EL POEMA DEL NIÁGARA

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     Y Pérez Bonalde ama su lengua, y la acaricia, y la castiga; que no hay placer como este de saber de dónde viene cada palabra que se usa, y a cuánto alcanza; ni hay nada mejor para agrandar y robustecer la mente que el estudio esmerado y la aplicación oportuna del lenguaje. Siente uno, luego de escribir, orgullo de escultor y de pintor.[16] Es la dicción de este poema redonda y hermosa; la factura amplia; el lienzo extenso; los colores a prueba de sol. La frase llega a alto, como que viene de hondo, y cae rota en colores, o plegada con majestad, o fragorosa como las aguas que retrata. A veces, con la prisa de alcanzar la imagen fugitiva, el verso queda sin concluir, o concluido con premura. Pero la alteza es constante. Hay ola, y ala. Mima Pérez Bonalde lo que escribe; pero no es, ni quiere serlo, poeta cincelador. Gusta, por de contado, de que el verso brote de su pluma sonoro, bien acuñado, acicalado, mas no se pondrá como otro, frente al verso, con martillo de oro y buril de plata, y enseres de cortar y de sajar, a mellar aquí un extremo, a fortificar allí una juntura, a abrillantar y redondear la joya, sin ver que si el diamante sufre talla, moriría la perla de ella. El verso es perla. No han de ser los versos como la rosa centifolia, toda llena de hojas, sino como el jazmín del Malabar, muy cargado de esencias. La hoja debe ser nítida, perfumada, sólida, tersa. Cada vasillo suyo ha de ser un vaso de aromas. El verso, por dondequiera que se quiebre, ha de dar luz y perfume. Han de podarse de la lengua poética, como del árbol, todos los retoños entecos, o amarillentos, o mal nacidos, y no dejar más que los sanos y robustos, con lo que, con menos hojas, se alza con más gallardía la rama, y pasea en ella con más libertad la brisa, y nace mejor el fruto. Pulir es bueno, mas dentro de la mente y antes de sacar el verso al labio. El verso hierve en la mente, como en la cuba el mosto. Mas ni el vino mejora, luego de hecho, por añadirle alcoholes y taninos; ni se aquilata el verso, luego de nacido, por engalanarlo con aditamentos y aderezos. Ha de ser hecho de una pieza y de una sola inspiración, porque no es obra de artesano que trabaja a cordel, sino de hombre en cuyo seno anidan cóndores, que ha de aprovechar el aleteo del cóndor. Y así brotó de Bonalde este poema, y es una de sus fuerzas: fue hecho de una pieza.

     Oh! Esa tarea de recorte, esa mutilación de nuestros hijos, ese trueque de plectro del poeta por el bisturí del disector! Así quedan los versos pulidos: deformes y muertos. Como cada palabra ha de ir cargada de su propio espíritu y llevar caudal suyo al verso, mermar palabras es mermar espíritu, y cambiarlas es rehervir el mosto, que, como el café, no ha de ser rehervido. Se queja el alma del verso, como maltratada, de estos golpes de cincel. Y no parece cuadro de Vinci, sino mosaico de Pompeya. Caballo de paseo no gana batallas. No está en el divorcio el remedio de los males del matrimonio, sino en escoger bien la dama y en no cegar a destiempo en cuanto a las causas reales de la unión. Ni en el pulimento está la bondad del verso, sino en que nazca ya alado y sonante. No se dé por hecho el verso, en espera de acabarle luego, cuando aun no esté acabado; que luego se le rematará en apariencia, mas no verdaderamente ni con ese encanto de cosa virgen que tiene el verso que no ha sido sajado ni trastrojado. Porque el trigo es más fuerte que el verso, y se quiebra y amala cuando lo cambian muchas veces de troje. Cuando el verso quede por hecho ha de estar armado de todas armas, con coraza dura y sonante, y de penacho blanco rematado el buen casco de acero reluciente.

