Agosto, si agostada tu carrera recorriste los días repetidos una vez más, deja tocar el trillo santo de tu costumbre y en la misa implacable y diurna al oficiante vea de tu verdor, —las palabras iguales repitiendo en el tedio— dime, enseña a hacer lo mismo sin que se nos hiele la mano, el alma de sí misma herida, y de la impura exaltación borrando nuestra nada en su espejo enardecida, vengas tú, bestia fiel, contra mi pecho, tu cabezazo sienta, y entre tus tristes ojos, oiga el silbo que oíste, y obedezca.