EL PUENTE DE BROOKLYN

...continuación 2

     De madera es, de madera, de pino de Georgia, que debajo del agua ni el oxígeno alcanza ni el tedero roe, el sustento de ambas torres.—Caisson lo llaman en francés y en inglés, y es invención francesa. Es caja inmensa, vuelta del revés: la boca, abajo; el fondo arriba; y sobre el fondo que le sirve de tapa, veintidós pies de planchas de pino, cruzadas en ángulo recto, sujetas al techo del cajón por tornillos gruesos como árboles, y retorcidos y agigantados, como debe ver, en su cerebro encendido, sus ideas un loco;—y de madero a madero, abrazaderas de hierro;—y en las junturas, alquitrán y materias adherentes y durables. Oh! bien merecen estas cosas que asombran, que bajemos por el pozo forrado de hierro, contra entrada de aire, que desciende de lo alto del cajón, por entre los lienzos de pino, al cajón hueco, también de hierro contra aire, forrado de hierro de caldera, y cuyas paredes, de hierro calzadas, van en lo interior disminuyendo, para dejar mayor espacio a los excavadores, desde ocho pies[28] con que junto al fondo que hace de techo comienzan, a ocho pulgadas.[29]—Ya flota la estructura corpulenta, con su margen de 11 pies,[30] entre la triple empalizada, que, en el lugar mismo en que ha de alzarse la torre, le han fabricado los ingenieros; ya comienza a hundirse, al peso de los primeros trozos de granito que le echan al dorso; ya baja! ya baja! Por las canales de aire, introducen en el cajón el aire comprimido, ante el que huye, no sin grandes luchas, titánicos saltos a quinientos pies[31] por sobre los pozos, tonantes rugidos y mortíferas rebeldías el agua vencida. Ni silbar pueden los hombres que trabajan en aquella hondura, donde está el aire comprimido a 32 libras por pulgada cuadrada: ni apagar una luz, que de sí misma se reenciende. Del pozo de hierro por donde bajan los excavadores al húmedo hueco del cajón, dividido para mejor sustento por seis tabiques, donde los excavadores trabajan,—los hombres pasan, graves y silenciosos a su entrada, fríos, ansiosos, blancos y lúgubres como fantasmas a su salida, por una como antesala, o cerrojo de aire, con dos puertas, una al pozo alto, otra a la cueva, que nunca se abren a la par, porque no se escape el aire comprimido, sino la de la cueva para dar entrada al bravo ejército cuando la del pozo se ha cerrado ya tras ellos, o la del pozo, para darles salida, cuando dejan ya cerrada la de la cueva:—¡ved cómo bajan por cuatro grandes aberturas al fondo de la excavación las dragas sonantes, de cóncavas mandíbulas, a buscar al fondo de los pozos—abiertos a hondura mayor que el nivel del agua, por lo que el agua sube en ellos a nivel—el lodo, la arena, los trozos de roca, que en incesantes paletadas echan en los pozos los excavadores, para que luego, al encajar, con ruido de cadenas, sus fauces abiertas en la abertura profunda la draga famélica, las trague, cerrando de súbito los maxilares poderosos, y las saque, cajón y torre arriba, al aire libre, y las vuelque en las barcas de limpieza! Ved como a medida que limpian la base aquellos heroicos trabajadores febriles, en cuyo cerebro hinchado la sangre precipitada se aglomera, van quitando alternativamente las empalizadas que colocaban ha poco bajo los tabiques de la extraña fábrica, y, con este sistema de escalones, dejando caer sobre las empalizadas que quedan la torre, que, sin el apoyo de las que le quitan, pesa más sobre las restantes, y baja,—y reponiendo sobre el terreno nuevamente limpio las que quitaron, para apartar enseguida las que dejaron antes, al separar las cuales la torre baja otra vez sobre las nuevas. Ved como, expulsa el agua, y calva ya la roca, echan los hombres entre ella y el tope del cajón 8 000 toneladas[32] de cemento hidráulico, masa que, celoso de la naturaleza que creó breñas duras, ha inventado el hombre. Así, a flor siempre de agua, construyeron, sobre el cajón que con su entraña de hombres se iba hundiendo, la torre que con su pesadumbre de granito, se iba levantando. Y luego, con pescantes potentes, alzaron hasta 300 pies[33] las piedras, grandes como casas, que coronan la torre. Y los albañiles encajaron en aquella altura, como niños sus cantos de madera en torre de juguete de Crandall, piedras a cuyo choque ligerísimo, como alas de mariposa a choque humano, se despedazaban los cuerpos de los trabajadores, o se destapaba su cráneo. ¡Oh, trabajadores desconocidos, oh mártires hermosos, entrañas de la grandeza, cimiento de la fábrica eterna, gusanos de la gloria!

