Señor General Máximo Gómez
N.Y.
Distinguido General y amigo:
Salí en la mañana del sábado de la casa de Vd. con una impresión tan penosa, que he querido dejarla reposar dos días, para que la resolución que ella, unida a otras anteriores, me inspirase, no fuera resultado de una ofuscación pasajera, o excesivo celo en la defensa de cosas que no quisiera ver yo jamás atacadas,—sino obra de meditación madura:—¡qué pena me da tener que decir estas cosas a un hombre a quien creo sincero y bueno, y en quien existen cualidades notables para llegar a ser verdaderamente grande!—Pero hay algo que está por encima de toda la simpatía personal que Vd. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad aparente: y es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, embellecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo.[2]
Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento:[3]—y cuando en los trabajos preparatorios de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante este espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra, ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General?: ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Vds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra?—Si la guerra es posible, y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es porque antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace necesaria:—y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo acto público y privado, el más profundo respeto;—porque tal[4] como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ellas exponga la vida.—El dar la vida solo constituye un derecho cuando se la da desinteresadamente.
Ya lo veo a Vd. afligido, porque entiendo que Vd. procede de buena fe en todo lo que emprende, y cree de veras, que lo que hace, como que se siente inspirado de un motivo puro, es el único modo bueno de hacer que hay en sus empresas. Pero con la mayor sinceridad se pueden cometer los más grandes errores; y es preciso que, a despecho de toda consideración de orden secundario, la verdad adusta, que no debe conocer amigos, salga al paso de todo lo que considere un peligro, y ponga en su puesto[5] las cosas graves, antes de que lleven ya un camino tan adelantado que no tengan remedio.—Domine Vd., Gral., esta pena, como dominé yo el sábado el asombro y disgusto con que oí un inoportuno arranque de Vd. y una curiosa conversación que provocó a propósito de él el Gral. Maceo, en la que quiso—¡locura mayor!—darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una propiedad exclusiva de Vd., en la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos.[6]—¡No: no, por Dios!:—pretender sofocar el pensamiento, aun antes de verse, como se verán Vds. mañana, al frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la victoria? La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia.[7]
A una guerra, emprendida en obediencia a los mandatos del país, en consulta con los representantes de sus intereses, en unión con la mayor cantidad de elementos amigos que pueda lograrse;—a una guerra así, que venía yo creyendo—porque así se la pinté en una carta mía de hace tres años que tuvo de Vd. hermosa respuesta,—[8] que era la que Vd. ahora se ofrecía a dirigir;—a una guerra así[9] el alma entera he dado, porque ella salvará a mi pueblo;—pero a lo que en aquella conversación se me dio a entender; a una aventura personal, emprendida hábilmente en una hora oportuna, en que los propósitos particulares de los caudillos pueden confundirse con las ideas gloriosas que los hacen posibles; a una campaña emprendida como una empresa privada, sin mostrar más respeto al espíritu patriótico que la permite, que aquel indispensable, aunque muy sumiso a veces, que la astucia aconseja, para atraerse las personas o los elementos que puedan ser de utilidad en un sentido u otro; a una carrera de armas por más que fuese brillante y grandiosa, y haya de ser coronada por el éxito,—y sea personalmente honrado—el que la capitanee;—a una campaña que no dé desde su primer acto vivo, desde sus primeros movimientos de preparación, muestras de que se la intenta como un servicio al país, y no como una invasión despótica;—a una tentativa armada que no vaya pública, declarada, sincera y únicamente movida del propósito de poner a su remate en manos del país, agradecido de antemano a sus servidores, las libertades públicas; a una guerra de baja raíz y temibles fines, cualesquiera que sean su magnitud y condiciones de éxito—y no se me oculta que tendría hoy muchas—no prestaré[10] yo jamás mí apoyo.—Valga mi apoyo lo que valga,—y yo sé que él, que viene de una decisión indomable de ser absolutamente honrado, vale por eso oro puro,—yo no se lo prestaré jamás.
¿Cómo, General, emprender misiones, atraerme afectos, aprovechar los que ya tengo, convencer a hombres eminentes, deshelar voluntades, con estos miedos y dudas en el alma?—Desisto, pues, de todos los trabajos activos que había comenzado a echar sobre mis hombros.
