WHITTIER. UN POETA DE 80 AÑOS[1]

De la homeriada norteamericana; de la época de creación en que sur­gieron, con los caracteres originales de la República, las mentes magnas que los condensaron en la forma superior de poesía; de los tiempos de Bryant, Emerson y Longfellow, solo quedan ya los poetas menores, a quienes lo mejor del país mima en la vejez con ternura de hijo. La casa se les llena de flores a cada nuevo cumpleaños; las escuelas declaran el aniversario día de fiesta; las ciudades diputan comisiones para que lleven sus cariños al poeta anciano; las casas editoras, enriquecidas con sus versos, le dan muestra de gratitud con algún presente artístico; la prensa cuenta su vida, sus primeros ensayos, sus versos de mozo, la manera con que sus versos, como una enredadera de ipomeas a un olmo robusto, se han ido enlazando a la nación; pintan el retiro donde alberga el poeta sus últimos años, los amigos que le visitan, los libros cuya compañía prefiere, las creencias que le ha dejado en pie la vida y aquella fe en lo sobrenatural que, por claro misterio, posee a las almas bellas cuando se acercan a su nuevo estado.

     Así ha sido ahora el cumpleaños del cuáquero Whittier. Él, Wendell Holmes y Russell Lowell, son los tres viejos de la literatura americana. Su rostro no es hercúleo y barbón, como el de Lowell; ni ladino, píceo y de poco pelo, como el de Wendell; es un rostro amoroso, cercado por una barba nívea, raso el labio de arriba, como el de Lincoln; la nariz de águila, menos lo rapaz; los ojos debajo de la frente, que sobre ellos se levanta y adosela, brindan al transeúnte un asiento en el alma; la fren­te, como sus versos, es de nácar. Nácar no más son sus versos, como los vapores azulosos de las colinas en cuya falda mora, y los guijarros irisados que en sus largos paseos matinales recoge por las orillas de aquellos claros ríos; nácar que se tiñó una vez de fuego, y centelleó como las bayonetas, cuando, en vez de narrar amablemente las “Le­yendas de la Nueva Inglaterra”,[2] condenó en sus “Voces de Libertad”,[3] henchidas de soberano desdén y santa furia, a los dueños viles y los políticos cobardes que se oponían a la emancipación de los esclavos. Luego, “laureado de la Libertad”, como acá le dicen, volvió el sensible cuáquero, siempre pobre de salud, al regazo de la Naturaleza; y de las flores silvestres, de los copos de nieve, de las mariposas primaverales, de las conchas de la playa vecina, tomó modelos para sus versos, que son de veras, como “La Tienda en la Playa”,[4] concha; como “Rumbo a la Nieve”,[5] copo; como “Maud Muller”, flor y mariposa.

     Ochenta son los años que acaba de cumplir, a pesar de que desde la juventud el cuerpo se le queja y no tiene hora sana. El día fue de fiesta en toda la comarca. El pueblo de Danvers,[6] donde él vive, cerró sus tiendas y celebró en sus escuelas, con cantos y recitaciones de sus versos, el “día de Whittier”. Allá, a la orilla del otro mar, hay una ciudad que lleva su nombre, y le envió impreso en seda un número de su primer periódico, The Whittier News Item. En Massachusetts, así como hay sociedades literarias para estudiar al inglés Browning, las hay para el adelanto de las letras, bajo el nombre de “Whittier”, y estas honraron el día con sesiones solemnes, en que, en prosa y en verso, recordaron la gracia y virtud del poeta amado. En la casa, llena de amigos, no había lugar para tantos cestos de rosas; y tiendas de siem­previvas, en recuerdo de la “de la Playa”; y haces de helechos finos, como los que él pinta en sus poesías; y un pastel de cumpleaños, con recia capa de azúcar, y encima una corona; y el más tierno y original de los presentes, hecho de mano de una doncella india, que no era más que un almohadón de abeto balsámico, donde el verso de Whittier: “Es nuestro pino médico famoso”[7] estaba bordado con hebras sacadas del pinar de la tumba de Helen Hunt Jackson, la autora de Ramona. Y alrededor de la corona que realzaba el exquisito pastel, rodeado incesantemente de los visitantes y vecinos, sobresalía, con letras de fina fruta sobre la capa azucarada, este otro verso del cuáquero: “El que ama al hombre halla en la vida el Cielo”. ¡De este modo celebra el norteamericano a sus poetas!

José Martí

Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2017, t. 27, pp. 149-151.

[OC, t. 13, pp. 403-404]


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Se desconoce si este texto fue publicado y de dónde lo obtuvo OC. Se incluye en este tomo de acuerdo a la fecha de nacimiento del poeta, el 17 de diciembre de 1807. [De acuerdo con Jorge Camacho este artículo con el título “Un poeta de 80 años”, se publicó sin firma en el periódico mexicano El Siglo Diez y Nueve, que ya había aparecido en la revista La Juventud Literaria (26 de febrero, 1888, p. 70), de México, y allí tampoco llevaba su nombre. [“El barbero de New York”. ¿Un cuento desconocido de José Martí?”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2019, no. 42, p. 375. (N. del E. del sitio web)].

[2] Legends of New England in Prose and Verse.

[3] Voices of Freedom.

[4] The Tent on the Beach.

[5] Snow-Bound: A Winter Idyl.

[6] Población del estado de Massachusetts, Estados Unidos de América.

[7] El verso pertenece al poema “Among de Hills”, publicado en 1868: “For health comes sparkling in the streams // From cool Chocorua stealing: // There’s iron in our Northern winds; // Our pines are trees of healing”.