EL LEGADO COMÚN DE FÉLIX VARELA
Y DE JOSÉ MARTÍ
Conferencia impartida en el Centro Fray Bartolomé de las Casas, Convento de San Juan de Letrán, La Habana, 31 de octubre de 2002.
Creo que el Aula Fray Bartolomé de las Casas es un espacio de diálogo bien reconocido en nuestra ciudad; todo un símbolo en el inicio del siglo XXI. Para mí es un honor que ustedes me hayan invitado a dar esta conferencia que, confieso, es bastante difícil de poder lograr; no tanto porque no existan numerosos factores que permitan ver como indispensable esta relación Varela–Martí, sino por la escasez del tiempo para poder expresar la envergadura e importancia que tiene el estudio del tema.
Pienso, incluso, que conocer este legado común de Varela y de Martí es algo importante, porque tenemos la tendencia a estudiar las figuras de forma aislada. Hay fervorosos estudiosos de Varela, fervorosos estudiosos de Martí, pero lo que nos ha faltado es el estudio profundo y analítico de los nexos, de las vías por las cuales se ha transmitido un pensamiento que ha hecho precisamente explicable y entendible el siglo XIX cubano y lo que aportó en el desarrollo de la identidad propia. Creo, que realmente hace mucho tiempo se requiere de este tipo de trabajo. Las palabras que diga hoy aquí serán simplemente un tratar de alentar a que se estudien estas vías, a que se efectúen estudios comparativos que son, hoy, muy necesarios.
Quisiera comenzar por una idea que ya he expresado en otros momentos y que me parece fundamental para entender toda la historia del XIX y sobre todo la herencia que ese siglo deja al XX. Cuando vemos a Martí ―no el Martí que estuvo en España, no el Martí que estuvo en Estados Unidos o en América Latina―, el Martí de quince años, alumno de Rafael María de Mendive, podemos establecer una cadena. Martí es discípulo de Mendive; Mendive lo es de Luz y Caballero (no porque asistiera a sus clases sino porque asume su legado y lo promueve entre sus alumnos); Luz es el discípulo más auténtico y declarado de Félix Varela, a quien nombró Director Perpetuo de la Cátedra de Filosofía del Seminario San Carlos. Es decir, que la línea de continuidad de pensamiento de Varela a Martí está claramente expresada a través de estas grandes figuras del XIX. Con Varela empieza el siglo; con Martí termina. Con Varela empieza un pensamiento propio; con Martí alcanza su cima. Y entre ambas figuras esta esa relación que establecen Luz y Mendive. Digo Luz y Mendive, pero realmente habría que hablar de generaciones de maestros y pensadores que están vinculadas a estas grandes figuras.
Una de las características de nuestro siglo XIX es que, a pesar de todos los problemas que tiene la sociedad cubana y, quizás, por el1o, genera realmente hombres extraordinarios de pensamiento científico, filosófico, teórico y de otras ramas del saber. Pudiéramos recordar que Félix Varela deja entre sus discípulos más destacados, los nombres más brillantes de la primera mitad del siglo XIX, entre ellos; los de José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero, Felipe Poey, Domingo del Monte y José Maria Heredia. Es decir, esa pléyade, ese gran movimiento intelectual que se generó en el Colegio-Seminario San Carlos y San Ambrosio, tiene su figura liminar en Félix Varela y tiene en estas personalidades el primer importante momento del pensamiento propio.
De esa concentración de pensamiento que hay en Félix Varela surgen estos discípulos que se especializan en distintas ramas del saber. Tenemos el caso de José Antonio Saco, que escribe la más monumental historia que se haya escrito por un cubano: La historia de la esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, en seis volúmenes. Sin embargo, esos seis volúmenes, no todos publicados en vida,[1] no lo es todo; recientemente se ha publicado La historia de la esclavitud en las Antillas francesas, que dejó en manuscritos en parte inconexos. Pocos estudiosos en el mundo y en la propia Francia, donde Saco escribió esta obra, han podido concluir o dejar inconclusa, una obra semejante sobre la historia de la esclavitud desde los tiempos más remotos hasta sus días ―él dice “hasta nuestros días”―. El tomo concerniente a la historia de la esclavitud de los indios en América, Vidal Morales[2] lo dio a la luz en edición póstuma. Es decir, es una obra monumental que tiene sin dudas un lugar cimero en la historia de la historia de la historiografía universal.[3] Este es uno de los rasgos de José Antonio Saco, el del historiador; pero también está el del sociólogo; ese sociólogo antes de que pudiéramos hablar de una sociología en términos modernos. Su Memoria sobre la vagancia en Cuba, decía don Fernando Ortiz,[4] era una obra de inevitable consulta e, incluso, sugería que fuera texto obligado en las escuelas cubanas. Estudiar la Memoria sobre la vagancia es realmente estudiar y entender muchos de nuestros nuevos, viejos y actuales problemas que tienen una raíz antigua.
