MARTÍ EN LA HORA ACTUAL DE CUBA[1]

Leyendo un artículo de Harold Bloom sospeché un tema que quizás sea el más abarcador y necesario, el de las relaciones de la política, el pueblo y la poesía. Dicho así, puede parecer asunto manido o demagógico, por la falta de seriedad con que estos términos se han manejado en su más burda interrelación, la manipulada por la política al uso y por la antipolítica de moda. Pero las especulaciones de Bloom sobre “Poesía y represión”, con independencia de su brillante ironía dialéctica y del insondable resentimiento en que se fundan a partir de Vico y Nietzsche, culminando en una Retórica freudiana que no se priva de la Gnosis ni de la Cábala, me hacen pensar, o más bien sentir, que el contexto real de la poesía y de la crítica de la poesía que protagonizan esas páginas, deudoras de la cultura universal, no ha sido objeto, ni remotamente, de exploraciones semejantes ni mucho menos aproximativas o, para decirlo mejor, integradoras.

     ¿Qué papel juega el pueblo, quiero decir, la vecinería, la gente común, innegable substrato del mundo en que vivimos, en que hemos vivido siempre, dentro de la historia y la vivencia de esa “poesía fuerte” que tan agudamente estudia Bloom y con él, por lo menos desde Platón y Aristóteles, una legión de filósofos de la literatura? Los ciudadanos que constituyen el tejido social en que se mueven los sucesivos señores Bloom, y que, entre otras cosas, los alimentan para que puedan pensar, ¿no tienen nada que ver con el objeto de sus indagaciones? Y ese objeto, el más subjetivo de todos, ¿estará radicalmente divorciado de las esferas donde, para bien o para mal, se gobierna o desgobierna la vida social de las gentes? He aquí la cuestión de la que somos de tal modo partícipes que intentar dilucidarla nos produce una especie de vértigo, y sin embargo sospechamos que en no intentarlo se esconde algo así como una vergüenza, como un escándalo del ser. Quede para otra ocasión ese intento, mientras abordamos el tema que hoy nos convoca, el cual, a su vez, súbitamente, se nos presenta como una respuesta cenital.

     La respuesta cubana y americana a esa vergüenza, a ese escándalo, se llama José Martí, porque en él la política, el pueblo y la poesía constituyen —a diversos niveles de significado— una sola cosa: la vida real, saturada de imaginación, no esa bruma inapresable que ahora llaman “el imaginario”. La costumbre de leerlo, el hábito de citarlo, nos ha alejado de los supuestos de una obra que no estuvo ni quiso estar nunca separada un segundo ni un milímetro, no obstante, su impulso siempre trascendente, de la vida corriente y circundante. La política fue para él un asunto de alma. La originalidad individual fue para él algo que debemos a la comunidad universal, de la que cada pueblo es como un poeta diferente, un creador distinto. La poesía, en cuanto significa creación, fue para él la consistencia de todas las cosas. Es por eso que, cuando arrecian los problemas concretos de los hombres y mujeres de carne y hueso que nos rodean, forman nuestra atmósfera vital y en cierto sentido nos constituyen, podemos acudir a Martí, en primer lugar, como a una inteligencia y a una sensibilidad sin compartimentos estancos, tan interesado en la vida de los insectos como en las bodas de la luz, como en los mecanismos del ferrocarril, como en las leyes de la economía, como en los resortes de un poema, como en los sistemas de gobierno; y, sobre todo, interesado en la redención real de los hombres.[2] “La esclavitud de los hombres”, dijo, “es la gran pena del mundo”,[3] y a redimir o consolar esa pena dedicó su vida, en la que estuvo siempre actuando el amor a lo que Ernesto Che Guevara llamó “la humanidad viviente”, no la humanidad abstracta de los filósofos ni de los políticos al uso, sino la humanidad terriblemente individualizada de las madres, la vecinería entrañable, ese pueblo hacia cuyos rostros personales iba su palabra y que por fin conoció en la entera desnudez poética y política de sus últimos diarios.[4]

     Hoy nuestro pueblo no solo tiene grandes problemas y afronta graves peligros, sino que es un pueblo en carne viva. A las escaseces de todo tipo se suma el desgarramiento de los que se van y de los que, incluyendo niños, han muerto en ese intento. Sabemos de sobra quienes son los principales responsables de ese éxodo masivo, pero hay un hecho implacable que está más allá de toda explicación o argumento: los que se van, asumiendo mortales riesgos, son cubanos a quienes la palabra de Martí no ha llegado. ¿Culpa suya o culpa nuestra? No importa ya.

