FRASES
Cuando el mundo quede reducido a un solo bosque negro para nuestros ojos asombrados, —a una playa para dos niños fieles, —a una casa musical para nuestra clara simpatía—, te encontraré.
Que no haya aquí abajo más que un anciano solo, sereno y hermoso, rodeado de un lujo inaudito, y estaré a tus rodillas.
Que yo haya realizado todos tus recuerdos, —que sea la que sabe sujetarte, —te ahogaré.
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Cuando somos muy fuertes, —¿quién retrocede?; muy alegres, —¿quién cae de ridículo? Cuando somos muy malvados, —¿qué harían de nosotros?
Adornaos, danzad, reíd. No podré jamás arrojar el Amor por la ventana.
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Mi camarada, mendiga, niña monstruo! cuán poco te importan, esas desdichadas y esos obreros, y mis turbaciones. Únete a nosotros con tu voz imposible, tu voz!, único halago de esta vil desesperación.
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Una mañana nublada, en julio. Un gusto de cenizas vuela en el aire; —un olor de madera sudando en el fogón, —las flores herrumbrosas, —la confusión de los paseos, —e1 vapor de las acequias por los campos, —¿por qué no también los juguetes y el incienso?
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He tendido cuerdas de campanario a campanario; guirnaldas de ventana a ventana; cadenas de oro de estrella a estrella, y danzo.
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El alto estanque humea continuamente. ¿Qué hechicera va a levantarse sobre el poniente blanco? ¿Qué follajes violetas van a descender?
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Mientras los fondos públicos se derrochan en fiestas de fraternidad, suena una campana de fuego rosa en las nubes.
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Avivando un agradable gusto a tinta de China, un polvo negro llueve dulcemente sobre mi vigilia. Entorno las luces de la araña, me arrojo en el lecho, y, vuelto hacia el lado de la sombra, os veo, mis hijas! mis reinas!
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La cascada suena detrás de las chozas de ópera cómica. Girándulas se prolongan en los jardines y las alamedas vecinas al meandro, —los verdes y los rojos del poniente. Ninfas de Horacio peinadas estilo Primer Imperio. —Rondas siberianas, Chinas de Boucher.
NOCTURNO VULGAR
Un soplo abre operádicas brechas en los tabiques, —enreda el eje de los techos roídos, —dispersa los límites de los hogares, —eclipsa las ventanas.
A lo largo de la viña, apoyando el pie en una gárgola, descendí en esa carroza cuya época está suficientemente indicada por los espejos convexos, los paneles abombados y los sofaes torcidos. Carroza fúnebre de mi sueño, aislada, casa de pastor de mi simpleza, el vehículo vira sobre el césped del gran camino borrado: y en un defecto del espejo de la derecha giraban las pálidas figuras lunares, hojas, senos.
—Un verde y un azul oscurísimos invaden la imagen.
Desenganche en los alrededores de una mancha de grava.
—Aquí silbaremos por la tempestad, y las Sodomas y las Solimas, y las bestias feroces y los ejércitos.
(¿Postillón y bestias de sueño retomarán la marcha bajo los más sofocantes oquedales, para hundirme hasta los ojos en la fuente de seda?)
Y enviarnos, flagelados a través de las aguas chapoteantes y las bebidas derramadas, a rodar sobre el ladrido de los dogos…
—Un soplo dispersa los límites del hogar.
VELADAS
I
Es el reposo encendido, ni fiebre, ni languidez, sobre el lecho o sobre el prado.
Es el amigo, ni ardiente ni débil. El amigo.
Es la amada, ni dolorosa ni dolorida. La amada.
El aire y el mundo no buscados. La vida.
—¿Era, pues, esto?
Y el sueño que refresca.
II
La luz vuelve al árbol de cimientos. De los dos extremos de la sala, decorados cualesquiera, elevaciones armónicas se ajustan. La muralla frente al velador es una sucesión psicológica de copas, frisos, bandas atmosféricas y accidentes geológicos. —Sueño intenso y rápido de grupos sentimentales con seres de todos los caracteres entre todas las apariencias.
III
Las lámparas y los tapices de la velada hacen el ruido de las olas, por la noche, a lo largo del casco y alrededor de la proa.
El mar de la velada, como los senos de Amelia.
Las tapicerías, hasta la mitad de la altura, bosquecillos de encaje tinto en esmeralda, donde se lanzan las tórtolas de la velada…
La placa del foco negro, soles reales de las playas: ah! pozos de magia; sola visión de la aurora, esta vez.
IV
Estás todavía en la tentación de Antonio. La diversión del fervor mutilado, los tics de orgullo pueril, el hundimiento y el espanto.
