SOBRE UNA TAREA VALIOSA Y NECESARIA
No es casual ni sorprendente la multiplicación y diversidad de trabajos destinados a esclarecer y enjuiciar la acción revolucionaria y la obra escrita de José Martí. Si existieran dudas sobre la condición genial de nuestro héroe, este crecimiento impetuoso y continuado en la indagación de los motivos de su imparidad lo probaría cumplidamente. No levantan tan sabia atención sino los que, según el decir martiano, son hombres de todos los tiempos por haber sido, profunda y soberanamente, hombres de su tiempo.[1]
Creo que en el conjunto de empeños hacia el conocimiento pleno de nuestro Apóstol debe señalarse en su firme valor el realizado por los investigadores Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Pla situando, ordenando y comentando las numerosas cartas salidas de su mano.
El epistolario es una porción esencial en la extensa selva de la producción martiana. En él se expresan virtudes primordiales del pensamiento y la sensibilidad del revolucionario y del escritor de prosa insuperable. Depurar los cauces de su correspondencia es trabajar derechamente por el entendimiento cabal de aquella ansiedad sin fronteras.
Alguna vez he apuntado que en naturaleza como la de Martí el nivel de la escritura llega a lo más alto cuando se conjugan la singularidad de la invención y el mensaje humanista, libertador; por ello, los mayores hallazgos están en las cartas, en el artículo periodístico y en la oración política; pero es en las cartas donde el latido cordial engrana mejor con el decir inesperado. De ahí que todo lo que sea limpiar el ancho territorio del epistolario martiano posea significado tan rico y trascendente.
Pero, aparte la maestría iluminada de la palabra, las cartas de Martí componen un itinerario invalorable, lo mismo de su ansiosa intimidad que de su indeclinable decisión revolucionaria; tanto que sin la lectura minuciosa y contrastada de sus cartas no puede entrarse ni en el mundo de su peripecia espiritual ni en las coordenadas de su función guiadora.[2]
Véase, por lo que decimos, la importancia que adquiere la fijación rigurosa del momento en que se escribe cada carta y la anotación de su relieve exacto. Ambas cosas han hecho, ejemplarmente, García Pascual y Moreno Pla, por lo que merecen la gratitud de los millares de cubanos que fijan hoy su vista en el vivir y en el decir del libertador elocuente.
Más allá de su aparente sencillez, la labor que se recoge en este libro dispone las bases para un examen de inquebrantable sustento. En las prisas de su quehacer dirigente, omite Martí en muchas ocasiones las fechas de sus cartas, quebrándose por ello el hilo conductor de la obra en marcha. Luis García Pascual, trabajador manual de toda la vida y ejemplo de constancia fervorosa,[3] ha restablecido, en una febril pesquisa de quince años, casi todos los momentos del complejo itinerario. En lo adelante, el historiador de la etapa decisiva que cubre la acción martiana, podrá conocer, sin error ni vacilación, el tránsito apasionado que suponen la creación poderosa y la profunda angustia de un gran liderazgo revolucionario.
Si García Pascual ha cumplido esta tarea singular para penetrar en la hazaña martiana, Moreno Pla nos ha dado el comentario breve y oportuno sobre cada misiva ubicada. Su larga y capaz dedicación a investigaciones sobre nuestro hombre cardinal lo arma para dejarnos el contorno preciso de cada uno de los instantes que integran el conmovedor epistolario. De este modo, las dos funciones se articulan y completan, entregándonos un derrotero indispensable para apresar el alcance de pronunciamientos innumerables en que se abrazaron el artista y el patriota.
Los que nos hemos asomado al orbe insondable de José Martí debemos proclamar el valor de una obra tan útil y oportuna para la indagación fructuosa. Este quehacer modesto y exigente nos abre el paso hacia su humanidad y su creación. En el epistolario sorprendemos al padre, al hijo, al hermano, al amigo perfecto, pero también al orientador de la vida y del arte, al libertador de su Isla, al defensor de su América y al precursor de larga vigencia. No terminan con empeño de tanto calado la búsqueda y el examen de las cartas excepcionales —modelos de la lengua y del hacer generoso—, pero es obligado dejar constancia agradecida de un avance en que se afincará la medida verdadera del héroe que sigue rigiendo la vida cubana en esta feliz coyuntura de su Revolución victoriosa.
Tomado de José Martí: Epistolario, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual y Enrique H. Moreno Pla, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1993, t. I, pp. VII-VIII.

Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] “No hay más que un medio de vivir después de muerto: haber sido un hombre de todos los tiempos—o un hombre de su tiempo”. (JM: “Cuaderno de apuntes no. 4” [1878-1880], OC, t. 21, p. 143).
[2] “No debe cerrarse esta somera noticia sobre la escritura de Martí —antes de entrar en su poesía—, sin mirar hacia una zona en que logra un nivel desconocido en las letras hispanas. Aludimos a la hazaña de sus cartas.
El epistolario martiano, que ha sido recogido en varias colecciones, supone la conjunción de dos de sus facultades mayores: la vocación magnánima y la maestría para decir su ardorosa y compleja intimidad. A dos categorías pertenecen sus cartas: las movidas del propósito de captación política y las destinadas a la comunicación con sus familiares y amigos mejores. En ambas direcciones encauza Martí la fuerte tradición española del epistolario sobrio, sentencioso y sensible.
En las cartas del militante revolucionario se destacan el rigor de los principios escogidos y el sentido de la exhortación oportuna; pero tocamos junto a ello al expresador soberano, al escritor de dotes cuantiosas que hace recaer sobre una frase, y a veces sobre una palabra, todo el peso de la intención prosélita. Martí estudia, como el tirador infalible, el punto a que ha de llegar su flecha dialéctica y la unta, según los casos, del ingrediente inapelable o del brebaje cordial. El corresponsal queda siempre rendido.
La segunda categoría de las misivas martianas la componen las que traducen su sedienta naturaleza. En ellas aparece, por claras razones, el hombre azotado por obstinadas amarguras, herido por ingratitudes y malicias, desollado por la rivalidad y la intriga, pero inexpugnable en la dación plena a la independencia de su isla, al servicio de su América y a las grandes causas humanas. Las cartas a las hermanas poseen una contenida ternura y un sustento ético finamente ensamblados en la prosa de grácil elocuencia. (Juan Marinello: “Martí: poesía”, París, 1º de enero de 1968, 18 ensayos martianos, La Habana, Ediciones UNIÓN, 1998, pp. 298-299).
[3] Véase Eusebio Leal Spengler: “A Luis García Pascual”, José Martí: documentos familiares, compilación y notas de Luis García Pascual, La Habana, Ediciones Abril, 2008, p. 5.
[4] Véanse Vicentina Antuña: “Juan Marinello: maestro emérito de la cultura cubana”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, septiembre-diciembre de 1974 (Anuario Martiano, La Habana, Sala Martí de la Biblioteca Nacional, 1974, no. 6, pp. 261-276; Ángel Augier: “Juan Marinello: raíz y ala martianas (evocación en su centenario)”, Revolución y Cultura, La Habana, noviembre-diciembre de 1998; Roberto Fernández Retamar: “Martí en Marinello”, Introducción a José Martí, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2001, pp. 148-187; Rigoberto Pupo Pupo: Aprehensión martiana de Juan Marinello, La Habana, Editorial Academia, 1998; y Pedro Pablo Rodríguez: “Juan Marinello, martiano fino y penetrante”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2017, no. 40, pp. 207-213.