New York, 7 de abril 1887.[2]
Mi buen Fermín:
Una semana hace que ando buscando una hora de sosiego para empezar a vaciar en ti el alma cerrada desde hace muchos años; pero ni en lo alto de la noche la hallo, porque esa es, precisamente, la hora en que más trabajo. Al fin, rodeado de gente, te escribo estas líneas, porque la resurrección en que me siento, y en que no eres tú la menor parte, me tiene el alma encendida, y ganosa de decirte todo lo que la preocupa o entristece.
De ti quisiera hablarte largamente, pero no donde la gente extraña me vea, como me los están viendo ahora, los pensamientos. De ti y de tus proyectos.[3] Pero no me digas que vas a salir ahora de Cuba,[4] donde, por grande que la injusticia humana sea, tú no puedes menos de alcanzar lo poco que dos criaturas virtuosas necesitan para llevar con decoro la vida.[5]―Lo de Eusebio, da frío, y casi no cabe en el entendimiento; porque hasta una serpiente hubieran encantado la nobleza y dulzura con que has embellecido tus últimos actos. Pero me has de decir pronto que tu situación es más tranquila, lo cual te ha de costar poco trabajo, pues ya ves que una hora de virtud da a los hombres más fama y alegría que la posesión costosa, y casi siempre culpable, de la riqueza. Pocos tendrán lo que tú―un corazón ingenuo y una mujercita buena. Sé distinguir entre la celebridad pasajera, de la que con razón desconfías, y aquel afecto de orgullo con que los hombres miran al que ha aumentado con un acto heroico su caudal de grandeza. A ti ya te querrán siempre de este modo. Solo tú hubieras podido destruirlo con dos pecados que no están en ti―la vanidad y la arrogancia. Y eso no será, porque lo que de tus actos ha despertado en mí satisfacción más entrañable ha sido la seductora sencillez de que van marcados todos ellos.―Tal vez, mi Fermín, no dije en mi artículo para La Lucha todo lo que tú en justicia esperabas que dijera y en alguna parte aún he de decir. De mi hijo, cuando lo mereciese, no podría decir yo más que lo que tengo que decir de ti. Pero no me pareció, que debía escribir aquel artículo como cosa personal, ya porque la dignidad del asunto así lo imponía, ya por respeto natural y cariñoso al diario que me hacía la merced de acordarse de mí, ya porque los que andan haciéndose de nuestra patria vestido y sombrero, hubieran podido propalar que yo me valía de ese sagrado tema para reaparecer con colores simpáticos en la política de mi país. La verdad es, Fermín, que yo no vivo más que para mi tierra; pero refreno mil veces lo que el amor a ella me manda, para que no parezca que hago por interés mío o por ganar renombre, lo que me aconseja ese amor absorbente que a la vez me sostiene y me consume.[6] ¿Me perdonas, pues, que te haya parecido tibio en la manera de celebrarte, por esta razón egoísta? No espero, por ser grande la diferencia de tono entre lo que yo siento aquí y La Lucha puede publicar allá, que el artículo se haya publicado, ni me enojaría con el periódico que harto hizo con pedírmelo,[7] y tiene deberes de propia conservación por cuyo cumplimiento sería yo el último en censurarle, ni lo sentiría siquiera, pues pagada a ti la deuda de escribirlo, otro, sin las trabas mías, hubiera podido decir sin tanto miramiento todo aquello a que tu acción invita.―Lo que sí he de decirte es, que, por razones generales que ocupan ahora sin cesar mi mente, he visto con gozo que la idea dominante en el artículo, fuera de la de hacer resaltar tu hermosa conducta, es la misma que impera en dos bellísimos y trascendentales artículos de fondo de La Lucha, cuyo autor quisiera conocer, y a quien en mi nombre―por más que esto no puede importarle mucho,―has de felicitar: los artículos de fondo del 24 y 26 de marzo.[8] Todo yo, si pudiera hacerlo dignamente estaría en esa campaña. Flota en el aire, como pidiendo molde, un sentimiento vivo que en estos artículos se insinúa y concita,―que allá se desperdicia, o desafía, o no se atiende,―y el cual, como es el esencial para la prosperidad de mi país, he preparado desde la sombra con tesón, aun en los momentos mismos en que teníamos las manos puestas en la guerra. Aquí muero, Fermín, sin poder dar empleo, más que indirecto e infeliz, a esta actividad ardiente. Yo asiría eso que flota y haría algún bien con ello. Tú no sabes como me aflijo, como me indigno, como tiemblo cuando veo nuestros destinos confusos, comprometidos o mal llevados por el influjo de pasiones que no debieran tener acceso a ellos. Por eso, también, me dejaría sin pesar que el artículo no se hubiera publicado:―porque ya en los dos que te cito se ha percibido y expresado felizmente la lección de los sucesos que se te deben,―y lo que importa en las cosas patrias no es quien las haga, sino que se hagan.