     Que aun con todo esto, como pajas perdidas que con el gusto del perfume no se cuidó de recoger cuando se abrió la caja de perfumería, quedaron sueltos algunos cabos, que bien pudieran rematarse; que acá sobra un epíteto; que aquí asoma un asonante inoportuno; que acullá ostenta su voluta caprichosa un esdrújulo osado; que a cual verso le salió corta el ala, lo que en verdad no es cosa de gran monta en esta junta de versos sobrados de alas grandes; que, como dejo natural del tiempo, aparecen en aquella y esta estrofa, como fuegos de San Telmo[17] en el cielo sembrado de astros, gemidos de contagio y desesperanzas aprendidas; ea! que bien puede ser, pero esa menudencia es faena de pedantes. Quien va en busca de montes, no se detiene a recoger las piedras del camino. Saluda el sol, y acata al monte. Estas son confidencias de sobremesa. Esas cosas se dicen al oído. Pues, ¿quién no sabe que la lengua es jinete del pensamiento, y no su caballo? La imperfección de la lengua humana para expresar cabalmente los juicios, afectos y designios del hombre es una prueba perfecta y absoluta de la necesidad de una existencia venidera.

     Y aquí viene bien que yo conforte el alma, algún momento abatida y azorada de este gallardísimo poeta; que yo le asegure lo que él anhela saber; que vacíe en él la ciencia que en mí han puesto la mirada primera de los niños, colérica como quien entra en casa mezquina viniendo de palacio, y la última mirada de los moribundos, que es una cita, y no una despedida. Bonalde mismo no niega, sino que inquiere. No tiene fe absoluta en la vida próxima; pero no tiene duda absoluta. Cuando se pregunta desesperado qué ha de ser de él, queda tranquilo, como si hubiera oído lo que no dice. Saca fe en lo eterno de los coloquios en que bravamente lo interroga. En vano teme él morir cuando ponga al fin la cabeza en la almohada de tierra. En vano el Eco que juega con las palabras,―porque la naturaleza parece, como el Creador mismo, celosa de sus mejores criaturas, y gusta de ofuscarles el juicio que les dio,―le responde que nada sobrevive a la hora que nos parece la postrera. El eco en el alma dice cosa más honda que el eco del torrente. Ni hay torrente como nuestra alma. No! la vida humana no es toda la vida! La tumba es vía y no término. La mente no podría concebir lo que no fuera capaz de realizar; la existencia no puede ser juguete abominable de un loco maligno.[18] Sale el hombre de la vida, como tela plegada, ganosa de lucir sus colores, en busca de marco; como nave gallarda, ansiosa de andar mundos, que al fin se da a los mares. La muerte es júbilo, reanudamiento, tarea nueva. La vida humana sería una invención repugnante y bárbara, si estuviera limitada a la vida en la tierra. Pues ¿qué es nuestro cerebro, sementera de proezas, sino anuncio del país cierto en que han de rematarse? Nace el árbol en la tierra, y halla atmósfera en que extender sus ramas; y el agua en la honda madre, y tiene cauce en donde echar sus fuentes; y nacerán las ideas de justicia en la mente, las jubilosas ansias de no cumplidos sacrificios, el acabado programa de hazañas espirituales, los deleites que acompañan a la imaginación de una vida pura y honesta, imposible de logro en la tierra―y no tendrá espacio en que tender al aire su ramaje esta arboleda de oro? ¿Qué es más el hombre al morir, por mucho que haya trabajado en vida, que gigante que ha vivido condenado a tejer cestos de monje y fabricar nidillos de jilguero? ¿Qué ha de ser del espíritu tierno y rebosante que, falto de empleo fructífero, se refugia en sí mismo, y sale íntegro y no empleado de la tierra?―Este poeta venturoso no ha entrado aún en los senos amargos de la vida. No ha sufrido bastante. Del sufrimiento, como el halo de la luz, brota la fe en la existencia venidera. Ha vivido con la mente, que ofusca; y con el amor, que a veces desengaña; fáltale aún vivir con el dolor que conforta, acrisola y esclarece. Pues ¿qué es el poeta, sino alimento vivo de la llama con que alumbra? Echa su cuerpo a la hoguera, y el humo llega al cielo, y la claridad del incendio maravilloso se esparce, como un suave calor, por toda la tierra!

