CONDUCTA NOBILÍSIMA
Cuando ocurrieron los ajusticiamientos en la explanada de La Punta, Estévanez se encontraba en la Acera del Louvre. Al oír las descargas de los proyectiles, rompió su espada y arrancó los galones de su charretera como expresión de desacuerdo e inconformidad ante la perpetración del crimen. En su libro Fragmentos de mis memorias, publicado en 1899, Estévanez refiere el impacto que aquellos sucesos causaron en él: “No dormí, formé el propósito de abandonar la Isla, donde cualquier día podría tener la desgracia de formar parte de algún Consejo de Guerra, y yo no era capaz de condenar inocentes, por ningún género de consideraciones”. Además del crimen de lesa humanidad, le disgustaba el baldón eterno para España que este hecho representaba: “El patriotismo fue, precisamente, lo que me hizo abandonar la Isla de Cuba. Yo no podía permanecer en ella. Si hubiese permanecido, seguramente hubiera acabado mal: antes que la patria están la humanidad y la justicia”.[4]
La actitud asumida por Estévanez sería recordada años más tarde por un grupo de cubanos y españoles que comprendieron el valor y la trascendencia de su gesto: “Antepuso a la disciplina militar, la disciplina ciudadana, la de su conciencia, que le ordenaba no ser indiferente al asesinato de los ocho estudiantes”.[5] Para Roig de Leuchsenring, primer Historiador de la Ciudad, Estévanez es “el héroe máximo del 27 de noviembre de 1871 (…) por la espontaneidad de su actitud, por el renunciamiento total de su carrera, por los altos fundamentos ideológicos que inspiraron su valeroso gesto y por la reiterada ratificación posterior de su conducta nobilísima”.[6]
Todo hace indicar que el primer homenaje tributado al digno militar español fue el empeño del periodista canario Luis Felipe Gómez Wangüemert de nombrar Nicolás Estévanez a una calle habanera. A pesar de la solicitud, realizada en 1925 a la Comisión de Historia, Ornato y Urbanismo de La Habana, al parecer esta idea no logró materializarse. Otra suerte correría el proyecto —iniciativa también de Gómez Wangüemert— de fijar una lápida recordatoria en la Acera del Louvre. Para llevarlo adelante se constituyó en 1928 un Comité pro Homenaje que presidió Benigno Souza, quien había sido médico y amigo personal de Estévanez durante su segunda visita a la Isla, en 1906. Gómez Wangüemert y Roig de Leuchsenring fueron su vicepresidente y secretario, respectivamente. Postergado varios años por dificultades de orden material, finalmente el 27 de noviembre de 1937 un grupo de historiadores, estudiantes y españoles residentes en Cuba colocaron en la Acera del Louvre la tarja escultórica que recuerda la memoria de Nicolás Estévanez y Murphy.
TARJA Y TRADICIÓN
La significación y trascendencia simbólicas del homenaje a Nicolás Estévanez en la Acera del Louvre deben analizarse teniendo en cuenta el contexto epocal durante el cual quedó emplazada esta tarja escultórica en ese espacio público habanero. Recordemos que en noviembre de 1937 ya había pasado poco más de un año de haberse iniciado la Guerra Civil Española, cuando se levantaron en armas los militares más conservadores del Ejército español contra la Segunda República. Habiendo partidarios de uno y otro bando en el seno de la sociedad cubana, el primer homenaje público a Estévanez tuvo una fuerte connotación política, pues no se trataba solamente de homenajearlo como militar pundonoroso, sino de subrayar su trayectoria vital de plena adhesión a los ideales republicanos, ya que —tras su partida de Cuba— llegó a ser gobernador civil de Madrid, diputado y ministro de la Guerra en la Primera República Española (1873).