     Nuestro deber es que eso no siga ocurriendo, porque Martí vivió para ellos y murió también por ellos. Nuestra educación revolucionaria no ha sido bastante efectiva “para el bien de todos”.[5] Tal vez la masividad que era su obligación conspiró contra la calidad que era su ideal. En todo caso, a casi 36 años del triunfo de la Revolución, comprobamos crecientes zonas de descreimiento y desencanto en los jóvenes tanto iletrados como pertenecientes a minorías intelectuales. Sabemos que este fenómeno del nihilismo juvenil, filosóficamente articulado por la corriente llamada “postmodernismo”, es un fenómeno universal y que en nuestro país no es un fenómeno mayoritario. Pero en este campo las minorías tienen un peso específico imprevisible y la Revolución, por muy masiva que sea, tiene que ver en cada joven desmoralizado, escéptico político, marginal o antisocial, un innegable y doloroso fracaso. La Revolución no se puede resignar a este tipo de fracaso, por relativo que sea. La Revolución no puede conformarse con decir de los que se lanzan al mar en embarcaciones frágiles y arriesgan la vida de niños y ancianos, son delincuentes, son irresponsables, son antisociales. En todo caso son nuestros delincuentes, nuestros irresponsables, nuestros antisociales. La Revolución también se hizo y se hace para ellos, no puede admitir que sigan siendo subproductos suyos.[6] Hagamos nuestro máximo esfuerzo porque la palabra de Martí llegue a ellos con algo más que pueriles juegos de manos en la televisión.

     Imaginemos a un ciudadano, nacido dentro de las peores circunstancias económicas y  familiares, a quien, de niño, en el círculo infantil y en el preescolar, le hayan hablado  adecuadamente de Martí; que entre  los cinco y los once años, le hayan leído los cuentos de La Edad de Oro y él mismo haya leído algunos poemas de Ismaelillo y de los Versos sencillos, con el contexto biográfico e histórico asequible a su edad; que de los doce a los catorce años, en la Secundaria básica, ampliando las lecturas anteriores y siempre con la iconografía[7] correspondiente, haya entendido la de y el prólogo de los Versos sencillos, mediante una breve explicación de lo que fue la Primera Conferencia Internacional Americana, así como, con análoga contextualización biográfica e histórica, textos como “Céspedes y Agramonte”, “Rafael María de Mendive”, “‘Mi raza’”, “El general Gómez”, “Antonio Maceo”, “Mariana Maceo”, el prólogo a “Los poetas de la guerra”, “Conversación con un hombre de la guerra” y las “Cartas a María Mantilla”; que, ya en el noveno grado, ha sido capaz de redactar una síntesis de la vida y obra de Martí, con sus impresiones personales de las lecturas realizadas. Ese adolescente, en tránsito hacia la primera juventud, continúe o no estudios preuniversitarios o politécnicos, de los quince a los diecisiete años, debiera tener a mano, como compañía vitalicia de un maestro cuyo gusto ya ha adquirido, El presidio político en Cuba, las cartas a Gómez y a Maceo de 20 de julio de 1882, Vindicación de Cuba, el discurso “Madre América”, fragmentos de las crónicas sobre el Congreso Internacional de Washington y la Conferencia Monetaria, “Nuestra América”, “Con todos, y para el bien de todos”, “Los pinos nuevos”, las “Bases del Partido Revolucionario Cubano”, la carta abierta a Enrique Collazo, “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, “La verdad sobre los Estados Unidos”, “Los pobres de la tierra”, las cartas a Federico Henríquez Carvajal y de despedida a la madre y al hijo, el Manifiesto de Montecristi, el Diario de Campaña,[8] las últimas cartas a la familia Mantilla Miyares[9] y la carta trunca a Manuel A. Mercado.

