¡A CUBA!

...continuación 2

Los cubanos no tienen derecho alguno a impedir que un español, porque es español, desembarque en territorio de los Estados Unidos. Los Estados Unidos pueden y deben castigar a quien viole esta ley, como cualquiera otra de las suyas. Pero para castigar la violación, es preciso que la ley sea violada; para probar la violación es preciso probarla con las leyes establecidas para perseguir y las garantías que da la ley al perseguido. Pudo años atrás la pasión de la independencia armar de un garrote castigador el brazo de un puñado de cubanos fanáticos, tan capaces de pelear en el muelle de Key West como en la boca de los cañones españoles; y uno u otro cubano pudo esperar en el muelle, garrote en puño, al español que, no cansado de echar al cubano en la Isla de todas sus mesas de trabajar, viene todavía al país extranjero a quitarle la industria que aprendió de él: ¿que no tienen corazón los españoles, ni ven esta injusticia? ¿que no tienen corazón los norteamericanos, y ayudan esta injusticia? Pero de lo que en tiempos pasados pudo un puñado de cubanos intentar, cuando no se había condensado la vida revuelta del Cayo recién nacido en el orden social superior en que ya hoy se condensa, de lo que pudo hacer un puñado de cubanos en Key West, que jamás fue ni hubiera sido, por la nobleza en el cubano natural, como los linchamientos bárbaros del Sur y los continuos asesinatos de las caretas-blancas del Noroeste, no puede un pueblo de ley, un pueblo de hombres sensatos y honrados, un pueblo de hombres justos y amigos, presumir, contra la verdad y las apariencias, que la ley va a ser violada en un caso posterior, y castigar de antemano, con lujo de rabia en toda una ciudad, y con venganza inicua contra los que solo bien le han hecho, un delito que nadie ha cometido. Las relaciones de amistad de tantos años ¿no imponían entre cubanos y norteamericanos la averiguación siquiera de la conspiración imbécil que unos cuantos bandidos de la lengua imputaron, sin razón, a los cubanos? La causa moralmente respetable del desagrado con que los cubanos vean la ciudad que han poblado, y en que hoy viven sin empleo, ocupada por los obreros que los despojan en su propio país ¿no merece el afecto, y generosa cortesía, de los norteamericanos justicieros, en vez de su frenética enemistad? ¿Qué mano misteriosa andaba allí, qué norteamericano bribón recibió allí paga del gobierno de España para azuzar el interés y abusar del republicanismo de sus compatriotas, qué venganza de candidato frustrado o corazón bajo y rencoroso encendió allí las preocupaciones injustas de los del Norte contra los de Cuba, que la obra de veinticinco años se olvidó en una hora, y la ciudad que nos debe su comercio, su industria, su renombre, el amor entrañable que le tuvimos, se alza, sin preguntar, contra nosotros, y organiza, con alarde de terror, una resistencia fuera de toda relación con el rumor vago que parecía fundarla? ¿Quién la preparó, que estaba tan bien preparada? ¿De cuánto tiempo venía, que resultó toda hecha? ¿Quién la pagó, que estuvo tan bien servido? ¿Por qué los hombres buenos cedieron, por ignorancia o por pasión, o por erróneo concepto de su interés, a una liga patente de intereses privados,—de demagogos que viven de agitar las preocupaciones públicas,—de pedantes incapaces de comprender al pueblo virtuoso que desdeñan, y en una hora de revuelta sacian la ira, por años contenida, de haber necesitado de él, de haber vivido de su favor y de sus votos? ¿O es el pueblo norteamericano incapaz de justicia, del respeto que a la virtud se debe y de la gratitud a que obliga la amistad? ¿Será así, feroz y desagradecido, todo el pueblo norteamericano? ¿Será que en el alma de la raza hay tal ira contra el criollo español, una idea tan falsa sobre su capacidad moral y política, que los hombres más ruines de la raza del Norte osan desdeñar las virtudes más meritorias en el cubano, porque las ha mantenido en la miseria y la esclavitud? ¿No habrá hombres honrados allí, que se avergüencen de lo que han ayudado a hacer, y se revuelvan contra los que, con un engaño inicuo, los obligaron a violar las leyes de su país, de las naciones y de la humanidad? ¿Derecho? ¿derecho alguno de parte de los norteamericanos para actos semejantes, para la junta de acusación en la plaza pública, para la imperdonable protesta, para ir a tratar sin permiso de su país con una monarquía extranjera y despótica, para pedir a un gobierno extranjero milicia con que injuriar y provocar a sus conciudadanos, para traer más obreros de afuera, contra la ley del país y la generosidad natural del hombre, a un pueblo donde están sin empleo centenares de obreros,—los obreros de los veinticinco años, los que han fabricado el pueblo? Porque se dijo que había una conspiración de diez y nueve cubanos contra los españoles que llegasen se hizo todo esto,—y cuando las personas de más respeto de la ciudad, héroes de casa antigua en la revolución de Cuba, apóstoles justamente venerados de los derechos populares, alcaldes hasta hace poco tiempo de ciudades cubanas, pidieron en nombre de su pueblo las pruebas de la conspiración, y se ofrecieron a castigarla, nadie presentó prueba, nadie pudo responder:—y cuando el abogado pidió al tribunal la libertad de los dos cubanos presos, sin las garantías de la ley, como cabezas de la conspiración—el abogado solo, en aquella ciudad enemiga y aterrorizada—el tribunal dio libres a los dos hombres al instante, porque no había acusación alguna contra ellos… ¿A qué, tiranía de España, te abandonamos, si hemos de encontrar en una república americana todos tus horrores? ¿Por qué tuvimos amor y confianza en esta tierra inhumana y desagradecida? No hay más patria, cubanos, que aquella que se conquista con el propio esfuerzo. Es de sangre la mar extranjera. Nadie ama ni perdona, sino nuestro país. El único suelo firme en el universo es el suelo en que se nació. O valientes, o errantes. O nos esforzamos de una vez, o vagaremos echados por el mundo, de un pueblo en otro. Aquellos que amamos, aquellos, con rabia de perro, nos morderán el corazón… Cubanos, no hay hombre sin patria, ni patria sin libertad.[8] Esta injuria nos ha hecho más fuertes, nos ha unido más, nos ha enseñado más que el libro y el diploma y la chaveta, que todos tenemos un alma misma; que España es el enemigo único, que en Cuba nos acorrala y nos corrompe, y fuera de Cuba nos persigue, por dondequiera que hay un hombre con honor, o una mesa con pan; que no tenemos más amistad ni ayuda que nosotros mismos.[9] ¡Otra vez, cubanos, con la casa a la espalda, con los muertos abandonados, andando sobre la mar! Cubanos, ¡a Cuba![10]

