FERMÍN VALDÉS DOMÍNGUEZ
El vengador del bestial crimen del 27 de noviembre de1871, cuando las autoridades españolas de La Habana azuzaron y sancionaron el asesinato en rifa de ocho estudiantes de Medicina,[1] por la violación de la tumba de Gonzalo Castañón, que no fue jamás violada;—el que, deponiendo comodidades y desafiando conveniencias, no dio primero rienda, en el destierro enervante de Madrid, a los placeres fáciles de aquella tierra barata y perezosa, sino empleó las primicias de su libertad en reunir en un libro imperecedero las pruebas del crimen,[2] y en honrar a sus amigos asesinados, cara a cara de la nación asesina;—el que, en el trabajo asiduo a que se consagró valiente después de perdida su riqueza, no se engolosinó con la fortuna que pudo sonreírle, ni creyó que en una tierra sin honra tiene un hombre derecho a acumular la riqueza inmoral, en complicidad constante con la vileza y tiranía, sino vivió siempre inquieto, como guardando las fuerzas mayores y el asiento de la vida para cuando no se la tenga que arrastrar como delito y limosna;—el que, en el único momento en que podía vindicar a sus compañeros inocentes, al salir de su nicho para España los restos de Castañón, fue, solo, al cementerio, sin más consejo que el de su conciencia ni más compañía que la de su esforzado corazón, demandó del hijo la confesión de que halló intactos los restos de su padre,[3] y sin miedo a la ferocidad española, domada por primera vez, sacó al sol, de las sepulturas olvidadas, los pocos huesos de los mártires que no se habían deshecho ya en la tierra;—el que, entre las tentaciones y peligros de una ciudad donde todo se mancha y cede todo, y lo corriente y diario del pecado ciega y entumece a los pecadores, retuvo bríos bastantes para erguirse un día, rodeado de las sombras conminadoras, acorralar sobre su crimen a los asesinos espantados, y unir en un arranque de justicia y misericordia el alma cubana que tantos, cobardes y egoístas, tratan de sofocar en su pecho y en los ajenos, para esquivar, por la miseria general, las obligaciones de la virtud;—el que como por secreta simpatía de su ánimo viril, fue a ejercer su ministerio, fiel a toda hora a la patria, y a la concordia con que se la ha de conquistar y mantener, en las tierras bravías de nuestro Oriente, horno de nuestro patriotismo, donde almas y suelo están ya como campo bien arado, en que la próxima siembra de sangre dará pronto frutos de vigorosa libertad;—el explorador enérgico en lo más hondo y viejo de nuestro país, que con ojos de hermano compasivo descubrió en las cuevas elocuentes, como si hablasen desde sus cuencas desdentadas, los cráneos de nuestra raza primitiva, que revive en sus restos leales y hermosos, y será fuerza y poesía de la patria venidera;—el médico premiado por su estudio feliz sobre las enfermedades de nuestros pobres, de nuestros heroicos tabaqueros, el médico de los desamparados y de los niños, a quien el Ayuntamiento de Baracoa acaba de dedicar “las más satisfactorias muestras de estimación, y muy especialmente por los relevantes y humanitarios servicios que ha prestado en esta jurisdicción exponiendo su propia vida en diferentes ocasiones por asistir a los enfermos y practicar reconocimientos y autopsias judiciales en épocas de abundantes lluvias, atravesando con su cabalgadura ríos a nado y caminos intransitables por llenar su deber y salvar la vida de los enfermos que reclamaban su asistencia”;—el criollo indómito y útil en quien, en uno de los momentos más dramáticos y puros de nuestra tierra, encarnó y palpitó el alma cubana,—Fermín Valdés Domínguez,—ha llegado a New York, ha pisado la tierra donde sus compatriotas, sin más enemigos que los de la virtud, preparan en orden y silencio la emancipación de la patria. New York le tributará el homenaje de respeto y cariño[4] que su patria le tributó siempre, donde quiera que aparecía; que la ciudad de Caracas, de donde viene ahora, le acaba de tributar. Patria saluda en él al criollo indómito y útil.
Patria, Nueva York, 3 de febrero de 1894, no. 97, pp. 1-2; OC, t. 4, pp. 469-470.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Los ocho estudiantes de primer año de Medicina fusilados en la explanada de La Punta, en La Habana, el 27 de noviembre de 1871se nombraban: Alonso Álvarez de la Campa y Gamba (1855-1871), José de Marcos y Medina (1851-1871), Juan Pascual Rodríguez y Pérez (1850-1871), Anacleto Bermúdez y Piñera (1851-1871), Ángel Laborde y Perera (1853-1871), Eladio González y Toledo (1851-1871), Carlos Verdugo y Martínez (1854-1871) y Carlos de la Torre y Madrigal (1851-1871). (N. del E. del sitio web).
[2] Fermín Valdés-Domínguez, “el sublime vengador sin ira” (OC, t. 4, p. 286) como lo llamó Martí, demostró con pruebas irrefutables la inocencia de los estudiantes mártires en su libro Los Voluntarios de La Habana en el acontecimiento de los estudiantes de medicina, por uno de ellos condenado a seis años de presidio, Madrid, Imp. de S. Martínez, 1873. (N. del E. del sitio web).
[3] El 14 de enero de 1887, Fermín Valdés-Domínguez asistió a la exhumación de los restos de Gonzalo Castañón y obtuvo el testimonio por escrito de los señores Fernando Castañón y José Triay de que la tumba del periodista español y coronel de Voluntarios no había sido profanada, lo que demostraba, una vez más, la inocencia de los estudiantes de Medicina. (N. del E. del sitio web).
[4] En la noche del 24 de febrero de 1894, “en el espléndido salón Jaeger’s, uno de los más bellos y espaciosos” de Nueva York, según se hace constar en un artículo sin firma titulado “En honor de Valdés Domínguez” (Patria, Nueva York, 2 de marzo de 1894, no. 101, p. 2), tuvo lugar el acto público con el propósito de dar testimonio de “estimación y cariño” al hombre que es “símbolo de valor, de honra y de decoro para todo buen cubano”. Hicieron uso de la palabra Tomás Estrada Palma, José Martí y el propio Fermín Valdés-Domínguez. Además, en “La opinión de Cuba” se recogen algunas valoraciones del libro El 27 de noviembre de 1871 y la digna actitud patriótica de su autor, debidas a la pluma de Eduardo Yero, Enrique José Varona, Antonio Zambrana, José Ignacio Rodríguez, Esteban Borrero, Manuel Sanguily, Julio Rosas, Ramón Meza, El País (Habana), Nicolás Heredia y R. Ramírez. (Patria, Nueva York, 2 de marzo de 1894, no. 101, pp. 3-4). (N. del E. del sitio web).