TEXTOS ANTIMPERIALISTAS DE

JOSÉ MARTÍ

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Selección, presentación y comentarios
Fina García Marruz

El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu. Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores.[239] El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lu­gar de la presa. Muere, echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. La colo­nia continuó viviendo en la república[240] […][241]

Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño.[242] Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norte-Amé­rica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El ne­gro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, cie­go de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubie­ra estado en hermanar, con la caridad del cora­zón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga,—en desestancar al indio,—en ir haciendo lado al negro suficiente,—en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y ven­cieron por ella[243]

Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices, y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagu­lada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas la sangre natural del país! En pie, con los ojos alegres de los trabajadores, se saludan, de un pueblo a otro, los hombres nuevos americanos.[244]

De todos sus peligros se va salvando América. Sobre algunas repúblicas está durmiendo el pul­po. […] el lujo venenoso, enemigo de la libertad, pudre al hombre liviano, y abre la puerta al extranjero. […] Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, de­mandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña[245].[246]

El desdén del vecino formidable que no la cono­ce es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez, a poner en ella la codicia. Por el respeto, luego que la conociese, sacaría de ella las manos. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre, y desconfiar de lo peor de él.[247]

No hay odio de razas, porque no hay razas.[248] Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería,[249] que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resal­ta, en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en for­ma y en color. Peca contra la humanidad, el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas.[250]

Pensar es servir. Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente, porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos, ni se nos parece en sus lacras políticas, que son diferentes de las nuestras, ni tiene en mucho a los hombres biliosos y trigueños, ni mira caritativo, desde su eminencia aún mal segura, a los que, con menos favor de la historia, suben a tramos heroicos la vía de las repúblicas: ni se han de esconder los datos patentes del proble­ma que puede resolverse, para la paz de los si­glos, con el estudio oportuno,—y la unión tácita y urgente del alma continental.[251] ¡Porque ya sue­na el himno unánime; la generación real[252] lleva a cuestas, por el camino abonado por los padres sublimes, la América trabajadora; del Bravo a Magallanes, sentado en el lomo del cóndor, regó el Gran Semí,[253] por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva![254]

 JM: “Nuestra América” (La Revista Ilustrada de Nueva York y El Partido Liberal, México, 1ro y 30 de enero de 1891, respectivamente), Nuestra América. Edición crítica, prólogo y notas de Cintio Vitier, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2006, pp. 35-51.

LA CONFERENCIA MONETARIA DE LAS REPÚBLICAS DE AMÉRICA

¿Qué lección se desprende para América, de la Comisión Monetaria Internacional, que los Estados Unidos provocaron, con el acuerdo del Congreso, en 1888, para tratar de la adopción de una moneda común de plata, y a la que los Estados Unidos dicen, en 1891, que la moneda común de plata es un sueño fascinador? // […] A todo convite entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas. Ningún pueblo hace nada contra su interés; de lo que se deduce que lo que un pueblo hace es lo que está en su interés. Si dos naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse. Si se juntan, chocan. Los pueblos menores, que están aún en los vuelcos de la gestación, no pueden unirse sin peligro con los que buscan un remedio al exceso de productos de una población compacta y agresiva, y un desagüe a sus turbas inquietas, en la unión con los pueblos menores. […] ¿En qué instantes se provocó, y se vino a reunir, la Comisión Monetaria Internacional? ¿Resulta de ella, o no, que la política internacional americana es, o no es, una bandera de política local y un instrumento de la ambición de los partidos? […][255]

Dos cóndores, o dos corderos, se unen sin tanto peligro como un cóndor y un cordero. Los mismos cóndores jóvenes, entretenidos en los juegos fogosos y peleas fanfarronas de la primera edad, no defenderían bien, o no acudirían a tiempo y juntos a defender, la presa que les arrebatase el cóndor maduro. […] Gobernar no es más que prever. Antes de unirse a un pueblo, se ha de ver qué daños, o qué beneficios, pueden venir naturalmente de los elementos que lo componen.[256]

     Analiza cómo en los Estados Unidos ni siquiera se podría decir que prepondera “aquel elemento más humano y viril, aunque siempre egoísta y conquistador, de los colonos rebeldes”,

sino que este factor, que consumió la raza nativa, fomentó y vivió de la esclavitud de otra raza y redujo o robó los países vecinos, se ha acendrado, en vez de suavizarse, con el injerto continuo de la muchedumbre europea, cría tiránica del despotismo político y religioso, cuya única cualidad común es el apetito acumulado de ejercer sobre los demás la autoridad que se ejerció sobre ellos. Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: “esto será nuestro, porque lo necesitamos”. Creen en la superioridad incontrastable de “la raza anglosajona contra la raza latina”. Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros.[257]

