DEL GENERAL CARLOS ROLOFF Y OTROS OFICIALES

Sor. José Martí.[1]
Delegado del Partido Revolucionario Cubano

Compatriota:

Una casualidad dichosa, o el afán instintivo con que se solicitan en la hora del peligro los que pueden contribuir a remediarlo, ha reunido en estos días en la ciudad de Key West a varios jefes de la Revolución de Cuba con los compañeros de combate que al salir, con indecible amargura, de la tierra donde habían vivido como hombres libres, escogieron para su residencia el pueblo que no se ha cansado de sacrificarse por la Libertad.

     El régimen falso de condescendencia inútil y tímidas aspiraciones, que en la política, de los cubanos de la Isla sustituyó una organización indecisa y confusa, sin realidad ni nervio, a la organización superior y previa que se dio en la guerra el pueblo cubano, y continúa en pie, aguardando su hora,—no tenía atracción para los que, a la cabeza de fuerzas más compactas y decisivas, conocimos el inolvidable placer de redimir con nuestro brazo la tierra en que nacimos, en una guerra en que se murió sin dolor y se peleó sin odio. Supimos al ver plegada la bandera, que nos la habían quitado de la mano causas de pura ocasión, que no podrían durar tanto como nuestra constancia; y errando a veces, en la hora o en los métodos, por la prisa disculpable en el hijo que ve a su madre en peligro inminente de fatal gangrena, aguardamos, decididos a rematar nuestra obra, el instante en que la demostración plena de la incapacidad política que no se aviene a la naturaleza de la nación que la había de sancionar, ni el carácter original y directo que desenvolvió en la guerra el país, devolviese la patria desecha y hambrienta a los que la conocemos mejor, porque no la hemos estudiado en la existencia asustadiza del disimulo y el consentimiento, sino en la verdad del sacrificio y la muerte.—Y hoy que llega el instante, en que la Isla se alza de nuevo, con indignación sorda y segura, contra una situación que la mantiene en todas las desventajas y temores de la guerra, sin ninguna de las esperanzas que la legitiman y de las glorias que preparan en ella a la constitución de un pueblo libre, estamos donde quedamos, dispuestos a arrancar a ese estado de guerra encubierta su disfraz y a entrar otra vez francamente en sus esperanzas y en sus glorias útiles, puesto que de todos modos estamos viviendo con todas sus desventajas y temores.

     El ardiente amor a la libertad que nos llevó a las armas, se nos ha robustecido con el ejercicio de ella en el pueblo que con nuestro brazo íbamos creando; y aleccionado ya por las primeras pruebas, subsiste en nosotros con el empuje e intensidad de nuestra propia vida. Ni de catástrofes soñadas en nuestra patria libre queremos oír, porque las catástrofes podrían venir solo en nuestra patria del empeño de los políticos imitadores e incompletos, en gobernarla sin fe en nuestro carácter y destinos, ni atención a las fuerzas naturales y varias que le conocemos.

     Ni los que en los diez años[2] de la prueba de sangre nos hemos convencido honradamente de la capacidad del pueblo cubano para regir con su moderación, cultivada o instintiva, la república en que no se le mermen sus derechos, ni se le den formas impropias; los que conocemos la virtud cubana del trabajo y el orden y su poder de sobriedad y creación, en los días mismos que hubieran podido tentar a nuestro pueblo a la rapacidad y la desidia podríamos ver sin indignación la tentativa innecesaria de ofrecer el sepulcro de nuestros compañeros a una tierra extranjera, con quien por el respeto y trato amigo podemos y debemos vivir en paz.

     Por la libertad desenvainamos nuestras armas, que no envainaremos hasta que ella no quede asegurada en nuestra tierra, y no mancharemos con la tiranía los grados que hemos ganado en la libertad. Nuestra pericia militar es todavía útil a la patria, y con el más santo de los derechos, el derecho de quien quiere ahorrar al país otro noviciado cruento, reclamaremos nuestro puesto en el combate.

     Los cubanos todos se mueven hoy a nuestros ojos, con ímpetu y unanimidad que auguran su éxito, en un plan sagaz de independencia, que acomoda los métodos indispensables en la política ejecutiva de la guerra a la garantía del derecho personal, por cuya conquista nos armamos soldados, y satisface a la vez la impaciencia de nuestro corazón por dar término a nuestra obra interrumpida, y el juicio que nos manda, al preparar una república, poner en todos los actos de su preparación, el equilibrio y disciplina indispensables en la constitución republicana. Nuestro brazo de batalladores obedece a nuestro pensamiento de patriotas, y nuestro voto está asegurado, dondequiera que estemos, a quien ordene y acumule, para la paz durable de la patria, los elementos de guerra, que la han de conseguir.—Nuestra espada está al lado del orden y la ley.—Y es nuestro acuerdo, en esta hora que consideramos suprema, declarar, previo examen, nuestra fe en el Partido Revolucionario Cubano.

Key West, 14 de julio de 1892.

Carlos Roloff.
Rafael Rodríguez.
Serafín Sánchez.
Pastor Burgos.
Francisco Lufríu.
Rogelio Castillo.
José de Lamar.
Francisco I. Urquiza.
Evaristo Rodríguez.
Domingo Muñoz.
Manuel Noda.

[Patria, Nueva York, 3 de septiembre de 1892, no. 26, pp. 1-2].

Puede consultarse también en Destinatario José Martí, compilación, ordenación cronológica y notas de Luis García Pascual; preámbulo de Eusebio Leal Spengler, La Habana, Ediciones Abril, 2005, pp. 301-303; OC, t. 28, p. 307-309.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Esta carta, aunque dirigida a él y firmada por varios generales y oficiales de la Guerra de los Diez Años, fue redactada por el propio José Martí. En la carta a Gonzalo de Quesada, fechada en Cayo Hueso, el 13 de julio de 1892, al referirse a los veteranos de la pasada guerra que asistieron al banquete, dice: “declararon su adhesión al Partido, y me encomendaron a mí mismo, con sin igual nobleza, redactar el acta de adhesión”, refiriéndose, sin lugar a dudas, a este documento.

[2] Referencia a la Guerra de los Diez Años.