Era la libertad, que se vengaba de haber estado comprimida. Pretexto o nombre no importan: ¡era la libertad, atacada de nuevo, y viva siempre! Dos niños le iban sembrando el camino de rosas. Él andaba de prisa. ¡Todo el mundo de pie, mujeres y hombres! Ondeaba la voz, tal como el mar. ¡Cuánta niña le lleva ramos de flores! Una mujer, vestida de negro, cruza la escena, se arrodilla a sus pies, y le besa la mano.

     No se nota que la aplauden: ¡ya no se puede aplaudir más! Llorar sí, casi todo el mundo llora. También llora él, caído sobre su sillón, una mano a los ojos, otra sobre el muslo, como los hebreos cuando juraban.

     Lo rodean sus amigos, en aquella agonía del placer. ¡Sigue ondeando la voz, tal como el mar! La mesa del orador es un monte de flores. Y para que las almas bajen sin dolor de aquella altura, el presidente hace cantar al coro. “¡Por Dios, dice el presidente, que Eduardo McGlynn es un cura bien excomulgado!”

     Habló. Habló después de otra tempestad de vítores, en que las mu­jeres, de pie en los asientos, ondeaban sus pañuelos, y sombreros los hombres, y los niños banderas, y una anciana, vecina ya de la suprema luz, le tendía los dos brazos.

     De veras que aquel discurso irregular, impetuoso, desgarrador, violento, era una fiesta de la razón, no menos grande que aquel que se pronunció en la ruta de Worms, bajo el tilo de Moera.[24]

     Abrió como majestad, castigó como justicia, padeció como flagelado chismeó, denunció, acabó sereno. Él es agigantado, membrudo, de rostro napoleónico, aunque amansado por la clerecía. Va enseñando el candor y la bravura. Engañarlo será más fácil que domarlo.

     El discurso lo arrastra cuando habla, sin lo cual figuraría, por la ele­gancia y concisión de su lenguaje, entre los primeros oradores. No es lírica su oratoria, ni la tiene aún libre de los lugares comunes de la Iglesia: su oratoria es como una fortaleza, tan trabada y segura, cuando la verba no le arrebata el pensamiento, que no es fácil mover aquellas piedras. Comenzó su discurso lento y grave, con palabras que involuntariamente recordaban los martillazos con que clavó Lutero su tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg.[25]

     “Católico como soy, católico por aquello mismo por [lo] que es roja mi sangre, yo os digo, católicos, que debéis obedecer siempre a vuestra conciencia, puesto que Dios no nos la pudo poner en las almas para que fuera desobedecida.

     “Antes[26] que la misma ley revelada está la ley natural de la conciencia. La teología moral católica enseña que el que sigue a su conciencia, aunque sea errando, obedece la voluntad de Dios.

     ”A[27] la sombra del Vaticano he aprendido que si el que se sienta en el Vaticano manda a un hombre hablar u obrar contra su conciencia, manda contra el espíritu de Dios. Séquense nuestros miembros en los calabozos uno a uno antes que abjurar, mándelo quien lo mande, lo que nos dice nuestra razón o ven los ojos. Cuanto pretenda hablar en nom­bre de Dios ha de traer de la razón sus credenciales. Contra la razón no puede haber verdad.

     ”Por[28] quererla divorciar de la razón, por envilecerla en tratos tem­porales, por apetecer beneficios que no sientan a la túnica sagrada, por vender a trueque de ganancia mortal la libertad y conciencia de los fieles a príncipes y gobiernos enemigos, por atacar neciamente lo que la naturaleza enseña con invencible pontificado, por deslucir la esencia amorosa de la cristiandad con los incontables abusos, errores, estulticias, crímenes del gobierno eclesiástico romano,—está la iglesia sin crédito ni casa honrada, y no hay sátrapas más grotescos en los pueblos que los curas católicos. ¡Oh, me han libertado. ¡Me han libertado!”[29]—A esto le respondían vítores frenéticos Henry George, el autor de la teoría sobre las contribuciones,[30] por cuya defensa excomulga el Papa a McGlynn,[31] saltó sobre sus pies y guiaba el arrebato.

     Pero la pena del cura excomulgado, del cura de veintisiete años, se enros­caba a las alas del discurso: ¡los hombres eran fuertes, pero también la losa!