     Se pregunta si sobre estos supuestos podían los Estados Unidos “convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil”, y, sobre todo, si esa unión sería conveniente. Y argumenta en prueba de lo contrario:

Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse, vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político. […] Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los demás pueblos. El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre países igualmente fuertes. Si ha de preferir a alguno, prefiera al que lo necesite menos, al que lo desdeñe menos. Ni uniones de América contra Europa, ni con Europa contra un pueblo de América. El caso geográfico de vivir juntos en América no obliga, sino en la mente de algún candidato o algún bachiller, a unión política. […] La unión, con el mundo, y no con una parte de él; no con una parte de él, contra otra. Si algún oficio tiene la familia de repúblicas de América, no es ir de arria de una de ellas contra las repúblicas futuras.[258]

Por el universo todo debiera ser una la moneda. Será una. Todo lo primitivo, como la diferencia de monedas, desaparecerá, cuando ya no haya pueblos primitivos. […] Ha de establecerse una relación fija entre el oro y la plata. […] Ha de realizarse cuanto acerque a los pueblos. Pero el modo de acercarlos no es levantarlos unos contra otros; ni se prepara la paz del mundo armando un continente contra las naciones que han dado vida y mantienen con sus compras a la mayor parte de los países de él; ni convidando a los pueblos de América, adeudados a Europa a combinar, con la nación que nunca les fio, un sistema de monedas cuyo fin es compeler a sus acreedores de Europa, que les fía, a aceptar una moneda que sus acreedores rechazan.[259]

El porvenir de la moneda de plata está en la moderación de sus productores. Forzarla, es depreciarla. La plata de Hispanoamérica se levantará o caerá con la plata universal. Si los países de Hispanoamérica venden, principalmente, cuando no exclusivamente, sus frutos en Europa, y reciben de Europa empréstitos y créditos, ¿qué conveniencia puede haber en entrar, por un sistema que quiere violentar al europeo, en un sistema de moneda que no se recibiría, o se recibiría depreciada, en Europa? Si el obstáculo mayor para la elevación de la plata y su relación fija con el oro es el temor de su producción excesiva y valor ficticio en los Estados Unidos, ¿qué conveniencia puede haber, ni para los países de Hispanoamérica que producen plata, ni para los Estados Unidos mismos, en una moneda que asegure mayor imperio y circulación a la plata de los Estados Unidos?[260]

     En este artículo critica al Congreso Panamericano “que debió librar a las Repúblicas de América de compromisos futuros de que no las libró”, que no estudió ni previo lo que debió estudiar y prever: “la necesidad del Partido Republicano de halagar a sus mantenedores proteccionistas,—la ligereza con que un prestidigitador político [Blaine], poniéndole colorines de república a una idea imperial”, lisonjeaba el interés de los productores. Cómo las Repúblicas de América atendieron, corteses, la recomendación del Congreso Panamericano de creación de una Unión Monetaria Internacional, o la reunión de una Comisión “que acordase el tipo y reglamentación de la moneda”, y se reunieron (en Washington) México y Nicaragua, el Brasil, Perú, Chile y la Argentina, a través de sus ministros residentes, o a través de delegados especiales otras repúblicas. Imposibilidad de llegar a un acuerdo. Demora pedida por la delegación norteamericana para tener tiempo de conocer lo acordado por la Cámara de Representantes sobre la acuñación de la moneda.[261]

Opiniones de las gentes notables del país: que todo era una maniobra de Blaine, y no opinión de la mayoría del gobierno.

