CARTA AL S.D.P.I. DE A.

Contestando a la que se sirvió dirigirle impresa en el Correo político de Trinidad de 5 del pasado.

Nueva York, 7 de julio de 1825

S.D.P.I. de A.

Muy señor mío: la impugnación a mi Habanero hecha por uno que se finge mi discípulo dice V. que le indujo a creer que yo soy el autor de dicho papel, lo cual nunca hubiera sospechado por no parecerle conforme a mis ideas. Perdono a V. el mal concepto que había formado de mí, y le agradezco su rectificación. Tomando el giro que acostumbran los que se creen en la necesidad de ser mis enemigos dice V. que cuando yo ocupaba la cátedra de Filosofía en el Colegio de S. Carlos de la Habana mi espíritu estaba Virgen, mi voluntad y mis acciones pero que ya alteradas mis facultades es preciso lo dé a conocer por actos de un arrepentimiento sin recurso, y que tiro patadas de ahorcado, porque no puedo tener mi Cátedra y me veo precisado a redactar el Habanero.

     Cuando yo ocupaba la Cátedra de Filosofía del Colegio de S. Carlos de la Habana pensaba como americano; cuando mi patria se sirvió hacerme el honroso encargo de representarla en Cortes, pensé como americano; en los momentos difíciles en que acaso estaban en lucha mis intereses particulares con los de mi patria pensé como americano; cuando el desenlace político de los negocios de España me obligó a buscar un asilo en un país extranjero por no ser víctima en una patria, cuyos mandatos había procurado cumplir hasta el último momento, pensé como americano, y yo espero descender al sepulcro pensando como americano. Si esto es el carácter que V. abomina, si esta es la depravación que V. lamenta, ah! hónreme V. abominándome y no me injurie compadeciéndome.

     El Habanero no se escribe para mantener a su autor, este por el contrario hace sacrificios pecuniarios para su redacción gravosísimos en las circunstancias en que se halla. Por más esfuerzos que V. haga no creo que conseguirá persuadir a nadie que el autor del Habanero no piensa como escribe, y que solo escribe para comer. No me haría justicia a mí mismo, ni la haría a mis compatriotas si me creyera obligado a desvanecer tan degradante idea. Toda la impugnación que V. hace al Habanero se reduce a comparar mi conducta política con la de un médico imprudente, o mejor dicho, rastrero e interesado que se empeñase en aconsejar a un hombre sano robusto y sin temor de dolencia alguna que entrase en una cura costosa y arriesgada, sin otro objeto sin duda, que el de proporcionar algunas pesetas a su consultor. Pues, señor Galeno de barrabás, busque V. quien esté tan apurado como V. para que halle en la desesperación un remedio que anhelan los ambiciosos no contento[s] con lo bastante y que ansían por lo superfluo.

     Con estas notables palabras concluye FV. su símil, y aunque ellas dan margen a reflexiones muy serias, yo me contentaré con insinuar a V. que no me hallo en ese estado de desesperación que V. supone, que en lo que menos pienso es en que mi patria me proporcione pesetas, que podré ganarlas fuera de ella sea cual fuere su suerte futura. Pero contrayéndonos al símil ¿puede compararse la isla de Cuba a ese hombre sano y robusto, que ni siquiera teme una enfermedad? Si. V. lo cree no hay con qué convencerle, su espíritu está trastornado. Casi todos los habitantes de la isla de Cuba dice V. que son propietarios, y que no deben ni siquiera alterar el orden actual de cosas. Enhorabuena, quietecitos estarán cuando por un efecto necesario en toda guerra vean volar esas propiedades que tanto acarician. La cuestión debe ya dejarse al tiempo; yo he sostenido que el interés de la isla de Cuba exige un cambio político, y que este sería más ventajoso anticipándose a toda invasión, pero que verificada esta no es del interés del pueblo resistirla, aunque lo sea del gobierno. V. y todos los de su partido sostienen que no debe hacerse alteración alguna, sino prepararse a una defensa heroica hasta que, como suele decirse, no quede piedra sobre piedra. Dejemos al pueblo que decida cuál partido le conviene más, y al tiempo que nos presente los resultados.

     Aunque es materia bien extraña de la cuestión, yo no puedo menos de advertir a V. que se ha equivocado grandemente cuando asegura que yo he enseñado con Buffon que el alma no reside en la cabeza sino en el diafragma, y en consecuencia dice V. Varela y Buffon no saludaron la filosofía y por lo tanto cometieron ese pecado metafísico. A la verdad que me sería honroso ser tan ignorante en fisiología como Buffon, a menos que por fisiología no se entienda la jerga de Lázaro Riverio, pero el caso es señor mío, que yo en mi vida he averiguado el lugar en que está el alma, antes siempre he creído que es contrario a su naturaleza espiritual el confirmarla en tal o cual parte del cuerpo. Tampoco creo que Buffon tuvo jamás el delirio de investigar este punto; solo dijo que el centro de la sensibilidad, o mejor dicho el centro de la reacción sensible está en el diafragma y los músculos del pecho y no en el cerebro. No admitía este célebre físico propagaciones al diafragma, como tampoco al cerebro, solo dijo que en las sensaciones fuertes y en los grandes trastornos del sistema nervioso, se producía una reacción en su centro o sea el centro del hombre, para restablecerlo en sus funciones. Esta es la doctrina de Buffon que yo he seguido y enseñado, doctrina que sin duda necesita explicaciones más prolijas, que no son del objeto de esta carta. Sin embargo, lo dicho creo que basta para manifestar que ni Buffon ni yo hemos cometido el pecado metafísico de que V. nos acusa, bien que hablando con franqueza para esto de pecados metafísicos tengo la conciencia un poco ancha.

     He observado, o mejor dicho me han hecho observar que algunos periodos de la carta de V. que más hacen relación a mi persona terminan por.: Dícenme que estos puntitos son unas de las simplezas masónicas, y que acaso los ha puesto V. para indicar que yo pertenezco a esa sociedad. Pues sepa V. Señor mío, que jamás he pertenecido, ni pertenezco, ni perteneceré a esa ni a ninguna de las sociedades secretas, y V. podía haberlo conocido leyendo el primer número del Habanero; con lo cual se hubiera abstenido de una calumnia tan poco ameritada.

     Continúe V. sus buenos servicios al gobierno español, mientras yo no olvidaré los que debo a mi patria, estando siempre a las órdenes de V. su at. Q.S.M.B.

Félix Varela

[Biblioteca Nacional “José Martí”, Sala Cubana, donativo]. Este documento se encuentra adjunto al t. I, no. 1 de El Habanero en fotocopia.

Tomado de Félix Varela: “Carta al S.D.P.I. de A.”, Nueva York, 7 de julio de 1825, Obras, introducción de Eduardo Torres-Cuevas, compilación y notas de Eduardo Torres-Cuevas, Jorge Ibarra Cuesta y Mercedes García Rodríguez, Biblioteca de Clásicos Cubanos, La Habana, Ediciones Imagen contemporánea, 2001, 3 vol., vol. II (introducción de Eduardo Torres-Cuevas), pp. 192-194.