A FERMÍN VALDÉS-DOMÍNGUEZ
New York, 28 de febrero de 1887.
Mi padre acaba de morir,[1] y gran parte de mí con él. Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma. Mis penas, que parecían no poder ser ya mayores, lo están siendo, puesto que nunca podré, como quería, amarlo y ostentarlo de manera que todos lo viesen, y le premiaran, en los últimos años de su vida, aquella enérgica y soberbia virtud que yo mismo no supe estimar hasta que la mía fue puesta a prueba. Mi dolor, Fermín, es verdadero y grande; pero la bravura y nobleza de que acabas de dar muestra han podido consolarlo.[2] Hace tiempo que no nos escribimos; pero acabo de leer tus cartas en La Lucha[3] y la relación de lo que vale m·s que ellas, el acto tuyo que las provoca, —y no puedo reprimir el deseo de apretarte en mis brazos.
Tú has hecho, con singular elevación, lo que acaso nadie más que tú se hubiera determinado a hacer. Lo has hecho sin pompa y sin odio, como se hacen las cosas verdaderamente grandes. Tu moderación en la justicia[4] te habrá· granjeado el respeto de los mismos que quisiesen ofenderte, y enfrenará la lengua de los envidiosos, que ya los has de tener, pues nada los tiene tan implacables como el carácter. Tú has servido bien a la paz de nuestro país, la única paz posible en él sin mentira y deshonra, la que ha de tener por bases la caridad de los vencidos y el sometimiento y la confusión de los malvados. Tú, recabando sin cólera de los matadores la confesión de su crimen, has sembrado para lo futuro con mano más feliz de los que alientan esperanzas infundadas, o pronuncian amenazas que no pueden ir seguidas de la obra, ni preparan a ella con determinación y cordura. Tú nos has dado para siempre, en uno de los sucesos más tristes y fecundos de nuestra historia, la fuerza incalculable de las víctimas. ¡Oh! si por desdicha hubiésemos estado en guerra, podría decirse, Fermín, que tú solo has vencido a muchos batallones.
De mí no te quiero hablar. ¿Qué ha de ser de mí, puesto que no tengo hoy manera de servir eficazmente a mi patria? Actos como el tuyo son los únicos que me sacan momentáneamente de esta ansiosa agonía, de la que nada se debe decir, porque la lengua se deshonra con la queja.[5] Bien sé yo que en mi tierra hay todas las virtudes que se necesitan para hacerla por fin respetada y dichosa. Crece en lo mismo que parece que desmaya; fortalece su ánimo con la paciencia y con el juicio; y se le ve ganar en bondad y en energía. Allá todo ser· posible, porque la mayor parte de los cubanos somos buenos. Y tú, Fermín, eres uno de los mejores, pues has podido, en instantes y cosas que turban la vista y desatan la mano, ser justo sin ser vengativo. Eso es lo que te celebro; y en eso es en lo que has servido mejor a tu patria. Feliz tú que has sabido domar la ira, y en una hora trágica y memorable dejar satisfechas las sombras de tus hermanos!
Con lo que le queda de alma lo es tuyo[6]
[Epistolario de José Martí, arreglado cronológicamente con introducción y notas, por Félix Lizaso, La Habana, Cultural, S.A., t. I, (1862-1891), 1930, pp. 128-130].
Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2015, t. 25, pp. 364-365.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Don Mariano Martí Navarro falleció en La Habana, el 2 de febrero de 1887, a los setenta y un años de edad.
[2] Referencia a la repración que obtuvo Fermín Valdés-Domínguez, el 14 de enro de 1887, de que no existió profanación de la tumba de Gonzalo Castañón por los estudiantes de medicina, mediante el testimonio de Fernando Castañón y de José F. Riay, publicado en La Lucha el 19 de enero de 1887. Véanse en OCEC, t. 25 los artículos “Desde Nueva York. Fermín Valdés-Domínguez” (pp. 240-242), publicado en La Lucha; y “La sangre de los inocentes” [traducción] (pp. 346-348), publicado en The New York Herald, ambos el 9 de abril de 1887.
[3] Cartas enviadas por Fermín Valdés-Domínguez al director de La Lucha, publicadas os días 26 y 31 de enero de 1887. La primera explica la causa por la cual asistió a la exhumación de los restos de Gonzalo Castañón (el 14 de ese mes) y la segunda expone la actitud de los periodistas Triay y Conte cuando el fusilamiento de los estudiantes (EJM, t. I, p. 269, 2da nota)
[4] “En el ensayo ‘El amor como energía revolucionaria en José Martí’ [Albur, órgano de los estudiantes del ISA, a. 4, La Habana, mayo de 1992, pp. 109-119; CEM, La Habana, 2003], Fina García-Marruz ha observado la relación que establece Martí entre el heroísmo y la moderación dentro de la dinámica más profunda de ‘la capacidad de sacrificio’. La consideró virtud vinculada con ‘la armonía serena de la Naturaleza’, distintiva de los mejores hombres de ‘nuestra América’, cuyo paradigma poético lo encontró en Heredia: ‘volcánico como sus entrañas, y sereno como sus alturas’. (OC, t. 5, p. 136). Tan elogiosa como esperanzadamente se refirió varias veces al ‘heroísmo juicioso de las Antillas’ y a ‘la moderación probada del espíritu de Cuba’, expresiones consagradas en el Manifiesto de Montecristi (OC, t. 4, pp. 101 y 94, respectivamente)”. (Nuestra América. Edición crítica, investigación, presentación y notas de Cintio Vitier, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2006, nota 35, p. 64).
[5] Esta idea es recurrente en varios textos de Martí. Su vida personal es la más alta expresión de estoicismo y abnegación.
“Quejarse es un crimen”. (“[Viejo de la barba blanca]”, Poemas en hojas sueltas, OCEC, t. 16, p. 200).
“[la queja / A la torpeza y la deshonra añade]”. (“[Estrofa nueva]”, Versos libres, OCEC, t. 14, p. 165).
“El silencio es el pudor de los grandes caracteres: la queja es una prostitución del carácter”. (“El general Grant”, La Nación, Buenos Aires, 27 septiembre de 1885, OCEC, t. 22, p. 161). (Nota del E. del sitio web).
[6] La respuesta a esta carta puede verse en DJM, pp. 184-186. (N. del E. del sitio web).