Y no me tenga a mal, General, que le haya escrito estas razones. Lo tengo por hombre noble, y merece Vd. que se le haga pensar. Muy grande puede llegar a ser Vd.,—y puede no llegar a serlo. Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros, es la mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho propio, sería la mayor ignominia.—Es verdad, Gral., que desde Honduras me habían dicho que alrededor de Vd. se movían acaso intrigas, que envenenaban, sin que Vd. lo sintiese, su corazón sencillo; que se aprovechaban de sus bondades, sus impresiones y sus hábitos para apartar a Vd. de cuantos hallase en su camino que le acompañasen en sus labores con cariño, y le ayudaran a librarse de los obstáculos que se fueran ofreciendo—a un engrandecimiento a que tiene Vd. derechos naturales.—Pero yo confieso que no tengo ni voluntad ni paciencia para andar husmeando intrigas ni deshaciéndolas. Yo estoy por encima de todo eso. Yo no sirvo más que al deber, y con este, seré siempre bastante poderoso.
¿Se ha acercado a Vd. alguien, Gral., con un afecto más caluroso que aquel con que lo apreté en mis brazos desde el primer día en que le vi?[11] ¿Ha sentido Vd. en muchos esta fatal abundancia de corazón que me dañaría tanto en mi vida, si necesitase yo de andar ocultando mis propósitos para favorecer ambicioncillas femeniles de hoy o esperanzas de mañana? Pues después de todo lo que he escrito, y releo cuidadosamente, y confirmo,—a Vd., lleno de méritos, creo que lo quiero:—a la guerra que en estos instantes me parece que, por error de forma acaso, está V. representando,—no. —
Queda estimándole y sirviéndole
New York, octubre 20/[1]884.
Tomado de José Martí: Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2010, t. 17, pp. 384-387. (A continuación de la misma pueden consultarse en esta propia edición los fragmentos de los borradores A y B de la carta de Martí al general Máximo Gómez).
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] En el ángulo superior izquierdo aparece un cuño seco con la palabra “Congres”.
[2] Véanse las cartas a Manuel Mercado y a Enrique Estrázulas, fechadas en Nueva York, el 13 de noviembre de 1884, la primera y, presumiblemente, en la misma ciudad y en el mismo año, la segunda. [OCEC, tt. 17 y 15, pp. 393-396 y 265-269, respectivamente. (N. del E. del sitio web)].
“[…] Vinieron hasta New York, esperanzados en el éxito de un movimiento de armas con la exasperación, angustia e ira reinantes en el país, dos de los jefes más probados, valientes y puros de nuestra guerra pasada, y, con estos calores míos, me puse a la obra con ellos: […] de súbito vi que, por torpeza o interés, los jefes con quienes entraba en esta labor no tenían aquella cordialidad de miras, aquel olvido de la propia persona, aquel pensar exclusivo y previsor en el bien patrio,—aquel acatamiento modesto a la autoridad de la prudencia y de la razón sin las que un hombre honrado, que piensa y prevé, no puede echar sobre sí la responsabilidad de traer a un pueblo tan quebrantado como el nuestro a una lucha que ha de ser desesperada y larga. ¿Ni qué echar abajo la tiranía ajena, para poner en su lugar, con todos los prestigios del triunfo, la propia? No vi, en suma, más que a dos hombres decididos a hacer, de esta guerra difícil a que tantos contribuyen, una empresa propia:—¡a mí mismo, el único que los acompañaba con ardor y los protegía con el respeto que inspiro, llegaron, apenas se creyeron seguros de mí, a tratarme con desdeñosa insolencia! […] ¿cómo, en semejante compañía, emprender sin fe y sin amor, y punto menos que con horror, la campaña que desde años atrás venía preparando tiernamente; con todo acto y palabra mía, como una obra de arte? […] Ni cómo contribuir yo a una tentativa de alardes despóticos, siquiera sea con un glorioso fin, tras del cual nos quedarían males de que serían responsables los que los vieron, y los encubrieron, y, con su protesta y alejamiento al menos, no trataron de hacerlos imposibles? […] Renuncié bruscamente, aunque en sigilo, a toda participación activa en estas labores de preparación que en su parte mayor caían sobre mí. […] Pero he hecho bien: y recomienzo mi faena. En mi tierra, lo que haya de ser será: y el puesto más difícil, y que exija desinterés mayor, ese será el mío”. (JM: “Carta a Manuel Mercado”, Nueva York, 13 de noviembre [de 1884], OCEC, t. 17, pp. 393-395).
“Esto que en gorja le charlo,
Lo voy en gorja diciendo,
Pero se me van saliendo
Las lágrimas al contarlo!
Hallé que a poner corría,
So capa de santa guerra,
La libertad de mi tierra
Bajo nueva tiranía:—
Hallé—¡oh cállelo!—que aquellos
A quienes todo me di,
So capa de patria, ¡ay mí!
Solo pensaban en ellos:—
Y gemí, por la salud
De mi pueblo, y trastorné
Mi vida,—mas les negué
El manto de mi virtud!”.
