
Nuestra época tiene dos fases. Es de formación y es de batalla. Para la libertad se reclutan cubanos. Se forman filas. Se trabaja y el sudor se convierte en cápsulas. No es ya la palabra dúctil, como olorosa cascada de mirtos y rosas, la que aplausos conquista en la tribuna. No es lo sonoro, sino lo viril, lo que conmueve: hay una palabra que electriza a las muchedumbres, porque ella es un símbolo: ¡machete!
Esta juventud cubana que para vivir con más decoro dejó la casa cómoda con su umbral de flores, donde primero vio el sol, por una roca estrecha y árida, pero libre: esta juventud que no se adorna de diamantes, sino de ideas; que el tiempo que unos gastan en peinarse conchitas esta lo emplea en el manejo de un Winchester: esta juventud que en vez de heliotropo huele a pólvora, y que de los bailes prefiere hacerlos a caballo sobre los cuadros españoles: esta juventud que en presencia de la América va generosa a abonar la tierra con su sangre, marcha en correcta formación, lleva las cartucheras colgadas y el fusil mejor: tiene su guía, su jefe, su maestro: José Martí.
Él va adelante, infatigable, engrandecido a cada obstáculo, arrollando los peligros con el pecho de hierro en que se asiló la última fe de los hombres. Habló él y su palabra levantó ejércitos. Se arroja él a pasar el Rubicón[1] y los hombres de cicatrices y los que tienen savia nueva le siguen. Amamos a Martí como a la bandera de seda que bordó una virgen. Cuando él nos habla sentimos que el suelo de la patria se estremece, y salen entre las grietas los mártires cubanos, sangrando aún como legión invencible, transfigurada por el heroísmo, que nos llama con estridente clarín a ocupar nuestro puesto entre la humareda y el sublime fragor de las batallas.
En el camino del Capitolio[2] Martí nos ha puesto. Estábamos dispersos y nos agrupó. Moríamos de desaliento y nos dio vida. Como un himno es su obra. Con él hemos de triunfar, o juntos caeremos, con la libertad, en la roca de Tarpeya.[3] Pero no hemos de caer. Hemos subido al Aventino[4] con un pueblo a cuestas, y vamos a lanzarlo a conquistar su república. Sobre los débiles de espíritu pasen los fuertes.
Se oye esta palabra: ¡machete!
Nos guía esta grandeza: ¡Martí![5]
Patria, Nueva York, 4 de febrero de 1895, no. 147, p. 2.
Nota:
[1] Rubicón. Río del nordeste de Italia que desemboca en el mar Adriático. En la noche del 11 al 12 de enero de 49 a. C., el general Julio César, gobernador de las Galias, cruzó el río con sus tropas, pronunciando en latín la frase “alea iacta est” (“la suerte está echada”), pese a la orden terminante que se lo prohibía, con lo que dio inicio a la Segunda Guerra Civil de la República de Roma. Este suceso histórico sirve de base a la expresión “cruzar el Rubicón”, que expresa la determinación irrevocable de lanzarse a una empresa de arriesgadas consecuencias.
[2] Capitolio, del latín capitolium, era una de las Siete Colinas de Roma. El Capitolinus Mons era la ubicación del centro religioso y político establecido durante la antigua república romana. Posteriormente el nombre se usó para referirse al edificio que alberga el poder ejecutivo y/o legislativo de una ciudad, región o país.
[3] La Roca Tarpeya (“rupes Tarpeia”, en latín) era una abrupta pendiente de la antigua Roma, junto a la cima sur de la colina Capitolina. Tenía vistas al antiguo foro romano. Durante la República, se utilizó como lugar de ejecución de asesinos y traidores, que sin ninguna piedad eran lanzados desde ella al vacío.
[4] El monte Aventino es una de las siete colinas sobre las que se construyó la antigua ciudad de Roma.
[5] Véase, al respecto, el discurso “Martí es la Democracia” pronunciado por Rafael Serra, en el club La Liga, en Nueva York, el 21 de enero de 1892, para protestar contra la injuriosa carta que Enrique Collazo le dirigiera a José Martí. (Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1982, no. 5, pp. 272-274).