     Pintó con ingenua ternura, la iglesia del Nazareno; mas luego, crecido de pronto con el decoro humano hollado en su persona, como quien salta al cuello a un rufián, como quien lo sacude y lo acorrala, denunció la política aleve, la intriga campeante, el gobierno fraudulento, la ambición tenebrosa, la naturaleza meramente humana del pontificado.

     Ya era el aniquilado sacerdote que en el dolor de la agonía clava las uñas en la mano implacable que lo echa del cielo;[32] ya el ciudadano que halla acento altivo para declarar la dignidad de su conciencia; ya el teólogo honrado, recordando a su pueblo que miente quien le diga, en lo callado de la confesión, o en lo solemne del altar, o con la excomunión papal sobre la cabeza, que peca contra Dios y la fe católica el que opina, y da voto conforme a su propio juicio en las cosas del gobierno de la tierra.

     ¡Aprenda la fe el católico decoroso que no quiera ser burlado por sus malos ministros! ¿Que la fe es una librea? ¿Que ser católico es ser esclavo? ¿Que no se sabe en qué tratos mundanos están siempre los palacios de los obispos? No hay cuadro más mísero que el de esos cie­gos que andan por el mundo de rodillas, cogidos de la fimbria de una sotana, como los brahmanes que se asen, para morir en la gracia, de la cola del buey sagrado.[33]

     Aquel era discurso sin cuartel. De lo alto de toda su estatura echaba el guante. “Enseñadle a Roma los dientes si queréis obtener de ella jus­ticia. ¿Qué saben de nuestros problemas de gobierno civil esos italianos que condenan el libro de George sin leerlo,[34] porque alarma a los ricos, con quienes viven confabulados; que excomulgan a un sacerdote desde Roma porque aboga por un cambio en el sistema de tributos en los Estados Unidos? ¿Que les pondremos nuestra patria a los pies? Ved lo que hace el Papa con los católicos de Irlanda, los más fieles acaso del mundo: ¡Venderlos, a cambio de influjo político, al gobierno protestante de Inglaterra! Ved lo que hace el Papa con los católicos alemanes que lo defendieron como leones en el parlamento:[35] ¡abandonarlos, censurar­los, venderlos, a cambio de apoyo para el poder temporal, al gobierno protestante de Alemania![36] ¡Sed católicos, pero hasta el instante en que para serlo, tengáis que ser traidores a la patria!”—Y decía sin respeto el nombre de León XIII; y apayasaba los dulcísimos apellidos de monse­ñores y eminencias; y provocaba sobre ellos silbidos, gruñidos, befas, toda especie de escarnecimiento, del auditorio que lo seguía subyugado.

     Luego, como quien desahoga el corazón, bajó a la historia de su con­flicto con el Arzobispo; de su insistencia en mantener aparte el Estado y el templo; de su santo pecado, hace cuatro años cuando habló fuera del púlpito en pro de la tierra de sus padres, de Irlanda; de la envidia con que los curas de la ciudad miraban su iglesia, adornada de nuevo, siempre con fieles y rosas, siempre abierta; de la oprobiosa servidumbre, del atentado político desde el confesionario y el altar, del abuso de almas que, como condición del beneficio, exige el arzobispo a los párrocos de su diócesis; del mentidero de la sobremesa arzobispal. Mármol de anatomía eran aquellos párrafos: a pedazos salían de ellos vicarios y obispos.

     “¿Pero cómo los he de pintar si así son, si de esos chismes viven, si por esas lentejas están vendiendo constantemente a Jesús, si odian la libertad sagrada del hombre, si me han robado mis niños y mis viejos, que yo asilaba con vuestra ayuda en la casa limpia que les compramos junto al mar, si son hombres secos, fosilizados, comidos de gusanos?”

     Y se le retorcía en los labios el discurso. Hablaba así por no llorar: sin rienda o tasa hablaba. Quien ha visto condenados a muerte, sabe que poco antes de morir, como él moría para su iglesia, les viene esa volubi­lidad inagotable y dolorosa: la vida como soldados[37] sin esperanza que asaltan una fortaleza, se les agolpa al cerebro: las palabras tumultuosas, les salen a borbotones: es de una luz de incendio. Cuando acababa de desnudar a algún bribón, de castigar bien una de esas cabezas de marfil de sacristías, de llamar “bufón viejo” al cura indigno que le acusa de querer tomar esposa, “cuando él no quiere más esposa que la Iglesia”, sacudía hacia adelante la cabeza con gestos enérgicos, como clavando con la barba en su adversario lo que acababa de decir, tal cual el indio que mira satisfecho, pegados a los ijares del caballo los talones desnudos, altivo y sonriente, lo bien que va a la puntería su lanza!