     ¿Parece mucho pedir, mucho esperar? Probemos la esperanza; sistematicemos, sin burocracia pedagógica, la invencible esperanza; hagamos el experimento de una formación martiana que vaya desde el círculo infantil hasta las especialidades universitarias, y que solo termine con la vida. En esta hora de Cuba, en vísperas del centenario de la caída en combate de José Martí, considerando que él es el centro de nuestra historia y de nuestro proyecto cultural revolucionario, no creo que tengamos más segura tabla de salvación nacional.[10] No cometo la ingenuidad de aspirar a que cada ciudadano sea un especialista en la vida y obra de José Martí, pero sí cometo la ingenuidad (fuerza del espíritu en que siempre he creído) de aspirar a que cada cubano sea un martiano. Y si llega a serlo, aunque solo haya alcanzado una escolaridad de noveno grado, como vimos en nuestro ejemplo, y aunque se dedique a las tareas más disímiles, ¿llegará a ser algún día un marginal de la patria, un irresponsable, un antisocial? ¿No es Martí suficiente vacuna contra esos venenos ambientales? ¿No es Martí capaz de hacer de cada cubano, por humilde e iletrado que sea, un patriota? ¿No es capaz de inspirarle resguardo ético, amor profundo a su país, resistencia frente a la adversidad, limpieza de vida?

     Para ello, en realidad, habría que renovar y completar la campaña de alfabetización. Muchas veces se ha dicho que esa campaña, memorable proeza de nuestro pueblo, se inspiraba en las ideas de un artículo de Martí: “Maestros ambulantes”. Básicamente esto fue cierto, pero se soslayaba el contenido espiritual de lo que podemos llamar la campaña de alfabetización martiana. Así el mencionado artículo comienza diciendo: “Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual, y la grandeza patria”.[11] Lo del ala de colibrí, como el primer gesto que nos enamoró en una muchacha, no se olvida nunca. El encanto de este maestro está en lo que dice y en cómo lo dice, dos contenidos inseparables. Las “verdades esenciales”[12] que debieran ser el credo de todos los cubanos están en el ala de colibrí de su obra llena de gracia. La campaña que ahora necesitamos, en un pueblo que sabe leer y escribir y que ha alcanzado niveles científicos admirables, pero que en su mayoría conoce mal su historia y por lo tanto el argumento de su propia vida, es una campaña de espiritualidad y de conciencia. Sobre todo, para la parte más rudimentaria de nuestra población sería preciso partir de estas premisas estampadas en “Maestros ambulantes”:

La mayor parte de los hombres ha pasado dormida sobre la tierra. Comieron y bebieron; pero no supieron de sí. La cruzada se ha de emprender ahora para revelar a los hombres su propia naturaleza, y para darles, con el conocimiento de la ciencia llana y práctica, la independencia personal que fortalece la bondad y fomenta el decoro, y el orgullo de ser criatura amable y cosa viviente en el magno universo.[13]

     Este es el lenguaje que el mundo está olvidando y que nosotros no podemos olvidar, porque está en la raíz de nuestra cultura. Si lo olvidarnos, nos quedaremos vacíos. Es el lenguaje que los más cultos debieran usar siempre con los más incultos, el lenguaje de la sabiduría que se dirige directamente a cada persona, el lenguaje de la gran filosofía y de la gran poesía que se sabe deudora de los más humildes, que se siente obligada a servirlos, y que por eso no desdeña el arte de la política, sino que más bien quisiera hacer de toda experiencia y actividad humana una forma superior de la política, entendida no solo como el arte de gobernar a los hombres, sino también de gobernarse los hombres. Si cada ciudadano, en efecto, conquista su independencia personal y aprende a gobernarla en beneficio común, el gobierno de la bondad y del decoro está asegurado junto con la independencia nacional y la pertenencia al “magno universo”.

     “En suma”, escribió Martí en 1884, “se necesita abrir una campaña de ternura y de ciencia, y crear para ella un cuerpo, que no existe, de maestros misioneros”.[14] Ternura y letras llevaron nuestros inolvidables alfabetizadores a los más remotos rincones de la Isla, convencidos por Martí de que “la escuela ambulante es la única que puede remediar la ignorancia campesina”.[15] Hoy nuestro mayor problema espiritual, sin excluir los campos, está en las ciudades, y la ignorancia que hay que remediar es de otra especie. Es, en verdad, la ignorancia de sí mismo, de la propia historia, de la propia naturaleza, de la propia alma. En cuanto a esta, no ignoraba por cierto Martí que era un campo de tentaciones y batallas, por lo que también advertía que, “quien intente mejorar al hombre no ha de prescindir de sus malas pasiones, sino contarlas como factor importantísimo, y ver de no obrar contra ellas, sino con ellas”.[16] Sorprendente advertencia para quienes se han hecho una imagen edulcorada e irreal de Martí. No se lidia con los hombres sin conocerlos, y él los conoció a fondo, en ocasiones hasta la náusea y el horror. Pero también los conoció en su posibilidad de ennoblecimiento, de heroísmo y de luz, a cuyo servicio había que poner las fuerzas egoístas, “lo que”, según dijo en este mismo artículo, “tiene de bajo e interesado el alma humana”.[17] Para ello hay que ir, como él va siempre, a la raíz de humanidad, que es en primer término, en lo individual como en lo nacional, originalidad y por lo tanto independencia, pero una independencia que debe ponerse al servicio de la justicia común. Por eso refiriéndose a los Lunes de “La Liga” de Nueva York, donde él era maestro, afirmó que “la epopeya renace con cada alma libre: quien ve en sí es la epopeya”,[18] porque ese “ver en sí” descubre la veta de lo humano superior, de lo humano más profundo, de la poiesis del alma, luz propia del alma original, a lo que añade: “Y artesanos o príncipes, esos son los creadores. Epopeya es raíz”.[19] Epopeya, fijémonos bien, no es solo el estruendo de las batallas exteriores; esas mismas batallas son huecas y estériles si no tienen savia de epopeya íntima, raigal, de entrega libre. Y por ese camino llega Martí a su formulación política más terrible y diamantina, en la que todos los días de Dios tenemos que meditar:

