JOSÉ MARTÍ [1]

Hoy que, afortunadamente, reina la paz en Cuba y la palabra concordia está en todos los labios, y queremos suponer, piadosamente, que también embarga los corazones, parécenos que es hasta oportuno, recordar frases, dichos, pensamientos de aquel hombre extraordinario, aquella alma fundadora[1] como lo calificó un día otro gran agitador que se llamó José Martí.

     El año 1894 estuvimos en New York, a donde nos llevara, entre otros asuntos, el reponer nuestra salud, harto quebrantada; mi primera visita fue para Martí, a quien tratamos con relativa intimidad, allá por el año 90,[3] en otro viaje que hicimos a los Estados Unidos.

     A su oficina de Front Street, a un cuarto piso modesto, humilde, fuimos a verle; ocupábalo entonces, como casi toda su vida, la tierra natal; allí entre papeles, libros, folletos y periódicos, leyéndolo todo, escuchando a un tiempo que escribiendo; siempre cortés, con delicadezas naturales en el sentir, con gallardas altezas en el pensar, estaba Martí.

     ¡Cómo y de qué manera fustigaba con frase acerada, a los poderosos! ¡cómo y de qué modo benévolo, cariñoso, compadecía a los humildes!

     De todos los que hacían arte en Cuba nos habló; por cuantos, en una u otra forma, vivían en Cuba algo más que la vida de la materia, preguntó, inquirió, resultando, casi siempre, que él que interrogaba sabía más y tenía mejores datos que los llamados a contestarle.

     Porque una de las peculiaridades de Martí y por de contado que todo en él era peculiar, original, único, estribaba en que sabía de lo grande y de lo pequeño; de lo extraordinario y de lo vulgar; ya hablaba, con perfecto conocimiento del asunto, de las obras del italiano Lombrosso, de quien no era admirador ni adepto; ya recitaba versos de algún poeta casi desconocido de Cuba; ya nos contaba de sus entrevistas una de ellas terminó en un altercado y por él abandonó a Venezuela con el célebre Guzmán Blanco, el ilustre americano, como se hacía llamar por sus súbditos pomposamente; refería sus viajes por Centro América, o sus peripecias en España, sobre todo en Zaragoza, de la cual guardaba tan excelentes recuerdos.[4]

     Y, después, seca su garganta y encantados nuestros oídos, nos invitaba a tomar alguna cosa, y esto era siempre aceptado con júbilo por nosotros, pues era motivo para prolongar entrevista tan grata, mejor dicho, monólogo tan ameno…

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     ¡Qué desprecio el de Martí por la banalidad estúpida y por el éxito brutal! ¡Siempre recordaré lo único que nos dijo hablando de cierto espadón de Centro América, de uno de esos matarifes afortunados que en pocos meses amasan una fortuna que van, después, con lujos de enriquecidos, a derrochar, ya a la vieja Europa, ya a Norteamérica: “Lo vi ayer en Delmónico; lucía en la mano un insolente diamante; no sé por qué me pareció que contrastaban con su blancura, algunas gotas de sangre…!”

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     ¿Y de arte cómo no hablaría quien era, en todo y por todo, artista, en la más alta acepción de la palabra? No tenía, por de contado, escuela artística determinada; pero dada su manera de sentir, claro es que le regocijaba y le enardecía ver algún talento joven, entusiasta, batallador, rompiendo, briosamente, con añejas preocupaciones. De los poetas contemporáneos de nuestra raza, era su predilecto Gutiérrez Nájera, el nunca bien llorado Duque Job de las letras mejicanas, de quien hablaba siempre con verdadero cariño, con hermoso enternecimiento.

     La oratoria política de Martí, brillante, desordenada, altísima siempre, era, a nuestro parecer, pálida al lado de esa otra oratoria familiar, privada, en que así, sin efectos ni retoques, iban surgiendo de sus labios, “que manaban miel de la esperanza”, según la frase de eminente compatriota, pensamientos llena de originalidad, rebosantes de buen gusto, delicados, finos; entonces, si era algún recién llegado a New York el que le hablaba y era este hombre de cultura y aficionado a los bellos panoramas de la naturaleza, le decía: “Aquí, sin salir de esta inmensa ciudad, puede usted ver, si gusta, hermosísimo paisaje desde el puente de Brooklyn; a la caída de la tarde, por ejemplo, la escena que se presenta es, verdaderamente, encantadora, la muchedumbre regresa desde New York a sus hogares de la ciudad vecina; de todas las altas chimeneas se ven surgir espirales de humo que parecen al ascender, majestuosas, que se despiden de la labor del día; las embarcaciones lucen más alegres, más vivas, más animadas por la hora, y el sol, al alumbrar con sus postreras llamaradas tales escenas, les da el necesario color para que hieran de más brillantes modos nuestras pupilas e inunden de secretos, recónditas satisfacciones nuestros espíritus…!”