     Pero el discurso en estos arranques de disimulada pena, se le torcía y salía de madre; y volvía sobre un cargo o argumento una vez y otra, como el juglar que en pleno circo, perdidas las fuerzas, siente crecer sobre sus hombros el globo de hierro con que juega, y lo echa sin cesar de uno a otro hombre, para entretener el exceso de dolor con la novedad de la postura.

     “¿Excomulgado? ¡No tiene terrores para el que conoce a Dios, el abuso que hacen de él los que lo desfiguran! ¿Quiénes me excomulgan? ¿esos que pasaban las horas en el silencio viperino de las antesalas, murmurando porque yo había dejado acercar a la reja de comunión una pobre trabajadora cargada que iba con un fardo? ¿esos que me prohíben que hable en pro de George, cuya teoría de contribuciones juzgo buena, y mandan a todos los párrocos de la diócesis que hablen, con la casulla puesta, contra George, y rehúsan la comunión a los que le den su voto? ¿esos, que nos niegan a los párrocos el derecho de expresar opinión po­lítica que no sea la que nos ordenan que expresemos, cuando ellos viven hundidos hasta el cuello en manejos políticos, cuando el Arzobispo es el aliado público de la menos respetable de las asociaciones políticas de Nueva York, cuando a mí mismo me ha enviado el Arzobispo a Washing­ton a pedir al presidente un empleo para uno de sus favorecidos, cuando están moviendo desde hace cinco años cielo y tierra para que les reciba el gobierno un nuncio en Washington, un nuncio que ate con tratos y convenios la iglesia, que debe ser libre, en pago de cuyo atentado contra la Iglesia y la República en América le tienen ofrecido a un obispo alemán ascenderlo a arzobispo?” ¡Parecía, ante aquellos desesperados ataques, que llovían sobre la escena máscaras y huesos!

     ¿Pero cómo no había de volver al cura afligido la paz de la palabra aquella continua ovación, aquellos aplausos que parecían promesas y caricias, aquellas fieras protestas de fidelidad que como saetas cruzaban el teatro? Acentuaba las palabras con el puño levantado.

     Los hombres, como para acercarse más a él, se habían puesto en pie. Las mujeres, ansiosas y erguidas, ondeaban sus pañuelos, con aquel mismo gesto con que enjugó el sudor de Cristo la Verónica. Del cura expulso fue poco a poco emergiendo el hombre; y la palabra, conforme entraba en las ideas mayores, adquiría aquella heroica sencillez que levanta de súbito al que oye, como si viera nacer torres del suelo, o a tajo señorial escalar el aire al águila.

     “¿Sabéis por qué me han excomulgado? Porque yo quiero que la Iglesia se gobierne en bien de los pobres, y no contra ellos, en bien exclusivo de la Iglesia; porque no me siento a las mesas de tráfico donde se ríe en secreto de la fe que en los altares se promulga; porque amo mi fe, pero no tanto que, por obedecer a los que la envilecen, desobedezca yo el mandato augusto que trae a la vida el ciudadano de una república; porque no quiero consentir, ni por mi patria ni por mi religión, en que so pre­texto de religión, roa una curia codiciosa las libertades de mi patria. ¿Os dicen que yo trabajo contra la Iglesia? Sí: en la única parroquia amada y popular de New York he trabajado veintisiete años, a vuestra cabecera y entre vuestros hijos, para que no prospere por métodos corruptores una jerarquía eclesiástica egoísta; para que el clero viva con aquella nobleza y santidad de los siglos en que la Iglesia pobre admiró y sedujo al mundo; para que no hagan el catolicismo abominable por su odio a la libertad y su avaricia; para que no levanten la cólera de la nación—hurtando al Tesoro, acumulado por el óbolo de todas las sectas, sumas enormes destinadas a pagar las instituciones superfluas y las escuelas ciegas de una secta sola; para que no nos quiebren desde el nacer el carácter por un sistema de serviles escuelas de parroquia, donde los clérigos— sumisos, en vez de alas pondrán al niño vendas; para que no nos minen nuestro amplio y glorioso sistema de enseñanza pública; donde el hebreo aprende sin odio al lado del cristiano!”

