ORÍGENES

No le interesa a ORÍGENES formular un programa, sino ir lanzando las flechas de su propia estela. Como no cambiamos con las estaciones, no tenemos que justificar en extensos alegatos una piel de camaleón. No nos interesan superficiales mutaciones, sino ir subrayando la toma de posesión del ser. Queremos situarnos cerca de aquellas fuerzas de creación, de todo fuerte nacimiento, donde hay que ir a buscar la pureza o impureza, la cualidad o descalificación de todo arte. Toda obra ofrecida dentro del tipo humanista de cultura, o es una creación en la que el hombre muestra su tensión, su fiebre, sus momentos más vigilados y valiosos, o es, por el contrario, una manifestación banal de decorativa simpleza. Nos interesa fundamentalmente aquellos momentos de creación en los que el germen se convierte en criatura y lo desconocido va siendo poseído en la medida en que esto es posible y en que no engendra una desdichada arrogancia.[1]

     El respeto que merece el hombre afanoso de acercarse a esa creación, cuya obra tiene que desenvolverse dentro de una ganada libertad, engendrando en consecuencia la justicia que nos interesa, que consiste en dividir a los hombres en creadores y trabajadores, o, por el contrario, en arribistas y perezosos. La libertad consiste para nosotros en el respeto absoluto que merece el trabajo por la creación para expresarse en la forma más conveniente a su temperamento, a sus deseos o a su frustración, ya partiendo de su yo más oscuro, de su reacción o acción ante las solicitaciones del mundo exterior, siempre que se manifieste dentro de la tradición humanista, y la libertad que se deriva de esa tradición que ha sido el orgullo y la apetencia del americano.

     Sabemos que cualquier dualismo que nos lleve a poner la vida por encima de la cultura, o los valores de la cultura privados de oxígeno vital, es ridículamente nociva, y solo es posible la alusión a ese dualismo en etapas de decadencia. En épocas de plenitud, la cultura, dentro de la tradición humanista, actúa con todos sus sentidos, tentando, incorporado el mundo a su propia sustancia. Cuando la vida tiene primacía sobre la cultura, dualismo solo permitido por ingenuos o malintencionados, es que se tiene de esta un concepto decorativo. Cuando la cultura actúa desvinculada de sus raíces es pobre cosa torcida y maloliente. In hoc nescio primun, nescio deinde. En estas cosas no hay primero, no hay después. Que siendo ambas, vida y cultura, una sola y misma cosa, no hay por qué separarlas y hablar de ridículas primacías. Un filólogo ha observado que Don Quijote y La Dorotea, son consecuencia de vivir la literatura o de literaturizar la vida.[2] En las fundamentales cosas que nos interesan todo dualismo es superficial, todo apartarse de lo primigenio —que no tolera dualismo o primacías— obra de falacia o de apresurados inconscientes.

     En música, pintura y poesía, se han alcanzado entre nosotros ya algunas claridades. Para ello era necesario desbrozar los obstáculos que venían demorando nuestro arte. Ya están dichosamente lejanos los tiempos en que se hablaba de arte puro o inmanente, y de un arte doctrinal, que soportaba una tesis, sumergido en un desarrollo que partiendo de una simplista causalidad se contentaba con un final esperado, impuesto y sobreentendido. Si el artista necesita de una cabal libertad para su expresión, su justificación será el rendimiento de esa misma libertad en forma cualitativa. Los frutos de esa libertad serán saludables o cenicientos por la calidad de sus jugos nutricios, escogidos con esa exquisita libertad que señala el árbol bien plantado y suelto frente al cielo. Su pureza estará, repetimos, en la absorción depurada de sus raíces, en lo esencial de su desnudez, o en la plenitud que día a día logre diseñar, nunca en las manifestaciones externas o ruidosas movidas por manos que pueden ser estériles, aunque se agiten en el orbe de una extremada locuacidad.

      Cualquiera que sea la actitud que se adopte para valorar el fenómeno artístico, sabemos hoy que nos encontramos ante la dilatada vastedad de un mundo cuantitativo sucesivo, donde las revoluciones y los peces impresionistas, las glorificaciones y la lepra, las más herméticas formas de la clausura y las más dionisíacas descargas populares, ofrecen una violenta riqueza sucesiva que es necesario reducir, en la dolorosa reducción del yo a la nada y de esta a un nacimiento. Frente a ese mundo de violentos ofrecimientos, el hombre muestra su fiera selección, las cosas de las que ha querido hacerse acompañar hasta el final. Las demás modas, inútilmente disfrazadas de modo, de métodos —cultivan un fragmento o un deseo, teniendo la desventura al habitar con tristeza sus porciúnculas, de mostrar un inmenso orgullo, procurando aislar, con un terrorismo retórico, a los que buscan sin encontrar y encuentran sin buscar.

     Sabemos ya hoy que las esenciales cosas que nos mueven parten del hombre, surgen de él y después de trazar sus inquietantes aventuras, pueden regresar, tornándolo altivo o humillado, pero dejando su conciencia, sus incorporaciones y las diversas formas de su nutrición, mereciendo un respeto en directa relación con una libertad que estamos dispuestos a defender y a justificar la salud de sus frutos.

Los Editores

Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, primavera de 1944, año I, núm. 1, pp. 5-7.