Entre los alumnos de Varela, Luz es el educador por excelencia, el maestro, y, también, el filósofo que precisa los rumbos de un pensamiento propio. Luz es quizás el hombre que con más sistematización logró expresar el pensamiento filosófico que nace en Varela y que tiene una práctica profundizadora en José Martí. El director de El Salvador es el que consolida una Escuela cubana de pensamiento y una Escuela cubana de educación.
Domingo del Monte es el discípulo de Varela que intenta promover la creación de una literatura cubana con “terminitos cubanos”. Esto de “terminitos cubanos” son palabras de Varela. Y aquí hay algo que me parece que era importante para todos ellos y para nosotros, a la hora de reflexionar sobre la obra de Varela como educador, como iniciador de la ciencia y de la conciencia cubanas. Y es el hecho de que son hombres conscientes de que la nación hay que crearla. La nación no es un ente que surge y se desarrolla por sí misma, por el contrario, es resultado de un acto pensado y voluntario de creación; para crear esa nación hay que tener conciencia de que debe y puede ser creada; es una voluntad nacida de una necesidad, la de pensarse a sí mismo para ser uno mismo. Es decir, en el caso de Cuba, como en otros casos ―Estados Unidos, por ejemplo―, es, en su gestación, una nación hipotética que, a partir de la intención fundamentada de sus Padres Fundadores, estudia los elementos dispersos y diversos para someterlos al campo de tensión de una ciencia racional, experimental y constructiva. No pocas veces, en la discusión sobre la nación cubana, he sostenido que no solo es la nación soñada, sino que es, ante todo, la nación pensada. Y esto es algo muy importante para el siglo XIX cubano. No se trata solo de la explosión del sentimiento, de un impulso torvo y sagrado, sino de un proyecto racional y metódicamente construido: crear una sociedad y una nación libres que integren, relacionen y produzcan una nueva identidad propia por sus contenidos, una nueva calidad cultural identificable por sus propias cualidades. Entre los prerrequisitos para el cocido cubano ―gracias Fernando Ortiz!― estaban la creación de la cultura y la ciencia cubanas que perfilen, definan y construyan la nueva sociedad y, en consecuencia, la independencia de la nación creada. Intenciones, realizaciones y acciones que va a sublimar, con posterioridad, José Martí.
Había que crear una literatura cubana reconociendo, como pensaba Domingo del Monte, su deuda y pertenencia a la literatura hispana, en particular, y a la universal, en general. No hay literatura desde concepciones de aldea. La autenticidad y originalidad de una verdadera literatura cubana estaba en su específico y singular espacio físico, histórico, espiritual y humano. La intención pensada era cultivar, hacer cultura, en un terreno específico, fértil y original, Cuba y su pueblo; una vez desbrozado el terreno de la mala hierba, sembrar, en la juventud, las semillas de la “Cuba cubana”.[5] En “vigorosa brotación”,[6] consecuencia del cuidado y de la perseverancia en el riego de ideas metodológicamente estudiadas y estructuradas, germinan las raíces que nutren y sostienen los árboles frondosos de la nación cubana. Los frutos, contendrán, en cada uno y en todos los miembros de un pueblo en creación, nuestra propia identidad para una rica cosecha humana. El cultivo de la Cuba cubana es, ante todo, la conquista de la condición humana, en su universalidad y en los ricos y específicos nutrientes de la condición cubana.
Felipe Poey, otro de los discípulos de Varela, también forma parte de los constructores del monumental edificio de la Cuba cubana; él es quien estudia el terreno, el hábitat y sus especies, sobre el que se hace el cultivo, la cultura, de la condición cubana. A diferencia de Saco que se adentra en las Ciencias Sociales, aun sin nombres, él lo hace en las de la Naturaleza. Su famosa y olvidada Ictiología cubana[7] es a las Ciencias Naturales cubanas lo que la Historia de la esclavitud de Saco es a nuestras Ciencias Sociales, monumentos fundadores de las ciencias y conciencia cubanas, fundamentos racionales de la idea cubana. Porque lo que Varela les/nos enseñó no solo era el pensamiento abstracto y teórico (¿filosófico?), sino, y ante todo, el método, como domesticación del pensamiento. El cómo conocer, no solo el qué conocer, se convirtió, para todo pensamiento verdadero, en requisito indispensable para hacer ciencia; y esta ciencia podían ser las físicas o las sociales. De lo que se trató es de establecer el límite preciso y socrático entre la verdad y las opiniones, estas últimas, espacio de polémicas escolásticas y nebulosos desvaríos.
