Cintio Vitier, La luz del imposible

Cintio Vitier, La Luz del imposible

Libro confeccionado artesanalmente
en los talleres de la Ballena Codorniz.
Tamaño aproximado: 22x30cm
Ilustración de portada: Fabelo
Ilustraciones:
Silvia Rivero
José Adrián Vitier
Edición, diseño y maquetación:
José Adrián Vitier
Grabado de la tela de cubierta:
Nara Miranda

Lo cubano y lo criollo
(ensayo mínimo)

La diferencia entre lo cubano y lo criollo se hace patente en cuanto confrontamos el Separatismo con el Autonomismo. Esos dos Partidos tienen la profundidad de representar algo más que soluciones políticas, porque viven un momento en que la política tiene raíces poéticas. Poesía y política se confunden hermosamente, como en un solo rayo purificador, en las actitudes más intensas de nuestro siglo xix. Ese rayo es, en efecto, la idea electrizante de la patria. La gallardía del Separatismo viene del fulgor del ideal de la ruptura, del desgarrón de lo distinto, mientras la elegancia del Autonomismo se asienta en la idea sensata de la evolución, en los resguardos de la continuidad. El uno quiere ganar o perder, a la intemperie; el otro, conservar y diversificar en la penumbra, con una candorosa astucia llena de datos económicos, jurídicos y sociológicos. Son dos ingenuidades, que el cariño de la República a la postre acogió sin miramientos bajo la misma proceridad. El Separatismo culmina en los barrocos y desgarradores discursos de Martí, como el Autonomismo en la oratoria sabiamente modulada de Montoro. Son dos estilos, y por ellos vemos lo cubano y lo criollo, que tienen manifestaciones más secretas, objetivarse nítidamente en el proscenio.

     La casa cubana, en el campo, es la casa de tablas y tejas, pintada de blanco y azul, con jardincillo modesto al frente y detrás la arboleda de mangos y naranjales. La casa criolla por definición, en Cuba y en toda Hispanoamérica, es la quinta de las afueras, con césped, pinos y estatuillas en las fuentes. El paisaje criollo es el de los grabadores franceses e ingleses del xviii y el xix. El paisaje cubano, el que anota Martí en sus últimos Diarios. Hay elementos comunes, pero la diferente luz en que se sumergen los aleja tanto como si fueran de países distintos. La luz tamizada, fina, entre irónica y nostálgica, donde todo se recorta con reposada e imperturbable nitidez hasta los últimos planos, qué otra de la luz que se arremolina en golpes, asombros y ráfagas, o fija la hiriente plenitud del paisaje como una pobreza espléndida. Lo criollo es maternal y lo cubano está en las rebeldías e ilusiones del hijo. Las estancias y los muebles del llamado “estilo colonial cubano” son más bien representativos de lo criollo; el mueble cubano es cualquiera, con el menor estilo posible. Lo cubano es el mantel de hule y lo criollo el de hilo bordado, que sin embargo se pueden poner en la misma casa, resumiéndose graciosamente la polémica secular de nuestra personalidad.

La luz del imposible
La virgen de la balanza

Éste soy, de trono concéntrico y veraz,
de texto iluso en la mirada empezando a recibir
las enormes costumbres, los voraces estribillos.
Qué me importa vivir si mañana estaré muerto.
Qué me importa morir si ahora estoy solo de frente
al ángel de mi boca, si eterno oscuro caigo
al fondo de mis ojos, lleno de nada hasta la sal nocturna.
Qué me importas, oh retórico mundo, si mi muerte está viva
para siempre como el hambre que devora la forma del silencio.

Cintio Vitier