Que la simple discusión de una moneda de plata común alarmaba y ofendía a los mantenedores del oro, que imperan en los consejos actuales del Partido Republicano. Que los países hispanoamericanos verían […] si les queda[ba]n ojos, el peligro de abrirse, por concepto de cortesía o por impaciencia de falso progreso, a una política que los atrae, por el abalorio de la palabra y los hilos de la intriga, a una unión fraguada por los que la proponen con un concepto distinto del de los que la aceptan.[262]

     Un delegado de los Estados Unidos a la Comisión había propuesto, después de una “robusta exposición” donde llamaba “sueño fascinador” a la moneda internacional, primero que declarase la Comisión inoportuna la creación de una o más monedas de plata comunes; segundo, que se opinase que el establecimiento del patrón doble de plata y oro, con relación universalmente acatada, facilitaría la creación de aquellas monedas; y tercero, que se recomendase una Conferencia Monetaria Internacional para tratar del establecimiento de un sistema uniforme y proporcionado de monedas de oro y plata. “Hay otro mundo—decía el delegado—y un mundo muy vasto del otro lado del mar, y la insistencia de este mundo en no elevar la plata a la dignidad del oro es el obstáculo grande e insuperable que se presenta hoy para la adopción de la plata internacional”. Martí comenta: “¡Los Estados Unidos, pues, marcaban a la América complaciente el peligro que hubiera corrido en acceder con demasiada prisa a las sugestiones de los Estados Unidos!”[263]

Y prosigue: “A cinco repúblicas—a Chile, Argentina, Brasil, Colombia y Uruguay,—dio la Comisión el encargo de estudiar las proposiciones de los Estados Unidos”. Martí, como delegado del Uruguay,[264] hizo su Informe a la Comisión,[265] conservando íntegras la primera y la segunda proposición y alterando la tercera de convidar

a las potencias del globo, por no correr el peligro, con una invitación no bastante justificada, de alarmar con temores, no por infundados menos ciertos, a los poderes que pudiesen ver en la convocatoria el empeño, por más que hábil y disimulado, de precipitarlos a una solución a que de seguro llegarán antes por sí propios, caso que quieran llegar […][266]

     Considera que este recurso, propuesto por la delegación nortea­mericana, para acelerar la solución del problema, podría más bien retardarlo. Pero en el caso de que esa Conferencia Internacional fuese convocada, por alguna de las naciones de Europa, o de América,

es la Comisión de parecer que no habría ya la menor causa de objeción, y deberían las repúblicas americanas, si lo tienen a bien, concurrir a defender, en el caso probable de su asentimiento, las soluciones que la delegación de los Estados Unidos recomienda, y que la Comisión estima conciliadoras y sensatas.[267]

     El artículo recoge textualmente frases del Informe y hace suyo el espíritu de los países hispanoamericanos representados en la Conferencia: “El oficio del continente americano no es perturbar el mundo con factores nuevos de rivalidad y de discordia, ni restablecer con otros métodos y nombres el sistema imperial por donde se corrompen y mueren las repúblicas […]”[268]

     Como había escrito en su Informe: “La América ha de promover todo lo que acerque a los pueblos, y de abominar todo lo que los aparte. En esto, como en todos los problemas humanos el porvenir es de la paz”.[269]

     Martí denuncia la maniobra “de un grupo político, o de un polí­tico tenaz y osado” —que es como llama, sin nombrarlo, a Blaine— que “levantaba por resortes ocultos e influencias privadas una asamblea de pueblos contra la opinión solemne del gobierno de los Estados Unidos”, y se pregunta si la asamblea de pueblos hispanoa­mericanos iba a servir los intereses de quien la compelía “a ligas confusas, a ligas peligrosas, a ligas imposibles”. Peligro que habían corrido nuestros pueblos, de ceder a los Estados Unidos más de lo que convenía a su seguridad y su respeto, y final cautela y sensatez con que se “acordó levantar de lleno sus sesiones”.[270]

JM: “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”, La Revista Ilustrada, Nueva York, mayo de 1891, OC, t. 6, pp. 157-167; e “Informe a la Comisión Monetaria de las Repúblicas de América”, Washington, 30 de marzo de 1891, OC, t. 6, pp. 149-154; José Martí: Cónsul de la República Oriental del Uruguay, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, pp. 78-84.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[239]Diez años antes, en el “Cuaderno de Apuntes 6” (1881), se halla un antecedente de este pensamiento central de Nuestra América. Es el apunte que dice: “En América, la revolución está en su período de iniciación.—Hay que cumplirlo. Se ha hecho la revolución intelectual de la clase alta: helo aquí todo. Y de esto han venido más males que bienes”. (OC, t. 21, p. 178).