(JM: “[A Enrique Estrázulas]”, [Nueva York, 1884], Cartas rimadas, OCEC, t. 15, pp. 266-267).
[3] En “Muerte del general Sheridan” y “La guerra civil”, José Martí argumenta: “El peligro es como una investidura: tienen como majestad los que se han visto en riesgo de morir: la hermandad de los que han afrontado el peligro, anuncia que en la muerte están de veras la concordia y reposo que [en] la existencia se anhelan en vano: de todos los camaradas, los más tenaces y fieles son los conmilitones, que se aborrecen y celan cuando disputan entre sí un premio apetecido, pero se ligan tácitamente con una lealtad rayana a veces en crimen, en cuanto el país amenazado por su preponderancia se dispone a poner coto a los que quieren volver contra él la gloria y privilegios que le deben. ¡Pelear es una cosa y gobernar otra!
[…] Lo que en el militar es virtud, en el gobernante es defecto. Un pueblo no es un campo de batalla. En la guerra, mandar es echar abajo; en la paz, echar arriba. No se sabe de ningún edificio construido sobre bayonetas”. (“Muerte del general Sheridan”, El Partido Liberal, México, 17 de agosto de 1888, OCEC, t. 29, pp. 144 y 147, respectivamente).
“Quien triunfa por la espada sigue cortando con ella. La fortuna de las batallas engríe, y la opinión armada no crea sino señores. El fusil roba al ciudadano su independencia; la disciplina suprime el pensamiento. Desgraciado el pueblo que se acostumbre a obedecer al golpe de los tambores o a la dura voz de los sargentos. Mejor es acostumbrarlo a consultar su propia opinión, y a marchar por su propio albedrío. El uniforme no es sino una librea, y el fusil un arma suicida para el ciudadano. Cuando cree mandar obedece, cuando se figura que mata enemigos // sacrifica hermanos; y cuando pega fuego al campo de su contrario, no hace sino quemar el pan de sus propios hijos.
¿Cuándo sonará para nuestros pueblos hispano‑americanos la hora venturosa en que estas verdades interesen su ánimo, y en que se convenzan de que las democracias sin civismo son irrisorias mentiras, y que la sangre es funesto abono para la libertad?” [“La guerra civil”, La Luz, Sagua la Grande, 17 de noviembre de 1886, pp. 1‑2, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2019, no. 42, p. 29. (N. del E. del sitio web)].
[4] Roto el manuscrito. Se sigue la lección de OC, t. 1, p. 178.
[5] Esta palabra escrita sobre: “punto”. Lección dudosa.
[6] El sábado 18 de octubre de 1884, Martí se reúne con Gómez y Maceo en la habitación del general dominicano, en el hotel Madame Griffou, en Nueva York, para ultimar los detalles de una visita que harían Martí y Maceo a México en labores revolucionarias. Según sus propias palabras, Gómez interrumpió a Martí “con tono áspero”, cuando este le exponía lo que debía hacerse en México, y le ordenó limitarse a seguir a Maceo. Acto seguido, Gómez fue a tomar un baño y a su regreso, Martí se despidió “de un modo afable y cortés”, pero —en opinión de Maceo— estaba disgustado por la actitud del Generalísimo.
Véase el comentario de Gómez a la presente carta en DJM, pp. 162-163 y en CMM, pp. 34-36. (Nota modificada ligeramente por el E. del sitio web).
[7] “Quien no tenga en el alma grandezas reales; quien no esté dispuesto de antemano a postergar al bien de su país toda idea de fama o gloria propias; quien no tenga el corazón y la mente tan firmes como la mano, esta para guerrear, aquella para precaver, aquel para perdonar a los que yerran; quien confunda con la gran política necesaria para la fundación de un pueblo, una política de tienda de campaña o de antesala, ese no entra en la medida de los salvadores”. [JM: “Carta al Director de El Avisador Cubano”, Nueva York, 6 de julio de 1885, OCEC, t. 22, p. 325. (N. del E. del sitio web)].
[8] La respuesta de Gómez a la carta de Martí, con fecha del 20 de julio de 1882 (OCEC, t. 17, pp. 326-330), aparece en DJM, pp. 140-141. También se publica en CMM, pp. 27-28. Gonzalo de Quesada y Miranda en Papeles de Martí, La Habana, Imprenta El Siglo XX, 1933-1935, t. 1, pp. 5-6, publica otra versión de esta misma carta. (Nota modificada por el E. del sitio web).
[9] Roto el manuscrito. Se sigue la lección de OC, t. 1, p. 178.
[10] Aquí se interrumpe el manuscrito.
[11] Gómez y Martí se encontraron por primera vez el 2 de octubre de 1884, a la llegada del General a Nueva York, acompañado por Antonio Maceo.