POBREZA Y PATRIA
De tiempo atrás venía elaborándose en los Estados Unidos la crisis que estalla hoy por todas partes. El país, levantado en gran parte sobre el crédito, ni sabe cuánto tendrá que pagar por la moneda con que ha de cubrir sus obligaciones, ni cuánto ha de cobrar al consumidor por artículos cuyo precio depende de la tarifa que está ahora al mudarse, ni si le será posible fabricar con provecho en las condiciones que cree la nueva tarifa. Ni tiene el Norte donde colocar la suma enorme de productos que elabora;[1] ni los puede elaborar al precio bajo y plazos cómodos de otros países; ni osa el dinero venir al auxilio de industrias repletas a cuyas labores no se ve salida. El crédito es un descuento sobre el porvenir y el porvenir, por la inseguridad del valor de la plata, por el desconocimiento de la tarifa que está al componerse, y por el hecho fatal y dominante del exceso de la producción del país sobre sus ventas,—es tan confuso o amenazador que ha cesado justamente la confianza en él. El acreedor espantado exige su anticipo al deudor que no halla con qué pagarle, en el mercado sin confianza y sin tipo seguro de monedas. Ni el manufacturero puede fiar, ni el comerciante se atreve a comprar. Las industrias todas se paralizan, y, sobre todo, las industrias muebles. La industria del tabaco, ya lastimada, por el exceso de producción y el derecho alto de las capas, ha sido de las primeras en sufrir.—¡Y es ya largo el sufrimiento, y el Norte es áspero y triste! Key West, el centro mayor de la elaboración, aguarda, con sacrificios grandes, la hora inevitable y cercana en que el consumo de los depósitos actuales obligue a los compradores a hacer pedidos nuevos. Tampa, que vive toda de la industria, se alcanza apenas con lo poco que elabora. Cuanto vive del tabaco padece. New York cierra sus fábricas o las tiene a medio cerrar. Los corazones generosos, bien vivan entre las hojas del tabaco o fuera de ellas, sangran de lo que ven. Unos se agitan impacientes, y otros consuelan callados.
Pensaron en esta situación algunos antillanos de alma buena, que convendría citar a reunión pública a los obreros, a fin de ir hallando modos de evitar la pobreza extrema: y convidaron a una junta próxima. Pero Patria recibe hoy para su inserción un documento que honra a la par la caridad y el patriotismo de sus firmantes. Desisten de la convocatoria, porque no quieren que el enemigo vigilante, azuzando y aprovechando las manifestaciones de una pobreza que jamás llegará a su extremo sin alivio, utilice este acto público de prudencia como prueba de la incapacidad de las emigraciones a que la patria confiada vuelve hoy los ojos; de quienes espera la patria, con razón, su independencia. ¡Porque todo puede cejar o atropellarse; pero la santa guerra sigue su camino, sin que le lleguen al calcañal las manos criminales que quisieran atajarla desde la sombra! Los cubanos de todas partes la mandan hacer, y no los de una sola parte. El trabajo es de todos, y el compromiso es con todos. La guerra viene de Key West y de Bolivia, de los cubanos del taller y de los del bufete, de los que se cansan ya del Norte inseguro y de los que viven allá al Sur, en las tierras amigas. La guerra no se afloja, ni se deja vocear. Estamos en lo sublime, estamos hasta la cintura en lo sublime; y no hay policía, descarada o disimulada, que distraiga de su paso firme y cauteloso a la guerra que se ha medido, y que se basta. No hay conflicto entre el patriotismo y la pobreza,—el conflicto que España, que tiene mil manos, espolea y promueve. Al pobre, nadie lo angustia. Y si algún bribón le dice que, por ser pobre, ha dejado de amar la libertad, que por perder el asiento en la tabaquería ha perdido su amor de hermano al hombre, y el deseo de buscarle en tierra propia una casa feliz, y el dolor de la vergüenza de sus compatriotas oprimidos, y todo lo que hace la limpieza y dignidad del ser humano, el tabaquero sin asiento clavará de un revés contra la pared a quien crea que por haber perdido su jornal ha perdido la honra. ¡Tabaquero, bandidos, fue el indio Benito Juárez, que echó un imperio al mar, y supo desafiar la pobreza con honor, y reconquistó y aseguró la independencia de su tierra!
Dice así el documento de los antillanos nobles:
A LOS CUBANOS Y PUERTORRIQUEÑOS
RESIDENTES EN NEW YORK
Los abajo firmados, participando de la alarma justa de las industrias todas en el pánico actual de los Estados Unidos, creímos de nuestro deber, para evitar males imprevistos, congregar a los antillanos de New York a un mitin en que se tratase de afrontar la pobreza que pudiese caer sobre nuestros hogares. Pero el estudio más íntimo de la situación, las precauciones ya intentadas contra ella y que no conocíamos y el provecho que los enemigos astutos de la patria han pretendido sacar del mitin con el simple anuncio de él, nos hacen desistir de la convocatoria. Nuestros pobres no serán desatendidos; ni los enemigos de nuestra libertad podrán valerse de un hecho local, de un hecho de simple humanidad y cordura, para presentarlo, ante la Patria, en estos días de espera, como prueba de nuestra incapacidad para contribuir a su independencia.
Bastó el anuncio del mitin, nacido de lo más puro de nuestro corazón, para que las agencias vigilantes de España empezasen a sacar partido de él, a fin de usarlo en Cuba y Puerto Rico como muestra de la desolación y desorden de los emigrados de quienes esperan auxilio. No podemos prestarnos a semejante habilidad. Pobres estamos, y más pobres podremos estar, pero hallaremos manera de aliviar nuestras casas sin que se use de esta amargura para quitar a aquellos pueblos oprimidos la fe que con justicia tienen en nosotros. Nunca hemos sentido más la necesidad de la Patria que en estos instantes en que vemos cuán frágil es el suelo extraño bajo nuestros pies.
De ningún modo daremos con nuestros actos derecho al enemigo para que, en los momentos en que las islas oprimidas lo aguardan todo de la emigración, se le presente a la emigración como incapaz para la salvación que de ella se aguarda.
Y nuestra decisión, al desistir de la convocatoria, es tanto más fundada cuanto que hemos adquirido la certidumbre de que si la agonía llega a entrar en nuestras casas, no faltará techo al expulso ni amparo al desvalido. Las Antillas serán libres y nuestros pobres de New York serán auxiliados por sus hermanos de todos rangos y matices.
New York, agosto 22 de 1893.
GABRIEL P. LÓPEZ.—F. G. MARÍN.—FEDERICO PACHECO.—F. J. PRIETO. —NARCISO GARCÍA.—SILVESTRE BRESMAN.—S. PIVALÓ .—ISIDORO APODACA. —ANTONIO MOLINA.—ROSENDO RODRÍGUEZ.—ARTURO SCHUMBURG.
Patria, Nueva York, 19 de agosto de 1893, no. 75, p. 2; OC, t. 2, pp. 370-372.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] “Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder […]”. [JM: “Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias”, La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1889, OC, t. 6, p. 46. Las cursivas son del E. del sitio web)].