[240]“Nuestro triste pasado se ha erguido de súbito, para lanzarnos al rostro que en vano hemos pugnado, nos hemos esforzado y sangrado tanto. La generación de cubanos que nos precedieron y que tan grandes fueron en la hora del sacrificio, podrá mirarnos con asombro y lástima, y preguntarse estupefacta si este es el resultado de su obra, de la obra en que puso su corazón y su vida. El monstruo que pensaba haber domeñado resucita. La sierpe de la fábula vuelve a unir los fragmentos monstruosos que los tajos del héroe habían separado. Cuba republicana parece hermana gemela de Cuba colonial”. (Enrique José Varona: “Discurso en la Academia Nacional de Artes y Letras”, La Habana, 11 de enero de 1915, en Enrique José Varona. Su pensamiento representativo, 2da edic., La Habana, Editorial Lex, 1949, selección e introducción de Medardo Vitier, pp. 220-221).

[241]Nuestra América. Edición crítica, ob. cit., pp. 43-44.

[242]En un texto escrito en francés para alguna publicación norteamericana de la época, poco después de su regreso de Venezuela a Nueva York, en agosto de 1881, Martí resumía magistralmente la imagen de nuestro continente: —“Estos pueblos tienen una cabeza de gigante y un corazón de héroe en un cuerpo de hormiga loca”. [“Un viaje a Venezuela” (traducción), OCEC, t. 13, p. 138].

[243]Nuestra América. Edición crítica, ob. cit., p. 45.

[244]Ibíd., p. 47.

 [245]El elemento de “desdén” en la actitud de los Estados Unidos hacia los pueblos de “nuestra América” fue claramente captado por Martí. Varias veces aludió a él, pero nunca, por necesaria cautela política (porque “en silencio ha tenido que ser”), de modo tan crudo como en su última carta a Manuel A. Mercado: cuando se refiere a las gestiones anexionistas e imperialistas del “Norte revuelto y brutal q. los desprecia” (a nuestros pueblos). (TEC, p. 73). Pocas líneas después, en el texto, concluirá categóricamente: “El desdén del vecino formidable que no la conoce es el peligro mayor de nuestra América”. Cierto que, agotando las previsiones de la buena voluntad, supone que el desdén puede ser efecto del desconocimiento, pero en el fondo sospecha —y en la carta a Mercado se trasluce con evidencia— que el desdén es la causa, del desconocimiento. Por eso dice que es ese “desdén” o “desprecio”— “el peligro mayor”.

[246]Nuestra América. Edición crítica, ob. cit., pp. 47-48.

[247]Ibíd., p. 49.

[248]“No hay razas: no hay más que modificaciones diversas del hombre, en los detalles de hábito y forma que no les cambian lo idéntico y esencial, según las condiciones de clima e historia en que viva”. (JM: “La verdad sobre los Estados Unidos”, Patria, Nueva York, 23 de marzo de 1894, no. 104, pp. 1-2; OC, t. 28, p. 290).

[249] Martí negó siempre el concepto divisor y discriminador de “raza”, tan manejado, con mayor o menor ingenuidad, por el cientificismo positivista de su tiempo. En el polo opuesto de su pensamiento sobre este punto —diáfanamente expresado también en “‘Mi raza’” y otros textos— se sitúa el libro de Sarmiento Conflictos y armonías de las razas en América (1833). (Véase Fernando Ortiz: “Martí y las razas”, Vida y pensamiento de Martí, vol. II, Municipio de La Habana, 1942, pp. 335-367).

[250]Nuestra América. Edición crítica, ob. cit., pp. 49-50.

[251]Nótese que dice la unión “tácita”, y no de las naciones, sino del “alma continental”, lo que excluye la idea de una unión o federación política de los países de “nuestra América”, proyecto erróneo en el que, no obstante su reconocida y exaltada grandeza de Libertador, cayó Bolívar, “empeñado en unir bajo un gobierno central y distante los países de la revolución”, en “desacuerdo patente” con “la misma revolución americana, nacida, con múltiples cabezas, del ansia del gobierno local y con la gente de la casa propia”, según se lee en el discurso en honor de Simón Bolívar del 28 de octubre de 1893, donde insiste en que lo deseable era “la unidad de espíritu”, no la “unión en formas teóricas y artificiales”, y de nuevo apela a “la fuerza moderadora del alma popular”. (De la historia a las letras: Bolívar por Martí. Antología crítica, introducción, selección y notas de Lourdes Ocampo Andina, La Habana, Centro de Estudios Martianos y Ediciones Boloña, 2012, p. 111).

