Distinguidos miembros del Consejo Universitario de la Universidad de La Habana,
Doctor Juan Vela Valdés, Rector de esta Universidad,
Profesores y estudiantes,
Compañeros y amigos:
La decisión del Consejo Universitario de la Universidad de La Habana de otorgarme el grado de Doctor Honoris Causa, me ha conmovido tan profundamente que la expresión de mi agradecimiento resultaría pobre e insuficiente. Pero no puedo dejar de decir que tan alta y honrosa distinción la aprecio, sobre todo, por provenir de una institución universitaria que, junto a sus elevadas contribuciones académicas, tanto ha dado al realce y a la realización de los valores que más podemos estimar: la verdad, la justicia, la dignidad humana, así como la soberanía nacional, la solidaridad, la convivencia pacífica y el respeto mutuo entre los pueblos.
Pero, a este agradecimiento institucional, quisiera agregar el personal por la fraternal, lúcida y bella laudatio de quien —Roberto Fernández Retamar— me siento, desde hace ya casi cuarenta años, no solo compañero de ideas y esperanzas y admirado lector de su admirable obra poética, sino también persistente seguidor de su conducta intelectual y política al frente de una institución tan consecuente con la digna e inquebrantable política antimperialista de la Revolución cubana como la Casa de las Américas, a la que tanto debemos los intelectuales de este continente y del Caribe por su defensa ejemplar y constante enriquecimiento de la cultura latinoamericana.
A continuación, voy a dedicar mi discurso de investidura a la obra que tan generosamente reconoce con el grado de Doctor Honoris Causa. Y, por supuesto, no para juzgarla, pues yo sería el menos indicado para ello, sino para reivindicar el eje filosófico, político y moral en torno al cual ha girado toda ella, o sea, el marxismo. Pero no solo el marxismo como conjunto de ideas, sino como parte de la vida misma, o más exactamente, de ideas y valores que han alentado la lucha de millones de hombres que han sacrificado en ella su tranquilidad y, en muchos casos, su libertad e incluso la vida. Ahora bien, ¿por qué volver, en estos momentos, sobre este eje, fuente o manantial teórico y vital? Porque hoy, más que en otros tiempos, se pone en cuestión la vinculación entre sus ideas y la realidad, entre su pensamiento y la acción.
Cierto es que el marxismo siempre ha sido no solo cuestionado, sino negado por quienes, dados su interés de clase o su privilegiada posición social, no pueden soportar una teoría crítica y una práctica encaminadas a transformar radicalmente el sistema económico-social en el que ejercen su dominio y sus privilegios. Pero no es este el cuestionamiento que ahora tenemos en la mira, sino el que cala en individuos o grupos sociales, ciertamente perplejos o desorientados, aunque no están vinculados necesariamente con ese interés de clase o privilegiada posición social. Esta perplejidad y desorientación, que se intensifica y amplía bajo el martilleo ideológico de los medios de comunicación masiva, sobre todo desde el hundimiento del llamado “socialismo real”, constituye el caldo de cultivo del cuestionamiento del marxismo, que puede condensarse en esta lacónica pregunta: ¿se puede ser marxista hoy? O, con otras palabras: ¿tiene sentido en el alba del siglo xxi pensar y actuar remitiéndose a un pensamiento que surgió en la sociedad capitalista de mediados del siglo xix?
Ahora bien, para responder a esta pregunta habría que tener una idea, por mínima que sea, de lo que entendemos por marxismo, dada la pluralidad de sus interpretaciones. Pues bien, teniendo esto presente, y sin pretender extender certificados de “pureza”, se puede entender por él —con base en el propio Marx— un proyecto de transformación del mundo realmente existente, a partir de su crítica y de su interpretación o conocimiento. O sea, una teoría y una práctica en su unidad indisoluble. Por tanto, el cuestionamiento que se hace del marxismo y se cifra en la pregunta de sí se puede ser marxista hoy, afecta tanto a su teoría como a su práctica, pero —como trataremos de ver— más a esta que a aquella.
II
En cuanto teoría de vocación científica, el marxismo pone al descubierto la estructura del capitalismo, así como las posibilidades de su transformación inscritas en ella, y, como tal, tiene que asumir el reto de toda teoría que aspire a la verdad: el de poner a prueba sus tesis fundamentales contrastándolas con la realidad y con la práctica. De este reto el marxismo tiene que salir manteniendo las tesis que resisten esa prueba, revisando las que han de ajustarse al movimiento de lo real o bien abandonando aquellas que han sido invalidadas por la realidad. Pues bien, veamos, aunque sea muy sucintamente, la situación de algunas de sus tesis básicas con respecto a esa triple exigencia. Por lo que toca a las primeras, encontramos tesis que no solo se mantienen, sino que hoy son más sólidas que nunca, ya que la realidad no ha hecho más que acentuar, ahondar o extender lo que en ellas se ponía al descubierto. Tales son, para dar solo unos cuantos ejemplos, las relativas a la naturaleza explotadora, depredadora, del capitalismo; a los conceptos de clase, división social clasista y lucha de clases; a la expansión creciente e ilimitada del capital que, en nuestros días, prueba fehacientemente la globalización del capital financiero; al carácter de clase del Estado; a la mercantilización avasallante de toda forma de producción material y espiritual; a la enajenación que alcanza hoy a todas las formas de relación humana: en la producción, en el consumo, en los medios de comunicación masiva, etcétera, etcétera.