Notas:

Véase Abreviaturas y siglas

[1] Orígenes es algo más que una generación literaria o artística, es un estado organizado frente al tiempo. Representa un mínimum de criterios operantes en lo artístico y en las relaciones de la persona con su circunstancia. Será siempre, o intentará serlo en forma que por lo menos sus deseos sean a la postre sus realizaciones, un estado de concurrencia, liberado de esa dependencia cronológica que parece ser el marchamo de lo generacional. Desde hace más de quince años, eso que ahora se llama Orígenes, y que antaño se llamó Verbum, Espuela de Plata, Clavileño, Nadie Parecía, se muestra en su fase de riesgo y creación, olvidando el disfrute de todo declive crítico y el regusto de lo adquirido y acariciado. Esa concurrencia operada en Orígenes, se debía a su especial manera de trabajar la historia secreta, que existirá siempre que entre nosotros existan cuadrilleros, momentáneamente invisibles, que laboren dentro de la visión poética del acto naciente, de la poesía como búsqueda de la sustancia irradiante, o del protón pseudos”. (José Lezama Lima: “Alrededores de una Antología, Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, 1952, año 9, no. 31, p. 64).

“Un hecho como el de la revista Orígenes constituye una forma suprema de heroísmo donde todo invita a no seguir, a cambiar de rumbo, a ‘ganarse la vida’ haciendo cualesquiera de esas incultas y anti-inteligentes tareas remunerativas: periodismo, televisión, radio. Y quien dice revista Orígenes dice José Lezama Lima. Encarna él una actitud incomprensible por ahora y en el ahora que vivimos, ya que lo cómodo es lo otro, halagar las pasiones públicas, unirse a los gobiernos y a las oposiciones, bailar al son del pandero que en un sitio o en otro pueda atraernos las miradas y los aplausos de la mayoría. […] / Ignorar que de una actitud así están hechas las páginas mejores de la historia cultural de cualquier país es ignorar demasiado. […] / Cuando todo paree igualmente pasar y morir, se advierte que hay algo resistente, extraño a la desaparición y al polvo de la tumba. Ese algo es el fruto del espíritu, el producto de la obra realizada con los materiales indestructibles de la pura inteligencia y la pura creación”. (Gastón Baquero: “De la continuidad en el esfuerzo cultural: Orígenes” (Diario de la Marina, 6 de marzo de 1955), Paginario disperso, selección e introducción de Carlos Espinosa Domínguez, La Habana, Ediciones UNIÓN, 2014, pp. 75-76).

“Porque si de hablar de los méritos de ese grupo se trata hay que subrayar de inmediato que uno de los principales es precisamente el de haber conquistado para nuestra alma co­lectiva ese estrato de los símbolos o enig­mas que —a veces como traumas, a veces como revelaciones históricas— tenemos que interpretar en el proceso de nuestro autoconocimiento como pueblo”. (Gustavo Pita Céspedes: “Las tres filosofías de Orígenes, Contracorriente, La Habana, 1996, año 2, no. 3, p. 36).

“Más que una revista, un grupo literario o un círculo intelectual, Orígenes fue una forma de pensar, un modo de hacer y creer y hasta una actitud ante la vida durante varias décadas. El escritor prefirió llamarlo ‘estado de concurrencia poética’ o ‘taller renacentista’ y destacó, como su mérito esencial, la coralidad del empeño. En la presentación del primer número de la revista homónima, el poeta escribía: ‘Queremos situarnos cerca de aquellas fuerzas de creación, de todo fuerte nacimiento, donde hay que ir a buscar la pureza o la impureza, la cualidad o descalificación de todo arte’. Esta vuelta a lo fundacional está presidida por una visión humanista del arte, asumido a la vez como revelación de la más alta belleza y como perfeccionamiento del hombre en el ejercicio del bien”. (Roberto Méndez Martínez: “Orígenes, destino y expresión poética”, Espacio Laical, La Habana, 2009, no. 4, p. 103).

Otros textos relacionados:

  • Cintio Vitier: “Palabras de apertura”, Coloquio Internacional Cincuentenario de Orígenes, Casa de las Américas, La Habana, junio de 1994; Credo, año I, núm. 3, La Habana, octubre de 1994.
  • Cintio Vitier: Para llegar a Orígenes, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994.
  • Cintio Vitier: “La aventura de Orígenes”, Fascinación de la memoria, transcripción, selección y prólogo de Iván González Cruz, La Habana-Madrid, Editorial Letras Cubanas, 1994.
  • Fina García Marruz: La familia de Orígenes, La Habana, Ediciones Unión, 1997.
  • Cintio Vitier: “Orígenes es una fábula”, entrevista de Ciro Bianchi Ross, Oficio de intruso, La Habana, Ediciones Unión, 1999, pp. 87-101.
  • Jorge Luis Arcos: Orígenes: la pobreza irradiante, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994.
  • Reynaldo González: “Orígenes y un debate necesario”, Espiral de interrogantes, La Habana, Ediciones Boloña, 2004, pp. 341-358.

[2] “[…] en el primer número de Orígenes señalábamos nuestra enemiga de todo dualismo y repetíamos aquellas palabras de Vossler, hablando de Don Quijote y de La Dorotea, que eran consecuencia de literaturizar la vida y de vivir la literatura, en búsqueda de lo más prístino y primigenio del acto naciente, no en forma energuménica o de desatado romanticismo larval, sino dentro de la gran tradición griega del arte como búsqueda del protón pseudos. Desembocábamos así en un implacable, el de que toda obra nuestra debería tender a ser un producto universal, y no mostrada con fingidos localismos de humildad y pintarrajeas, en el intento y la valoración que se exigían”. (José Lezama Lima: “Alrededores de una Antología, Orígenes. Revista de Arte y Literatura, La Habana, t. 9, no. 31 de 1952, pp. 64-65).