Luis Laine. —You are pretty smart, are ye?
     Thomas Pollock Nageoire. —Well, hace falta nervio cuando usted vende en firme como si lo supiera todo,
     Sin saber el tiempo que hará mañana; cada cosa tiene su curso, pero yo conozco las cosas mismas.
     ¡He hecho toda suerte de jobs, usted sabe!
     Lo conozco todo, lo he visto todo, todo lo he manejado, lo he tratado todo.
     Y sé cómo se hace, y dónde brota, y cuál es el precio de transporte, y cuál es el stock en el mercado,
     Y cuál es el interés del seguro, y tengo los vencimientos ante los ojos, y conozco la aritmética también.
     Y soy como un mercader en su tienda, contando.
     Pues el comercio tiene
     Una balanza, igual que la justicia.
     Y soy como la aguja que está entre los platillos.
     Luis Laine. —¿Es usted muy rico?
     Thomas Pollock Nageoire. —¡Oh!
     No hay ricos en el comercio.
     Es mi cuenta en el inventario, he ahí todo.
     Una cifra en la liquidación.

Pausa. —Luis Laine y Lechy Elbernon
conversan entre sí.

     Lechy Elbernon. —¡Sí, quiero ver su casa! Quiero ver cómo se las han arreglado.
     Luis Laine. —Vea usted, no somos ricos.
     Lechy Elbernon. —¡No importa! En New York una vez fuimos a ver los hogares de las pobres gentes—slumming, se les llama—, ¡era tan divertido!
     ¡Venga a enseñarme su casa!

Lo coge por el brazo. Salen.
Marta está sentada remendando
una ropa de hombre que ha cogido del suelo.

     Thomas Pollock Nageoire. —¿Qué hace usted?
     Marta. —Ya lo ve, remiendo.
     Thomas Pollock Nageoire. —No es una labor de lady.
     Marta. —Y bien, yo no soy una lady.
     Thomas Pollock Nageoire. —Entre nosotros las mujeres no trabajan.

Silencio. Él la mira.

     ¿Usted es mayor que él, no es cierto? ¿Qué edad tiene?
     ¿Veinticinco años, eh?
     Marta. —No.
     Thomas Pollock Nageoire. —¿Menos o más?
     Marta. —Menos.

     Thomas Pollock Nageoire. —Well.

Silencio.

     Elopment, eh? ¿Escapada con él, eh? El dad no quería, didn’t he?
     Marta.—Eso no le concierne.
     Thomas Pollock Nageoire. —Bueno, no se ruborice así. Entre nosotros las muchachas se casan como quieren.

La mira sin decir nada.

     ¿Le pega, eh?
     Marta. —¿Por qué me interroga de ese modo?
     Thomas Pollock Nageoire. —Bueno, no hay mal en ello. Quizás está un poco ebrio a veces. Sin embargo, tenga siempre un revólver.
     ¿Y qué piensa hacer?
     Marta. —Usted ha querido colocarnos en su casa…
     Thomas Pollock Nageoire. —Well. ¿Y después?
     Marta. —No sé. ¿No querría colocarlo en su negocio?
     Thomas Pollock Nageoire. —Escúcheme.
     No lo querría ni para hacer marchar el ascensor.
     Marta. —¿Por qué dice eso?
     Thomas Pollock Nageoire. —No es bueno para nada. No vale un cent.
     Marta, levantándose. —¡No es cierto! ¿Por qué dice eso?
     Thomas Pollock Nageoire. —No sabe hacer nada con su dinero; no presta atención a lo que se le dice. Es como un hombre que no tiene bolsillos.
     —Abandónelo. No hay nada que hacer con él.
     Marta. —¿Cómo? ¿Acaso no estoy Casada con él?
     Thomas Pollock Nageoire. —Bueno, el divorcio no se ha hecho en vano.

Se oye a Lechy Elbernon
que ríe a carcajadas.

     Yo también soy casado.
     Al menos… No me acuerdo muy bien.
     Creo que estuvimos delante del ministro. Estaba, muy ocupado, sabe.
     Creo que era un bautista.
     Ya no me acuerdo. Creo que era un farmacéutico. Bueno.
     El divorcio no se ha hecho en vano, ¿eh?

Silencio.

     ¿Cómo se ligó a él?
     Marta. —Me convenía así.


Thomas Pollock Nageoire avanza
hacia ella y sin decir una palabra
le pasa el brazo por el talle.

     Marta. —¡Qué hace usted! ¡Déjeme!

El trata de cogerle las manos,
después, oyendo un ruido,
la deja y se vuelve con un aire hosco.
Vuelve a entrar Luis Laine y Lechy Elbernon.

     Lechy Elbernon, mirándolos con aire irónico. —¡Y bien! ¿espero que no la habrá aburrido demasiado?
     ¿Dónde está el “Nyack and Northen”? ¿Le ha contado cómo rompió el “corner” de los sebos, como un rinoceronte?
     Thomas Pollock Nageoire, gruñendo. ¡Nonsense!
     Lechy Elbernon. —¡Querida!
     ¡Qué gentil es su casa!
     ¿Cómo hace para mantenerlo todo tan limpio, sin tener sirvienta?
     ¿Pero es usted quien lava el encerado?
     Marta. —Sí.
     Lechy Elbernon. —¡Qué limpio está! La sirvienta no lo hace tan bien en nuestra casa.
     ¡Y qué lindo está el jardín! He visto la ropa blanca tendida. El señor Luis (lo mira de reojo)
     Quería impedirme ir.
     ¿Pero usted hace la lejía también? ¿Sí? ¡Qué fatigoso debe ser!
     Marta. —Puedo trabajar.
     Lechy Elbernon. —Yo soy demasiado delicada. Oh dear!
     Moriría si tuviera que trabajar.

Silencio.

     ¡Qué tranquilidad! El mar es como un periódico que uno ha extendido, con las líneas y las letras.
     Y allá lejos, por encima de esa lengua de tierra, se ven los grandes navíos pasar como castillos de tela.
     —Querida, hablábamos de usted. ¿Es cierto que nunca ha estado en el teatro?
     Marta. —Nunca.
     Lechy Elbernon. —Oh! ¿Y que nunca había salido de su país?

Marta hace signo afirmativo.

     Y he aquí que él la ha traído.
     Yo conozco el mundo. He estado por todas partes. Soy actriz, usted sabe, represento en el teatro.
     El teatro. ¿No sabe lo que es?
     Marta. —No.
     Lechy Elbernon. —Hay la escena y la sala.
     Todo está cerrado, las gentes vienen por la noche, y se sientan en filas unos detrás de otros, mirando.