En cuanto a las tesis o concepciones que habría que revisar para ajustarlas al movimiento de lo real, está la relativa a las contradicciones de clase que, sin dejar de ser fundamentales, tienen que conjugarse con otras importantes contradicciones en la sociedad actual: nacionales, étnicas, religiosas, ambientales, de género, etcétera. Y, por lo que toca a la concepción de la historia, hay que superar el dualismo que se da en los textos de Marx, entre una interpretación determinista e incluso teleológica, de raíz hegeliana, y la concepción abierta según la cual “la historia la hacen los hombres en condiciones determinadas”.[2] Y que, por tanto, depende de ellos, de su conciencia, organización y acción, que la historia conduzca al socialismo o a una nueva barbarie. Y están también las tesis, que han de ser puestas al día, acerca de las funciones del Estado, así como las del acceso al poder, cuestiones sobre las cuales Gramsci[3] proporcionó importantes indicaciones.
Finalmente, entre las tesis o concepciones de Marx y del marxismo clásico que hay que abandonar, al ser desmentidas por el movimiento de la realidad, está la relativa al sujeto de la historia. Hoy no puede sostenerse que la clase obrera sea el sujeto central y exclusivo de la historia, cuando la realidad muestra y exige un sujeto plural, cuya composición no puede ser inalterable o establecerse a priori. Tampoco cabe sostener la tesis clásica de la positividad del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas, ya que este desarrollo minaría la base natural de la existencia humana. Lo que vuelve, a su vez, utópica la justicia distributiva, propuesta por Marx en la fase superior de la sociedad comunista, con su principio de distribución de los bienes conforme a las necesidades de cada individuo, ya que ese principio de justicia presupone una producción ilimitada de bienes, “a manos llenas”.
En suma, el marxismo como teoría sigue en pie, pero a condición de que, de acuerdo con el movimiento de lo real, mantenga sus tesis básicas —aunque no todas—, revise o ajuste otras y abandone aquellas que tienen que dejar paso a otras nuevas para no quedar a la zaga de la realidad. O sea, en la marcha para la necesaria transformación del mundo existente, hay que partir de Marx para desarrollar y enriquecer su teoría, aunque en el camino haya que dejar, a veces, al propio Marx.
III
Ahora bien, reafirmada esta salud teórica del marxismo, hay que subrayar que este no es solo ni, ante todo, una teoría, sino fundamental y prioritariamente una práctica, pues recordemos, una vez más, que “de lo que se trata es de transformar el mundo”.[4] Pues bien, si de eso se trata, es ahí, en su práctica, donde la cuestión de, si tiene sentido ser marxista hoy, ha de plantearse en toda su profundidad.
Considerando el papel que el marxismo ha desempeñado históricamente, desde sus orígenes, al elevar la conciencia de los trabajadores sobre la necesidad y posibilidad de su emancipación, y al inspirar con ello tanto sus acciones reivindicativas como revolucionarias, no podría negarse fundamentalmente su influencia y significado histórico-universal. Ciertamente puede afirmarse, sin exagerar, que ningún pensamiento filosófico, político o social ha influido, a lo largo de la historia de la Humanidad, tanto como el marxismo en la conciencia y conducta de los hombres y de los pueblos. Para encontrar algo semejante, habría que buscarlo fuera de ese pensamiento, no en el campo de la razón sino en el de la fe, propio de las religiones como el budismo, el cristianismo o el islamismo, que ofrecen una salvación de los sufrimientos terrenales en un mundo supraterreno. Para el marxismo, la liberación social, humana, hay que buscarla aquí y desde ahora, con la razón y la práctica que han de conducir a ella.
Aunque solo fuera por esto, y el “esto” tiene aquí una enorme dimensión, el marxismo puede afrontar venturosamente su cuestionamiento en el plano de práctica, encaminada a mejorar las condiciones de existencia de los trabajadores, así como en las luchas contra los regímenes autoritarios o nazifascistas, o por la destrucción del poder económico y político burgués. Los múltiples testimonios que, con este motivo, podrían aportarse, favorecen esta apreciación positiva de su papel histórico-práctico, sin que este signifique, en modo alguno, ignorar sus debilidades, sombras o desvíos en este terreno; ni tampoco las aportaciones de otras corrientes políticas o sociales: demócratas radicales, socialistas de izquierda, diferentes movimientos sociales, o de liberación nacional, anarquistas, teología de la liberación, etcétera.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Discurso pronunciado al otorgársele el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de La Habana, el 16 de septiembre de 2004.
[2] “Los hombres tienen historia porque se ven obligados a producir su vida y deben, además, producirla de un determinado modo”. [C. Marx y F. Engels: La Ideología alemana (1845), La Habana, Ministerio de Educación, 1982, p. 30; C. Marx y F. Engels: Obras escogidas en tres tomos, Moscú, Editorial Progreso, 1976, t. 1, p. 28].
[3] Antonio Gramsci (1891-1937).
[4] “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. [C. Marx: Tesis sobre Feuerbach (1845), Obras escogidas en tres tomos, ob. cit., t. 1, p. 11].