
Buenos días a todos:
Primero quisiera, antes de conmemorar esta solemnidad cubana y estudiantil, hacer una breve explicación que permita interpretar el sentido de este acto.
Este acto se organiza por primera vez a finales del año 1937[2] y nace en medio de una batalla que había conmovido al mundo: la batalla por la República Española, que había concluido con el alzamiento de un grupo de militares que representaban la reacción contra los valores que la República política, cultural y moralmente representaba España.
Convocados por este acontecimiento, el Partido Comunista de Cuba y otras fuerzas progresistas, unidas al Partido, pidieron un voluntariado para ir a luchar por lo que se debatía en España. Había la percepción de que se luchaba por algo más que por la República. Era como el primer capítulo de una batalla mucho más dura que se libraría a partir del año 1939, cuando la invasión a Polonia provoca y determina el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el enfrentamiento entre el fascismo, el nazifascismo y las fuerzas democráticas que se oponían a él.
El Historiador de la Ciudad, maestro mío y predecesor, el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, profundamente republicano, amigo de los republicanos y compañero de muchos de los jóvenes que fueron a luchar por España, organizó este acto y para organizarlo escogió esta fecha: el 27 de noviembre.
¿Y por qué la escogió?: Se escoge el 27 de noviembre porque es el acontecimiento más dramático que ocurre en ese período. Cuando se estudia la histórica Guerra de los Diez Años, veremos que, una vez comenzado ese conflicto, ocurrieron en La Habana y en otros lugares de Cuba, fundamentalmente en los territorios insurreccionados que iban desde el Oriente hasta la frontera de Las Villas, no solamente víctimas o mártires como consecuencia del enfrentamiento brutal entre ambas fuerzas, sino crímenes políticos que, desencadenadas esas fuerzas por la reacción, cometieron muchas veces terribles abusos contra personas inocentes y no culpables o personas que solamente tenían como delito probado su amor o su confesión de amor a una nación, Cuba, que debía alcanzar el status de serlo.
No olvidemos que el propio José Martí, que estudiaba y vivía cerca de aquí, escribió un bello poema, saludando el comienzo de la lucha por la independencia, un poema que él tituló “Diez de Octubre”.
En medio de esos acontecimientos, al no lograrse rápidamente la victoria cubana, la guerra se hizo más terrible y más depredadora. Si el año 69, en que se proclama la Constitución de Guáimaro, en que se proclama a Céspedes como primer Presidente de la República, fue un año duro, el 70 fue un año terrible y el 71 un año devastador. Ya se sabía que no había posibilidad alguna de refugiarse en un espacio de neutralidad. El propio gobernante español de turno, el Capitán General Conde de Balmaseda, en 1871, le había dicho a una reunión de notables cubanos que “el que no está conmigo, está contra mí”. Era una línea divisoria.
En el seno de la Universidad, donde siempre reina una inquietud por ideas y una inquietud generacional, los jóvenes hicieron varios actos de desobediencia en distintos momentos. Pero, en noviembre de 1871, ocurrieron una serie de sucesos que terminan con una provocación que no conoció límites.
El elemento desencadenante del drama fue la muerte en La Florida, en Tampa, de un periodista integrista, esto quiere decir, que defendía irracionalmente los derechos coloniales sobre Cuba, incluyendo alusiones a la familia, a los hombres, a la mujer y eso provocó que allí, adonde fue, preparado para un duelo regular, quiso batirse con un periodista cubano o con algunos cubanos que se encontraban ya en el exilio, y se produjo un incidente en las afueras del hotel donde se encontraba y resultó muerto Gonzalo Castañón.
Al regresar a La Habana, su cadáver embalsamado fue enterrado en el antiguo Cementerio de Espada, y allí, con grandes honores, los voluntarios que eran los empleados de los almacenes, los servidores de los principales dueños y propietarios de capitales en la capital —valga la redundancia: capital económico y también capital agrario—, habían convocado a sus empleados y los habían armado, pagando ellos mismos su armamento y con la tolerancia y el apoyo del poder político fueron uniformados y regulados para luchar y contener en la ciudad cualquier acto de desorden.
Todavía hoy, cuando ya los nombres no significan nada, aparecen en algunos lugares nombres que ya son imborrables, pero yo me veo en la necesidad de recordar. Nosotros entramos ahí enfrente, cómodamente, al cine Payret; sin embargo, Joaquín Payret era uno de los coroneles de uno de los Batallones de voluntarios. Nosotros caminamos por la calle Zulueta; Don Julián de Zulueta era Coronel de otro cuerpo de voluntarios y así sucesivamente.
