Lechy Elbernon. —Hello, soy yo!
     Marta. —¿Usted?

Avanza hacia ella.

     Lechy Elbernon. —Sí. ¿Se asombra de verme?
     —He venido para consolarla.
     Conozco la vida mejor que usted. He sido modista en mi tiempo, pero las clientas no pagaban y me dejaban morir de hambre.
     Mujeres que valían cien mil dólares ¡Qué vergüenza!
     No se entristezca.
     Yo misma, muchas veces, he sido abandonada así.
     ¿Verdaderamente él la ha amado tanto como dice? ¿Cómo pudo dejarla, a usted, que era solo de él, por mí
     Que en la escena estoy expuesta a todo el que llega, como un espectáculo ordinario y público?
     ¡No se entristezca, mi blanca gallina! Tendrá todavía muchas ocasiones de llorar.
     Marta. —¿Por qué viene a insultarme?
     Lechy Elbernon. —En cuanto a Tom, lo conozco. Posiblemente no le dará tanto dinero como piensa.
     ¡Es avaro como Judas! ¡Tanto por mes, eso es todo!
     No fun! Es por eso que lo dejo.
     —¿Por qué no se mata, si es una mujer bien educada?
     Marta. —No puedo cometer ese crimen.
     Lechy Elbernon. —¡Mi búcaro de violetas blancas! ¡Mi dulce lirio de Pascuas!
     ¿Cómo ha podido dejarse tratar en esa forma delante de mí? ¡Le ha suplicado y se ha burlado de usted! ¡Es preciso que sea muy cobarde!
     ¿Acaso tiene miedo? En cuanto a mí, si el demonio de la tristeza no me abandona,
     Me mataré, aunque tenga que abrirme el vientre con unas tijeras! Me asfixiaré sobre un mechero de gas.
     ¿Qué la detiene? ¿Por qué no se mata?
     Marta. —Habla usted desatinadamente.
     Lechy Elbernon. —¡Mátelo entonces a él! No es una mujer si no desea vengarse. Mátelo, se lo entrego.
     Marta. —Ho!
     Lechy Elbernon. —¿No quiere?
     ¿Y no teme que yo la haga matar, yo?
     Marta. —Haga lo que quiera.
     Lechy Elbernon. —Debo darle otro consejo. Beba whisky, que es un remedio contra la mordida de la serpiente.
     Es el consuelo de los que están solos y de los que nadie se ocupa. ¡Beba la leche negra! ¡Es un buen consejo que le doy! ¡Es bueno!
     ¡He tomado un trago soberbio, esta noche!
     ¡Estoy extrañamente alegre! Tengo luego por dentro, pero no en el corazón, y hay siempre algo que no puedo calentar, como un trozo de hielo envuelto en una servilleta.
     ¡No importa!
     ¡Estoy extrañamente alegre! ¡Tengo unas ideas! ¡tengo unas ideas diabólicas!
     ¡Eso arde en mí como un bol de ponche! ¡Mire a ver si ve algo azul!

Abre toda la boca.

     Voy a abrir toda la boca hacia la luna para refrescarme.
     De modo que esté toda hueca y pueda hundírseme una paja hasta el fondo del estómago.
     Hay luna llena. ¡Mal tiempo para cortarse los cabellos, según dicen los viejos granjeros, pues vuelven a salir tan espesos como la yerba y tan rígidos como pelos de cochino!
     Ah! ah! ¡le digo que estoy alegre como un gato!
     ¿Ve ahí ese sauce?
     Marta. —Lo veo.
     Lechy Elbernon. —¿Lo ve? (Declamando). “El sauce como una viuda verde, cuando la tempestad que sube hace la noche…”
     Miraba ese sauce esta mañana. mientras hablábamos y pensaba en hacerla colgar
     Con una cuerda bien engrasada. Los ojos salen de la cabeza como caracoles.
      Tengo a Cristóbal Colón B1ackwell que me hubiera hecho ese trabajo. Mi negro, ¿no lo ha visto?
     —¿No ha visto las encinas verdes en el país criollo? con largos musgos pendientes; ¡qué triste es! ¡Oh qué bellos cementerios hay allá!
     —Está usted entre mis manos.
     Marta. —Lo sé.
     Lechy Elbernon. —¡Bah! ¡Nada de falsa vergüenza! ¡Será dichosa con Thomas Pollock!
     —¿No dice nada? Entonces no sabrá para qué he venido a verla.
     Marta —¡Quiere hacerme creer que está ebria!
     Lechy Elbernon. —¡Huela!