     Y los cables, los boas satisfechos? ¿Qué araña urdió esta tela de margen a margen por sobre el vacío? Qué mensajero llevó 20 000 veces de los pasadores del amarre de Brooklyn las 19 madejas de que está hecho cada alambre, y los 278 hilos de que está hecha cada madeja, a los pasadores del amarre de New York? Una mañana, como galán que corteja a su dama, un vapor daba vueltas al pie de la torre de Brooklyn: ¡arriba va, lentamente izada, la primera cuerda! Móntanla sobre la torre; sujétanla a la fábrica de amarre; arrástrala el vapor hasta el pie de la torre de New York; izan el otro extremo; pásanlo por la otra torre; fíjanlo al otro amarre:—del mismo modo pasan una segunda cuerda:—juntan en cada amarre, alrededor de poleas movidas por vapor, los extremos de ambas cuerdas,—y ya queda en perpetuo movimiento circular la gloriosa “cuerda viajera”. Sentado en un columpio, que cuelga de una carrucha fija a la cuerda que la máquina de vapor pone en movimiento, cruza el primero,—entre estampidos de cañones, silbos de locomotoras, flameos de banderas y hurras de centenares de miles de hombres—Farrington sin miedo, cabeza de mecánicos.—Luego, montan sobre la viajera, alzadas en brazos de hierro, una rueda de madera acanalada, en que engarzan el alambre, bien mojado en aceite de linaza para evitar el moho, y después bien seco, que en ocho grandes ruedas, dos al pie de cada cable, tienen enredado, en extensión de dos millas,[34] igual a 52 rollos, alrededor de cada rueda: ¡allá va la carrucha, hormiga trabajadora, de un cabo a otro del puente, con su doble hilo de alambre! Llega, la acarician, desengarzan el hilo, y lo reengarzan en torno a una gran herradura de hierro de borde estriado, molde provisional del que sacan luego el cable para engastarlo en el último pasador de la cadena: vuelve vacía, chirriando y castañeteando, la carrucha al otro extremo:—ajustan, con grandísimas labores, desde los amarres y lo alto de las torres la longitud diversa, que por quedar cada hilo a altura diversa en la madeja, ha de tener cada hilo: ¡allá va de nuevo la carrucha; la aguja redonda, que ha cosido el cable! allá va 139 veces, en que deja 278 hilos! Y ya está la madeja, que de alambre forran, como las dieciocho más que hacen, a un mismo tiempo para cada uno de los cuatro cables: y ya hechas, apriétanlas con grandes abrazaderas; ajustan más aún las diecinueve madejas, en que los hilos yacen unos al lado de otros, y no trenzados; ciñen con medios cilindros, bien apretados, el cable; y sobre una especie de balsa ambulante que del mismo cable cuelga, van, tejedores del aire, los forradores, envolviendo la masa circular con alambre, que una sencilla máquina, semejante a una rueda de timón, que lleva el alambre enrollado en un carretel, va dejando salir en espiral:—y, ya el boa bien vestido, lo posan en su plancha acanalada que, sobre ruedas corredizas, para que el cable pueda extenderse y encogerse, y no dañar la fábrica con su peso, lo espera en la cumbre de la torre.