Mi Fermín:―no me gusta el proyecto de mausoleo[9] que, contando justamente con mi discreción, me ha dejado ver en fotografía un buen amigo. Algo de monumental lo recomienda: la figura de la mujer que señala el monumento es intencionada y propia; la palma dibujada en la columna indica el asunto con sencillez laudable; pero no produce el mausoleo en conjunto la impresión de tristeza irrevocable, de esperanza radiante, de juventud tronchada que este, símbolo de nuestra vida, debiera producir, con autoridad majestuosa. El templete, aunque poco solemne, no está mal imaginado; pero la columna acoronada en el remate, ni explica nada con la cruz común que le da cima, ni responde con su carácter bizantino a aquellas pobres vidas nuevas que se llevó con toda su luz, el viento. No me digas entrometido, pero ¿por qué no he de decirte la verdad? ¿pues no estoy yo mismo, y no estamos todos, enterrados con esos huesos que tú sacaste de su primera sepultura? ¡Oh! ¡qué cosas se me ocurren, cuando pienso en ti, en el día en que ese u otro cualquier mausoleo, por la virtud pasmosa del martirio,―se levante para señalar, sin duda,―a no ser que se guíe mal lo que ahora puede ser guiado,―una era probable de justicia!―Mientras más medito en ello, más me entusiasma el pensar en lo que en Cuba te debemos.
De veras me enoja que esta gente extraña me esté viendo lo que escribo, pero quería hablarte de mí, pero esto será siempre lo último. Y enviarte mi retrato, tan pronto como el destierro lo permita. Y a Consuelo no quiero escribirle hoy, porque el día oscuro y sin pájaros no es digno de ella: y por rencor creciente por lo de W. con ansías espero carta tuya, así como el folleto, cuya portada sí me pareció elocuente y oportuna. Yo acá no escribo ahora en periódico en castellano que valga la pena; pero he de publicar tu retrato en alguno, con una historia de estos sucesos, que sea leída y guardada en toda tierra en que se hable español.[10]
Aquí tengo que acabar. Olvidaba decirte que te mando lo que un hombre famoso de la América del Sur, Sarmiento, el verdadero fundador de la República Argentina, y hombre de reputación europea, sobre ser innovador pujante, acaba de escribir de mí. No me conoce, y aun sospechaba por mis opiniones sobre los Estados Unidos, no tan favorables como las suyas, que no era muy mi amigo. Y ve las cosas que se ha puesto a escribir.[11]―Como hijo que se alegra de que sus padres vean la prueba de que no los deshonra, me alegraría yo, pensando más que en mí en aquello para que pudiera servir yo mañana, de ver republicado allí ese juicio.―La descripción de las fiestas de la estatua,[12] que en el mismo paquete te mando con La Nación, no es la que Sarmiento cita. Escribí tres distintas, y no tengo memoria de cuál pudiese parecer mejor.[13]
Adiós, de veras. Pero no sin decirte qué alegría siento cuando pienso en lo interior de tu corazón, y en lo que tú y Consuelo se dirán cuando acaba la luz del día y empieza la del alma. ¿Creerás que ese pensamiento es para mí una verdadera fuente de dicha?
Tu hermano
[EJM, t. I, pp. 373-376. Según esta fuente, el texto fue cotejado con una fotocopia del manuscrito original].
Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2015, t. 25, pp. 369-372.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Se conserva solo la primera hoja de esta carta, manuscrita en tinta negra, tamaño 19,7 por 26 cm. En papel timbrado: “El Economista Americano (The American Economist). Spanish Monthly, containing Commercial, Industrial and Political Reviews, &c., &c. No. 56 Pine Street, P.O. Box 826”.
