AL GENERAL MÁXIMO GÓMEZ[1]

N. York, 20 de julio de 1882

     Sr. Gral. Máximo Gómez.—

     Sr. y amigo:

     El aborrecimiento en que tengo las palabras que no van acompañadas de actos, y el miedo de parecer un agitador vulgar, habrán hecho, sin duda, que V. ignore el nombre de quien con placer y afecto le escribe esta carta.[2] Básteme decirle que, aunque joven, llevo muchos años de padecer y meditar en las cosas de mi patria; que ya después de urdida en N. York la segunda guerra,[3] vine a presidir, más para salvar de una mala memoria nuestros actos posteriores que porque tuviese fe en aquellos, el Comité de N. York;[4] y que desde entonces me he ocupado en rechazar toda tentativa de alardes inoficiosos y pueriles, y toda demostración ridícula de un poder y entusiasmo ficticios, aguardando en calma aparente los sucesos que no habían de tardar en presentarse, y que eran necesarios para producir al cabo en Cuba, con elementos nuevos, y en acuerdo con los problemas nuevos, una revolución seria, compacta e imponente, digna de que pongan mano en ella los hombres honrados. La honradez de V., General, me parece igual a su discreción y a su bravura. Esto explica esta carta.

     Quería yo escribirle muy minuciosamente sobre los trabajos que llevo emprendidos, la naturaleza y fin de ellos, los elementos varios y poderosos que trato ya de poner en junto, y las impaciencias[5] aisladas, bulliciosas y perjudiciales que hago por contener. Porque V. sabe, Gral., que mover un país, por pequeño que sea, es obra de gigantes. Y quien no se sienta gigante de amor, o de valor, o de pensamiento, o de paciencia, no debe emprenderla.—Pero mi buen amigo Flor Crombet sale de N. York inesperadamente, antes de lo que teníamos pensado que saliese: y yo le escribo, casi de pie y en el vapor, estos renglones para ponerle en conocimiento de todo lo emprendido, para pedirle su cuerdo consejo, y para saber si en la obra de aprovechamiento y dirección de las fuerzas nuevas que en Cuba surgen ahora, sin el apoyo de las cuales es imposible una revolución fructífera, y con las cuales será posible pronto,—piensa V. como sus amigos, y los míos, y los de nuestras ideas piensan hoy.[6]—Porque llevamos ya muchas caídas para no andar con tiento en esta tarea nueva. El país vuelve aún confiado los ojos a aquel[7] grupo escaso de hombres que ha merecido su respeto y asombro por su lealtad y su valor: importa mucho que el país vea juntos, sensatos, ahorradores de sangre inútil, y preveedores de los problemas venideros, a los que intentan sacarlo de su quicio, y ponerlo sobre quicio nuevo.[8]—Por mi parte, General, he rechazado toda excitación a renovar aquellas perniciosas camarillas de grupo de las guerras pasadas, ni aquellas jefaturas espontáneas, tan ocasionadas a rivalidades y rencores: solo aspiro a que formando un cuerpo visible y apretado, aparezcan unidos por un mismo deseo grave y juicioso de dar a Cuba libertad verdadera y durable, todos aquellos hombres abnegados y fuertes, capaces de reprimir su impaciencia en tanto no tengan modo de remediar en Cuba con una victoria probable[9] los males de una guerra rápida, unánime y grandiosa,—y de cambiar en la hora precisa la palabra por la espada.

     Yo estaba esperando, Señor y amigo mío, a tener ya juntos y de la mano algunos de los elementos de esta nueva Empresa. El viaje de Crombet a Honduras, aunque precipitado ahora, es una parte de nuestros trabajos, y tiene por objeto, como él explicará a V. largamente, decirle lo que llevamos hecho, la confianza que V. inspira a sus antiguos Oficiales, lo dispuestos que están ellos—aun los que parecían más reacios—tomar parte en cualquier tentativa revolucionaria, aun cuando fuera loca, y lo necesitados que estamos ya de responder de un modo oíble y visible a la pregunta inquieta de los elementos más animosos de Cuba,[10] de los cuales muchos nos venían desestimando, y ahora nos acatan y nos buscan. Antes de ahora, Gral., una excitación revolucionaria hubiera parecido una pretensión[11] ridícula, y acaso criminal, de hombres tercos, apasionados e impotentes: hoy, la aparición en forma serena y juiciosa de todos los elementos unidos del bando revolucionario, es una respuesta a la pregunta del país. Esperar es una manera de vencer. Haber estado en esto,—nos da esta ocasión, y esta ventaja. Yo creo que no hay mayor prueba de vigor que reprimir el vigor. Por mi parte, tengo esta demora como un verdadero triunfo.