[252]“la generación real”: Así en La Revista Ilustrada de Nueva York, donde por primera vez apareció Nuestra América el 1ro de enero de 1891. En El Partido Liberal (México, 30 de enero de 1891), única fuente declarada en las Obras completas, después de “generación” no hay ningún adjetivo, seguramente por errata, lo que indica que la palabra, “actual” se añadió desde la primera edición de Obras completas de Martí por Gonzalo de Quesada y Aróstegui (vol. IX, Nuestra América, Imp. y Papelería de Rambla y Bouza, 1910) y se reprodujo en las siguientes. Cabe la posibilidad (hoy inverificable) de que dicho primer editor conociera la enmienda escrita o indicada verbalmente por Martí. (Sobre el uso martiano del adjetivo “real”, véase la nota 37 en la edición crítica de “Nuestra América”).

[253]En su artículo “Maestros ambulantes” (La América, Nueva York, mayo de 1884) había escrito Martí: “Urge abrir escuelas normales de maestros prácticos, para regarlos luego por valles, montes y rincones; como cuentan los indios del Amazonas que para crear a los hombres y a las mujeres, regó por toda la tierra las semillas de la palma moriche el Padre Amalivaca!” (OCEC, t. 19, p. 188). La imagen del Gran Semí (o Grande Espíritu) procede sin duda de la figuración mítica del Padre Amalivaca, propia de los indios tamanacos, sobre el cual da preciosas informaciones, seguramente conocidas por Martí, su amigo venezolano Arístides Rojas en Estudios indígenas (1878). Allí leemos —en relato a su vez extractado por Rojas del Saggio di storia americana (Roma, 1780-1784) del abate Filippo Salvatore Gilii— que, una vez aplacado el diluvio que destruyó la primera raza humana, los dos únicos sobrevivientes, Amalivaca y su mujer, “comenzaron a arrojar, por sobre sus cabezas y hacia atrás, los frutos de la palma moriche, y que de las semillas de estas salieron los hombres y mujeres que actualmente pueblan la tierra”. Otro aspecto del mito que debió impresionar a Martí es que Amalivaca les fracturó las piernas a sus hijas “para imposibilitarlas en sus deseos de viajar y poder de esta manera poblar la tierra de los tamanacos”, señalando así a los indígenas el camino de la fidelidad a lo propio, de la autoctonía, que es para Martí el camino fundamental de América. Por otra parte —y esto nos remite de nuevo a la polémica tácita con Sarmiento— Humboldt consideró al Gran Semí evocador de Amalivaca como “el personaje mitológico de la América bárbara”. (Véase “Una fuente venezolana de José Martí”, ob. cit., pp. 81-108). Todo el texto de Nuestra América puede leerse a la luz del criterio profundamente descolonizador según el cual, para Martí, en la praxis histórica, barbarie “es el nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado actual de todo hombre que no es de Europa o de la América europea”, según se lee en “Una distribución de diplomas en un colegio de los Estados Unidos” (La América, Nueva York, junio de 1884, OCEC, t. 19, p. 227).

[254]Nuestra América. Edición crítica, ob. cit., pp. 50-51.

[255]JM: “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”, La Revista Ilustrada, Nueva York, mayo de 1891, OC, t. 6, pp. 157-159.

[256]Ibíd., p. 159.

[257]Ibíd., pp. 159-160.

[258]Ibíd., p. 160.

[259]Ibíd., p. 161.

[260]Ibíd., pp. 161-162.

[261]Ibíd., pp. 162-163.

[262]Ibíd., p. 163.

[263]Ibíd., pp. 163-164.

[264]Véase Mario Benedetti: “Martí y el Uruguay”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1979, no. 2, pp. 216-228; y Pedro Pablo Rodríguez: “Prólogo” a José Martí: cónsul de la República Oriental del Uruguay, compilación de José R. Cabañas Rodríguez, Pedro Pablo Rodríguez y Alfredo Coirolo, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016.

[265]JM: “Informe a la Comisión Monetaria de las Repúblicas de América”, Washington, 30 de marzo de 1891, OC, t. 6, pp. 149-154; José Martí: Cónsul de la República Oriental del Uruguay, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, pp. 78-84.

[266]JM: “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”, La Revista Ilustrada, Nueva York, mayo de 1891, OC, t. 6, p. 164.

[267]“Informe a la Comisión Monetaria de las Repúblicas de América”, ob. cit., p. 154.

[268]Ibíd., p. 150.

[269]Ibíd., p. 153.

[270]“La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”, ob. cit., pp. 166-167.