     De los cables cuelgan, sujetos de bandas de hierro, los tirantes trenzados, 208 en cada cable: de los tirantes, las planchas horizontales que sustentan el pavimento, y las seis paredes verticales de alturas diversas que las cruzan, y listones de acero de pared a pared, y listones diagonales, sobre cuya armazón se extienden, en gruesa lengua de 3 178 pies de largo y 85 de ancho,[35] las cinco calzadas, de 19 pies[36] de ancho las de carruajes; las del ferrocarril,—de 15½;[37]—y dando vista a islas como cestos, a ciudades como hornos, a vapores que parecen, por lo avisados, ruidosos y diestros, mensajeros parlantes, y hormigas blancas que se tropiezan en el río, cruzan sus antenas, se comunican su mensaje y se separan,—dando vista a ríos como mares, empínase en el centro, como cresta de 16 pies[38] de ancho, el camino de las gentes de a pie que desde que abrió puertas el puente, cruzan, apretándose a veces en masas enormes, para dar salida a las cuales hay que alzar las barandas del camino, dos formidables y nunca enflaquecidas hileras de viandantes.

     Ni hay miedo de que la estructura venga abajo, porque aun cuando se quebraran a un tiempo los 278 [hilos] que de cada cable la sostienen, bastaría a tenerla en alto, con su peso y el del tráfico, la ramazón de tirantes supletorios que, a modo de tremenda mano abierta, de delgada muñeca, baja, casi hasta la mitad del cable por cada lado, del tope de cada torre.—No hay miedo de que se mueva la estructura, ni de que la sacudan juegos de aire ni iras de tormenta; porque por su base la muerden las torres con dientes de acero, y para que el viento mayor no la conmueva, los dos cables de afuera se encorvan hacia adentro al ir tocando la mitad del puente, y los dos de adentro se doblan hacia los de afuera, con lo que se hace mayor la resistencia.—No vendrán, no, los aires traviesos a volcar carros sobre el río, porque los bordes del puente se levantan a 8 pies[39] de alto y entre las vías de carruajes y las del ferrocarril está tendida, para sujetar los empujes del viento, red de fuertes alambres.—Ni hay riesgos de que los cables se quebranten,—que nunca vendrá sobre cada uno de ellos peso mayor de 3 000 toneladas,[40] y está hecho para sustentar, con sus 294 brazos, doce mil.[41]—Ni se torcerá, astillará o saltará el puente, cuando el calor de estío lo dilate, como al sol de amor el espíritu, o el rigor del invierno lo acorte;—porque esta quíntuple calzada está como partida en dos mitades, para prevenir el ensanche y el encogimiento, por medio de una plancha de extensión, en el punto medio de la vía, cuya plancha, fija en el extremo de una de las porciones, empalma sobre junturas movibles con el extremo de la porción segunda.—Y cuando al pie de una de las torres se amontonan en bloqueo sin salida, millares de mujeres que sollozan, niños que gritan, policías que vocean, forcejeando por abrirse camino,—se mueven señorialmente, como gigantes que saludan, un ápice apenas los cables en sus lechos corredizos en lo alto de las torres. Así han fabricado, y así queda, menos bella que grande, y como brazo ponderoso de la mente humana, la magna estructura.—Ya no se abren fosos hondos en torno de almenadas fortalezas; sino se abrazan, con brazos de acero, las ciudades; ya no guardan casillas de soldados las poblaciones, sino casillas de empleados sin lanza ni fusil, que cobran el centavo de la paz, al trabajo que pasa:—los puentes son las fortalezas del mundo moderno.—Mejor que abrir pechos es juntar ciudades:—Esto son llamados ahora a ser todos los hombres: soldados del puente!

[José Martí]

La América, Nueva York, junio de 1883.

Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2011, t. 18, pp. 32-42.

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Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[29] Aproximadamente, 20 cm.

[30] Aproximadamente, 3,3 m.

[31] Aproximadamente, 152,4 m.

[32] Aproximadamente, 7 257 478 kg.

[33] Aproximadamente, 91,4 m.

[34] Aproximadamente, 3,22 km.

[35] Aproximadamente, 969 m. de largo y 26 m. de ancho.

[36] Aproximadamente, 5,8 m.

[37] Aproximadamente, 4,7 m.

[38] Aproximadamente, 4,87 m.

[39] Aproximadamente, 2,4 m.

[40] Aproximadamente, 2 721 554 kg.

[41] Aproximadamente, 10 886 216 kg.