El discurso de develación de la tarja, pronunciado por Emilio Roig de Leuchsenring, enfatizó en la continuidad histórica del Republicanismo español y su vínculo con la anhelada República por la que desde 1868 habían luchado los cubanos, ambas enfrentando a un enemigo común: el régimen monárquico español. Esta exaltación de los ideales republicanos recibió el beneplácito de las agrupaciones que integraban el Frente Democrático Español, “cuyas directivas pusieron todo su entusiasmo de buenos españoles —por buenos republicanos— en tomar participación destacada en este homenaje justísimo a la memoria del excelso repúblico, que de vivir en nuestros días hubiera consagrado, sin duda, su pluma y su espada al servicio de la misma causa de libertad, de democracia y de progreso que hoy defiende a sangre y fuego el pueblo español por la instauración definitiva y estable de la República que soñó y por la que luchó don Nicolás Estévanez”.[7]
Asimismo, se obtuvo el reconocimiento oficial y público por parte del gobierno español de la injusticia cometida por el régimen colonial en 1871 al fusilar a los ocho jóvenes estudiantes de Medicina. Ese reconocimiento quedaba expresado explícitamente en el telegrama enviado por Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros de la República Española, a la Subsecretaría del Estado cubano, apenas dos días antes de cumplirse el 66 aniversario del suceso: “manifestamos nuestra adhesión al acto en memoria y exaltación de los estudiantes cubanos que en 1871 fueron víctimas de la tiranía que tantas veces ha agredido a la esencia liberal y humana de nuestro pueblo”.[8]
Si bien el homenaje a Estévanez tuvo repercusiones favorables dentro de la comunidad republicana española, también motivó las críticas y opiniones contrarias de los sectores franquistas. A manera de confrontación ideológica, esa polarización se manifestó en las diatribas mutuas entre Emilio Roig de Leuchsenring y José (Pepín) Rivero, dueño y director del Diario de la Marina. Esa polémica trascendería en el tiempo y alcanzaría su punto máximo cuando, desde 1941, el Historiador de la Ciudad se propuso remover la estatua de Fernando VII de la Plaza de Armas para colocar en su lugar la del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, lo que logró finalmente en 1955.[9]
Tras ser develada la tarja escultórica en 1937, ese acto de homenaje a Nicolás Estévanez cobró permanencia desde ese mismo año, gracias a un acuerdo propuesto por Roig de Leuchsenring y aprobado por el Ayuntamiento de La Habana, que estableció su realización cada 27 de noviembre. Incluso, en las tres ocasiones en que los actos convocados por la Universidad de La Habana en su Colina Universitaria y en la explanada de La Punta fueron suspendidos, el de la Acera del Louvre se convirtió en el único homenaje realizado en la capital a la memoria de los estudiantes de Medicina. Las dos primeras ocasiones (1957 y 1958) estuvieron motivadas por la tensión que vivía el estudiantado, en oposición efectiva al régimen de Batista. La tercera tuvo lugar en el año 1969, cuando se encontraban “grandes núcleos de la población en los cortes de caña durante la Zafra de los Diez Millones”.[10]
Tras el fallecimiento de Roig de Leuchsenring, el homenaje a Nicolás Estévanez contó con las alocuciones de miembros de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, la Sociedad de Amistad Cubano-Española, el Instituto de Historia y la escuela de Historia de la Universidad. Hasta que justamente en el año 1969, Eusebio Leal Spengler retomó la tradición iniciada por su predecesor de ser el Historiador de la Ciudad quien pronuncie las palabras centrales del acto. A ese carácter ceremonial y ritual, incluido el toque del Himno Republicano Español, se unen las evocaciones al pasado histórico, y en especial a los crímenes e injusticias cometidos en Cuba durante la época colonial, entre los cuales difícilmente hubiese uno que superara a lo ocurrido con los estudiantes de Medicina. Más que rencor, el sentido de esta tradición es transmitir valores éticos vinculados al independentismo, el nacionalismo y el arraigo a la historia patria, además de subrayar aquellos sentimientos loables que unen inexorablemente a los pueblos de Cuba y España.
Opus Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, junio-diciembre de 2014, no. 1, pp. 63-65.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[4] Nicolás Estévanez y Murphy: Fragmentos de mis memorias, 2da ed., Madrid, Establecimiento Tipográfico de los hijos de R. Álvarez, 1903, p. 357.
[5] Luis Felipe Gómez Wangüemert: Patria Isleña, 1928.
[6] “Homenaje anual al preclaro republicano español Nicolás Estévanez”, ob. cit., p. 215.
[7] Ídem.
[8] Ídem.
[9] Ver Argel Calcines: “Ascenso y caída de un rey en mármol. La estatua habanera de Fernando VII”, Opus Habana, vol. XIV, no. 3, julio 2012-enero 2013.
[10] A cien años del 71. El fusilamiento de los estudiantes, ob. cit., p. 197.
[11] Es miembro del equipo editorial de Opus Habana.