     O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí  y el respeto, como de honor de  familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre,—o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos.[20]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Este trabajo fue leído por su autor en la mañana del 9 de septiembre de 1994, en reunión convocada sobre el tema del título en el Centro de Estudios Martianos.

[2] “[…] lo primero que tenemos que hacer, como un deber sagrado de cubanos y americanos, es empaparnos de las esencias enérgicas, agónicas y cordiales de su palabra, que no nos llega como letra sino como verbo transfigurador, que no nos trae la estructura fija de una ideología sino los caminos sufrientes y jubilosos de una salvación individual y colectiva. Porque en Martí no hay una filosofía sino una sabiduría, y lo que él busca, en medio de las tareas inmediatas, es regenerar y liberar al hombre, no solo de las trabas económicas y políticas sino también de las morales y psicológicas, obra que siempre será necesaria, y al hombre al que habla y del que habla es un hombre nuevo, futuro, ecuménico, armonioso por el equilibrio de los contrarios, afincado en la tierra y en el hambre de eternidad”. [Cintio Vitier: “Martí futuro” (1964), Temas martianos. Primera serie (1969) La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, p. 155].

“La radical diferencia entre Martí y los otros libertadores de pueblos, es la de haberse propuesto una doble redención, política y personal; no es la patria solo la que quiere redimir sino esto de preso que hay en cada hombre”. (Fina García-Marruz: “Las cartas de Martí” (1968), Temas martianos. Primera serie, ob. cit., p. 406).

[3] JM: “Poema XXXIV”, Versos sencillos, Nueva York, 1891, OCEC, t. 14, p. 339.

[4] JM: Diarios de campaña. Edición anotada, investigación y apéndices de Mayra Beatriz Martínez, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2014.

[5] JM: “Con todos, y para el bien de todos”, (discurso en el Liceo Cubano), Tampa, 26 de noviembre de 1891, OC, t. 4, p. 279. Véanse, además, al respecto, “Discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868”, Hardman Hall, Nueva York, 10 de octubre de 1889, OC, t. 4, pp. 238 y 243; “La universidad de los pobres”, La Nación, Buenos Aires, 22 de octubre de 1890, OC, t. 12, p. 437; “Discurso en conmemoración del 10 de Octubre de 1868”, Hardman Hall, Nueva York, 10 de octubre de 1891, OC, t. 4, p. 262; “Carta a José Dolores Poyo”, Nueva York, 5 de diciembre de 1891, en Epistolario (EJM), compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Plá, prólogo de Juan Marinello, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. II, p. 330; “La crisis y el Partido Revolucionario Cubano”, Patria, Nueva York, 19 de agosto de 1893, no. 75, p. 1 (OC, t. 2, p. 367); y “[Para el bien de todos]”, OC, t. 22, p. 256.