Pero te aplicarás a este trabajo: todas las posibilidades armónicas y arquitecturales se conmoverán en torno a tu sede. Seres perfectos, imprevistos, se ofrecerán a tus experiencias. En tus aledaños afluirá soñadoramente la curiosidad de antiguas muchedumbres y ociosos lujos. Tu memoria y tus sentidos no serán sino el alimento de tu impulsión creadora. En cuanto al mundo, cuando tú salgas, ¿qué será de él? En todo caso, nada de las apariencias actuales.
INFANCIA
I
Este ídolo, ojos negros y crin amarilla, sin padres ni corte, más noble que la fábula, mexicano y flamenco; su dominio, azur y verdor insolentes, corre sobre playas nombradas, por olas sin navíos, con nombres ferozmente griegos, eslavos, célticos.
En el confín del bosque, —las flores de sueño tintinean, estallan, iluminan, —la muchacha de labios de naranja, cruzadas las rodillas en el claro diluvio que surge de los prados, desnudez que sombrean, atraviesan y visten los arcoiris, la flora, el mar.
Damas que giran en las terrazas vecinas al mar; niños y gigantes, soberbios negros en el musgo verde-gris, joyas de pie sobre el suelo graso de los bosquecillos y de los jardines deshelados, —jóvenes madres y grandes hermanas con miradas llenas de peregrinaje, sultanas, princesas de andar y atuendo tiránicos, pequeñas extranjeras y personas dulcemente desdichadas.
¡Qué hastío, la hora del “querido cuerpo” y “querido corazón”!
II
Es ella, la pequeña muerta, detrás de los rosales. —La joven madre difunta desciende la escalinata. —La calesa del primo grita en la arena. —El hermanito (está en las Indias!) allí, ante el poniente, en el prado de claveles. —Los ancianos que han sido enterrados, derechos en la muralla de los alhelíes.
El enjambre de hojas de oro rodea la casa del general. —La familia está en el sur. —Se sigue el camino rojo para llegar a la posada vacía. El castillo está en venta; las persianas, desprendidas. —El cura se habrá llevado la llave de la iglesia. —Alrededor del parque, las viviendas de los guardas están deshabitadas. Las empalizadas son tan altas que solo se ven las cimas rumorosas. Por otra parte, no hay nada que ver ahí dentro.
Los prados suben a las aldeas sin gallos, sin yunques. La esclusa está levantada. Oh los calvarios y los molinos del desierto, las islas y las muelas de molino!
III
Zumbaban flores mágicas. Los taludes lo acunaban. Circulaban bestias de una elegancia fabulosa. Las nubes se amasaban sobre la alta mar hecha de una eternidad de cálidas lágrimas.
IV
En el bosque hay un pájaro, su canto os detiene y ruboriza.
Hay un reloj que no suena.
Hay una hondonada con un nido de bestias blancas.
Hay una catedral que desciende y un lago que sube.
Hay un pequeño carruaje abandonado en la espesura o que baja corriendo por el sendero, lleno de cintas.
Hay una banda de cómicos de la legua en trajes de teatro, percibidos en el camino a través de los confines del bosque.
Hay, en fin, cuando uno tiene hambre y sed, alguien que os expulsa.
V
Soy el santo, en oración en la terraza, cuando las bestias llegan hasta el mar de Palestina.
Soy el sabio en el sillón sombrío. Las ramas y la lluvia golpean la ventana de la biblioteca.
Soy el caminante de la ancha carretera entre los bosques enanos; el rumor de las esclusas cubre mis pasos. Por largo tiempo veo la melancólica lejía de oro del poniente.
Sería gustoso el niño abandonado en el muelle que partió hacia la alta mar, el pajecillo que sigue la alameda cuya frente toca el cielo.
Los senderos son ásperos. Los montículos se cubren de retamas. El aire está inmóvil. ¡Qué lejos los pájaros y las fuentes! Tiene que ser el fin del mundo, si avanzamos.
VI
Que me alquilen por fin esa tumba, blanqueada de cal, con las líneas del cemento en relieve, —muy lejos bajo tierra.
Me acodo en la mesa, la lámpara alumbra muy vivamente esos periódicos que idiotamente releo, esos libros sin interés.
A una distancia enorme por encima de mi salón subterráneo, las casas se establecen, las brumas se reúnen. El barro es rojo o negro. Ciudad monstruosa, noche sin fin!
A menor altura están los albañales. A los lados, nada más que el espesor del globo. ¿Los abismos de azur, los pozos de fuego? Es tal vez en esos planos donde se encuentran lunas y cometas, mares y fábulas.
En las horas de amargura, imagino esferas de zafiro, de metal. Soy dueño del silencio. ¿Por qué una apariencia de tragaluz palidecería en el rincón de la bóveda?