La nueva física nos ayuda a entenderlo mucho mejor de lo que pudieron sus contemporáneos. Martí era un ser en estado radiante. Aun cuando no hubiera muerto en Dos Ríos, tenía que desaparecer pronto, por una como disgregación atómica. Por eso su vida es apresurada: todas las simpatías y los amores, todos los estímulos del mundo se dieron cita en su corazón, atropellándose por entrar. Una existencia así no se puede soportar mucho tiempo, a menos de enloquecer o huir a la gloria y apagarse como lo hizo el pobre Rimbaud.
Que en tan corta vida haya podido hacer cuanto hizo —ser ese escritor que parece llenar un siglo o más de literatura, ser ese amigo de todos, y ese hombre único que fue, ser el político, el combatiente, el héroe— raya en milagro, de veras que raya en milagro.
Entre otros afanes implacables, lo consumía la sed de escribir, de dar a los instantes forma durable —como en el prólogo del Fausto dice el Señor—; y cada día descubrimos nuevos yacimientos de su obra, hasta verdaderas minucias (pero nunca insignificancias), hebrillas de oro que andan flotando por ahí; tal esa antología de curiosidades periodísticas ha poco aparecida en Caracas (Sección constante, 1955).[2]
A la velocidad externa de su vida corresponde con perfecta adecuación la velocidad interna de su pensamiento. ¡Iba tan de prisa! No tenía más remedio que escribir a las volandas, todos los días, todas las horas, todos los instantes: traía este encargo del Creador, y no quería irse sin cumplirlo. Se puede escribir a las volandas y escribir, como él, muy bien y con singular donosura, siempre que haya liebre para el guiso, porque donde naturaleza no da, ni siquiera Salamanca aprovecha. Y de aquí su estilo, solo explicable por esta singular condición: estilo de continuos disparos, de ondas cortas, ultracortas, que son las más rígidas y penetrantes; de aquí su estilo de ametralladora.
En el Misántropo, Alcestes ha dicho a Orontes: “El tiempo no hace al caso”. Se engaña: el tiempo hace al caso en ciertos casos, y a propósito de Martí es mejor decir el tempo, en el lenguaje de los músicos.
Por su ardor sin desmayo —fuego al rojo azul— y por su buena puntería de arquero, él realizó esta paradoja: dar ejemplo de lo que puede llegar a ser la precisión tropical, aunque bufen los que nos ignoran. Cuando pasa Martí a caballo (o “a pegaso”), todo a su alrededor, parece dormido e indeciso. La belleza martiana no teme siquiera al movimiento qui déplace les lignes, porque el suyo no es un movimiento ordinario, sino una vibración cósmica que escapa a los ojos normales: es la danza browniana, es la zarabanda atómica. Los electrones se agitan a 2 200 kilómetros por segundo, y no nos percatamos de ello. Las pirámides de Egipto allí están contemplándonos desde el fondo de todos los siglos que quiera el general Bonaparte y, sin embargo, no hacen más que temblar por dentro.
24-XI-1958.
Alfonso Reyes: “Martí a la luz de la nueva física”, Boletín de la Academia Cubana de la Lengua, La Habana, julio-diciembre de 1958, pp. 221-222.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Don Alfonso Reyes, el mexicano universal, nos envía esta bellísima página, “grito martiano” la llama el gran escritor, que abre hoy nuestro Boletín. Profundamente agradecemos al director de la Academia Mexicana de la Lengua este recuerdo de su fraternal amistad.
José María Chacón y Calvo
[2] Sección constante; historia, letras, biografía, curiosidades y ciencia (artículos aparecidos en La Opinión Nacional de Caracas, desde el 4 de noviembre de 1881 al 15 de junio de 1882), prólogo de Pedro Grases, Caracas, Imprenta Nacional, 1955.