VALDÉS DOMÍNGUEZ

Una segunda edición, complementada por interesantes apéndices, del folleto sobre el sacrificio de los estudiantes, ha visto la luz pública,[1] y comienza a expenderse en estos días. El Cubano se apresura, una vez más, a cumplir el ministerio que le corresponde, dando una voz a los aplausos con que la opinión pública corona el nombre que encabeza estas líneas.

     Nuestro querido amigo, el Dr. Valdés Domínguez, ha merecido bien de Cuba, porque en un momento dado y marcadísimo ha sido el intérprete del sentimiento general, ha sido como el representante, como el delegado del país cubano, yendo con mano firme y valerosa a arrancar del libro de la historia una página que trazaron el fanatismo y la calumnia, y a escribir otra que está ahora como esculpida por el cincel de la justicia en el mármol de la inmortalidad.

     Acontece, a veces, que allá en el interior, allá en el centro de las sombrías calles de una mina, uno de los gases que en ellas suelen desarrollarse ocasiona una explosión; las piedras salen de los muros, la arquitectura subterránea se desequilibra, cúbrese todo de escombros, las antiguas ramificaciones de la mina se desordenan, las entradas y las salidas se obstruyen, y en medio de las amontonadas ruinas, óyese el lamento del moribundo, del herido o, del que más infortunado gime solo, porque quedó privado de libertad, sin aire y sin luz, en las entrañas de la tierra. Honor al compañero que, desafiando, entonces, el peligro ignoto, desafiando las acechanzas y las emboscadas de la sombra, desciende al interior de los escombros para extraer de ellos, ya que no al obrero con vida, sus despojos al menos y depositarlos, piadosamente, en el seno de la tumba, para consagrarles la religión de los recuerdos.

     Nuestro ya ilustre amigo, el Dr. Valdés Domínguez, ha ido, como ese compañero valeroso ha ido, decimos, a la cripta de la calumnia, por entre los escombros de que se cubrió nuestro suelo, y vuelve ahora como si retornará a la radiante claridad del mediodía trayendo consigo, no solo los despojos queridos, sino el talismán precioso con que borrar, de nombres que no la merecieron, una mancilla injusta, que se trueca, ahora, para el mundo, que se trueca para la historia, que se trueca para la posteridad, en la aureola refulgente del martirio.

     La rectificación está ya hecha —¡loor al que salvado de las ignorancias del olvido los restos de nuestros hermanos, y con ellos su nombre inmaculado—; ya no descansan en la fosa de los criminales los huesos de esos gallardos niños, mezclados con la sangre que corre de los patíbulos ignominiosos; y no pasará mucho tiempo sin que, alzado por las manos de un pueblo entero, que tú supiste congregar y animar, ¡oh hermano generoso!, se levante sobre la patria tierra el monumento que dirá al porvenir la inocencia de ellos, tu amor ardiente a la justicia, y el sentido común de todos los cubanos.

     ¡Ah!, bien lo sabemos; ese monumento no será el altar de eternos odios, ni la fuente de que hayan de brotar funestas y encarnizadas hostilidades; no es ese, de ninguna manera, su ministerio augusto; pero, si algún cubano, atemorizado o distraído, abandonare, alguna vez, la preocupación que debe ser incesante, la ansiedad que debe ser permanente, por mejorar la suerte de nuestro país, por alcanzar para él la vida digna, feliz y grande a que por todas sus condiciones está llamado, en las piedras de ese monumento, verá en nuestro sentir, una censura sangrienta, en ellas ha de leer si a meditar cerca de ellas se resuelve, la acusación contra la vileza de su cobardía, la acusación contra el crimen de su indiferencia.

     Así no podrán repetirse en América y en el último tercio del siglo XIX esas tremendas tragedias del pasado, como si el reloj del tiempo hubiera suspendido su curso, como si las fronteras de la civilización se hubieran alterado.

     El libro de Valdés Domínguez y el monumento que ha de completarlo forman parte de nuestra historia. Ayudemos a levantar el segundo y habremos cumplido un gran deber. Estudiemos en las páginas del primero las enseñanzas que entraña los unos y los otros, que para todos importa una lección trascendental.

Antonio Zambrana

 El Cubano, La Habana, mayo de 1887.

Tomado de Fermín Valdés-Domínguez: El 27 de noviembre de 1871, 3ra ed., Santiago de Cuba, Imprenta de Juan E. Ravelo, 1890, pp. 20-22.


Nota:

[1] Fermín Valdés-Domínguez escribió dos libros fundamentales.