Le sopla en la cara.

     ¿Sabe que podría arruinarlo? Sí,
     Aunque le parezca extraño; bastaría
     Que la casa que tiene aquí ardiese hoy. Me he informado.
     ¡No sé lo que haré! Haré tales cosas esta noche… Ah! ah!
     Soy yo quien representa a las mujeres en las comedias y sé interpretarlas todas:
     La malicia de la virgen y de la prostituta y las matronas que son como gatas de Angora.
     Y el diablo ha encontrado la casa vacía, y ha entrado adentro, y ya no puede salir, como un gato cogido en un lienzo.
     ¡Oh, hay una tal aridez en mí! Dígale que me ame y que no estoy saciada de él, y que quiero enseñarle lo que conozco, habiéndome acostado a su lado,
     Tomándolo por la cabeza y bajo el brazo como un obrero que trabaja en la pieza que ha cogido.

Declamando:

     “El lecho de la alegría humana y del goce en que no hay satisfacción”.
     No he de retirarme como una bruja hasta el fondo de un pozo de mina,
     Estudiando una imprecación tal
     Que el hierro de las armazones se doble como plomo y que la epidemia
     Se lleve a los niños como cestas de pájaros muertos,
     Y que torrentes de llamas salten de los mercados y de la fundación de las ciudades.
     Pero llevo en el calor de mi boca una disolución más perfecta,
     Ya sea que haga signo al adolescente

     Que es el que amo entre todos, el recién nacido!, ya sea que el viejo de mentón erizado de crin blanca aproxime
     La curva deforme de su boca de bordes espesos!
     Y no se acercan a mí en vano; pues llevan de mí la semilla,
     Fraude, furor, veneno, perversión fundada de la mujer y pérdida de los niños,
     Lascivia, glotonería, malicia, repugnancia del trabajo y de la pena, y correspondencia de la punición!
     Y el mal no es por uno solo, sino que se propaga sin fin,
     Pues está tocado en su herencia. Y tal es la alegría que yo doy.
     —Y usted, usted no es virgen tampoco.
     Marta. —Ah!
     ¡Ciertamente debes ser el diablo para haber encontrado esa palabra!
     Demonio, no me confundirás. Pues yo soy su mujer y él me ha desposado legítimamente.
     Tuve piedad de él. Pues ¿adónde se volvería, buscando a su madre, sino hacia la mujer humillada,
     En un espíritu de confidencia y vergüenza?
     Mas por donde el hombre se conserva, por ahí tú quieres destruirlo.
     ¿Para qué destruir?
     Todo es en vano contra la vida, humilde, ignorante, obstinada. Mas aquel que destruye algo tendrá que dar razón de ello, si puede.
     En cuanto a mí, no le place a Dios que yo destruya nada! Y cuando era todavía una niña en mi país,
     Al tiempo en que las abejas forman sus enjambres, hacia las dos, cuando hace tanto calor,
     Me sentaba en la yerba, golpeando un pedazo de hierro, decía “bella! bella!”
     Y todo el enjambre en negras hileras venía a abatirse sobre la blanca sábana tendida.
     Y me enseñaron a no caminar sobre los trigos y a no tirar mi pan por tierra,
     Sino a colocarlo sobre un borde, cuando no quería más, o al pie de una cruz,
     Y a no coger nada de los otros.
     Lechy Elbernon. —¡Pues bien! si lo ama, dígale que no se escape, como quiere hacerlo.
     ¿Me oye? es eso lo que he venido a decirle.
      ¡Dígale que me ame! Pues quiere escaparse, lo he leído en sus ojos, y pienso que vendrá a verla.
     ¡Está en la punta de mi dedo como un insecto listo para volar!
     ¡Que no haga eso! ¡o si no,
     Seguramente es hombre muerto! ¡Que no espere escaparme!
     Marta. —¡Cómo!
     Lechy Elbernon. —¡Dígale eso, si lo ama! ¡dígale que vuelva hacia mí! ¡dígale que me ame!
     ¡Dígaselo, Dulce-Amarga!

Sale. Pausa.
Entra Luis Laine.
Se mantiene inmóvil a algunos pasos de su mujer.

     Luis Laine, con una voz sorda. —¡Marta!

Silencio.