     “¿Sabéis por qué me han excomulgado? Porque he visto que la distri­bución injusta de la riqueza, que la iglesia debe corregir en vez de apro­vechar, tiene ya amontonada mucha cólera en el pecho de los hombres; porque creo que en el riesgo de este encuentro bárbaro, peca contra Dios el que, en vez de evitar la obra de muerte con una distribución más justa, la atrae con su descaro y la provoca; porque creo honradamente que el sistema de cobrar los tributos todos sobre la tierra acercará las fortunas, pondrá en circulación un gran caudal de riqueza estancada, criará a los hombres sin ira ni miseria su hogar propio, y evitará el levantamiento más hondo y temible que haya visto el mundo; porque el Papa me ha mandado que peque contra mi conciencia; que jure el nombre de Dios en vano;[38] que niegue lo que creo; y porque, aunque me quemen vivo, no lo niego!”

     ¿Se ha visto al huracán arrebatar, arremolinar,[39] lanzar al cielo, des­menuzar las olas? Pues así, en un vítor que todavía no cesa, que repitió la calle, que la nación repite, rompieron a esta declaración aquellas almas. “¡Y si os amenazan”, decía sobre el aplauso la voz tonante, “si os amena­zan con rehusaros los sacramentos porque os negáis a abjurar la verdad en que honradamente creéis,[40] negaos a recibir los sacramentos!”—“¡Tú nos guías!” “¡Contigo hasta la muerte!” “¡Tú eres nuestro Papa!” Lo abrazaban de lejos: las madres ponían en alto a sus hijas,[41] para que aplaudiesen: los desconocidos se hablaban como aplaudiéndose unos a otros:—hacían los hombres con los brazos, al ir saliendo McGlynn del escenario, el movimiento de quien saluda con ramos de palmas.—De esta manera, seguido de ciudades, comienza su campaña el que,[42] si no alcanza a purificar la iglesia, o a conciliarla con la República, habrá sido al menos uno de los salvadores de la libertad.

José Martí

La Nación, Buenos Aires, 4 de septiembre de 1887.

[Mf. en CEM]

Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2016, t. 26, pp. 88-100.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[24] Lutero fue citado por el emperador Carlos V a la Dieta de Worms ya acusado de hereje. En el camino a la ciudad durante abril de 1515, recibió el apoyo popular a su paso por varios lugares, entre ellos la aldea de Moera, donde pronunció un sermón a la sombra de un tilo.

[25] Iglesia de Todos los Santos. Según la leyenda, el 31 de octubre de 1517 Lutero clavó en dicha iglesia del castillo de Wittenberg sus 95 tesis que condenaban la avaricia y el paganismo.

[26] Se añaden comillas.

[27] Ídem.

[28] Ídem.

[29] Ídem.

[30] Referencia a un componente de la teoría de George, que sostenía la necesidad de un impuesto único.

[31] Se añade coma.

[32] Coma en La Nación.

[33] En el panteón de dioses hindúes el toro sagrado Nandi era la montura vehicular de Shiva, dios de la destrucción y de la creación. Es tradición entre los brahmanes morir asido a la cola del toro sagrado.

[34] En la encíclica Rerum Novarum, el papa León XIII denunció las ideas de Henry George y expresadas en su libro Progreso y miseria por lo que fue incorporado a la lista de libros prohibidos por la Iglesia. Véase parte de la crónica “El millonario Stewart y su mujer”, donde aparecen más juicios sobre esta obra. (OCEC, t. 24, pp. 287-289).

[35] Reichstag. Cámara baja del cuerpo legislativo del Imperio Alemán según la Constitución de 1871. Sus miembros eran electos por el sufragio universal masculino.

[36] En mayo de 1873 el gobierno alemán dictó una ley subordinando la Iglesia y sus bienes al Estado, lo cual motivó una larga disputa con el Vaticano.

[37] Errata en La Nación: “salvados”.

[38] Coma en La Nación.

[39] Errata en La Nación: “arremoliniar”.

[40] Errata en La Nación: “creis”.

[41] Así en La Nación: “hijas”.

[42] Se añade coma.