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     La no aprendida distinción en sus maneras, y en sus ademanes, era, también, una de las grandes atracciones de hombre tan fascinador como Martí. Parecía cuando en un salón discreteaba, galante, con alguna hermosa, un galán apuesto de la “vieja corte francesa”,[5] para decirlo con la frase de su lindo, y aquí no conocido proverbio: Amor con amor se paga.

     De lo que aquí afirmamos podían dar fe muchas de nuestras bellas compatriotas residentes en la Metrópoli Norte-Americana; ellas, mejor que nosotros, dirían cómo era de galante y obsequioso nuestro ilustre y fenecido amigo.

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     Cuando vuelva algún día a New York, en vano buscaré, en medio de la inmensa balumba de la moderna Babilonia, al que, siempre, alentaba nuestra amortecida fe, revivía nuestra esperanza agonizante, presentándonos, con asombrosa elocuencia, el lado bello de las cosas de la vida.

     ¡Ay! Entonces, como lo hago ahora, con unción y con reverencia evocaré, la memoria de aquel hombre de espíritu profundamente latino, que no quería que nadie pudiese ver nunca en nuestra América, como la llamaba él, más que el cóndor de pecho blanco que se eleva sereno y majestuoso sobre las Andes…!

El Fénix. Revista semanal ilustrada, La Habana, 2 de diciembre de 1898, p. 2.

Francisco Chacón

Tomado del Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1993, no. 16, pp. 268-271.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Véase la nota introductoria de Pedro Pablo Rodríguez, titulada “José Martí, aquel hombre extraordinario”. (Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1993, no. 16, pp. 267-268).

[2] “Y la nueva república volvió los ojos a Washington, quien junta y equilibra en sí todas las fuerzas que produjeron la revolución; que lleva en su persona, como las dos pesas de la balanza de la Justicia, el ímpetu que lucha y desconfía y la prudencia que lo dirige y mantiene; que tiene cóleras como de tempestad, en que mete la pistola por la cara a los soldados cobardes, y a votos y blasfemias los vuelve a poner en línea de pelear, y calmas de mundo superior, como cuando ve perdida la batalla, y se clava a caballo, en medio de su gente que huye, a esperar de frente la derrota que el valor renovado de sus milicias convierte en victorioso frenesí; que con la mano izquierda le levanta chichones al negro que le limpió mal las botas, y con la derecha escribía a modo de hombre ungido, aquellas cartas de consejo y comunicación, de letra clara y macizo pensamiento, donde fluía como de cabeza de monte la idea alta y serena, con fuerza de miope y présbita a la vez, y esa elocuencia judicial que viene a las almas fundadoras de la ternura del amor y la dignidad de la virtud. Él era como sus tiempos, y como las cintas con que se adornaron para recibirlo las mujeres de Boston, que llevaban de un lado la flor de lis, y el águila de América del otro”. (JM: “El centenario americano”, La Nación, Buenos Aires, 22 de junio de 1889, OC, t. 13, pp. 383-384. Las cursivas son del E. del sitio web).

[3] El sábado 13 de diciembre de 1890, Martí organizó una velada de despedida a Francisco Chacón, en casa de Carmen Miyares. Se conservan las invitaciones dirigidas a Vicente G. Quesada, a Federico Edelmann, a Néstor Ponce de León, a Sotero Figueroa y a Antonio Ignacio Quintana (EJM, t. II, pp. 231, 233, 234, 234-235 y 235, respectivamente), y a Miguel Antonio Montejo (Carlos Ripoll: Páginas sobre José Martí, Nueva York, 1995, p. 153).

[4] El 30 de junio de 1874 en la Universidad Literaria de Zaragoza, Martí “verifica el ejercicio correspondiente, en el cual desarrolla, de forma oral, el tema sacado al azar ‘Párrafo inicial del libro primero título segundo de la Instituta de Justiniano. Del derecho natural de gentes y civil’. El tribunal examinador lo aprueba, y de este modo obtiene el grado de Licenciado en Derecho Civil y Canónico”. Casi cuatro meses después, el 24 de octubre, “saca a suerte el tema ‘La oratoria política y forense entre los romanos. Cicerón como su más alta expresión: los discursos examinados con arreglo a sus obras de Retórica’. Por su brillante exposición obtiene sobresaliente, con lo que alcanza el grado de Licenciado en Filosofía y Letras”. (Ibrahim Hidalgo Paz: José Martí. Cronología 1853-1895, 4ta edic., La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2018, p. 35).

[5] JM: Amor con amor se paga, México, diciembre de 1875, OCEC, t. 3, p. 216.