En otros casos, como el del poeta Plácido, por ejemplo, que fue tomado y acusado de lo que él consideraba una afrenta, su poema,[19] que todos recordamos o debemos recordar, explica el estado de desesperación con que una persona joven es llevada a la muerte cuando no tiene responsabilidad en el hecho que se le acusa.

     Sin embargo, Martí sostiene que, con una pasmosa serenidad, todos, uno tras otro, se acomodaron en los lugares donde iban a ser ejecutados, de dos en dos, y que se negaron rotundamente a pedir clemencia o a realizar un acto humillante para obtener el perdón o la conmutación de la pena.

     Si esto es así, estamos ante la inocencia técnica de haber rayado la tumba de Gonzalo Castañón o de haberla roto, pero ante la culpabilidad superior de haber sido jóvenes cubanos que alentaban un sentimiento pro patria que el propio ejecutor reconoce.

     Como en todo acontecimiento y a lo largo de la historia de Cuba, la solidaridad ha sido un hecho de suma importancia. Recordar hoy a Nicolás Estévanez, recordar a Federico Capdevila, al profesor Domingo Fernández Cubas, aun a los generales Clavijo y Venene y a todos aquellos que por sentimiento de dignidad o justicia se opusieron al crimen es un acto que ennoblece y engrandece el alma cubana.[20] Pero siempre me he preguntado: ¿por qué entonces en 1936 casi mil jóvenes cubanos, encabezados por Pablo de la Torriente Brau, el gran periodista, joven, valiente, nacido en Puerto Rico, compañero de Mella y de Rubén, por qué fueron a luchar a España y por España? Fueron a luchar por una idea que identificaba a lo mejor y más valioso del pueblo español con el pueblo cubano, fueron a luchar por una causa que luego, en 1936, motivaría una lucha desesperaba que concluye 20 años antes del triunfo de la Revolución, en 1939, con la derrota de la República, con el exilio de miles y miles de refugiados y con la muerte, en esa batalla, de casi un millón de hombres, mujeres y niños de ambas partes.

     La persecución contra los republicanos vencidos fue terrible. Y este es el único lugar del mundo, creo yo, que en este día se toca el Himno de la República porque Nicolás Estévanez fue republicano. Y fue ministro de la Primera República, no de la que se pierde en el 39, si no de la que se proclama en Madrid, en la Puerta del Sol, y cuyo clamor popular Martí sintió desde la pequeña habitación donde vivía en su exilio español.[21]

     Es por eso que este día se toca el himno porque el acto, además, fue organizado cuando se luchaba en España y cuando llegaban las primeras noticias a Cuba de la suerte y el destino de los jóvenes cubanos unidos al pueblo español. Por eso, cuando muere Pablo de la Torriente Brau, uno de los más grandes poetas de habla hispana, Miguel Hernández, despide su duelo diciéndole que llevaba el sol de España en los ojos y el de Cuba en los huesos.

     Hoy rendimos homenaje a Nicolás Estévanez y rendimos homenaje temprano a los estudiantes, más o menos a la hora en que comenzó su martirio. Allá, desde muy temprano, está rodeado el monumento de las flores y las ofrendas. Hoy no es un día de pachanga, hoy es día para bajar la cabeza en el lugar que se convirtió por Cuba en un altar de sangre y recordar a los que sufrieron con dignidad aquel martirio, que ennoblece la profesión médica, la condición estudiantil y la condición cubana. Es también un día para recordar a los que fueron solidarios con ellos, a lo mejor y más representativo del pueblo español que es una de nuestras raíces caudales.

     Recuerdo con ternura los años en que vine a este acto, cuando acababa de morir el Historiador, mi predecesor y maestro, y venía con su viuda, María Benítez. Entonces en el público no había tantos jóvenes. ¿Quiénes estaban con muchos jóvenes? Estaban los cubanos que regresaron de la Guerra Civil Española. Aquí estaban con Ramón Nicolau, que fue el encargado de buscar los voluntarios para España, todos aquellos ancianos que traían la condecoración de la República y la bandera tricolor de la República Española.

     Todos fueron muriendo a lo largo de los años, destino común, entre ellos, Don Ramón de Lorenzo, que fielmente acompañaba a Emilio Roig, fundador además de la Sociedad de Amistad Cubano-Española.

     En este día, al depositar estas flores de todos nosotros, rindamos este tributo. No olvidemos nunca, como no olvidó Martí, quien, estando exiliado en España, recibió la noticia de que algunos de los que habían sido al menos sus compañeros o los había conocido quizás, habían muerto aquella mañana en La Habana y recitó el ardoroso poema que todos conocemos: “Cadáveres amados, los que un día / Ensueños fuísteis de la patria mía”.[22]

     Muchas gracias.

Eusebio Leal Spengler[23]

Otros textos relacionados con el 27 de noviembre de 1871.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[19] Gabriel de la Concepción Valdés; Plácido: “Plegaria a Dios”, Poesía cubana de la colonia. Antología, selección, prólogo y notas de Salvador Arias, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2002, p. 67.

[20] Al grupo de estos nobles españoles habría que sumarles a los senadores Francisco Díaz Quintero y Eduardo Benot, y el diputado Nicolás Salmerón.

[21] Según Ibrahim Hidalgo Paz, es muy probable que Martí haya desplegado una bandera en el balcón del cuarto donde residía en la pensión situada en la calle Concepción Jerónima, en Madrid, el 11 de febrero de 1873, para reafirmar su independentismo al ser proclamada la República tras abdicar el rey. (José Martí. Cronología 1853-1895, 4ta edición, La Habana, 2018, p. 32).

[22] JM: “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, [Madrid, 1872], Versos en periódicos y otras publicaciones (1869-1889), OCEC, t. 15, p. 57.

[23] Véanse los artículos de Argel Calcines: “Un día en la historia con Eusebio Leal Spengler” (Legado y memoria, La Habana Ediciones Boloña, 2009) y “La Habana imaginaria de Eusebio Leal Spengler” (Opus Habana, La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, número especial V Centenario de La Habana, enero-octubre de 2019, pp. 5-13).