[José Martí]

Patria, Nueva York, 27 de enero de 1894, no. 96, pp. 1-2; OC, t. 3, pp. 47-54.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[8]Nótese la similitud con el apotegma de Félix Varela: “no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad”. (“Carta sexta. Furor de la impiedad”, Cartas a Elpidio, sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad, Nueva York, 1835, en Obras, La Habana, Editorial Cultura Popular, 1997, t. III, p. 102).

[9]Véanse, al respecto, las dos cartas a José Dolores Poyo, fechadas ambas en Tampa, Florida, el 18 de enero de 1894. (EJM, t. III, pp. 24-25 y 26. (N. del E. del sitio web).

[10]El 19 de agosto de 1893, Martí alertaba: “Del Norte hay que ir saliendo. Hoy más que nunca, cuando empieza a cerrarse este asilo inseguro, es indispensable conquistar la patria. Al sol, y no a la nube. Al remedio único constante y no a los remedios pasajeros. A la autoridad del suelo en que se nace, y no a la agonía del destierro, ni a la tristeza de la limosna escasa, y a veces imposible. A la patria de una vez. ¡A la patria libre! // […] ¡A la patria libre! ¡Al remedio único y definitivo! La pobreza actual es una obligación mayor, es una prueba más de la necesidad de andar de prisa, y de acabar de una vez. Se cae la casa del destierro. El Partido Revolucionario, aunque el clamor de los suyos le despedace el corazón, no se quedará cobarde donde no hay remedio para ellos, ni se pondrá a curar con dedadas de caldo la agonía, ni faltará por el aturdimiento de una hora al deber solemne y superior del porvenir:—él irá, como buen padre, a buscar para sus hijos, en los dientes de la misma muerte, una casa de donde no tenga que echarlos la miseria”. (“La crisis y el Partido Revolucionario Cubano”, Patria, Nueva York, 19 de agosto de 1893, no. 75, p. 1; OC, t. 2, pp. 368 y 370, respectivamente).

En el número siguiente de Patria, Martí volvía a insistir:

“[…] Ni nuestro carácter ni nuestra vida están seguros en la tierra extranjera. El hogar se afea o deshace: y la tierra debajo de los pies se vuelve fuego, o humo […] // La tierra propia es lo que nos hace falta. Con ella, ¿qué hambre y qué sed? Con el gusto de hacerla buena y mejor, ¿qué pena que no se atenúe y cure? Porque no la tenemos, padecemos. Lo que nos espanta es que no la tenemos. Si la tuviésemos, ¿nos espantaríamos así? ¿Quién, en la tierra propia, despertará con esta tristeza, con este miedo, con la zozobra de limosnero con que despertamos aquí?” (JM: “A la raíz”, Patria, Nueva York, 26 de agosto de 1893, no. 76, p. 2; OC, t. 2, p. 380).

José Dolores Poyo, fidelísimo colaborador, Martí lo apremia para que desde las páginas de El Yara: “Dé y vuelva a dar, con la pluma que quema y restalla, sobre la necesidad de conquistarse casa propia”. (JM: “Carta a José Dolores Poyo”, Tampa, Florida [18 de enero de] 1894, t. IV, p. 25). Véase el artículo de El Yara, “A Cuba, sí”, reproducido en Patria, Nueva York, el 16 de febrero de 1894, no. 99, p. 2.