     Pero así como el callar hasta hoy ha sido cuerdo, el callar desde hoy sería imprudente. Y sería también imprudente presentarnos al país de otra manera que de aquella moderada, racional y verdaderamente redentora que espera de nosotros. Ya llegó Cuba, en su actual estado y problemas, al punto de entender de nuevo la incapacidad de una política conciliadora, y la necesidad de una resolución[12] violenta. Pero sería suponer a nuestro país un país de locos, exigirle que se lanzase a la guerra en pos de lo que ahora somos para nuestro país—en pos de un fantasma.—Es necesario tomar cuerpo y tomarlo pronto, y tal como se espera que nuestro cuerpo sea. Nuestro país abunda en gente de pensamiento,—y es necesario enseñarles que la Revolución no es ya un mero estallido de decoro, ni la satisfacción de una costumbre de pelear y mandar, sino una obra detallada y previsora de pensamiento. Nuestro país vive muy apegado a sus intereses,—y es necesario que le demostremos hábil y brillantemente que la Revolución es la solución única para sus muy amenazados intereses. Nuestro país no se siente aún fuerte para la guerra,—y es justo y prudente, y a nosotros mismos útil, halagar esta creencia suya, respetar ese temor cierto e instintivo, y anunciarle que no intentamos llevarle contra su voluntad a una guerra prematura, sino tenerlo todo dispuesto para cuando él se sienta ya con fuerzas para la guerra. Por de contado, Gral., que no perderemos medios de provocar naturalmente esta reacción. Violentar el país sería inútil. Y precipitarlo sería una mala acción. Puesto que viene a nosotros, lo que hemos de hacer es ponernos de pie para recibirlo.—Y no volver a sentarnos.

     Y aún hay otro peligro mayor, mayor tal vez que todos los demás peligros. En Cuba ha habido siempre un grupo importante de hombres cautelosos, bastante soberbios para abominar la dominación española, pero bastante tímidos para no exponer su bienestar personal en combatirla. Esta clase de hombres, ayudados por todos los que quisieran gozar de los beneficios de la libertad sin pagarlos en su sangriento precio, favorecen vehementemente la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Todos los tímidos, todos los irresolutos, todos los observadores ligeros, todos los apegados a la riqueza, sienten tentaciones marcadas de apoyar esta solución, que creen poco costosa y fácil. Así halagan su conciencia de patriotas, y su miedo de serlo verdaderamente.[13] Pero como esa es la naturaleza humana, no hemos de ver con desdén estoico sus tentaciones, sino de atajarlas.

     ¿A quien se vuelve Cuba, en el instante definitivo, y ya cercano, de que pierda todas las nuevas esperanzas que el término de la guerra, las promesas de España, y la política de los liberales[14] le han hecho concebir? Se vuelve a todos los que le hablan de una solución fuera de España. Pero si no está en pie, elocuente y erguido, moderado, profundo, un partido revolucionario que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de sus proyectos, una confianza suficiente para acallar el anhelo del país—¿a quién ha de volverse, sino a los hombres del partido anexionista que surgirán entonces? ¿cómo evitar que se vayan tras ellos todos los aficionados a una libertad cómoda, que creen que con esa solución salvan a la par su fortuna y su conciencia? Ese es el riesgo grave. Por eso es llegada la hora de ponernos en pie.

     A eso iba, y va, Flor Crombet a Honduras. Querían hacerle picota de escándalo, y base de operaciones ridículas. Él tiene noble corazón, y juicio sano, y creo que piensa como pienso. A eso va, sin tiempo de esperar al discreto comisionado que tengo en estos instantes en La Habana, comenzando a tener en junto todos los hilos que andan sueltos. Porque yo quería, Gral., enviar a V. más cosas hechas.

     Va Crombet a decirle lo que ha visto, que es poco en lo presente visible, y mucho más en lo invisible y en lo futuro. Va en nombre de los hombres juiciosos de La Habana y el Príncipe[15] y en el de D. S. Cisneros, y en mi nombre, a preguntarle si no cree V. que esas que llevo precipitadamente escritas deben ser las ideas capitales de la reaparición, en forma desemejante de las anteriores, y adecuada a nuestras necesidades prácticas, del partido revolucionario. Va a oír de V. si no cree que esos que le apunto son los peligros reales de nuestra tierra y de sus buenos servidores. Va a saber previamente, antes de hacer manifestación alguna pública—que pudiera parecer luego presuntuosa, o desmentida por los sucesos—si V. cree oportuno y urgente[16] que el país vea surgir como un grupo compacto, cuerdo, y activo a la par que pensador, a todos aquellos hombres en cuya virtud tiene fe todavía. Va a saber de V. si no piensa que esa es la situación verdadera, esa la necesidad ya inmediata, y ese, en rasgos generales, el propósito que puede realzar, acelerar sin violencia, acreditar de nuevo, y dejar en mano de sus guías naturales e ingenuos la Revolución.—Ni debe esta ir a otro país, Gral., ni a hombres que la acepten de mal grado, o la comprometan por precipitarla, o la acepten para impedirla, o para aprovecharla en beneficio de un grupo o una sección de la Isla.

