EL NEGRO RAFAEL [ 1]

Revisando periódicos de la isla de Puerto Rico —la tierra infeliz donde aún somete el gobierno a tortura a los hombres—hallamos en un mismo número de Puerto Rico Ilustrado, dos retratos: uno es el del cura Cayetano Galeote, que asesinó al obispo de Madrid: el otro es el del “Maestro Rafael”, el negro de alma angélica que por incontrastable vocación consagró toda su vida a la enseñanza. Ni Vijil[2] del Perú, ni Varela del Uruguay, ni Luz Caballero de Cuba tenían en el rostro más bondad,[3] educadores eximios, que la que revela el rostro de este amable negro. Los ojos llenos de piedad miran debajo de sus finas cejas blancas. Ennoblece la cara, de óvalo perfecto, una leve barba canosa. Un gorro, semejante a la mitra de los obispos armenios, ciñe la bella cabeza. La camisa, de tela burda, deja ver buena parte del cuello.

     Cuando ya Rafael Cordero tenía veinte años, en 1810, no había escuelas públicas en Puerto Rico, ni corría de cuenta del gobierno enseñar a leer y escribir a una colonia que tenía más de ciento cincuenta mil habitantes. Rafael era tabaquero de oficio; pero como de adentro oía la voz que le mandaba enseñar, abrió escuela gratuita, y desde su tablero de hacer tabacos, mientras juntaba la tripa y extendía la hoja daba clase de lectura, escritura y doctrina religiosa a los niños blancos y negros, ricos o pobres, que rodeaban su mesa de trabajo. Y murió de 78 años, enseñando. Cuando acababa su tarea de tabaquero, salía a hacer visitas por las casas, donde oían siempre con cariño las palabras discretas y elocuentes con que exhortaba a los padres a mirar por la educación de los hijos. Y tenía tal manera de tratar a los niños, que los más callejeros oían sin mofa las razones con que les convidaba a aprender con él la letra y la cartilla. Coronó su vida cuando la Sociedad Económica le dio en premio de su virtud cien pesos, y él no los empleó en agrados propios, sino que con la mitad vistió y calzó a los niños más pobres de su escuela, y repartió un domingo la otra mitad entre los pobres del pueblo, rodeado de sus alumnos. Pestalozzi no hizo más. Cuando murió Rafael, sus discípulos blancos y negros, lo llevaron en hombros, y acompañó su féretro todo lo que tenía de honrado Puerto Rico. Un hombre así salva una ciudad. No hay que preguntar, cuando se ven esas cosas, cómo es la luz de las estrellas. (Del Economista Americano).

[José Martí]

[Diario de Matanzas, 1ro. de abril de 1888, p. 2]

Tomado de José Martí: “El negro Rafael”, [Diario de Matanzas, 1ro. de abril de 1888, p. 2], OCEC, t. 28, pp. 148-149.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1]Rafael Cordero Molina. Este texto fue facilitado por el investigador Ricardo Luis Hernández Otero. El estilo y el tema nos permite atribuir la autoría a José Martí, como ocurrió tan a menudo con los textos sin firma de El Economista Americano, mensuario en que se publicó antes de que así lo hiciera la publicación cubana que nos sirve de fuente.

[2]Así en El Economista Americano. Parece referirse a Francisco de Paula González Vigil.

[3]A continuación, palabra ininteligible.