De esta manera, los cinco batallones más importantes, con sus coroneles, estuvieron presentes seguramente en las exequias de Castañón; y La Habana estaba en un estado de crispación cuando una mañana se corrió en los círculos, en los cafés, que la tumba de Gonzalo de Castañón, en el viejo cementerio, había sido profanada, roto el cristal y profanado el sepulcro.
¿A quién se atribuyó eso? Se atribuyó a los estudiantes de Medicina, que solían realizar cerca de allí, donde existía un área para hacer las prácticas pro forenses propias del primero y segundo años; en aquel lugar habían estado los estudiantes y se dice que algunos de ellos, en el ya cementerio cuidado solamente por un celador, habían estado arrancando una flor o haciendo uno que otro comentario o burla. Pero lo que se dijo fue, no esto, que ya habría sido suficiente para una baraja, sino que la tumba había sido profanada. Inmediatamente se formó un molote muy grande que concluyó con la ida del jefe de la policía a la Universidad, en el corazón de La Habana Vieja, y entrar al aula para buscar a los alumnos y a conocer quiénes eran los que habían estado en el cementerio. Comoquiera que el profesor dijo que de su aula no podían sacar a ninguno, se fue a la otra y, ante la vacilación del profesor de aquella aula, se lleva a todos los alumnos de esta, presos, acusándolos de haber participado en aquel suceso.
El profesor que se negó, Domingo Fernández Cubas,[3] está enterrado junto a los estudiantes en el panteón del Cementerio de Colón, como reconocimiento de Cuba a su integridad humana y profesional. Él dijo: “De aquí no sacan a ninguno”.[4] El otro,[5] débil, lo permitió. Y todos los estudiantes fueron llevados a la cárcel.
En medio de esta conmoción pública, el Capitán General estaba en el Oriente del país y en La Habana estaba su sustituto que, por su condición de haber nacido en Cuba, quiere decir, oficial de alto rango español pero criollo, era presionado para que demostrara de una manera pública su lealtad e incondicionalidad, porque siempre había una secreta desconfianza hacia su fidelidad. Al menos eso demuestran los hechos. Y los voluntarios le exigen que tiene que haber un proceso y un acto de justicia.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Palabras del Historiador de la Ciudad Eusebio Leal Spengler, el 27 de noviembre de 2013, con motivo del aniversario 142 del fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina, ocurrido el 27 de noviembre de 1871.
[2] Véanse Luis F. LeRoy y Gálvez: A cien años del 71: El fusilamiento de los estudiantes, La Habana, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ciencias Sociales, 1971, pp. 192-193; y Celia María González: “El homenaje a don Nicolás Estévanez”, Opus Habana, La Habana, Oficina del Historiador de la Ciudad, junio-diciembre de 2014, no. 1, pp. 63-65.
[3] El profesor Domingo Fernández Cubas, oriundo de Canarias, catedrático de disección en el primer año, asumió la postura extremadamente valerosa, de afirmar la inocencia de sus alumnos al tomársele declaración. Ello le valió quedar detenido en la cárcel, al mismo tiempo que los estudiantes. “Sobre sus hombros —como dijo Fermín Valdés-Domínguez— estuvo siempre honrada la toga del maestro”. Desde 1908, sus restos mortales reposan en el Mausoleo de los Estudiantes. (A cien años del 71: El fusilamiento de los estudiantes, ob. cit., p. 208). Véase Luis F. Le Roy y Gálvez: “Personajes nobles y figuras viles del 27 de noviembre de 1871”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, septiembre-diciembre de 1971, no. 3, pp. 5-33.
[4] En realidad, fue el profesor de origen español Manuel Sánchez Bustamante y García del Barrio, catedrático de segundo año, quien con su actitud enérgica impidió que el gobernador político de La Habana, Dionisio López Roberts, redujera a prisión a todos los estudiantes de su clase. Véase “Personajes nobles y figuras viles del 27 de noviembre de 1871”, ob. cit.
[5] Pablo de Valencia García. Como dato curioso, su hijo Pablo Aureliano de Valencia y Forns, doctor en Medicina, graduado en España, especializado en práctica forense, fue la persona elegida por el general Juan Salcedo, jefe del distrito militar de Santiago de Cuba, para realizar el embalsamiento del cadáver de José Martí, en Remanganaguas, el 23 de mayo de 1895. (Véase Luis F. Leroy y Gálvez: “Los médicos Valencia en 1871 y 1895, Patria, año 23, no. 6, no. 6, La Habana, junio de 1967, pp. 1-2; e Igor Guilarte Fong: “José Martí y las reliquias de la muerte”, Bohemia, La Habana).