[2] Timbrado: “New York” y “1887”.
[3] Probablemente alude a las gestiones que ya para esa fecha realizaba Fermín Valdés-Domínguez para erigir un monumento a los ocho estudiantes de medicina, fusilados el 27 de noviembre de 1871. El 14 de enero de 1887, al ser exhumados los restos de Gonzalo Castañón en el cementerio de La Habana, su hijo menor Fernando suscribió por escrito un documento en el que reconocía a Valdés-Domínguez, que el cristal y la lápida que cubrían el nicho de los restos de su padre se encontraba en buen estado, echando así por tierra la supuesta causa que motivó la condena a muerte de los estudiantes.
[4] Véase la carta de Fermín Valdés-Domínguez a José Martí, fechada en La Habana, el 17 de marzo de 1887, DJM, pp. 184-186. (N. del E. del sitio web).
[5] Hasta aquí la parte que se conserva de la fotocopia del manuscrito original. A continuación, se sigue la lección de OC, t. 28, pp. 380-383.
[6] “Dolor de patria este dolor se nombra;
Cuerpo soy yo que mi orfandad paseo:
Reflejo, cárcel, vestidura, sombra,
De un alma esquiva fatigado arreo”.
(JM: “Patria y mujer”, Revista Universal, México, 28 de noviembre de 1875, Versos en periódicos y otras publicaciones (1869-1889), OCEC, t. 15, pp. 137-140).
En la parte final de una carta de Martí a Manuel Mercado, fechada en Guatemala, el 6 de julio de 1878 (OCEC, t. 5, pp. 310-314), aparece una nota manuscrita de Carmen Zayas-Bazán a Dolores García Parra, Lola, en la que le escribe sobre el inminente regreso a Cuba, a raíz del Pacto del Zanjón, y le dice que “Pepe sufre mucho ahora, yo creo que más tarde vivirá mejor y más contento: ayudando a sus padres, y ayudado él por mi cariño, olvidará un poco este dolor de patria que tan grave es en las almas como la suya”. (Las cursivas son del E. del sitio web).
[7] Véase la carta de Martí a Fermín Valdés-Domínguez, fechada en [Nueva York], el 31 de marzo [de 1887], OCEC, t. 25, p. 368.
[8] En la carta siguiente fechada en Nueva York, el 9 de abril de 1887, Martí le dice a Fermín que ha equivocado “la fecha de uno, por lo menos de los artículos, que te celebraba en mi carta anterior: el que tan bien me pareció, a más del 24, fue el del 1ro. de abril, el número de los retratos”. [OCEC, t. 25, p. 374. (N. del E. del sitio web)].
[9] El proyecto al que se refiere no fue el que se erigió finalmente, en marzo de 1890, en la necrópolis habanera. Desde febrero de 1887, Valdés-Domínguez presidía una comisión que logró la exhumación de los restos de los ocho estudiantes el 9 de marzo, y que cinco días después se aceptase la revisión y revocación de los estudiantes, aunque nunca se efectuó.
[10] No se ha encontrado ningún texto al respecto.
[11] Véase “La libertad iluminando al mundo”, la carta de Sarmiento dirigida a Pablo Groussac de la redacción de La Nación y publicada en ese diario el 4 de enero de 1887, Obras de D. F. Sarmiento, t. XLVI, Imprenta y Litografía Mariano Moreno, Buenos Aires, 1900, pp. 173-176. [José Martí: En los Estados Unidos. (Periodismo de 1881 a 1892), ed. crítica, Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez, coords., ALLCA XX, Colección Archivos de la UNESCO, 43, 2003, pp. 1995-1997; y José Martí. Valoración múltiple, La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2007, t. 2 (edición al cuidado de Ana Cairo Ballester), pp. 23-25. (N. del E. del sitio web)].
[12] La Libertad iluminando al mundo.
[13] Hasta este momento solo se han encontrado dos crónicas, muy parecidas entre sí, que tratan este tema, “Descripción de las fiestas de la Estatua de la Libertad” y “Fiestas de la Estatua de la Libertad”, publicadas en El Partido Liberal, de México, el 18 de noviembre de 1886 y en La Nación, de Buenos Aires, el 1º de enero de 1887. Véanse en OCEC, t. 24, pp. 291-308 y 309-326, respectivamente. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web).