[6] “Estoy investigando sobre la producción cultural que está generando la más grave y prolongada crisis económica y moral, que llamamos eufemísticamente “período especial”. Hay que rastrear la ensayística desde mediados de los ochenta, porque ya estaban los replanteos básicos de las conveniencias de modernizar los discursos políticos, sociales y culturales. // Cintio aportó “Martí en la hora actual de Cuba” (1994). En ese texto, leído en el Centro de Estudios Martianos cuando era diputado a la Asamblea Nacional, meditó sobre la imperiosa necesidad de polemizar contra algunas mentalidades, que sustentaban creencias fundadas en principios de exclusión social. // En medio de las gravísimas dificultades económicas, sociales y morales, había que decir —con valentía y sinceridad— que nuestros balseros, nuestras prostitutas, nuestros jineteros y proxenetas, nuestros delincuentes, nuestros locos y nuestros suicidas por desesperación, eran también cubanos. // Si todos los “malos”, si el lumpen, si los “indeseables”, se excluían del concepto del pueblo cubano, se le estaban quitando elementos de base social, de más justicia, al proyecto revolucionario. // Inventar un mundo de elegidos cada vez más chiquito, un cielo adánico, entrañaba una flagrante contradicción con el mensaje siempre actual del genial orador que consagró los mejores principios republicanos en “Con todos, y para el bien de todos” (1891). // Cintio repetía la audacia intelectual de Ese sol del mundo moral; y reiteraba los criterios valientes de un sector de la intelectualidad cubana que —en los ochenta y los noventa— estaba surgiendo una reformulación más audaz y realista de los temas en debate, una estrategia sistémica para favorecer más el contrapunteo de opiniones en un clima de máximo respeto”. [Ana Cairo Ballester: “Cintio Vitier y Martí en la hora actual de Cuba”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2001, no. 24, p. 253. (“Evento-homenaje a Cintio Vitier”, dedicado a sus ochenta años de vida)].

[7] Gonzalo de Quesada y Miranda: Iconografía martiana, La Habana, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado y Editorial Letras Cubanas, 1985, 112 pp.

[8] JM: “Diario de Campaña de Cabo Haitiano a Dos Ríos, 9 de abril—17 de mayo de 1895”, Diarios de campaña. Edición anotada, ob. cit., pp. 63-109.

[9] JM: “Cartas a Carmen Miyares Peoli y sus hijos”, [A bordo del vapor Nordstrand, en Cabo Haitiano], 10 de abril de 1895; Jurisdicción de Baracoa, 16 de abril de 1895; Cerca de Guantánamo, 26 de abril de 1895; Cerca de Guantánamo, 28 de abril de 1895 y Altagracia, Holguín, 9 de mayo de 1895, EJM, t. V, pp. 154-155, 167-168, 177-178, 191-194 y 233-234, respectivamente. Véanse también las cartas a María ([A bordo del vapor Athos] 2 de febrero de 1895; Santiago de los Caballeros, 19 de febrero [de 1895]; [Cabo Haitiano, marzo de 1895]; [Montecristi] 25 de marzo de [1895] y [Cabo Haitiano, abril de 1895], EJM, t. V, pp. 55-56, 66, 90-91, 127 y 151, respectivamente; y Cabo Haitiano, 9 de abril de 1895, TEC, pp. 59-69) y a Carmen Mantilla Miyares ([A bordo del vapor Athos] 2 de febrero de 1895; [Santiago de los Caballeros, 19 de febrero de 1895]; [Cabo Haitiano, marzo de 1895]; M.[onte] C.[risti] 18 de marzo [de 1895] y [Cabo Haitiano] 9 de abril [de 1895], EJM, t. V, pp. 57-58, 67, 91-92, 108 y 150, respectivamente).

[10] Él solo es nuestra entera sustancia nacional y universal. Y allí donde en la medida de nuestras fuerzas participemos de ella, tendremos que encontrarnos con aquel que la realizó plenamente, y que en la abundancia de su corazón y el sacrificio de su vida dio con la naturalidad virginal del hombre”. (Fina García Marruz: “José Martí”, Revista Lyceum, La Habana, mayo de 1952, en Ensayos, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2003, p. 11).

[11] JM: “Maestros ambulantes”, La América, Nueva York, mayo de 1884, OCEC, t. 19, p. 184.

[12] “Maestros ambulantes”, ob. cit., p. 184; “Un congreso antropológico en los Estados Unidos”, La Nación, Buenos Aires, 2 de agosto de 1888, OC, t. 11, p. 477; y “Con todos, y para el bien de todos”, ob. cit., p. 274.

[13] “Maestros ambulantes”, ob. cit., p. 186.

[14] Ibíd., p. 188.

[15] Ídem.

[16] Ibíd., p. 187.

[17] Ídem.

[18] JM: “Rafael Serra. Para un libro”, Patria, Nueva York, 26 de marzo de 1892, no. 3, p. 3. (OC, t. 4, p. 381).

[19] Ídem.

[20] “Con todos, y para el bien de todos”, ob. cit., p. 270.