sentir frío y terror cuando yo llego aquí.[23]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[16] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 60.

[17] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 285.

[18] JM: “El día 27 de noviembre de 1871”, Madrid, 1872, OCEC, t. 1, p. 98.

[19] Fidel Castro: La Historia me absolverá,

[20] “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, ob. cit., p. 60.

[21] JM: “Poema XXX”, Versos sencillos, Nueva York, 1891, OCEC, t. 14, p. 335.

[22] “Los pinos nuevos”, ob. cit., p. 284.

[23] Fermín Valdés Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, Santiago de Cuba, 1890, p.