En la obra fundadora de estos Padres de nuestros Padres Fundadores, lo más importante no suele ser visto. A Poey le debemos el haberle enseñado a los niños y jóvenes cubanos, por más de un siglo, qué era y cómo era su espacio geográfico y el lugar que este ocupaba en la constelación cultural de nuestro mundo. El naturalista cubano es el autor de la primera Geografía de Cuba que tuvo, nada menos y nada más que ¡diecinueve ediciones! y por la cual estudiaron generaciones de cubanos hasta ya muy entrado el siglo XX. Pero Poey hizo más. Escribió una Geografía universal, que, según su hijo Andrés, tuvo como objetivo romper el eurocentrismo que caracterizaba a las geografías hechas en el Viejo Mundo; ofrecer una geografía universal equilibrada. Estamos hablando de obras escritas hace más de ciento setenta años. ¡Qué solidez en la construcción de los cimientos de una Cuba pensada! Se harán más profundos con/en la estratificación, depuración y superación que el decursar del tiempo provoca y promueve. ¡Qué manera de pensar la fundación de una nación previa y base para un Estado libre, culto y auténtico!
El sello épico y estético surge del más sublime y desgarrador discípulo de Varela, José María Heredia, el poeta de esa generación. No hay dudas de que la poesía de Heredia es la primera poesía patriótica cubana, la expresión sublime del sentimiento de una generación comprometida con una Cuba que debe ser y no con la que es. El sentimiento patriótico está directamente vinculado, en Heredia, a la idea patriótica fundamentada en las Lecciones de Filosofía de Félix Varela. Incluso, estando Heredia en México, se encarga de difundir y de promover esta obra de su maestro en aquel país. Su Himno del desterrado,[8] el primer himno cubano (cubano por su contenido y por su intención), es la expresión estética de la ética patriótica vareliana, estudiada por Heredia en la “Lección única de patriotismo”,[9] colofón de Lecciones de Filosofía. En este segmento áurico de la construcción cubana, el Himno del desterrado, confluye el sentimiento y la idea, el cultivo y los cultivadores, la cultura germinal de la Cuba cubana.
Notas:
Véase Abreviaturas y siglas
[1] Historia de la esclavitud desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, por D. José Antonio Saco; t. I, Tipografía Lahure, París, 1875; t. II, Imprenta de Kugelmann, París, 1875; y t. III, Imprenta de Jaime Jepús, Barcelona, 1877. (Esta obra en 3 t. fue reeditada en La Habana por la Editorial Alfa, 1936-1945).
[2] Vidal Morales y Morales (1848-1904)
[3] De acuerdo con Walterio Carbonell, es “el libro más importante escrito durante los tres siglos y medios de colonización” en Cuba y señala, además, “que por una de esas raras coincidencias los historiadores apenas citaron y los intelectuales jamás leyeron”. (Cómo surgió la cultura nacional, La Habana, Biblioteca Nacional José Martí, 2020, p. 10).
[4] Fernando Ortiz Fernández (1881–1969).
[5] “[…] yo desearía que Cuba no solo fuese rica, ilustrada, moral y poderosa, sino que fuese Cuba cubana y no anglo-americana. La idea de la inmortalidad es sublime; porque prolonga la existencia en los individuos más allá del sepulcro; y la nacionalidad es la inmortalidad de los pueblos, y el origen más puro del patriotismo”. (José A. Saco: “Ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos” (1848), Obras, ensayo introductorio, compilación y notas de Eduardo Torres-Cuevas, La Habana, Ediciones Imagen contemporánea, 2001, vol. III, p. 273).
[6] “En Europa la libertad es una rebelión del espíritu: en América, la libertad es una vigorosa brotación. Con ser hombres, traemos a la vida el principio de la libertad; y con ser inteligentes, tenemos el deber de realizarla. Se es liberal por ser hombre; pero se ha de estudiar, de adivinar, de prevenir, de crear mucho en el arte de la aplicación, para ser liberal americano”. [JM: “La democracia práctica. Libro nuevo del publicista americano Luis Varela”, Revista Universal, México, 7 de marzo de 1876, OCEC, t. 3, p. 168.
[7] José Martí calificó a Ictiología cubana de “libro monumental […], obra mayor de análisis y paciencia, que ha requerido para llevarse a cabo todo el vigor de clasificación de un severo filósofo, y toda la bondad que atesora el alma de un sabio”. (“El libro de un cubano”, La América, Nueva York, marzo de 1883, OCEC, t. 18, p. 29).
[8] José María Heredia: “Himno del desterrado” (1825), Obra poética, compilación y prólogo de Ángel Augier, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2003, pp. 114-117.
[9] Félix Varela: “Patriotismo”, Lecciones de Filosofía, Obras, introducción de Eduardo Torres-Cuevas, compilación y notas de Eduardo Torres-Cuevas, Jorge Ibarra Cuesta y Mercedes García Rodríguez, Biblioteca de Clásicos Cubanos, La Habana, Ediciones Imagen contemporánea, 2001, vol. I, pp. 434-440.