     Bien hayas, poeta sincero y honrado, que te alimentas de ti mismo.―He aquí una lira que vibra! He aquí un poeta que se palpa el corazón, que lucha con la mano vuelta al cielo, y pone a los aires vivos la arrogante frente! He aquí un hombre, maravilla de arte sumo, y fruto raro en esta tierra de hombres! He aquí un vigoroso braceador que pone el pie seguro, la mente avarienta, y los ojos ansiosos y serenos en ese haz de despojos de templos, y muros apuntalados, y cadáveres dorados, y alas hechas de cadenas, de que, con afán siniestro, se aprovechan hoy tantos arteros batalladores para rehacer prisiones al hombre moderno!―Él no persigue a la poesía, breve espuma de mar hondo, que solo sale a flote cuando hay ya mar hondo, y voluble coqueta que no cuida de sus cortejadores, ni dispensa a los importunos sus caprichos.[19] Él aguardó la hora alta, en que el cuerpo se agiganta y los ojos se inundan de llanto, y de embriaguez el pecho, y se hincha la vela de la vida, como lona de barco, a vientos desconocidos, y se anda naturalmente a paso de monte. El aire de la tempestad es suyo, y ve en él luces, y abismos bordados de fuego que se entreabren, y místicas promesas. En este poema, abrió su seno atormentado al aire puro, los brazos trémulos al oráculo piadoso, la frente enardecida a las caricias aquietadoras de la sagrada naturaleza. Fue libre, ingenuo, humilde, preguntador, señor de sí, caballero del espíritu. ¿Quiénes son los soberbios que se arrogan el derecho de enfrenar cosa que nace libre, de sofocar la llama que enciende la naturaleza, de privar del ejercicio natural de sus facultades a criatura tan augusta como el ser humano? ¿Quiénes son esos búhos que vigilan la cuna de los recién nacidos y beben en su lámpara de oro el aceite de la vida? ¿Quiénes son esos alcaides de la mente, que tienen en prisión de dobles rejas al alma, esta gallarda castellana? ¿Habrá blasfemo mayor que el que, so pretexto de entender a Dios, se arroja a corregir la obra divina? Oh Libertad! no manches nunca tu túnica blanca, para que no tenga miedo de ti el recién nacido!―Bien hayas tú, Poeta del Torrente, que osas ser libre en una época de esclavos pretenciosos, porque de tal modo están acostumbrados los hombres a la servidumbre, que cuando han dejado de ser esclavos de la reyecía, comienzan ahora, con más indecoroso humillamiento, a ser esclavos de la Libertad! Bien hayas, cantor ilustre, y ve que sé qué vale esta palabra que te digo! Bien hayas tú, señor de espada de fuego, jinete de caballo de alas, rapsoda de lira de roble, hombre que abres tu seno a la naturaleza! Cultiva lo magno, puesto que trajiste a la tierra todos los aprestos del cultivo. Deja a los pequeños otras pequeñeces. Muévante siempre estos solemnes vientos. Pon de lado las huecas rimas de uso, ensartadas de perlas y matizadas con flores de artificio, que suelen ser más juego de la mano y divertimiento del ocioso ingenio que llamarada del alma y hazaña digna de los magnates de la mente. Junta en haz alto, y echa al fuego, pesares de contagio, tibiedades latinas, rimas reflejas, dudas ajenas, males de libros, fe prescrita, y caliéntate a la llama saludable del frío de estos tiempos dolorosos en que, despierta ya en la mente la criatura adormecida, están todos los hombres de pie sobre la tierra, apretados los labios, desnudo el pecho bravo y vuelto el puño al cielo, demandando a la vida su secreto.[20]

José Martí

Nueva York, 1882.

Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2009, t. 8, pp. 144-160.

Otros textos relacionados:

  • José Olivio Jiménez: “Una aproximación existencial al ‘Prólogo a El poema del Niágara’”, en José Martí, poesía y existencia, México, Editorial Oasis, 1983. (La raíz y el ala: aproximaciones críticas a la obra literaria de José Martí, Valencia, España, Pre-Textos, 1993).
  • Leiner Pérez Hernández: “Cómo mirar al Niágara y no morir en el intento: por los márgenes del prólogo al Poema del Niágara de José Martí”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, julio-diciembre de 2000.
  • Danièlle Marcoux: “Martí desde la altura del Niágara”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, no. 30, pp. 221-226.
  • Caridad Atencio: “Un proyecto de libro que sí se escribió”, El Caimán Barbudo, La Habana, enero-febrero de 2008.
  • Caridad Atencio: “Dos lecturas a ‘El poema del Niágara’”, José Martí: de cómo la poesía encarna en la historia, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2015, pp. 43-49.

Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[16] En el Cuaderno de Apuntes no. 5 aparece la siguiente versión de la parte inicial de este párrafo:

 Y él amaba su lengua, que no hay como esto de saber de dónde viene cada palabra que se usa, y qué lleva en sí, y a cuánto alcanza;―ni hay nada mejor para agrandar y robustecer la mente que el uso esmerado y oportuno del lenguaje. Siente uno, luego de escribir, orgullo de creador (de escultor y de pintor). (N. del sitio web).

[17] Nombre tradicional de una descarga eléctrica luminosa que puede aparecer durante tormentas fuertes en objetos prominentes. Este fenómeno se llama así porque los marinos del Mediterráneo lo consideraban una señal enviada por su patrón San Telmo.

[18] Nótese la similitud del tema con la nota recogida en “Cuaderno de apuntes no. 3” [¿-?], OC, t. 21, p. 130 y con el fragmento de una carta a su madre, fechada en [Nueva York, agosto-diciembre de 1882], OCEC, t. 17, p. 359. (N. del E. del sitio web).

[19] Esta idea aparece en el Cuaderno de Apuntes no. 5:

Imágenes geniales, espontáneas y grandes, que no vienen del laboreo penoso de la mente, sino de su propia voluntad e instinto. La poesía no ha de perseguirse. Ella ha de perseguir al poeta. No es dama de alquiler, ni quien se enseña como a meretriz, que vuelve en gracias el afán con que se corteja y la suma con que se la paga. Es señora soberana, que ordena enseguida. Cuando duerme, duerme. Ella es q. despierta el alma. Ninguna voz humana la disturba. Así las mujeres bellas con los solicitadores importunos. [El párrafo a continuación circulado].

El hombre oye mejor las voces más cercanas: la que le viene de sí que las de afuera.

[20] Fina García Marruz constata que “Homagno es el tema de uno de sus más ambiciosos proyectos poemáticos, que, por desdicha, el mismo quedó inacabado. Homagno es un anciano que ha vivido. Representa el ciclo completo de la experiencia humana, así como Jóveno, el otro personaje del poema, una edad aún no llegada, cuyo secreto —se lo dice el anciano moribundo— sería el amor. (OCEC, t. 14, p. 178). Homagno llama por eso a su cuerpo ‘máscara’, ‘disfraz’ y solo ‘suyos’ a los ojos, siempre en Martí identificados con la conciencia, hecha ascua viva y única viviente en un mundo de sombras. Hay una gran relación entre este poema y la crónica de Pérez Bonalde. En los dos textos se enfrentan el hombre y mundo viejos con el hombre y mundo por venir. La magna novedad que crónica y poema anuncian, trasciende por ello lo literario, y aún los mismos cambios sociales o políticos que le anteceden, situándolos en el umbral de un nuevo advenimiento”. [“Naturaleza y revelación”, El amor como energía revolucionaria. (N. del E. del sitio web)].