     Ya se va el correo, y tengo que levantar la pluma que he dejado volar hasta aquí. Me parece, General, por lo que le estimo, que le conozco desde hace mucho tiempo, y que también me estima. Creo que lo merezco, y sé que pongo en un hombre no común mi afecto. Sírvase no olvidar que espero con impaciencia su respuesta, porque hasta recibirla todo lo demoro, y la aguardo, no para hacer arma de ella, sino con esta seguridad y contento interiores, empezar a dar forma visible a estos trabajos, ya animados, tenaces y fructuosos. Jamás debe cederse a hacer lo pequeño por no parecer tibio o desocupado;—pero no debe perderse tiempo en hacer lo grande.

     ¿Cómo puede ser que Vd. que está hecho a hacerlo, no venga con toda su valía a esta nueva obra? Ya me parece oír la respuesta de sus labios generosos y sinceros. En tanto, queda respetando al que ha sabido ser grande en la guerra y digno en la paz.—

Su amigo y estimador

José Martí[17]

324 Classon Avenue
Brooklyn
L.I[18].

Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2010, t. 17, pp. 326-330.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Papel con cuño seco: Goetting Mills. Esta carta y la escrita al general Antonio Maceo (OCEC, t. 17, pp. 323-325), de la misma fecha, forman parte del proceso de reactivación de las actividades conspirativas promovidas por Martí desde Nueva York, el cual se vio alentado por la visita del general Flor Crombet a esa ciudad. A la partida de este para Honduras, donde se hallaban Gómez y Maceo, José Martí lo hizo portador de sendas cartas para ellos, que ambos respondieron con fecha 8 de octubre y 19 de noviembre de 1882, desde San Pedro Sula y Puerto Cortés, respectivamente. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web).

[2] En 1877 aproximadamente, al parecer, Martí ya le había escrito una carta al general Gómez desde Guatemala, con el fin de recabar información para un estudio que preparaba sobre la guerra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en 1868. (N. del E. del sitio web).

[3] Se refiere a la llamada Guerra Chiquita.

[4] José Martí ocupó interinamente la presidencia del Comité Revolucionario Cubano de Nueva York, el 26 de marzo de 1880, cuando el general Calixto García, su presidente, partió hacia Cuba.

[5] Tachada la coma al final de esta palabra.

[6] Esta palabra escrita sobre “ahora”.

[7] La “a” escrita sobre “un”.

[8] La “o” de las dos últimas palabras escrita sobre “os”.

[9] Las tres palabras a continuación añadidas encima de la línea.

[10] Estas dos palabras añadidas encima de la línea con otra tinta. Por lapsus, se mantiene coma en “animosos”.

[11] Esta palabra escrita con otra tinta sobre “excitación”.

[12] La “u” añadida sobre “s”.

[13] En la carta inconclusa a Manuel Mercado, fechada un día antes de caer en combate, José Martí se refiere a “la actividad anexionista, menos temible por la poca realidad de los aspirantes, de la especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba, contenta solo de que haya un amo, yankee o español, que les mantenga, o les cree, en premio de oficios de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante,—la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país,—la masa inteligente y creadora de blancos y de negros”. [“Carta a Manuel Mercado”, Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895, Testamentos. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, pp. 73-74. (N. del E. del sitio web)].

[14] Se refiere al Partido Liberal Autonomista de Cuba.

[15] La ciudad de Puerto Príncipe, hoy Camagüey.

[16] La “u” escrita sobre rasgos ininteligibles.

[17] A continuación, probablemente escrito por el propio Máximo Gómez: “Contestado 8 de octubre — fecha recibida”. Véase la respuesta de Gómez, Destinatario José Martí, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual; preámbulo de Eusebio Leal Spengler, La Habana, Ediciones Abril, 2005, pp. 140-141. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web).

[18] Long Island. Esta era la dirección de la pensión para familias de Manuel Mantilla y Carmen Miyares, donde entonces se alojaba Martí. Al dorso de esta última página aparece escrito: “1882. José Martí. Julio”.